Nancy Noguera
Foto: Natalia Chávez
Giovanna Rivero, la escritora boliviana nacida en Montero, Santa Cruz y residenciada en los Estados Unidos, es una de las voces más contundentes, sorpresivas y poéticas de la emergente narrativa latinoamericana contemporánea. Autora de varios libros de cuentos, entre ellos su más reciente Tierra fresca de su tumba (2020), una colección de seis relatos, traducido al inglés, al portugués y al italiano. Es además novelista, autora de relatos para jóvenes, cofundadora de la editorial Mantis, y escritora de ensayos de crítica literaria. En el año 2004 participó del Iowa Writing Program y en 2007 recibió la beca Fulbright. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo. En 2011 Fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de “Los 25 Secretos Literarios Mejor Guardados de América Latina”, en 2015 le otorgaron el Premio Internacional de Cuento “Cosecha Eñe” y en 2022 fue reconocida con el Premio Bancosol al Mejor Libro Editado en Bolivia. Es además coordinadora de talleres de escritura creativa en línea. Así la conocí en el 2020, durante la pandemia, cuando los editores de Enclave, Nora Glickman y Alejandro Varderi, y la directora del Instituto de Escritores Latinoamericanos de Hostos, CUNY, Inmaculada Lara Bonilla, organizaron un taller de verano virtual. Un taller que Giovanna convirtió en una de las experiencias más gratas de aprendizaje y creatividad para quienes participamos en él. La siguiente es una conversación virtual que se llevó a cabo esta primavera, pocas semanas antes de conocernos personalmente en Nueva York.
Nancy Noguera. El cuento parece vivir un gran momento en la literatura escrita en castellano. En América Latina especialmente, hay una generación de escritoras jóvenes y tú eres una de las grandes exponentes. ¿A qué crees que se debe la revitalización de este formato?
Giovanna Rivero. Pienso que el cuento en América Latina desde sus inicios ha tenido esa otra forma de manifestarse que es el relato oral. Por lo tanto, no me sorprende que tenga una distinta intensidad en otros formatos con los que convivimos, como son las series de televisión. ¿Cómo me siento de ser parte de esta nueva generación de narradoras? Feliz, pues pienso que en otra cosa también podría haberme apasionado. No me habría muerto en el estio de la imaginación, hubiese sido una buena veterinaria, una diseñadora de joyas, una astronauta, sin embargo, la ficción y yo nos escogimos como compañeras de vida y el hecho de que mi narrativa tenga lectoras, interlocutores, es algo muy hermoso, el saber que estoy acompañada en este camino. De niña me volvían loca los cuentos, que me contaran cuentos. Estuve enferma, en cama durante un año durante el cual pude leer, me dejaban leer y me contaban historias. Muchos escritores han encontrado en ese espacio de la enfermedad el pretexto para sustraerse de la realidad. Mi madre siempre me ponía de ejemplo de vidas admirables a escritoras, así ese modelo fue creciendo dentro de mí.
NN. Me parece que tú y varias de las escritoras latinoamericanas como Samanta Schweblin, Mónica Ojeda, Mariana Enríquez, Claudia Ulloa, Daniela Tarazona, por mencionar solo algunas, se han distanciado estéticamente de la literatura optimista y están creando una nueva sensibilidad, una “narrativa de lo inusual” de lo extraño, para decirle cosas al lector que han permanecido ocultas o silenciadas, como la violencia contra la mujer. ¿Como funciona eso en tu caso? ¿Cuáles son tus preocupaciones al momento de escribir?
GR. Creo que nunca partí hacia la escritura con un plan ideológico, queriendo hacer denuncias o justicia con mis personajes. No. Lo que me ha interesado es cómo, de qué manera se cuentan las cosas. Cómo el mismo tema adquiere una belleza y una profundidad contado de este modo o adquiere otro tono mas relajado, mas humorístico, contado de aquella otra manera. Eso me maravilla. Que el arte de la escritura sea el arte de cómo amasamos las palabras, el lenguaje. Por supuesto, hay temas que me apasionan más que otros. Temas que fueron sembrados desde mi infancia, ya sea por los intereses de los adultos, por el tipo de lecturas que se hacían en mi hogar. Mis padres me compraban libros para niñas, cuentos de hadas, que dejaron su impronta en mí. A menudo yo tenía necesidad de seguir imaginando y buscaba otras lecturas. Mi abuelo leía historias de pistoleros y la revista Playboy, mis tíos leían historietas de la editorial Columba, mi abuela por su parte leía libros de esoterismo, de temas religiosos y fotonovelas. A mi madre le gustaba leer existencialismo francés. Toda esa mixtura tuvo que generar una especie de Frankenstein pre gótico o post gótico, no se cómo llamarlo, que fue definiendo lo que yo quería del mundo: acercarme a esos monstruos entrañables. Y claro, lo monstruoso en el mundo del realismo tiene que ver con el crimen, con el abuso, la explotación y esos temas hay que abordarlos desde la estética con decisiones narrativas. Cómo voy a contar ese mismo horror que he leído tantas veces en las novelas, ese abuso, esa violación; cómo la cuento yo para que sea mi historia y no el eco de todo eso consumido.
