7/24 o La leyenda del hombre que flota sobre los parques

Enric Nolla Gual
 

 

La idea preliminar de la escritura de la obra aparece por azar una noche cuando después de salir del teatro, donde había presenciado un espectáculo no muy interesante, decidí regresar a pie a mi casa. Se trataba de unos quince minutos más o menos. Había llovido, la calzada estaba húmeda. No se veía mucha gente por la calle. Yo venía pensando en la razón por la cual aquel espectáculo no me había gustado y en lo difícil que resulta muchas veces para un creador, a pesar del esfuerzo, traspasar el umbral de la excelencia. Al cabo de unos minutos de trayecto, se me ocurrió de pronto que mejor sería tomar un taxi, sí, la verdad es que me di cuenta de que hacía algo de frío. Y así fue como al fondo de una larga calle, ancha como una avenida, la calle de Marina, descubrí una luz verde en el techo de un taxi anunciando que estaba libre. Me preparé, al acecho, para detenerlo: nunca se sabe cuándo alguien, por sorpresa, aparece unos metros antes y te lo arrebata. Me concentré en mi nueva misión. Como no venían otros vehículos, o por lo menos no los veía, avancé unos metros dentro de la calzada. El taxi ya estaba cerca. El taxista hizo contacto visual conmigo: ¡Era mío! Yo celebré el triunfo. Como venía deprisa, hizo una maniobra un poco arriesgada. Y entonces, fue cuando me di cuenta que, por detrás del taxi, venía un motorista a toda velocidad.

No podría explicar las razones por las cuales el pobre conductor de la moto, haciendo un giro brusco sobre aquella calle mojada, se desvió para evitar el desastre y salir ileso con resbaladizos gestos calle arriba. Lo cierto es que me imaginé el acto como una película: qué habría pasado conmigo, con un hombre cualquiera que hubiera presenciado un accidente mortal, y que inevitablemente se hubiera convertido en responsable involuntario. Inmediatamente, el sentimiento de culpa trazó la línea argumental de la obra y me condujo por un territorio profundamente humano que no había visitado jamás.

 

 

(Escena I)
Personajes:

 

 

Él

El Motorista

La Taxista

 

 

El accidente

 

 

(Vemos levantar una pared al fondo.

Acaba de haber un accidente. Vemos la moto cuyas ruedas aún se mueven. El cuerpo del Motorista por el suelo. Él, en silencio, lo observa. Pausa. A lo lejos la voz de una mujer que le da indicaciones, mientras llama, con el teléfono del taxi, a los servicios de ambulancia.

Ruido de ciudad.

Poco a poco Él se acerca al Motorista e intenta decirle algo al oído, pero lleva el casco; aún así insiste, todas las veces que hagan falta. No podemos escucharlo. Él pone distancia como si esperara alguna respuesta. Hace que no con la cabeza. Al cabo de un rato aparece la Taxista.)

Él:04_Berlin

Nada. Nada…

Taxista:

Este se nos muere.

¡Qué mierda, qué mierda!

Él:

Pero a lo mejor podría…

Taxista:

(Interrumpiendo.)

¿No ha visto usted las vueltas que ha dado?, el golpe en seco que recibió en la cabeza contra aquella pared.

No sé cómo no se ha partido en dos.

Él:

¿Y entonces?

Taxista:

Esperar.

(Él vuelve a acercarse al hombre e intenta moverlo.)

Él:

¡Hola! ¡Hola!

Taxista:

¡No lo toque, usted está loco!

Él:

No, no puedo esperar.

Taxista:

¡No le quite el casco!

Él:

No me escucha.

Taxista:

Apártese, por favor.

Él:

¡Está respirando, mire!

Taxista:

Apártese, imbécil.

Él:

Esta mierda no se desengancha.

(Intentando quitarle el casco.)

Taxista:

Lo va a acabar de matar.

Él:

Es que no me escucha.

Taxista:

¡Escúcheme usted a mí!

Él:

¡Ha sido mi culpa!

Taxista:

¡Escúcheme, por favor!

Él:

Yo me puse en medio para parar el taxi.

Taxista:

¡Déjelo, hijo de puta!

Él:

Si pudiera oírme.

Taxista:

Que lo deje…

Él:

Escúchame, yo no quería…

Taxista:

Usted está loco.

Él:

Escúchame, ¡coño! Escúchame…

(Pausa.)

