La conversación

Diana Raznovich

 
 
 
PERSONAJES
 
 
Galerista Sr Malcom: 45 años. Muy atildado y extravagante.

Eduardo Munster: 50 años. Coleccionista de arte. Empresario. Marido de Caty.

Caty Zuluaga de Munster: 40 años. Elegante y sofisticada.
 
 
 
ESCENOGRAFÍA
 
 
Sala de una famosa Galería privada de Arte contemporáneo.

En el centro de la Sala de Exposición se exhibe una “obra” que consiste en: una mesa larga, rectangular y dos sillas escuetas ubicadas en las respectivas cabeceras.

La mesa y las dos sillas han sido situadas sobre una tarima e iluminadas con focos cenitales que crean expectativa al conjunto.

La “obra” ha sido acordonada con cordeles rojos que impiden el acceso a la misma. Al costado pero visible se ve el nombre del autor: Alejandra Coperwate.

En los laterales, a ras de suelo, en las paredes hay máquinas expendedoras de café, té, agua y gaseosa.

 
 


 
 

ACTO ÚNICO

 
 
MALCOM: (entra a escena seguido por Eduardo y Caty) Y bien. Aquí está. ¡Aquí está la obra! (Señala las sillas y la mesa) Alejandra Coperwate en estado puro. Me imagino que la conocen. Tiene obras en todo el planeta.

EDUARDO: ¡Coperwate! Vi dos instalaciones de ella en la Bienal de Yokohoro y me cautivaron. ¡Oh! ¡Ohh! Deme un momento. Necesito involucrarme. (Recorre el conjunto desde distintas perspectivas) No tiene un único punto de vista. (Se pone en cuclillas, se levanta) ¿Cómo pudo la artista producir un hecho irreverente que cambia con nosotros? (Emocionado) La superficie de la mesa delata lo que la silla izquierda oculta y lo que la derecha exhibe. ¿Lo ves Caty?

CATY: (Se pone en cuclillas, se levanta. Se tapa un ojo) Estoy en ello. Es inquietante.

MALCOM: Sabía que a un exquisito conocedor como usted esta obra serena y majestuosa, lo iba a conmover.

EDUARDO: Decía Leibniz: “Cuando creíamos haber llegado a puerto nos encontramos nuevamente en alta mar…

CATY: (Se acerca y se retira) ¿Y cómo se llama la obra?

EDUARDO: Mi mujer siempre preocupada por los nombres. Es una obsesión de su familia. Necesita nombrar. Etiquetar. (A ella) ¿Qué importa cómo se llama?

MALCOM: (Con una sonrisa) Se llama “La conversación”.

CATY: “La conversación”.

MALCOM: Sí… “La conversación”.

EDUARDO: Es un nombre plástico, polisémico, perfecto.

CATY: ¿Qué conversación?

MALCOM: Seguramente la artista se refiere a una conversación, esta o aquella, lejana o futura, a sostener en esta mesa.

CATY: ¿A sostener o a mantener?

MALCOM: Sostener o mantener… Una conversación que la mesa conserva en su memoria flotante, como si la materia diera lugar a esa preservación de lo secreto. Todo se vuelve inminente.

CATY: Las conversaciones se sostienen.

MALCOM: También se mantienen, Sra. Munster.

CATY: No se necesita una mesa para conversar.

MALCOM: (Enfático) ¡Esa conversación solo puede sostenerse en esta mesa!

CATY: ¿Sostenerse cuándo?

EDUARDO: (Impaciente) El tiempo inasible querida. Hay una lógica en la belleza de estos elementos. Alude a un tiempo íntimo. No preguntés cuándo. Disfrutá de ese tiempo, que siempre es otro, Caty.

CATY: ¿Me podría dar un vaso de agua? La belleza me da sed.

MALCOM: Claro. Nos pasa a todos. (Le sirve un caso de agua que saca de la máquina de la pared).

CATY: (Bebe el agua) ¿Sostenida cuándo?

