De Esto es real

Marina Oroza

 

 

Donaire

 

Un hueco de aire a punto,

declinaciones de la quietud,

silencio y pregunta en el aire

extendida, un hueco ampara

el peso compartido, el peso,

el peso es del hueco y

la memoria de las cosas.

La flor ancestral tejiendo raíces,

sus alas en pausa forman

el balcón de nuestra mirada.

Una pupila marcial

en la columna de un pie,

la tierra de dentro de la tierra,

la espalda del sur el rostro del norte,

las facciones del este y del oeste.

Sumergidos en las aguas de aquí,

mas allá llegando inacabados

al buen puerto de la tierra firme

donde solo seamos los que estemos.

De qué sustancia será el pie, la mano,

en el preciso momento en que flotan

sobre un horizonte siempre en tránsito.

Tocados por una suerte de gracia alerta,

por entre los huesos y hasta el cielo

van creciendo los adentros de afuera.

El hueco atento, donaire,

en brazos las espirales del tiempo.

 

R Rosario 8

 

Malas hierbas

 

Una porción de tierra negra

propicia el primer brote,

imposible de clasificar.

Tira de una raíz instantánea

y es vigilado por simulacros

en pantallas y cristales de agua,

por voluntad de un azar ajeno

siempre baila el mismo son

y lleva el duende sintetizado

en la expansión de su memoria.

El instinto maternal es la dignidad

tan frágil de la tierra abandonada.

Resiliencia es la calma que sostiene

en sus brazos la tormenta.

Sobreviven, se dejan llevar, corren

crecen malas hierbas hasta llegar

a ser la versión más libre de la belleza,

crecen malas hierbas y transforman

iones asesinos del aire, crecen,

crecen malas hierbas y desvelan

a la vida como si fuera adversaria.

Ternura y vegetación mestiza.

La inocencia es el único latido,

un remedio envenenado

para la conciencia del yugo.

Renovado vestuario del vacío,

malas hierbas arrancan dolores

crecen, crecen aunque se mueran.

 

La nube

 

Esperar esa voz, el eje, siempre

imaginar esa ancla en el desierto

nebuloso de la paciencia.

Habitar a tientas la misma nube

que ha llegado hasta borrar

la barandilla del balcón.

Esperar en un castillo de arena.

Esperar, disección a la deriva

de lo que quiero que ocurra.

Esperar esa voz, el gesto fugitivo

exactas las palabras, el tono,

imaginar la luz de la mañana

y hasta el vestido, los frutos

de una laboriosa secuencia

encarnada de forma artificial.

Esperar con mucha paciencia,

aunque el gesto involuntario

de lo que realmente suceda

trague, arrastre, despeje la bruma

hasta que ni siquiera imaginar pueda,

aunque me lleve la corriente

y atraviese la nube en flecha de estrellas.

Porque es falso el resplandor

de la nostalgia de un futuro,

solo posible inmerso en la niebla

que borra primero el horizonte

y después los barcos, la misma nube

que ahora borra la barandilla del balcón.

Esperar todavía inventando

cómo esperar sin desesperación,

esperar hasta el trance, y decir,

esperar y decir la extenuación,

preguntar qué hora es,

qué se supone que debo hacer,

dónde están ahora las cosas

dónde, qué hago yo aquí,

qué hora es, hasta cuándo sería

qué es lo que hay, dónde estará.

Siempre esperando en contacto

con los augurios de entonces,

siempre esperando, una señal

que disipe la niebla contaminada

de paciencia crónica. Y sin embargo,

el agua fluye por el ojo de la cerradura

y no hay más llave que abandonar

la acción de la telepatía, dejar caer

lo que supone imaginar la voz

de una presencia vestida

y con un dedo sostener la bruma,

andar por charcos que salpican

en juegos malabares de cordura

cada uno de los momentos del día.

Atrapar un boomerang imprevisible

como si fuera ajeno el cascarón

que deja la paciencia cuando se agota,

arrojadizo en la corriente desnuda.

Dejar de hacer es todo lo contrario

a imaginar que llegas y me dices

cualquier cosa que llene de sentido

esta bruma que borra un instante

que sin tener ninguna importancia

podría haber sido eterno.

Prefiero hacer cualquier cosa pequeña

dibujar el contorno, una línea,

y que sea posible ese trazo.

La única certeza es que no hay

espera ni paciencia que dé frutos

y la telepatía, una ilusión

flaquea, enturbia y acaba estando

prisionera de la imaginación.

Bruma embaucadora vestida de nostalgia.

Y encima, ni un trozo de horizonte,

ni siquiera restos de una línea partida,

ni pedazos que antes flotaban pueden verse.

Siempre esperando esa voz vestida,

siempre escarbando el humo, vano empeño

perdiendo el tiempo a escondidas

de tantas cosas pequeñas por hacer,

con todo el peso del aire contenido

en un suspiro que resuma cómo llegar

al buen puerto de la tierra firme

donde solo seamos los que estemos.

 

Marina Oroza. Autora, actriz y artista española. Ha participado internacionalmente con sus obras en eventos en universidades, fundaciones, museos y festivales de teatro. Ha publicado los poemarios Pulso de vientos (1997), Así quiero morir un día (2005) y Chimenea de Duchamp (2014). Sus trabajos pueden ser consultados en la página web www.marinaoroza.com. Reside en Barcelona.