Él:

¡Mira, se mueve, se mueve!

Taxista:

No lo toque más.

Él:

¡Se mueve, se mueve, no se morirá!

Taxista:

Apártese, que necesita respirar.

Él:

Ya me aparto, haré lo que me diga.

Taxista:

¡Más lejos!

Él:

Más lejos, más lejos.

Taxista:

Más, todavía…

Él:

Sí, sí, lo que usted me diga.

¿Aquí?

Taxista:

Más, más…

(El Motorista se levanta, sin mayor esfuerzo. Se sacude el pantalón para quitarse el polvo.)

Taxista:

¡Que no lo haga!

(El Motorista mira a un lado, mira al otro, reconoce el lugar. Se vuelve a sacudir. Hace el gesto de quitarse el casco.)

Taxista:

No, no, por favor.

¡Usted, haga algo, no se quede allí mirando!

Él:

No sé. ¿Qué tengo qué hacer?

Pero si está bien, ¿que no lo ve?

Taxista:

(Al Motorista.)

Debes esperar a que llegue la ambulancia.

Él:

Debes esperar un poco.

Taxista:

Es que no te he visto. Te me has metido por la derecha. No te he podido esquivar. Cómo iba a verte, así tanta oscuridad en la noche…

Él:

Ha sido mi culpa, yo hice el gesto con la mano para que parara.

Taxista:

(A Él.)

¿Pero usted es imbécil o qué le pasa?

Él:

(Al Motorista.)

Si usted me disculpara.

(El Motorista hace el gesto de quitarse el casco, esta vez con más determinación.)

Taxista:

(Al Motorista.)

¡No lo haga!

(A Él.)

Estáis locos, todos estáis locos…

(El Motorista se quita el casco.)

Él:

Se lo ha quitado

(El Motorista se palpa la cabeza. Se peina con los dedos. Sonríe primero a Él, después a la Taxista.)

Él:

¿Ahora me oyes?

¿Me escuchas?

(Silencio.)

Motorista:

¿Qué os pasa?

(Pausa.)

¿Por qué me miráis así?

(Pausa.)

Estoy bien, eh.

Me he quedado un poco dormido… aquí.

¿Y qué pasa? ¿Ah? ¿Qué pasa?

Taxista:

Nada, no pasa nada

Motorista:

¿Qué pasa, ah?

Taxista:

Nada

Motorista:

(A Él.)

¿Y a ti, qué te pasa?

Él:

Nada, nada.

Motorista:

Te estás burlando de mí.

Él:

No, de verdad

Motorista:

Ah, ¿no?

(Pausa. Mira detenidamente a la Taxista. Silencio.)

Motorista:

¿Qué hora es?

(La Taxista busca el reloj de forma automática.)

Taxista:

No sé… Las…

(Él se da cuenta de que no lleva reloj, como si lo hubiera perdido.)

Taxista:

No va. No va.

Él:

¡He perdido el reloj!

Motorista:

No tenemos tiempo.

Taxista:

Pronto llegará la ambulancia.

Motorista:

Te has hecho daño, mira.

Taxista:

¡No te me acerques!

Motorista:

Sí, mira.

Taxista:

¿Dónde? ¿Dónde?

Motorista:

¡Aquí, aquí!

Te debes de haber dado un golpe en la nariz.

(La Taxista se toca la nariz y comienza a sangrar. Se mancha de sangre las manos de forma exagerada y las muestra. Él se conmueve y se acerca para ayudarla, pero ella le esquiva y se desmaya. Él se quita la chaqueta y la tapa para protegerla del frío.)

Motorista:

¡Ey, Tu, pssst!

Entro en la habitación y me doy cuenta en seguida de que es la de mi padre, a pesar de que ya se han llevado los muebles. No queda ni uno solo de los libros de su biblioteca, ni un papel en el suelo, nada.

Estoy seguro de que es la habitación de mi padre, porque comienzo a descubrir que, en un lado de la pared, aparecen escritas unas frases en rotulador azul. Él siempre usaba rotulador azul, me digo, y me lo confirma, además, este trazo y este olor dulce… Reconocía el significado de las frases, pero ahora mismo no te las podría reproducir, porque estaban formadas por palabras que no significaban nada importante. Si no las lees con convicción, resultaban banales, y además solo tienen sentido si las lees en la pared de la habitación de mi padre, escritas por él en rotulador azul. Es absurdo que te las intentara descifrar.