MALCOM: Señora Münster, se trata de un trabajo muy complejo sobre la comunicación humana. No se le puede pedir a una artista como Coperwate, que precise lo que desea mantener impreciso. Sin embargo se trata de una conversación a mantener en algún momento inmanente, y cito a Alfred Ardn en su Metafísica del diálogo: “cada instante almacena un momento de privilegio, en el que cada segundo constituye una elite temporal. Un alter momento”.

CATY: ¿Café tiene?

EDUARDO: ¡Nunca tomás café! Te va a hacer mal. ¡No le dé! ¡No va a dormir a la noche!

MALCOM: Estoy aquí para complacerlos. (Le trae un pocillo de café de la otra máquina).

CATY: Es la obra que me pide cafeína. No soy yo. (Pausa) ¿Una conversación sostenida cuándo?

EDUARDO: Sostenida “entonces”. ¿Te conformo Caty querida?

MALCOM: Sostenida “entonces”. ¡Sr Münster lo felicito ¡El uso de ese adverbio de tiempo me parece muy adecuado para esta obra. “Entonces”. Se dijo entonces, se hablará entonces, entonces se encontraron, será entonces cuando se decidan a conversar. Conversarán “entonces”.

CATY: “Entonces. (Pausa) ¿Entonces qué? Eso pregunto: ¿Entonces cuándo? ¿Entonces para qué?

EDUARDO: (Controlado) ¡Debes entregarte a la excelencia sin más! Al arte le debemos lo que somos, nos constituye, nos excita mediante objetos calculados para una misión incalculable. Cuando una obra como esta se manifiesta, solo queda necesitarla. Y yo la necesito.

CATY: (A él) Te ponés muy enfático. Respirá Eduardo.

EDUARDO: (Respira hondo) A vos también te pasa. Por algo somos coleccionistas.

CATY: Mantengamos la calma querido, si no nos llenamos la casa de porquerías.

EDUARDO: ¡Nunca compré una porquería! Alguna vez he apostado por obras estrafalarias. Pero el tiempo me ha dado la razón. Hoy me las quitarían de las manos. Y cuando siento que necesito una obra, me refiero a ese pálpito divino, a eso que me dice “esta es la obra adecuada”.

CATY: ¿Necesitás la mesa y las sillas, o La conversación?

EDUARDO: Todo. Para mí son inseparables.

CATY: (A Malcom) ¿Y todo está en venta?

MALCOM: ¡Me encanta que me pregunte señora! Estamos para responder. Esta pieza antológica consagrada por la crítica está en venta hoy. Lo que no quiere decir que lo esté mañana. Por eso los he traído. Porque son buenos clientes de la firma londinense Joos Schmidt, y Schmidt me dijo: el día que “La conversación” salga a la venta, no dudes en llamar a quien corresponda. Y eso hice. Lo llamé, Eduardo. No queremos pesadillas de destino para la obra.

CATY: Entonces lo que se vende es la exclusividad de la conversación sostenida o a sostener.

MALCOM: (Impaciente) ¡Lo que se vende si usted me permite, son dos sillas y una mesa! Si usted me permite ser grosero, seré grosero. Se vende lo que usted tiene delante de las narices, señora. No vendemos otra cosa. Salvo que ustedes quieran comprar otra cosa. A veces en esta profesión sucede que se vende una cosa y se compra otra. Así que dígame qué quiere comprar. ¡Si hay que entrar en el juego, entro!

CATY: Todos entramos en el juego, señor Malcom. Pero no ha respondido a mi pregunta.

MALCOM: Usted querrá saber el precio.

CATY: He preguntado cuándo, no cuánto. Pero dígame cuánto. Dése el gusto.

MALCOM: 140.000 dólares americanos.

CATY: Me lo imaginaba… por la madera. Estas maderas valen muchísimo siempre. Es un problema de demanda. ¿Y el precio incluye todo?

MALCOM: ¡Todo!

CATY: ¿Incluye la conversación?

MALCOM: ¡Obvio!

CATY: Nada es obvio. ¿Incluye la conversación mantenida o a mantener?

MALCOM: Afirmativo.

CATY: La conversación sostenida “entonces” por esas dos personas en esta mesa, sentadas en estas sillas.

MALCOM: Precio por el total señora Caty Münster. Usted se lleva lo que se lleva. Se lleva la madera y se lleva lo que contiene.