Es probable que comparta con las autoras que mencionás una sensibilidad de época. Los feminismos han ido activando nuevas formas de renombrar el mundo con otro lenguaje, han ido reformulando categorías políticas. Esa sensibilidad de la época nos empuja a tener similares intereses en los temas. Siempre me preguntan sobre el gótico andino y siempre intento apuntar que es fantástico que revisemos qué es el gótico. Que no sea un sonido hueco, que no volvamos a injusticias como meter a diez autoras en una misma bolsa, para ahorrarnos el trabajo de comprender la singularidad de cada una de ellas, sus intereses particulares, sus mundos específicos. Con los hombres no se hace eso. Se les estudia como especímenes únicos. Entonces no debemos acceder ni aceptar que todas somos góticas y que nos estudien como a la fauna.
NN. ¿Qué te motiva a escribir? ¿Y para quien escribes? ¿Quién te imaginas será tu lector?
GR. La verdad es que a mi me cuesta escribir. Por eso aprecio y admiro tanto a mis talleristas que escriben cinco páginas por semana (ríe). Me cuesta porque yo escribo un párrafo y siento que estoy descalza pisando piedras que queman, que cada palabra para mí es una piedra que quema, cada coma es una cuestión de decisión, de definición absoluta. No sé si en ese sentido soy muy “vintage” y no sé si otras personas escriben así; tal vez ya no se escribe así. Pero escribo como si me creyera una poeta romántica. Mi relación con la escritura es una relación de vida o muerte y por eso escribo lento. Porque cuando termino el texto me falta oxígeno, lo miro, me retiro, vuelvo. La ironía es que me cuesta escribir cuentos breves, entonces por supuesto que se me hace doblemente cuesta arriba escribir, porque aspiro a mundos telescópicos, a los que se van sumando lentes y, por otra parte, cada párrafo es Sísifo subiendo la montaña. ¿Entonces, por qué escribo? Quizás, porque tengo esta sensación de que la escritura no complementa la vida, pues la vida en toda su complejidad ya está completa. Pero la escritura es una buena compañera de la vida. Los griegos tenían el coro, que aportaban la risa y el llanto para que el público no se sintiera solo en su emoción y le dijeran “es hora de reír”. La escritura es como ese coro, da un guión para entender ese caos que es la vida.
¿Para quién escribo? Esa pregunta me ha preocupado siempre porque es una pregunta filosófica tramposa, porque ese quién implica una identidad y por lo tanto, una especie de rostro antropomórfico. Mas bien prefiero pensar en ¿qué busco que sienta quien me lee? ¿Cuál es el efecto que busco? Esa para mí es una interrogante que me funciona como un faro al escribir, como una lamparita. Y por lo tanto yo soy la primera lectora, porque quienes escribimos tenemos la capacidad de ese desdoblamiento, de ponernos detrás de la página también.
NN. Hiciste un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Florida y resides en los Estados Unidos desde hace ya un tiempo. ¿Como te han influenciado la literatura y la cultura norteamericana? ¿Qué autores te han enriquecido?
