Fuera de la caja: Cinco preguntas a Ramón Hondal

Michel Mendoza Viel

 
 
 

 

En su ensayo “En busca de una voz”, la poeta y ensayista cubana Reina María Rodríguez destaca como en Diálogos (2014) la singularidad de la escritura de Ramón Hondal (La Habana, 1974) está caracterizada por una economía expresiva que apela a una reflexión constante (y punzante) sobre el significado de las palabras y las cosas en su conexión última con el vacío existencial; una apelación donde “no hay construcción de una sabiduría, sino deconstrucción del objeto en su deambular insípido entre las cosas”. Su obra poética incluye los volúmenes Diálogos (2014), que le valió el Premio de Poesía Luis Rogelio Nogueras en 2013, Scratch (2019) y Prótesis (2019). Además, ha compilado libros híbridos, como La caja (2020), y El libro de Samuel (2022), una personalísima reflexión ensayística sobre la obra de Beckett. Ramón Hondal, que además de poeta es editor principal del proyecto cultural Torre de Letras y traductor, actualmente, reside en La Habana.  

 

Michel Mendoza Viel. Creo que al menos desde Diálogos, tu primer libro, tu estilo se caracteriza por una especie de áspera experimentación sintáctica y por un “lenguaje sustraído”, hecho de interrupciones y “destartalos”, y donde las voces del poema a menudo se alternan y superponen desde una suerte de serialización e insularización léxica, siguiendo una muy encarecida economía. ¿Cómo (o de dónde) nació este enfoque en tu escritura y cómo crees que haya evolucionado desde entonces?

 

Ramón Hondal. Bueno, es difícil para mí pensar que yo tenga eso que llamas “estilo”, pero si lo hubiera pienso que viene de las lecturas que he tenido, lecturas quiere decir todo lo que se consuma, música, cine, literatura, pintura, incluso de la vida personal, la escritura para mi es la ejecución de todo ese universo de forma consciente o inconsciente. Claro, me han marcado mucho Paul Celan o Samuel Beckett, también Marguerite Duras o Witold Gombrowicz, y más allá de la literatura Krzysztof Kieślowski o Miles Davis. Ritmos, diferentes usos del lenguaje, visiones afines acerca de las cosas (lecturas, de nuevo), me han arrastrado bajo el poderoso influjo de las estructuras, y todo esto se ha enmarañado en eso que sale cuando escribo, eso que llamas “estilo” y que yo llamaría excrecencias, bilis, “cagarrutas”, diría Juan Carlos Flores. No sé si este flujo de lenguaje que me llega todo el tiempo bajo el consumo constante de literatura, cine, música y demás ha ocasionado una “evolución”, pero es obvio que a medida que uno sigue consumiendo sí se ocasiona un cambio, lo que no sabría si para bien o para mal. A medida que he seguido consumiendo lenguaje el mío propio ha cambiado, a veces su demasía provoca estados de largos silencios, porque por ejemplo, hace mucho que no escribo ni leo mucha poesía, no al menos la que se reconoce como poesía en versos, pero no sé si esta ausencia de escribir y leer versos, de escribir y leer “esa poesía”, sea una “evolución”. 

 

MMV. En varios de tus libros el espacio civil y la naturaleza, pero también la música y el silencio, y el cuerpo y el lenguaje, parecen actuar como parejas antagónicas o partenaires en tensión. Creo que esa tensión de fondo entre la geografía citadina y la atmósfera emocional otorga a algunos de tus textos un muy peculiar tono elusivo. ¿Hasta qué punto consideras relevante que la poesía debe ser accesible, y hasta qué punto prefieres desafiar al lector a que se acerque de una manera más detenida o reflexiva?

 

RH. No es nada relevante. En el fondo es una discusión que no conduce a ningún sitio. Así como esa que en Cuba se maneja de la popular y lo clásico. Es una forma que no comparto, hablar de fácil o complejo, lo mismo en la música o en el cine o en cualquier otra manifestación. Hay lenguajes, algunos son más complejos que otros, cierto, pero el posible desafío viene contra uno mismo a la hora de escribir, pienso yo, pero si el escritor se vierte en la escritura solo con la animosidad de “ser difícil” eso se notaría y debilitaría su escritura, digamos que la escritura misma lo denuncia. No creo que Celan haya escrito pensando en ser difícil, su escritura fue su campo de batalla contra el lenguaje, contra su vida tal vez, su artilugio defensivo contra el horror que vivió, y rompió la lengua, las estructuras, era su dolor el que se manifestaba en esa manera aparentemente inaccesible de escribir, no el deseo de ser “difícil”. 

 

MMV. Uno de los aspectos o facetas más reconocibles de tu trabajo es la de traductor, especialmente de literatura estadounidense contemporánea, ¿qué aspectos buscas resaltar en el, a primera vista, muy abultado y heterogéneo archivo de tus traducciones? Es más, si traducir fuese la continuación de la escritura por otros medios, una idea que, conjeturo, compartirían otros traductores, a largo plazo, ¿cuáles son los poetas contemporáneos que más te importaría traducir?

