Red Coil

Cecilia Vicuña

 

 

Red Coil” es parte de una serie de cuatro performances con poemas y música de Cecilia Vicuña y Jane Rigler, respectivamente, que se realizaron en Battery Park y el Museum of Jewish Heritage, cerca del ground cero neoyorkino. Ello, como homenaje a las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
 

 
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Alejandro Varderi: A lo largo de tu obra observo un interés constante por recobrar, mediante la palabra y el gesto, la memoria de eventos y seres que ya no están pero permanecen vivos en los poemas y acciones corporales con que intervienes cada espacio, ya sea un parque, un río, las paredes de una galería, museo o, simplemente, con tu presencia ante el público. ¿De dónde surgen tales preocupaciones?

 

Cecilia Vicuña: La vida tiene memoria y conciencia de sí, las células y aún las partículas del cosmos se enredan y entreveran “recordando” su relación más allá del espacio y el tiempo. Re-cordar quizás es danzar nuestra membrecía, sabernos miembros de un tejido mayor. Algo nos lleva a sentir la presencia de lo que está y no está por igual. ¿Una sintonía?, ¿una forma de atender lo que es? La realidad es siempre fluctuante y bailarina y negar la memoria, especialmente la memoria del sufrimiento es menospreciar la vida. Recordar quizás es volver a unir, curar el cuerpo total.

 

AV: El rescate de la identidad indígena proveniente de nuestras civilizaciones precolombinas es otro motivo recurrente en tu trabajo. ¿Qué te motiva a adentrarte en esta labor? ¿Encuentras algunas conexiones entre tu obra y los cambios en dicha identidad como consecuencia de la transculturación?

 

CV: No se sabe qué nos lleva a sentir lo que sentimos. Siempre me sentí “india”, pero solo recientemente mi hice el ADN y lo confirmé, ¡para horror de la familia! Sin embargo no creo que la cosa pase por una memoria genética. Para mí todos somos indígenas aunque lo hayamos olvidado. Lo importante es que algo en uno busca un sentido al hacer, una orientación antigua y futura a la vez. He escrito que en mí fue el muro azul de la cordillera donde nací. El ruido de las acequias que oía de niña, o el encuentro con el niño inca del Plomo, sacrificado a los 8 años de edad en lo alto del glaciar. Me llevaron a verlo cuando fue arrancado de su altar y exhibido en el Museo de Historia Natural. Yo tenía su misma edad y me vi en su cuerpo dormido. Siento ahora, como antes, una comunión con ese universo desgarrado que quería seguir siendo, tejiendo su imaginario que fue destruido. Hay una música que me habla y permanece en el sonido de nuestra voz. Cuando canto, vuelve a la vida y yo la escucho.

 

AV: Tu trabajo se ha desarrollado fundamentalmente entre Nueva York y Chile. ¿Qué puentes has tendido entre ambas geografías? ¿Es el sentimiento íntimo de desterritorialización un factor determinante de tus desplazamientos de una región a otra?

 

CV: Sí, hay algo triste y bello en el quiebre, el rompimiento que nos separa de la tierra. Sin embargo creo que al ser mestizos nacimos transculturados y ya desgajados de un sentir que nos precede. Nuestra fuerza es un buscar sin fin. Y estar lejos, intensifica el buscar. Para mí New York es un barrio de Santiago, lejano, pero conectado, como si la americanidad de esta tierra se sobrepusiera a las diferencias. El absurdo infinito de estar acá, de vivir en un hoyo hacia arriba me produce una felicidad animal. Me identifico quizás con la ratas que están contentas de solo ser y husmear. Y el continuo desplazamiento, tejer pallá y pacá es lo inevitable. Ese viaje migratorio para mí empieza en los años sesenta, cuando El Corno Emplumado, esa revista mítica que unía a las vanguardias poéticas de norte y sur, me trajo a NY en el sesenta y nueve, para traducir mi primer libro al inglés. Yo tenía veinte años, y aunque volví a Chile la semilla de la salida ya estaba sembrada. Hay mucha historia, en una vida de ir y venir, antes y después del golpe militar en Chile. Una violencia nos ha traído aquí, una violencia que la poesía busca transformar. Queridos o no aquí estamos, y la traducción cotidiana que hacemos con el cuerpo es el legado que dejamos, como la baba del caracol.