EDUARDO: Entiendo que el valor no lo determina la madera.

MALCOM: Acertado. La madera es malísima. Eso está garantizado. Una mesa endeble.

CATY: ¡Qué pena! Yo creía que…

EDUARDO: Estoy harto de la buena madera, Caty. Harto de la excelencia de los árboles antiguos. Harto del roble ruso y del ébano de Ceylán. En los últimos años la madera se ha revalorizado un 2% por encima del resto de las otras materias primas. Eso hizo que mi padre se obsesionara con las buenas maderas. Encargó una cama de sándalo amarillo que instaló en la habitación de huéspedes de nuestra finca en Canadá. Y como nosotros dormíamos allí, se nos inundaron las fosas nasales de ese olor penetrante. Odio la buena madera.

CATY: Depende.

EDUARDO: ¿De qué depende Caty? Tuviste una alergia que te duró dos meses. El sándalo amarillo te hinchó los pómulos. Y los labios se te inflaron. Respirabas con pitidos.

CATY: Cuando Antonio Stradivarius fabricó el mejor violín de la historia, escogió el arce y el abeto. Y de esas maderas está hecho mi violín … La madera es la gran protagonista de mis veladas musicales…

EDUARDO: No estamos hablando de tu Stradivarius. Estamos hablando de la madera de esta obra de Coperwate…

CATY: ¡Y de mis labios abotargados!¡Y de mis pitidos! ¡Me humillás en público!

MALCOM: No hay que preocuparse estimados amigos. Es la peor madera del mundo.

¡Ni siquiera es seguro que sea madera! La artista le hace un gesto sarcástico a quien se lleve la obra. Y ese gesto es básico en el negocio del arte.

EDUARDO: La mala madera es un dardo en el corazón del posible comprador. Me siento aludido por su mordacidad. (A Caty) ¿Y vos?

CATY: (Ríe) Claro, ¿Me da más café?

EDUARDO: Otro para mí. Que sean dos.

CATY: Hay que animarse a comprar mala madera…

MALCOM: (Les sirve café. Ríe cómplice) … ¡Y pagar por buena!

EDUARDO: Es que nunca sabemos bien por qué pagamos. Cuando pagamos es porque tenemos un miedo tremendo a carecer. Yo padezco de ese miedo crónico. Me carcome la dura sensación de que nunca voy a tenerlo todo. Y el pánico a que me falte todo. (A Malcom) ¡Ahora soy yo el que necesita agua!

MALCOM: Claro. (Le da un vaso de agua).

EDUARDO:( Bebe precipitadamente) Ciertos miedos se diluyen en agua. Otros no. ¿Me da más?

MALCOM: Encantado. (Le da otro vaso de agua).

EDUARDO:( Bebe precipitadamente) Y cuando un miedo no se diluye, se atraganta. Y mi única salvación es coleccionar. Cuando colecciono acaparo. Acaparar minimiza mi pánico. Capitalizar. Atesorar. (A Malcom) Disculpe mis sórdidas confesiones…

MALCOM: Estoy acostumbrado.

EDUARDO: A copiar. Acumular. ¡Qué verbos sosegantes!…

CATY: Si no querés que hable de mi Stradivarius, vos no hablés más de tus pánicos.

EDUARDO: De acuerdo querida, dejemos de lado todo lo que no sea “La conversación” (Señala la mesa y las sillas) Centrémonos en esta preciosidad.

CATY: (Levanta el cordel que rodea la mesa y las sillas. Y toca la mesa) Parece sólida sin embargo.

MALCOM: (Furioso. Le retira la mano) ¡No la toque! ¡No toque la mesa señora! Ni las sillas ni la mesa pueden ser tocadas. ¡Tenemos vigilancia! Aléjese. (Caty obedece).

CATY: ¡No se ponga así!

MALCOM: (Intransigente) Más lejos. (Caty obedece) ¡Más lejos todavía!

CATY: ¡No se exalte!

MALCOM: ¡No puedo bajar la guardia ni un minuto!

EDUARDO: Pero Caty ¡La belleza no se toca! (a Malcom) Ella es imprevisible.

MALCOM: La obra no está expuesta para que la manoseen. Tenemos cámaras de vigilancia.

CATY: Yo lo que quiero tocar es la conversación.

EDUARDO: (A ella) No respetás la privacidad…

CATY: ¿A qué privacidad?

EDUARDO: Querida esto es intocable. No se puede oscurecer la pureza de una propuesta. Ni vulnerar la función de la obra.

CATY: ¿Qué función?

MALCOM: La obra alude a la función de sentarse, de apoyar los codos, a la función de emitir palabras, alude al intercambio de opiniones… al mundo de cada uno de los hablantes… Se alude a una ausencia, si me permiten. Los que aquí se disponen a conversar están o no están… En fin… No cabe sobarla.

EDUARDO: ¿Y sentarnos en las sillas, podemos? Sentarnos sin tocar nada. Con los brazos en alto.

MALCOM: No señor. (Nervioso) ¡Finalmente han logrado sacarme de quicio! ¡Y eso es lo que buscan!

EDUARDO: Yo entiendo a mi mujer… Comprenderá que esto para nosotros es una inversión y queremos… no se me ocurren otras palabras… probar un poco cómo nos resuena … familiarizarnos…

CATY: Degustar, digamos…

MALCOM: ¡Esto no es una bombonería!

EDUARDO: ¿Podría considerarlo?

CATY: Nos sentamos un rato… eso es todo…

MALCOM: Usted me pide que haga excepciones que no hago.

EDUARDO: Sería un instante. Una excepción fugaz.

CATY: Nadie se enteraría…

MALCOM: ¡No puedo! Pero cuando sea plenamente de ustedes, es decir, después de abonar el importe, se podrán sentar cómodamente en las sillas…y…mantener una conversación. (Trata de serenarse).

EDUARDO: ¡Es lo que quise toda mi vida! MALCOM: ¡Por eso lo llamé! Conozco a mis clientes.

EDUARDO: ¡Qué fuerte! ¡Todo llega! (Pausa) Aun así nos gustaría probar el mecanismo antes de firmar el cheque.

MALCOM: No es posible Eduardo. Son las normas estrictas de esta Galería. Usted en el Museo del Prado, ¿le metería mano a “Las Meninas”?

EDUARDO: Tiene razón… pero Alejandra Coperwate no es Velázquez.

MALCOM: (Incómodo) Soy una persona flexible… y capaz de ponerme en el lugar de los otros… y empatizo digamos, con esa necesidad que tienen de quedarse a solas con la obra… Soy sensible a vuestro requerimiento… pero…

EDUARDO: ¿Pero?…

MALCOM: Me quedaré a un costado… sin interferir…

EDUARDO: Imposible.

CATY: Tiene que irse.

EDUARDO: A solas es a solas.

MALCOM: A solas…

CATY: Seremos breves.

EDUARDO: Nos deja, y en pocos minutos regresa. (Le pone una propina en el bolsillo, que él acepta).

MALCOM: Me ponen en un brete… pero en fin…Voy a consentir.

CATY: Gracias. Usted mismo estará feliz de esta gentileza. Es parte del negocio.

EDUARDO: Decidido. Váyase.

MALCON: … Confío en ustedes…

(Malcom se va)

Pausa.

(Caty desengancha el cordel que rodea la obra y se sube a la tarima. Con parsimonia Eduardo también se sube).

CATY: ¡Mmmmm!

EDUARDO: ¡Wow!

CATY: ¡Qué fuerte!

EDUARDO: Esta proximidad…

CATY: Emana un efluvio…

EDUARDO: Es como un templo. Se percibe el número áureo.

CATY: La famosa dimensión dorada…

EDUARDO: ¡Pufff!

CATY: Estoy… no sé… transportada.

(No se animan a tocar las sillas ni la mesa).

EDUARDO: Pensá que esto va a ser mío.

CATY: Nuestro.

EDUARDO: Claro… nuestro.

CATY: Ahora viene lo importante (Se sienta en una silla).

EDUARDO: (Se sienta en la otra silla) Ahora sí. (Uno frente al otro. Se miran en silencio).

CATY: Comencemos…

EDUARDO: Propongamos un tema.

CATY: ¿Sobre qué te gustaría conversar?

EDUARDO: A ver…

CATY: A mí me encantaría… dejame pensar…

EDUARDO: Algo… no sé…

CATY: Diferente…

EDUARDO: O cotidiano…

CATY: Podríamos…

EDUARDO: Me estoy concentrando…

CATY: No tengo idea.

EDUARDO: ¿El tiempo?

CATY: ¿Creés que mañana lloverá?

EDUARDO: Hay que mirar el pronóstico en la televisión esta noche.

CATY: Si llueve no podemos ir al country.

Silencio prolongado.

EDUARDO: No sé qué decirte. CATY: ¡Cualquier cosa!

EDUARDO: ¿Por ejemplo?

CATY: ¡Se te tiene que ocurrir a vos!

Silencio.

CATY: ¡Es un momento artístico!

EDUARDO: ¿Nos estarán grabando? (Se peina).

CATY: Por las dudas decime algo inteligente.

EDUARDO: Te toca a vos. Sos más inteligente.

CATY: No sé…

EDUARDO: Decí lo primero que se te ocurra.

CATY: No se me ocurre.

EDUARDO: Vos sos muy ocurrente.

CATY. (Se pinta los labios) ¿Mejor?

EDUARDO: Soltá algo brillante.

CATY: (Toma impulso. Lo mira desesperada. Se pone de pie. Explota y le grita) ¡¡Me muero de angustia Eduardo!!

EDUARDO: (Reacciona furioso) ¿Qué? ¡Eso no es inteligente! Eso es muy torpe Caty. (Pega un puñetazo en la mesa y la rompe) ¡Nunca tenías que haber dicho eso! (Levanta su silla y la golpea contra el suelo hasta destrozarla) ¡Nunca tenías que haber pronunciado esa palabra fuera de lugar! ¡Inadecuada! (Le saca la silla a Caty y también la rompe) ¡Inútil como todo lo que hacés! (Sigue rompiendo patas y respaldos. Finalmente se interrumpe. Mucha tensión entre ellos. Caty tiembla. Respira hondo.Mira la mesa y las sillas destrozadas. Intenta juntar una parte con la otra inútilmente. Hay una pausa intensa y prolongada. Eduardo ayuda a Caty a bajar de la tarima. Siguen en silencio. Colocan el cordel cuidadosamente como estaba, alrededor de la mesa y las sillas rotas. Acomodan el cartel con el nombre de la artista).

Regresa Malcom. No se inmuta.

MALCOM: ¿Qué tal? ¿Todo como esperaban?

Eduardo y Caty se reponen. Sonríen.

EDUARDO: Ya está, gracias.

CATY: Listo.

EDUARDO: Una oportunidad estar ahí… cerca.

CATY: Nada que ver con verla de lejos.

EDUARDO: Totalmente.

MALCOM: ¿Entonces compran la obra?

EDUARDO: Obvio.

CATY: Evidentemente.

EDUARDO: ¿El traslado corre a cuenta de ustedes?

MALCOM: No se preocupe. Es una obra liviana.

EDUARDO: ¿Fecha de entrega?

MALCOM: El viernes a más tardar. Yo les mando un mensaje.

CATY: Así el sábado invitamos a unos amigos para que la vean…

EDUARDO: (Saca la chequera) ¿Extiendo un talón a nombre de la Galería?

MALCOM: Perfecto. (Le da el cheque firmado).

EDUARDO: Malcom (Les estrecha entusiastamente la mano a ambos) ¡Estaba claro que era para ustedes! ¡Felicitaciones! ¡“La conversación” ya tiene dueños!

Las luces bajan lentamente hasta apagón final.
 
 
 

Diana Raznovich es una dramaturga, novelista y caricaturista argentina. Sus obras teatrales incluyen De atrás para adelante (1993), De la cintura para abajo (1999) y El cuerpo efímero: una muerte de lujo (2007). Ha publicado las novelas Para que se cumplan todos tus deseos (1989) y Mater erótica (1991). Entre sus colecciones de caricaturas se encuentran Sopa de Lunares (2008), Mujeres Pluscuamperfectas (2010) y Divinas y Chamuscadas (2011). Reside en Madrid.