Las palabras te conducen de una pared a otra y, a veces, percibes que no hay espacio para ninguna palabra más. Otras veces, todavía quedan trozos de pared limpia, depende de cómo te las mires.

Algunas frases se conectan con las otras gracias a unos puentes de hierro dibujados, otras, con extrañas señales que anticipan la imagen de un tejado, con una teja fuertemente enganchada a la otra o un motor, con sus válvulas, ¿sabes?, que se inflama, ¿no?, cuando se enciende, o algo así. Flechas que te conducen a dos autopistas a la vez o a tres, no sé, no estoy seguro… De pronto parece que veo algo en el techo.

Después de dos casas con las puertas abiertas,

cuatro palabras subrayadas con el mismo rotulador azul y, de pronto, es cuando siento que estoy a punto de comprender todo lo que había estado buscando.

La suma de tres números, que ahora mismo tampoco te los podría decir, porque solo tienen significado, dibujados en el techo de la habitación de mi padre; tres números que dan claramente un resultado que yo había venido a colocar.

Algo que no sabía, hasta ese momento, que había estado buscando toda la vida.

Quiero abrir las ventanas, pero me doy cuenta de que allí no hay ventanas; entonces la luz debe venir de alguna parte. Y me deja de preocupar el no saber de dónde proviene la luz, porque tampoco hay ninguna lámpara en la habitación.

Y ahora, sí, estas sí que tienen sentido.

¿Lo reconoces? Mira como han bajado las palabras por la pared…

(Silencio.)

Intento seguir las palabras una a continuación de la otra, unas a otras hasta el final. Nada es obvio, todo es esencial, único, fundamental y sin solemnidad. Sabes que al final llegarás a la verdad, a poner debajo de la suma la cifra definitiva. Lo sabes, esa es tu convicción, y sabes también que a partir de ese momento se acabaron los misterios… todo resuelto.

Llegas hasta la marca de los árboles frutales, te comes un níspero, o coges con la mano un pájaro y lo miras directamente a los ojos, o coges una cuchara que acabas de leer. Subes hasta la línea de los nombres que dividen y suman a la vez dando el mismo resultado. Ya estás.

Llegas hasta las primeras palabras.

Pasas de largo la palabra: fango.

Pasas de largo la palabra: tetera.

Pasas de largo la palabra: grabado

o puente de hierro

o geometría…

y continúas… Ya llegas, ya llegas porque el placer es inmenso aunque cuesta alcanzar el final,

pero aquí no hay tiempo.

(Pausa.)

Mira, ahora acaba de pasar otro taxi.

Él:

¿Todo esto qué quiere decir?

(Silencio.)

¿Debe querer decir alguna cosa?

(Silencio.)

¿Qué tengo que hacer?

(El Motorista se sacude el polvo de los pantalones con la mano. Piensa algo importante. Silencio. Emite algunas palabras inaudibles y desconocidas, pero con una intención de compromiso o advertencia.)

Él:

¿Qué?

(El Motorista insiste, pero en la medida en que lo intenta cada vez se reduce más el volumen de su voz.)

Él:

Es que no te escucho.

(El Motorista le hace el gesto de que se acerque a él y Él lo hace.)

¿Qué?

(El Motorista insiste y le pide que se acerque más.)

Lo siento… Lo siento tanto.

(El Motorista hace un pequeño movimiento e intenta decirle a Él algo a la oreja. Él hace que no con la cabeza. El Motorista insiste y Él hace que no con la cabeza. Al final, se separan.)

Motorista:

¡Sí!

Él:

Es que no te he podido escuchar.

(El Motorista sonríe. Se vuelve a sacudir los pantalones, y se arregla un poco la camisa. Cae al suelo, fulminado. Él se lleva las manos a la cabeza. Flash de luz.)
 

 

Enric Nolla Gual nació en Venezuela y vive en Cataluña. Se formó en los talleres de José Sanchis Sinisterra en la Sala Beckett. Es profesor de dramaturgia y escritura teatral en el Instituto del Teatro de Barcelona e imparte cursos en l’Obrador de la Sala Beckett. Ha publicado y estrenado, entre otras obras: Hurracan (1999), Tractat de blanques (2002), Còlera (2009), El berenar d’Ulisses (2010) y Visita a las zonas húmedas de la reserva (2013).