 

AV: La concientización de las sociedades, ante la destrucción del medio ambiente en el continente, igualmente permea los textos y las performances. ¿Cuál ha sido la recepción de tu obra por parte de las audiencias en las zonas problematizadas de nuestra América?

 

CV: Nadie da bola, nadie hace caso del lamento de la tierra, ni de la muerte de los polinizadores. Mi experiencia es encontrar una indiferencia total. Afuera sopla el viento ártico del día más helado en la historia de Nueva York, y uno camina sabiendo que este frío es el otro lado de la moneda del calentamiento global y todavía no se atisba una acción concreta. ¿Cuál es la recepción? Mi obra siempre ha sido censurada, despreciada y amada, todo a la vez. Los jóvenes buscan lo que ha sido borrado, rescatando los fragmentos de una historia colectiva. En este momento se exhibe en Santiago “Artists for Democracy: el archivo de Cecilia Vicuña” en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, y en el Museo Nacional de Bellas Artes. Es la historia de una movilización de artistas de todo el mundo por la democracia en Chile, movimiento del que yo fui la cofundadora, junto con otros tres artistas, en el setenta y cuatro. Una historia que estuvo borrada por cuarenta años, y que ahora resurge gracias al movimiento estudiantil chileno. También mi libro El Zen Surado acaba de salir en Santiago, después de haber sido censurado durante cuarenta años. Cabe preguntarse por qué tanto borrón, qué hay en esta obra que altera el orden, y esa pregunta hace bien. Quizás lo que no se tolera es el habla, el decir de mujer.

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AV: En una lectura en la Biblioteca Nacional de Chile hablabas de escribir en una “no lengua, a medio camino entre el inglés y el español, pero que no es el Spanglish”. ¿Qué podrías añadir a esta definición?

 

CV: Sí, mi libro Instan está escrito en una lengua que llamo “cognada”, porque viene de una forma anterior a las lenguas que hoy llamamos inglés y español. Una forma hipotética que es puro potencial. Empezó con una visión nocturna, una palabra que aterrizó en mi cuaderno y no era español ni inglés, pero era posible en las dos. La vi como una ola moviéndose en el aire y comprendí que se trataba de una matriz, una fuerza al interior de las lenguas. Un puente pre-verbal que quería bailar generando una unión potencial. Mi libro Instan fue escrito/dibujado en esa lengua donde también aparecen atisbos del quechua, el latín y el griego, en un espelunque verbal no verbal muy cantabile.

 

AV: Como artista preocupada por los fenómenos contemporáneos, ¿crees que nos hallamos ante una pérdida del humanismo, como consecuencia de la existencia virtual en la cual se van sumergiendo nuestras sociedades? ¿Piensas reflexionar en torno a ello en tus proyectos futuros?

 

CV: Sí, el sistema dominante ha instaurado la idea de que los computadores saben más o son “más inteligentes” que la gente, por lo tanto el ser humano es dispensable, y esa noción justifica la eliminación de lo humano, y/o su control, y manipulación por el espionaje y otras formas de coerción. Una humanidad des-empoderada por esta definición olvida su humanidad y va renunciando imperceptiblemente a sus derechos humanos, civiles y democráticos. Renunciando al gozo y la libertad sutil del imaginar. Por eso hay una desvalorización del arte y la poesía. Y también una rebelión universal contra la idea deshumanizante que impone el sistema. Sí, adivinas mi proyecto futuro, en el que trabajo hace mas de diez años; un nuevo libro de poesía dedicado al arte imposible de la traducción del performance oral, es decir de la complejidad de un poema experimentado colectivamente por un cuerpo comunal. Hasta ahí mi noticiario.

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Cecilia Vicuña, poeta, activista y artista de amplia trayectoria. Ha expuesto sus trabajos, entre otros, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, y los museos Whitney y de Arte Moderno de Nueva York.