GR. En el año 2007 vine a hacer mi maestría en Florida. Al terminarla, me devolví a vivir en Bolivia por un año y luego regresé, y he estado viviendo acá en Estados Unidos desde enero del 2010. Pienso que ojalá yo pudiera decir que me ha influenciado el minimalismo de Carver. Ojalá pudiera decir que me ha influenciado ese faro de la economía del lenguaje, de la capacidad de concisión casi televisiva de sus escenas. Muchos han podido seguirlo, aun sin vivir en los Estados Unidos, porque es un estilo exportable, esa textura textual es muy reconocible, por lo tanto, aunque lo admiro muchísimo y me fascina cuando lo leo, ver la prestidigitación que hace en esa economía del lenguaje, sin embargo, su estilo no es lo mío. A veces admirar y amar hace que la influencia llegue más por los costados. El gótico sureño norteamericano me gusta mucho, pero estoy lejos culturalmente de ese mundo rural, no puedo imitar ese mundo de las plantaciones y la esclavitud africana que todavía perviven como verdaderos fantasmas en toda esa escritura. Pero ahí encuentro una sensibilidad con la que me conecto más fácilmente. El realismo de Carver lo apuesta todo a un desencanto material y en cambio el gótico sureño hace que la realidad se desdoble, que te muestre que hay un pliegue, que algo raro, que algo “uncanny” puede suceder. Creo que por allí hay una influencia. Pero, sobre todo en los últimos años, leyendo a autores de habla inglesa como al americano William Kotzwinkle, autor de El nadador en el mar secreto. Hay algo que me interesa de esa patria del inglés. Me gusta muchísimo Claire Keegan, la poesía Beatnik, la poesía inglesa, porque hay algo allí que no puedo atrapar. Leo y releo y siento que hay algo que, aunque no lo pueda atrapar, lo puedo respirar. Es una sensación de quedarme hechizada, encantada, de una manera que no me pasa con narrativas en mi idioma por muy sobrenaturales que sean. Esas lecturas en inglés me producen una suspensión, una burbuja, ciertos elementos cognitivos que no puedo descifrar y que me hacen andar en puntillas para ver si atrapo ese fantasma. Mientras escribo voy leyendo a estos autores, esta poesía que me hace querer estar en ese reino y querer entender la clave de ese hechizo. Con el cine me ocurre igual. Quiero que me encante, me hechice, como si fuera una niña.
NN. ¿Lees varios libros a la vez o lees uno por uno?
GR. Leo varios pues si solo leo uno me da esta especie de hiperactividad que, aunque lo esté disfrutando, quiero leer también otras cosas. Quizás no sea el método más saludable, pero es como yo lo hago (risas).
NN. Sé que eres una fanática del cine. Háblanos un poco de tus gustos cinematográficos y de cómo funciona eso en tus escritos.
GR. Admiro el trabajo de Lucrecia Martel la directora argentina, me gusta mucho como ralentiza la filmación, ese detenerse en los cuadros, es muy auditiva. También me gusta ver series de televisión, ya que aprendo muchísimo de ellas, me parece una forma de poner en la pantalla el formato de la novela, no solo del cuento, porque cada episodio tiene un cierre y sin embargo se va articulando una constelación mayor de historias y eso me es muy útil. Aunque no tengo ni idea del “start system”, siempre hago en voz alta la pregunta retórica, ¿pero quienes habrán hecho el guión de esta maravilla? Y mi esposo me responde con nombres y apellidos. Pero a mí lo que me asombra es que participen tantos talentos, que puedan trabajar en conjunto, porque a diferencia de la escritura, el cine es producto de imaginaciones colectivas y eso también me parece muy hermoso e interesante.
NN. ¿Cómo ha influenciado tu experiencia como emigrante los temas que trabajas? ¿Se ve diferente la cultura de origen a la distancia?
GR. No lo sé, siempre en mi escritura hubo referencias a lo boliviano y lo digo así en neutro porque es tan complejo lo boliviano que es también una categoría, un concepto y una taxonomía interesante. Siempre hubo referencias. No me interesaba crear un trasfondo sociológico. Venía de lecturas en el currículo escolar boliviano de novelas tan cargadas de historia, de encargo nacional, de acompañar el proyecto de nación, que me sentía muy lejos de eso deseo. Sabía que mis personajes se nutrían de las culturas bolivianas, de sus horrores, de sus bellezas. Siempre hubo vínculos cuya precisión histórica yo trastocaba, que yo recreaba a mi manera. Y sigo haciéndolo, eso no ha cambiado. Esa manera de recuperar lo boliviano y amasar otra cosa siempre ha estado en mi escritura, no cambió. Claro, lo que cambia es la historia misma y sus distintos testigos narran desde donde están. Los escritores bolivianos que no han emigrado también narran las bolivianidades desde donde están y con la imaginación que hace lo suyo. Para mí mirar a mi país no es algo que se activa con la lejanía, sino que es un interés que siempre ha estado allí.
NN. ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Te obsesionan ciertos temas, como enfrentas la creación de un cuento, o una novela?
