Contubernio y otros poemas

Lucía Delbene Azanza
 

 

Contubernio


 
Esta es mi ciudad: de grúas inyectadas en el viento
esta es mi ciudad: de buques soñando la escollera
esta es mi ciudad: de mendigos rumiantes de basura
y sus moscas con perros,
mi ciudad de las mujeres leves con andar de cazadoras
mi ciudad donde llueve agua de añoro y mezcalina
que prende los boliches,
para que hablen los muertos,
mi ciudad desplegada sobre cuatro horizontes marinos
con Venus diadema de la tarde
donde sangra el otoño un rubí en la copa de la fiesta
y gime el bandoneón su pérdida infinita
mi ciudad de las plazas cárdenas
de citas en el lecho mismo del torrente1
atada a una rada solitaria
a punto de zarpar a ninguna parte
el ancla levada en el ángulo de los farallones
donde los perfiles tallan un malecón interminable
mi ciudad donde me hundo
sentimental y contenta
en contubernio triste de granito con canciones
donde mis amigos
raspan chisperío en alguna esquina de poesía
y leudan
su música secreta.
 
1 Mi agradecimiento a André Bretón “La unión libre”.

 

 
Carretera perdida
(homenaje a Lost Highway de David Lynch)
 
Derrapamos en los bordes del quinto mundo
según las clasificaciones de los sentidos y la economía
no hay geografía profunda todo es superficie y desgaste
deslizamos vértigo y asfalto en el furor de la carrera.
 
Igual trazamos carreteras en este fin de la tierra
porque nosotros sabemos del sabor feroz del abismo
y el radar del fondo del sol en la aguja del velocímetro
y las luces que quedan atrás en su fuga y en su estampida.
 
Era mi alto cráneo entrometido en la velocidad del cielo
y en su asombro de espacio las rampas no se detenían
bajo el humo de los motores, empujando las tripas y los escombros
llego vencido de otra guerra con las medallas incomprensibles.
 
Y todo quedará atrás, vos amor, tras el vidrio de la estación
empañada por la tinta sepia de una película antigua
detenida para siempre en el umbral constante del olvido
en los trenes de los soviets la revolución de mi padre ex tinta.
 
*
 
Vamos en vasta fuga desde muerte a resurrecciones
tendemos las líneas blancas que nos llevarían a algún lado
tu risa en aquel verano retrocede hacia el recuerdo
que estalla a su polvareda en un horizonte difunto.
 
Ya no hay señales certeras en esta ruta
mojones de tinta indican la emoción del extravío
y en el asfalto manchado por las llagas de los talones
apreto el acelerador el final jamás termina.
 
A no ser en un salto mortal, un beso en el precipicio
en el bajo de tu labio duermen el crimen y el delirio
como árboles que vuelan atrás elevándose sobre el bitumen
y el sol que incendia los campos es un techo que encandila.
 
Quiero saltar en mi muerte prestándole personajes
un payaso y un demonio, un rey y mi muñeca suicida
Patricia Arquette en el amanecer del desierto de California
cuando corrés hasta el fin la belleza quema tus rodillas.
 
*
 
Y jamás encontré a dios, en la galería de rostros fugaces
ninguna verdad se cruzó como un ciervo o una antena
solo colgué la piedra en mi garganta collar de gritos
solo prendí el talismán que brilla en la autopista.
 
Y ahora ves desolación en lo que siempre se evade
con el pelo pintado hacia atrás en un rapto de viento
y los sueños por venir otras señas a la distancia
pronto quedan atrás bajo el pedal de tu pie izquierdo.
 
Nada se detiene, fugitiva beldad, es salvaje el instante
fantasma que rompe el corazón en negativo del vacío
y la voz consagración en la inmensidad del silencio
tal vez se abra el abismo y puedas tener la hoguera blanca.
 
Dormido bajo la humedad de tus lluvias en verano
espero mi salvación en la pista larga de tus piernas
tras la ventana asoma la cumbre de los médanos ahítos
diseñando todo el paisaje que nos deja y nos recibe.
 
