Ciudades

Rodolfo Häsler
Rosario 15

La Habana

 

(en la casa de Lezama Lima)

A Reina María Rodríguez

 

Qué impresionante silencio en la angosta salita,

en el exacto lugar donde la voz atronadora

reclamaba cada tarde su café, en fina taza china,

colado y servido con amor de madre. Remedio certero

para aplacar el ritmo entrecortado, entre risotada y

risotada,

y recomendar a Góngora, leer cada día a los franceses,

los de la rosa. Adorando a Casal, maldiciendo a Virgilio,

logró ensalzar las sombras ante la oscura ventana,

oh los mayas, Ariosto, la impertérrita herencia española.

La ventana ahora clausurada es un tokonoma del vacío.

 

 

Berna

 

A mi padre

 

Desde arriba contemplo a la bestia dentuda

y recuerdo que en la infancia jugaba con una réplica

en peluche, mucho menos imponente,

presente en la formación de todo niño alpino.

El foso es la salida del laberinto medieval,

un camino sinuoso de piedra arenisca ocre

en la que han sido labradas las agujas más sorprendentes

y las ventanas de las viviendas.

En una de ellas, mi padre, que ahora es mi hijo,

tocaba la viola con método insistente

mientras yo aprendía el dialecto gótico de mis

antepasados.

Los almacenes subterráneos de patatas y manzanas,

los barriles de mosto campesino, las sedes de los gremios

y sus emblemas, la cigüeña azul, el devorador de niños,

la carpa dorada o el ojo de la aguja

acaban en la rueda de la muerte que acucia a los berneses

junto al símbolo del oso, el animal.

Desde la altura de la nieve desciendo a la casa de las

bestias,

y apoyado en el borde, me asomo a ver sus fauces.

 

 

Stettin

 

La inmensa planicie brumosa, helada en su superficie,

tierra y cielo solidificados por meses y meses, no entra el

azadón,

los enormes almácigos dispersos al borde de los canales

indican la cercanía de las granjas, extensa granja de

ladrillo

y madera entrecruzada alrededor de una enorme

explanada

que lleva por nombre Sophienhof, antecedente de mi

sangre.

Bandadas de gansos blancos buscando gusanos

escarban en la paja mezclada con estiércol,

los caballos de tiro patean en las paredes de los establos

reclamando la llegada de sus amos que los encinchan

para llevar la madera al mercado central de Stettin;

las vacas, de ojos líquidos y negros, tan exquisitas,

pretenden lijar las manos con sus moradas lenguas

mientras padre y madre, sentados en taburetes de una

pata,

las ordeñan. Algunos empleados acarrean los recipientes

que los perros, conocedores de la ruta, acercan en un

carrito a la

lechería. Del bosque llegan ruidos inquietantes,

el estrépito de la cornamenta de los ciervos contra los

troncos,

el graznido de los cuervos, mozos talando. Los niños se

adentran

en él con cestos para llenarlos de setas de color cadmio

que acompañarán la carne, pequeñas y pardas maravillas

de la hojarasca para engordar la sopa, setas que

perpetúan

el recuerdo indeleble de la infancia.

 

Barcelona

 

Desde hace tiempo dejó de proveerse

de perfumes en la avenida de Pedro I de Serbia

para, de un modo delicado,

conjurar el olvido.

Se acabaron las raras esencias,

creaciones únicas pensadas para desconcertar,

marcarse el vientre con una vaporosa gota

de agua de olor y que el olfato

a tu cabeza se fijase.

Ya no existe tanta delicadeza y es de otro modo

como ahora ante los demás se ofrece.

Son las manos las que detentan el poder,

son ellas las que lo convierten en Pakistán

bajo el peso de la transformación,

una y otra vez, al responder a su reclamo.

Hoy, día lluvioso y casi negro, se compadecerá de ti.

El paladar arde apostando fuerte esta tarde,

y cosa extraña, no deja de fumar cigarrillos negros.

No se adentra demasiado por la izquierda de las Ramblas

cuando da con la puerta del local.

