FIN era Lector

Aurora Penades
 

 

 
Lector era por “Sí”, FIN

Lectora: “tan sola, tan en sí”

“Let the Finn begin”

slogan de bebida alcohólica

(una serie de melodiosas campanitas en el aire)

la sonrisa del demonio/en las puertas del infierno

estrofa de una canción popular que se repite en la obra Lector de Ariel Dorfman.

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Se suceden los fuegos artificiales, palmeras con unas cuantas sonrisas de colores desde el estadio de hockey sobre hielo de los Demonios de New Jersey.

 

 

Cambio de luces ◘

PRIMER ACTO

 

 

Oscuridad. Sube una luz intensa y brutal sobre el Hombre (…)

Hombre, sin edad. No podía desempeñar otro papel que el de sí mismo.

(…) Hace un gesto y a su lado aparece una silla vacía. El Hombre examina la silla, midiéndola cuidadosamente. Satisfecho, se sonríe. Luego gesticula de nuevo y la silla desaparece (…)” fragmentos de Lector.

A través de la ventana de bosques de un verde intenso, ahora se vislumbran imágenes psicodélicas.

Calle 42 entre 5ª y 6ª, Parque Bryant.

Vuelvo a tomar el hilo del día en el que a la una en punto de la madrugada había recibido un mensaje de texto:

Feliz 9/11!!

Me alteré y me irrité, pero al mostrárselo a mi compañero de piso y decirme que me lo tomara como una celebración de que estamos vivos, se me saltaron las lágrimas. Felicidades!! , respondí al mensaje de texto.

 

 

Concierto de setiembre: Amores que matan S. XVII:

Niña como en tus mudanzas                    Girl, as in your dance variations

Tan fáciles como libres                              as easily and as freely

A qualquier viento te muebes                   you change with whatever breeze

De qualquier fuego te ríes                         you laugh at any fire (passion)

José Marín                                                    Traducción de Amanda Sidebottom

 

 

En Bryant Park, las sillas plegables verdes que normalmente están repartidas por todo el parque han ocupado el espacio central de césped, en formación como la de las cruces en los cementerios militares.

Deseo dedicarle unos momentos a la memoria de un querido compañero de universidad, Antonio Calvo.

Mi primera clase de estudios graduados en Nueva York la compartí con él. Yo llegaba desde New Jersey hasta Port Authority, pasaba por la calle 42, que tenía muchos letreros luminosos de sexo por aquella época, y subía a un piso muy elevado del edificio Grace, que se contornea dejándose caer como tobogán, allí mismo en el parque Bryant, sobre el césped de sillas vacías frente a mí, donde ahora me siento a tomarles una foto en el banco de madera, y me doy cuenta de que hay una grabación en placa de metal: I LOVE NY.

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Antonio se suicidó este abril pasado en su apartamento de Chelsea, a los pocos días de ser despedido por la Universidad de Princeton. Lo he sabido ahora en setiembre, porque Antena 3 ha sacado un reportaje sobre el caso y alguien me preguntó si le conocía, pues trabajé para esa misma universidad hace unos años. También trabajamos juntos allí. A mí me despidieron unos años antes que a él. La última vez que vi a Antonio fue paseando por ese mismo parque, donde me encontraba ahora, frente a la multitud de sillas verdes vacías sobre el césped. Me parece recordar que en aquella ocasión iba acompañado de quien, en el reportaje de la tele, aparece como su amigo más cercano, al cual envió la carta de despedida, y quien llegaría al apartamento con la policía a descubrir su cuerpo muerto desangrado en la bañera.

Alguien se sienta en una de las sillas del medio del césped para que le tomen la foto.

Una escultura de Gertrude Steinberg domina una de las entradas al césped:

¿Para qué queremos raíces si no podemos llevarlas con nosotros?”, se pregunta la escritora.

Cita que el dramaturgo Tom Lanoye ha utilizado para ilustrar la presentación de su obra La fortaleza europea en un programa de tve.