GR. Mi trabajo es de martilleo. A medida que voy escribiendo el cuento se prefigura a distancia más corta el cierre. El desenlace va emergiendo de la neblina. Entonces, entre más escribo, el cierre me anima a ser más disciplinada con esa escritura. Puedo estar con el cuento un mes, martillándolo todos los días hasta concluirlo. Siempre he sufrido igual, pues además lo someto a la lectura de otros. Mi marido es mi primer lector y siempre peleamos, aunque después le doy toda la razón, le hago caso, pero primero lo torturo. Debe ser muy difícil para él (ríe). Ese es el proceso de un cuento, que es un mes de trabajo intenso. Con una novela, como la que estoy trabajando ahora, el proceso es como tener muchos radares abiertos. Todo puede llegar desde cualquier lugar. Tengo carpetas en la computadora donde voy archivando información, que puede servirme potencialmente o no y luego viene el trabajar también simultáneamente con diferentes cosas. A veces tengo abiertos cuatro documentos en Word y estoy alimentando cada documento simultáneamente, avanzando un párrafo acá, otro allá, porque me da una hiperactividad que me gustaría tener ocho manos como un pulpo, porque tengo bajo el radar a cuatro personajes o cuatro conflictos. Luego viene el trabajo posterior, de ver cómo integrar todo, lo cual es un trabajo más placentero.
La intensidad imprime su dominio en el cuento, planta su bandera. En la novela, donde las cosas son más relajadas, hay mundos simultáneos y la intensidad está en otro lugar, entonces me toca recurrir a la disciplina del horario. Pero me cuesta mucho trabajar por horario, decir voy a escribir todas las mañanas de ocho a doce. Además, soy muy nocturna. Así que escribo cuando puedo, donde puedo, en cualquier momento y esa es mi disciplina.
NN. En tus talleres he tenido la oportunidad de aprender muchas cosas interesantes, de hacer lecturas y conocer autores y perspectivas nuevas gracias a ti y a tu enorme generosidad y capacidad para comunicar y enseñar. Sin embargo, en algún momento comentaste que la academia no te parecía el mejor lugar para desarrollar tus habilidades pedagógicas.
GR. Yo comencé a hacer mis estudios de doctorado ya siendo una adulta, no a los veinticinco años cuando eres más maleable. Venía de otras formas, otras perspectivas, otra percepción y lecturas. Eso me hacia un sujeto más difícil de modelar por las reglas de la academia norteamericana. Creo también que para la época en que me gradué, la academia y todas las humanidades ya estaban en crisis. Era un mercado muy empequeñecido, precario en todas las dimensiones. No lo consideré un lugar estimulante. Para dar una clase que te guste, que te apasione, tienes que dar dos o tres clases que no te interesan. Tener que hipotecar los años productivos que me quedan no me parecía la mejor de mis apuestas vitales. A eso se suma la experiencia con ciertos colegas en lugares donde trabajé, los cuales miraban con sospecha a los escritores de literatura creativa. Como si escribir ficción te hiciera menos rigurosa, como si tuvieras menos capacidad para interpretar la crítica o para escribir ensayos y solo pudieras escribir “cuentitos”. Eso me pareció una deshonestidad, pues quienes se ganan la vida enseñando y escribiendo sobre los escritores, los desprecian cuando estos están en la academia. Y no quise hacerme cómplice de eso. Así que escogí ser más pobre, pero independiente. Pero no estoy totalmente divorciada de la academia, porque obtengo de sus fuentes muchos de los textos que uso en mis talleres, porque escribo artículos para profesoras, colegas, que me invitan a participar en sus dossiers. Me gusta mucho el ensayo, lo disfruto.
NN. En algunas de tus historias como “Hermano ciervo” hay una concepción posthumanista que cuestiona la línea divisoria entre las especies y aboga por una definición más inclusiva de la vida en el planeta.
GR. A mí, los animales siempre me conmueven. Les tengo un amor tan grande que me duele a veces. Siento tal admiración por estas criaturas de cuyo mundo interior sabemos tan poco, que durante décadas catalogamos como seres irracionales, creyendo que la razón es la virtud suprema capaz de regularlo todo y sin embargo, la razón nos ha traicionado y por eso estamos al borde de todos los colapsos ahora. Los llamamos criaturas irracionales porque manejan otros códigos, otros instintos, otras formas de supervivencia, otros afectos. Tengo una percepción ambivalente de esos programas que hace National Geographic o Animal Planet donde se acercan con la cámara mientras nos dicen “miren como la mamá de Bambi lo mima por la mañana”. Queremos antropomorfizar, poner al antropos de nuevo en el centro de esa “civilización” de lo animal, decir se parecen a nosotros, en vez de aceptar el misterio de otras criaturas, de otras especies, en vez de decir no entendemos, y conformarnos con una coexistencia en el planeta que sea lo mas armoniosa y respetuosa posible. Mi cuento “Hermano ciervo” es ese abrazo adolorido que intento que el personaje le de al animal que ha sido violentado por las balas de los cazadores —como la gran metáfora de nuestro tiempo—. Cuando vivía al norte de Nueva York, en Ithaca, veía tanta fauna preciosa: pavos, ciervos, zorros y eran tan libres hasta que les caía una bala. Ese mundo salvaje restringido por lo civil me produce un gran estremecimiento. Así como me conmueven mucho en América Latina los perros que andan muertos de hambre y llenos de sarna por las calles ante la indiferencia de la gente.