La calle es estrecha y el personal, malcarado

y de mirada torva, sabe que se llama Pakistán

y en silencio le cede el paso.

El espectáculo “Somos todos unos indocumentados”

acaba de dar comienzo y mientras zapatea,

los hombros casi imperceptibles,

cimbreando la cintura tensa y separando

los brazos del tronco hacia lo alto,

gira las muñecas así y asá, y el olor que despide,

tan acre ahora, mezcla de sexo, escalofrío

y la humedad del deseo, le otorga la categoría

de macho empapado en su sudor.

Tu corazón es una de sus paradas,

cuando las hojas de la antigua camelia

se han caído todas ya. Detente y festejemos,

no sabes cómo te felicitan.

 

Viena

 

(en el Café Museum)

 

A mi hermana Ana

 

I

 

¿Se puede entrar en el espacio de la memoria?

La estancia tiene forma de pentagrama, los muros oscuros

y anchos y unos cuantos libros en las esquinas.

Pudieran servirnos un café turco, en toda su gloria,

para contrarrestar la fría lluvia de primavera.

Si logramos traspasar la doble puerta

nos haremos fuertes frente a lo extraño. Para no escuchar

el reclamo de la caverna escondo un jacinto azul entre la

ropa.

 

II

 

Hallamos en sus muros desconchados

un juego zodiacal que nos protege del hado,

al abrigo de la luz, al amparo de las miradas.

Los animales del cielo nos señalan desde sus asientos

y no podemos escapar a sus bramidos,

la fuerza del espíritu clama por el advenimiento

de lo oculto, el grito de Sardanápalo asesinado.

Los signos se repiten en la dureza de la piedra.

 

III

 

La disciplina gobierna nuestras vidas,

no podemos dejar de andar por las constelaciones

y atajar la suerte en el sueño de los antepasados.

Hasta el punto marcado, hasta el espacio acotado,

todo es reflejo de las aguas superiores, del movimiento

de la batuta sobre una línea negra.

El castillo de Bartók es solo el punto de partida,

luz y dolor para encontrarnos en un jardín cifrado.

 

 

Tel-Aviv

 

No sé qué decir de la arquitectura de esta blanca ciudad,

en el

balcón, sin poner las manos extendidas sobre la mesa y

ver cómo se

amarga el dulce de miel. El estilo de Viena, de Berlín, de

Brno y de

Zürich siguió adelante tras el hundimiento de Europa.

¿Dónde

acaba Europa?

 

Mi fachada es un poema en forma de ocho.

 

Es una maldición que me persigue desde la infancia,

reconozco

inmediatamente en la arquitectura el vientre cómodo de la

ballena

donde ocultarlo todo y arrodillarse ante el tiempo

transcurrido.

 

El poeta no sabe si es necesaria tanta reflexión sobre el

entorno

habitado. Hay terrazas para tomar agua de jamaica

mientras escu-

chas el ruido de la calle.

 

Vamos a sacar de la cama a los amigos del Rehov Soutin

para lle-

varlos

a caminar por la playa. Aunque nadie se bañe, la

gente más

hermosa deja sus pisadas y sus huellas de infinito. La

semilla  no va a germinar, fue un momento de creatividad

que ha quedado olvida-

do, agotado para siempre. ¿Alguien querría paladear tanta

belleza?

 

La luz se parte en infinitas líneas rectas frente a las ventanas pensa-

das para truncar al sol. Las flores del insomnio caen

lentamente de

las manos y las nubes que anuncian lluvia nos despiertan

y ordenan

alejarnos de semejante esplendor.

 

Cuerpo y alma buscan cómo transcribir la impresión de

plenitud.

 

 

Rodolfo Häsler. Poeta y traductor cubano. Sus poemarios incluyen De la belleza del puro pensamiento (1997), Poemas de la rue de Zürich (2000), Paisaje, tiempo azul (2001), Mariposa y caballo (2002), Antología personal (2005), Antología de Tenerife (2007) y Cabeza de ébano (2007). Es traductor de la poesía completa de Novalis y codirector de la revista Poesía 080 de Barcelona, ciudad donde reside.