La ciudad está efervescente por el décimo aniversario de la caída de las Torres.

He empezado a leer La consagración de la primavera de Carpentier, en ese momento, allí en el parque Bryant, después del concierto de música del barroco español, en el mismo banco con el grabado de I Love NY, y me llama mucho la atención la entrada de la bailarina en las primeras líneas.

El suelo. A ras de suelo…” Ella contando del 1 al 17 y girando sobre sí misma.

Y un poco más adelante en la lectura, me sobrecoge la mención de la Virgen Electa en una viejísima leyenda, sacada por Carpentier de aquella Epopeya de los Nartas:

Los hombres del caballo y de la Rueda, cansados de errancias (…) vieron erguirse una cordillera enorme, al cabo de andar de muchos años entre horizontes idénticos (…) prorrumpieron en sollozos (…) ante lo que solo podía ser morada de los Amos de Todo lo Visible y lo Invisible (…) Y detuvieron los mil carros (…) sintiendo en sus venas el pálpito de los augurios primaverales (…) y teniendo que ungir la tierra con la sangre de una doncella, lloraron todos al inmolar a la Virgen Electa—lloraron todos”.

Nuestra profesora en aquel primer curso graduado en Nueva York, en el Grace building, se llamaba Electa y la clase era “Sor Juana Inés de la Cruz”; sobre una monja erudita mexicana de la época del Barroco. Trabajé su obra “El Divino Narciso”.

En el primer tren que había tomado esa tarde del 9/11/11 para llegar al concierto barroco, desde Newark en New Jersey hasta la calle 33 en Manhattan, me senté frente a una mujer que mantenía la portada del periódico : CAR BOMB THREAT ON 9/11, de frente con sus dos manos, como si estuviera haciendo uno de esos anuncios que se oyen muy a menudo por los altavoces: “Si ves algo di algo” o “One cell at a time” “A célula por llamada”, con la palabra célula sirviendo de referente, a la vez, para célula orgánica y para llamada al celular teléfono.

Ciencia ficción en latente estado de incandescente gestación.

En el cambio de tren para coger el que llega a la 33 y no al World Trade Center, me doy cuenta de que acabo de sentarme demasiado rápidamente frente a un hombre corpulento, en sus cuarentas: barba, pelo rapado cubierto de gorra beige con visera, pantalones de pana beige y camisa de felpa de manga larga a cuadros entre beige y marrón. La gente todavía va con ropa veraniega hoy. El sujeto lleva una bolsa deportiva, y me parece que la oprime con los pies contra el rincón izquierdo del suelo bajo su asiento. También me parece que está oprimiendo en su mano izquierda el pequeño teléfono celular que lleva. Lo miro a los ojos, lo miro de arriba abajo, lo miro de nuevo a los ojos y me quedo fijamente mirándolo. No me devuelve la mirada, más bien me la evita ausentándola hacia el frente, donde se encuentra el rincón de los mandos para abrir y cerrar las puertas del tren y reservado para alguno de los maquinistas. Me fijo en los rasgos de su cara y comienza a mover los labios sin pronunciar palabra. Diría que está rezando y sigue rezando todo el tiempo ahora. En cuanto alcanzamos la siguiente estación me bajo a esperar al próximo tren, porque en este no soporto estar sospechando de esa forma de una persona. Mientras espero, pasan dos trenes vacíos fuera de servicio y vuelvo a sospechar.

Yo, espectáculo guardián veo

Huellas de Pisadas

(::o::)

(::o::)

Yo, Dalí

Yo, Dalí

Yo, Dalí

(::o::) Rebanada de pan sobre el asfalto de Nueva York

(o) Huevo frito

 

 

 

Aurora Penades. Nacida en Alicante, España, vive en Estados Unidos desde 1985. Cursó estudios graduados en literatura hispanoamericana por la Universidad de Rutgers, y ha trabajado como profesora adjunta de español para CUNY por varios años. Es autora del libro de narraciones Water Tree Ciclo (2012).