Esas ironías

Viviana del Campo
 

 

 

El conserje letrado

 

 

05_TOMASOPITZ_Berlin_2008Me ha llamado mucho la atención que cada vez que paso por la conserjería él lee los mejores libros de la literatura universal. Un día lo vi a las 7 de la mañana y leía La divina Comedia, pero en italiano. Pensé, ¡qué culto!

A las 8 de la tarde comenzaba la lectura de Los hermanos Karamazov, pero en ruso. Al día siguiente La Biblia ¡Válgame Dios!

Tenía mucha curiosidad que aquel hombre, que apenas contestaba mi saludo, practicara la lectura veloz y fuera políglota. Creo que le daré trabajo en la Universidad. En estos días una persona como él no se puede perder.

—Señor ¿usted hizo un curso de lectura veloz?

—Movió su cabeza, tímidamente.

Ese fue todo nuestro diálogo.

Creo que lo contactaré con un canal de televisión, esto es todo un hallazgo.

Sr. Fuentes, escríbame su nombre completo y su dirección, por favor. En el papel que le di solo garrapateaba. Me di cuenta que era disléxico (tampoco me importó, tengo un amigo que es una eminencia y tiene ese problema).

Al tratar de leer el papel creí que mi lente de contacto se me había caído, unos segundo después me convencí que aquel hombre era un gran actor.

 

 

Políticamente correcto

 

 

Fui a buscar unos documentos y me tramitaron; no dije nada. Me dolió tanto la cabeza y me compré una aspirina; no me quitó el dolor. El farmacéutico me ofreció un remedio alternativo y me aconsejó que no me auto medicara, que fuera al médico; no respondí ni media palabra. Está bien, pensé. En el almacén no me dejaron elegir unas frutas; no quise discutir. Cuando iba en el metro me quisieron robar mi billetera y quedé paralizado. Hoy sufro ataques de pánico y las úlceras me rompen el estómago.

 

 

La sociedad del espectáculo

 

 

Vivimos en un mundo globalizado; tanto es así, que se nos viene el famoso calentamiento global. La crisis energética es la noticia diaria. Sufro paranoia. Desde hoy junto agua, reciclo papel, guardo alimentos no perecederos. He comprado todas las linternas que existen en el mercado. Cuando salgo al centro me pongo una mascarilla contra el smog. Por la noche dibujo árboles en las paredes de mi departamento. En una parte del piso flotante, a oscuras, pinté agua, sí, tarareando el primer movimiento de la 5ª sinfonía de Mahler. Incluso esbocé un iceberg, el mío, porque la palabra es un remedo y la imagen es todo.

 

 

La prisa

 

 

Necesitaba un milagro. Ha vagado por las calles deshabitadas y ha mirado las iglesias cerradas. Tiene que verbalizarlo. Siente que su interior es un invierno de ecos. Por fin, lo ha encontrado en una plaza. Su cuerpo se estremece en su avance y la circulación se aglutina. Lo abraza tiernamente y sin que nadie lo escuche, se lo ha dicho susurrando. Bailan hipnóticos, juegan y se ríen. Al primer destello de luz, una estatua solitaria tapa sus oídos.

 

 

Refugiados climáticos

 

 

Se desplazan por la escasez, solo gotas de rocío alimentan su presente. El paisaje modifica su habitar. Llegan al desierto de las cavilaciones, se unen con otros por necesidad. Todos están tatuados de remordimiento. Unos sollozan, algunos se agarran la cabeza ¡Deberíamos haber valorado lo que teníamos! Ya es muy tarde. Las advertencias estaban en todas partes; las miramos y no las vimos. Somos los herreros que deben pagar las culpas sin cruces en la frente.

 

 

Viviana del Campo. Poeta y narradora chilena. Animadora de proyectos culturales y profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad Católica de Chile. Se ha dedicado al trabajo antropológico con la palabra a fin de rescatar del olvido a las comunidades de los indios mapuche.