*
 
Tuve que dejarte otra vez entre rastros de gasolina
se quemaban mis tobillos en el bosque de los focos
y las muñecas mecánicas saludaban en el supermercado
a sus robots impecables que dispensan helados y cocas.
 
Las hebras de tu vestido hacia atrás desprendidas
cuando todo lo fui a perder en un rincón de la tierra
quise tomar la furia como se doman a cuatro caballos
tallados en kerosén, uranio, alquitrán y petróleo.
 
Y llegaba a trescientos por hora la aguja del velocímetro
me acercaba vertiginosa a la línea que parte al horizonte
el perfume del abismo envolvía la carrera de la sangre
que escapaba de las venas para regar en las barrancas.
 
Los espejismos se evaporan en sus vestidos colgantes
retirándose hacia atrás en la luz de carretera perdida
hay una verdad desconocida donde acaba el rumbo
un designio fatal, hermoso y presentido.
 
Ana Lia Werthein. obra3
 

Tríptico


 
Hoy podría escribir con la fuerza de esta melodía
y el labio sediento tendido, bajo sus molinos al viento
en espera del agua dormida, que sube de las bodegas.
 
Podría atisbar la trama del sudario que cubre cada día
y hablar de la misma historia que labró en sus hebras
de nuestras vísceras tatuadas en historias añejas.
 
Podría hablar del surco a medias abierto en la piel
y la gotera de los días que vuelca su rastro en la orilla
de las playas dejadas atrás y del amor izado en recuerdo.
 
De los amigos que han emprendido los largos caminos
buscando los cardinales como si fueran antorchas
y de los difuntos que susurran una prosodia ligera.
 
Podría empezar a meditar sobre el hecho de estos versos
manando sus tangos fuleros a los pendones de la noche
sin embargo prefiero atisbar una ventana barrida de lluvia.
 
Oír el silbo de las cotorras tras sus dardos verdes de vuelo
cantos de frondas hechas para abrir los prismas del bosque
y alcanzar el corazón emplumado de un dios sacrificado
 
en los treinta matices del verde, enjuagados por agua nocturna
el perfume de la urbe martillada entre parques y miserias
donde toda imagen puede ser un tallado de nostalgia.
 
Podría mostrar el puerto y el horizonte untando la bahía
bajo el cerro que vio el vigía encaramado sobre su mástil
Sexto Monte dijo, orzando el río desde el mar océano
 
gritos de ásperos carcelarios espejo de marines y tránsfugas
que vienen bajando de un cielo, de fogones y dioses furiosos
conquista de los graneros con sus bestiarios ricos de nombres.
 
La tierra se hizo purpúrea en el seno de sus zanjones
mostró su malla de arterias, mortaja de cumbres y razas
a un haz de fango y aroma por donde expulsan los restos
habitantes de los aljibes, caballos fósiles del cieno.
 
Cuando la pena pulsa su agua sonámbula y profunda
cuenta la historia secreta, la sombra escondida del pueblo
amasado como un pan a punto de elevar su masa
de muerte y celebración también de canto y olvido.
 
Mi pueblo joven y ciego, su vanidad y vigor a cuestas
y una moneda al holocausto, en estopa sin tótem divino
tan solo las caras de Batlle y Gardel, Juanita Fernández
o Artigas el milico, en el friso de la escuela.
 
¡Mi escuela con maestra rusa, encendida en la lid de la infancia
cuando el moño amarillento disputaba a los soles de octubre
sobre los que pintamos golondrinas y hojas nuevas de primavera!
 
Y en sus patios de las tres de la tarde saltábamos a la cuerda
hasta que los nudos de las trenzas acariciaban el cielo
en fragor de túnicas blancas inocentes de acabamiento.
 
Podría hablar de la pena pero termino en viviente alegría
que habita en todas las cosas provenientes de tiempos remotos
que blande desde otros lugares y se hunde en la raíz de la sangre.

 

 

Lucía Delbene Azanza. Poeta, narradora, investigadora y docente uruguaya. En poesía ha publicado Garza en garza (2009) y Taurolabia (2012). Sus libros de narrativa incluyen La homicida de las flores (2001) y El libro de los peces (2013). Es egresada del IPA (Instituto de Profesores Artigas) y Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona.