Tul de verano, transparencia jade del poema

Adrián Ferrero
 
 
 

Sencillamente Japón

 

No siempre

la suma de las partes

da el todo.

Porque la vida

no es armonía.

En ocasiones la flor del loto

es fecundada,

por el pico de una grulla.

O el nenúfar

del estanque de Kyoto

flota contra la corriente,

con sus aletas de raíz.

Las cosas no son tan simples

ni en la vida,

ni en la muerte,

ni en la naturaleza,

ni en el universo.

Puede abatirse sobre nosotros

el caos tremendo de la tragedia,

o la bonanza del rayo de luna,

discretamente iridiscente,

él sí, cubierto por el manto

majestuoso de las estrellas,

el lucero del alba,

de su reflejo en el Lago Escondido.

Todo sucede en cámara lenta.

La luna, luego,

emite su fulgor modesto

que no encandila.

La sal,

en medio del salitral,

es la escenografía perfecta

para un amor

lleno de lágrimas.

Sencillamente

porque la sal

hace arder los ojos.

Un amor triste.

¿Por qué?

Porque Akhiro,

el Jardinero-de-Tokio

“es la luz que brilla en el extranjero”.

Otra forma de habitar

la distancia.

 
 

La perla

 

Los poemas orientales

(elijo como sede de este

al Japón)

tienen un ritmo,

una cadencia incomparable,

un movimiento pausado,

suelen ser transmisores

de seguridad sensible.

Responden a un mágico filtro,

que alimenta su sustancia etérea.

Por dar tan solo un ejemplo,

el reverberar

de la Cascada de los Ánsares

en Kyoto

a la vera de la cual

las almas más atribuladas

encuentran por fin sosiego,

el bienestar indispensable

para que la vida prosiga,

sin altibajos.

Los ciegos y los pobres

por fin descansan

de sus permanentes

expediciones mendicantes.

Cada bocanada

me permite contar la brisa

en yenes.

Luego aspirarla

hasta el final

que duran los pulmones.

¿Guardar en silencio

en mi boca

como en un cajita impermeable

de piel de camello

al hijo de las mareas, el viento,

el agua torrencial de la tempestad?

Es el agua

que bate el grifo,

en la cual

se sumergen los buzos

se desplaza la anguila,

caen rendidas las anchoas,

flotan las barcazas,

en tanto las redes

de los pescadores

vuelan alto por los aires,

acción ejecutada

con maestría por parte

de estos viejos

hombres de mar.

La cosecha

ha sido generosa

para estos expertos

en las señales del cielo,

en otear el horizonte

en busca de certezas.

Peces plateados brillan

en la oscuridad del Mar Negro,

con una claridad infinita,

encandilándome

como si fuera una linterna

que emite sus rayos

en el cielo nocturno

de Sumatra.

Estas barcas bogan,

sin pretensión alguna

más que la del trabajo

que permite ganarse la vida

con honradez.

Luego, de regreso,

los hombres de mar,

cierran con un pestillo

los ojos de buey

de la nave.

“Eso no es justo”, vocifera

El-rey-de-las profundidades

¿Neptuno acaso?

La brisa de la ciudad de Kyoto,

junto a un pequeño estanque

con nenúfares

blancos, verdes, amarillos,

flores muy blancas,

bordadas con hilos

de seda color marfil

de la India,

cubiertas por huevas

de tortuga de agua.

Ahora recorro

sus calles y veredas

ahuyentando a las hojas

que han caído

formando una mullida alfombra.

Se han derrumbado

como cuando un tsunami

desborda los diques.

¿Acaso habitamos el otoño?

Mientras en el poniente

existan agapantos

esas flores color lila

(ustedes los tendrán presentes

si conocen un jardín)

todo permanecerá intacto,

inamovible.

Me lo dijo un sabio,

que no sabe mentir.

No tengo por qué

ser desconfiado

tan luego

en la hora cero

en que este hombre santo,

pronuncia el conjuro

que me guiará

fuera de esta Ciudad Prohibida.

Daga

 

Primero que nada

está mi hija,

brillando en las cumbres

como una estrella federal

en un jardín de invierno.

¿Vieron ese color rojo arrebatado

que hace sonrojar

a los monjes benedictinos?

Sí, ese mismo color, así.

La estrella federal

embriaga por el aroma

de su néctar.

De pronto:

primero una abeja,

luego una avispa

de cintura delgadísima

se internan en mi jardín.

Entre mis prioridades

a continuación

prosiguen mis parientes,

en particular mi madre

y mi hermano Diego.

Entonces recién sí:

el ancho mar de las palabras

humectadas con flujo,

se internan

en la selva más copiosa,

el paisaje más agreste

de la vida,

como una daga que se hunde

en la carne, la rasga.

Tal vez eso sea concebir

la sangre de otro ser.

 

Volutas

 

Quisiera escribir un poema

con palabras transparentes.

“¿Transparentes cómo?”,

me pregunta mi hermano Diego.

¿Como una anémona,

como una aguaviva,

como una medusa,

como un vitraux?

¿Como el agua,

como el cristal que hiere

con su perfección

nuestro flanco

al ser horadado por el sol?

¿Como el aceite de cocina,

como la luz artificial

de los tubos fluorescentes?

¿Como la luz natural, fresca

por las mañanas de primavera?

¿Transparente como el ámbar,

transparente como una cortina

para la ducha

porque emite un vapor

a través del cual,

uno descubre el tesoro

de los indios ranqueles?

¿Transparente como el caramelo

que se usa en la repostería?

¿Transparente como la resina,

que guarda congelados

los secretos

de insectos antiquísimos?

¿Transparente

como un par de anteojos

de aumento?

¿transparente como el almíbar?

¿transparente como el papel celofán

para cubrir las flores

recolectadas en Babilonia.

¿transparente como el film para cubrir

las sobras de un opíparo festín?

¿Transparente como qué?,

me querés decís, Diego.

“Así, como todas esas cosas,

juntas”, agrega.

Y como tus ojos

que me miran

con la espléndida paz

de las vertientes.

Sus pupilas reflejan

el mediodía

con el sol en su cénit.

Cuando estoy

delante de ellos, hermano,

siento que ninguna opacidad

podrá jamás

resolverlos en voluta.

Géiser al fin,

la transparencia estalla

produciendo miríadas de gotas

iguales al rocío de la mañana

que encuentran su mullido hogar

entre las hojas de un nogal.

Gran finale.

 

 

 

Adrián Ferrero es un autor argentino. Ha publicado Verse (relatos, 2000), Cantares (poesía, 2005), Obra crítica de Gustavo Vulcano (investigación, 2005), la edición Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015) y Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas (2017). Colabora con revistas culturales de EE.UU.e Hispanoamérica. Reside en La Plata.