NN. Apoyas algunas causas humanitarias a las que donas dinero, como la lucha contra el matrimonio infantil.
GR. Bueno apoyamos juntos, pues es gracias a que hay gente que se inscribe en el taller que eso es posible. Yo creo en la fuerza de la unidad pequeña y en los pequeños actos. Me interesa mucho el tema de los migrantes. En los talleres hemos donado a organizaciones que ayudan a la reunificación de las familias migrantes, que dan ayuda legal gratuita. Eso es algo que me preocupa mucho, sobre todo desde que surgió esa crisis de los niños separados de los padres y que hasta hoy nadie sabe todavía adónde mandaron a muchos de ellos. Vaya a saber qué abusos pueden estar sufriendo. Me interesa mucho la situación de las niñas, no solo a las que obligan a casar siendo muy jóvenes, sino también a las que someten a la mutilación genital. Le hemos donado a organizaciones que apoyan el fin de esas prácticas. A veces, cuando puedo, dono a una causa que es muy importante para mi madre y para mí también que es la del comedor de niños de Montero, en Bolivia. Son niños muy pobres y si ese comedor no les da comida, pues no comen. Conozco a las personas que están al frente de ese proyecto y dan todo lo que pueden, su tiempo, su energía, dinero. En realidad, no hay que buscar muy lejos para dar una pequeña ayuda. Se hace mucha retorica diciendo que “la gente no colabora”. Pienso que cada uno de nosotros tiene algo para dar, así sea minúsculo, pero se hace retórica porque lo decimos y no lo hacemos. Del enunciado al acto hay un paso ontológico que me parece transformador. Hay que dar el paso del deseo al acto. Así sea un dólar, o donar horas a una causa, el tiempo que puede ser mas valioso que el dinero.
NN. ¿Qué libros estas leyendo?
GR. Siempre estoy leyendo cosas para el taller. Releer me gusta muchísimo porque ves cosas que no viste antes o te preguntas qué hay en mí que ahora lo ve y antes no. Ese redescubrimiento me parece uno de los actos más creativos para la escritura, pues releer es descubrir otros mecanismos de creación. He estado leyendo un libro precioso, Flores que se abren de noche de Tomás Downey. Me gusta mucho la extensión de sus cuentos, como maneja el aliento del cuento largo. Recién leí Yo maté un perro en Rumania de Claudia Ulloa Donoso. Es una novela conmovedora, que disfruté un montón. Leí también la novela de Marina Yuszczuk, La sed que tiene a la figura de la vampira como este sujeto archivo de las revoluciones y los cambios históricos en la Argentina. Una novela maravillosa. También leí A veces despierto temblando la novela de Ximena Santaolalla con un tema muy político, la violencia de estado en Guatemala en los años ochenta. Siempre estoy leyendo varios libros a la vez, porque me da una cierta hiperactividad que me obliga a leer veinte paginas aquí y luego diez del otro libro y quince de aquel otro y así voy haciendo. No debe ser el método más saludable, pero uno hace lo que puede.
NN. ¿En que estas trabajando en este momento? ¿Estas escribiendo una novela o un libro de cuentos?
GR: Estoy trabajando una novela que tiene lugar en los Estados Unidos, pero prefiero no hablar de ella todavía pues esta en fase placentaria.
Nancy Noguera es una autora y ensayista venezolana. Ha publicado el estudio Nación, espacio y género en Esmeralda Santiago y Judith Ortiz Cofer (2003) y el libro de relatos Traslaciones (2008), además de numerosos artículos y textos narrativos en la prensa, las publicaciones literarias y las revistas especializadas. Es Profesora Asociada de Estudios Latinoamericanos en Drew University. Reside en Nueva York.