 

RH. No me considero “traductor”, del mismo modo que no me considero “editor”. Pero en el caso de la traducción hay una relación cercana con mi propia escritura, un juego, una lucha que se sufre pero que también me divierte al tratar de convertir a mi propio lenguaje (aquí no hablo del español) a otro “yo”, a otra voz. Es un ejercicio tremendo de camuflaje, estar en otro lenguaje, en otras estructuras, tratar de estar en otro, ser de alguna manera títere de otro titiritero aportando en la actuación algunas cositas que el titiritero no hizo. Pasa más por ahí. Y sí, la poesía norteamericana me parece abismal, infinita, de una riqueza apabullante cuando se le compara con la poesía cubana, tan isleña, tan finita. Y dentro de ese infinito hay varios poetas que me interesan mucho, sobre todo me obsesiona el universo casi desconocido en español del poeta Louis Zukowski y ese libro (podríamos decir “infinito” nuevamente) “A”. He estado traduciendo pequeños fragmentos, dándole vueltas a sus formas, a sus palabras, a imágenes, alusiones, referencias, incluso al parloteo que pueden contener, y me resultaría maravilloso poder dedicarme en cuerpo y alma a su traducción, pero, sería un trabajo arduo, de mucho tiempo y dedicación. He buscado becas para traductores y residencias, sin mucha suerte. Ojalá pueda en un futuro dedicarme en pleno a la traducción de ese maravilloso libro.

 

MMV. Hablando de ese tema, creo que hemos hablado en otras muchas ocasiones de lo importante que ha sido para ti trabajar en la edición de Ferdydurke (1947), de Witold Gombrowicz, en aquella mítica traducción colectiva en la que, según Virgilio Piñera, presidente de ese improvisado “consejo de traductores” que obraba en el Café Rex, “fue hecha directamente del polaco por el propio autor y vigilada por un grupo de traductores compuesto de más de veinticinco personas”. ¿Qué te atrajo a publicar esta obra de Gombrowicz en Cuba y cómo ha influido tu rol como editor en el proyecto Torre de Letras?

 

RH. Como te decía antes, no me considero “editor”, es un gesto de atrevimiento mío que partió con ese libro de Gombrowicz. Se dio la posibilidad de hacer ese libro, cosa rara en Cuba que las editoriales acepten libros que rompen, que quiebren, como lo es Ferdydurke, y no había ni tiempo ni nadie que hiciera su edición, así que animado por Reina María Rodríguez, directora del lamentablemente extinto proyecto Torre de Letras, y siguiendo el trabajo de Jorge Miralles, que empujó por mucho tiempo para que se publicara Ferdydurke en Cuba, me lancé a su edición. Bueno fue que me dieron absoluta libertad para hacer y deshacer, cosa que con Reina iba a ser así, pero no con el caso de la Editorial Arte y Literatura, ya que fue coedición con Torre de Letras, pero pude hacer lo que quise y aproveché para hacer una edición que se fuera un poquito más allá de Ferdydurke y poner fotos y el tremendo texto “Contra los poetas”. De modo que el asunto de editar vino por puro entusiasmo literario, por amor a ciertas obras y autores, como Gombrowicz y Ferdydurke, y luego de esto ha quedado eso de “editor”, algo que está bien porque ha sido otra manera de lidiar con la escritura, con la de otros, tal como ocurre con la traducción, aunque realmente me interesa menos la edición que la traducción, pero es también una buena manera de aprender los usos y recovecos de la lengua, claro está.

 

MMV. Hará unos tres años, en la primera entrevista que te hice, te preguntaba por tus proyectos futuros. Tu respuesta, en ese tiempo, fue elusiva. Mencionabas, eso sí, que tenías “algunas libreticas con garabatos, pero nada firme”. Sé que has escrito varios textos sobre arte para exposiciones y catálogos. ¿Será un libro con ellos parte de tus nuevos proyectos o tienes otras ideas en mente?

 

RH. Siempre hay nuevos “garabatos” por ahí rondando. Es la mente de uno. Y poco a poco, garabato a garabato, he comenzado a ver un posible libro sobre recuerdos o, mejor aún, momentos de mi pasado, fotos, recuerdos, mirados con una voz ajena, narrativa, como si ese que los narra fuera otro, tratándole de quitar a lo que recuerda algo nostálgico o sentimental, hacer que los recuerdos o esos momentos se conviertan en algo frío y distante, reconstrucciones, mías y de otros, situaciones que fueron o que nunca fueron, va siendo algo así como un Diario falso, tomar lo que fue y ponerle ficción encima, invento, moldearlo a literatura. Algo así. Y sí, he pensado también en un pequeño libro con textos sobre esos artistas cubanos que me han interesado, porque solo he escrito textos cuando una obra me mueve a escribir algo, si no ocurre se me hace muy complejo. Es otro proyecto al que me gustaría darle más cuerpo, pensar más. Ya veremos.

 
 
 

Michel Mendoza Viel es un autor cubano. Estudió Ciencias de las Religiones en la Habana y obtuvo un máster en estudios latinoamericanos por el Graduate Center, CUNY, donde actualmente realiza estudios doctorales. Es miembro del Staff de Rialta Ediciones y cofundador del Grupo de Estudios sobre Editoriales Independientes (GESEI). Reside en Nueva York.