Edda Armas
Canción
Vuelta y vuelco a la canción
que perpetúa el sentir avispado
al comerle al níspero
el interior rojizo y arenoso
con la semilla lustrosa y hendida
que despezuña sus dos mitades
pico de loro-real
hombro-alas
dátiles-madrugada-celaje
resaca-febril-lucidez
dos mitades, acaso amantes sin reloj
abandonan la estrella de cinco puntas
arañazo fiel de ajustada rotación
que te hace mitad del otro
engranaje táctil que extiende
señuelos de seducción,
caracol al oído
en los baúles de la memoria.
Cerezas
El sol espía las cerezas en lo alto.
Calor abierto que dispara la energía
apostada a tu llegada,
porque sabes del goce al palparlas
y del deseo que despiertan ellas
a ras del suelo,
acaso celada a última hora
adentrados en fuegos de cavernas.
Rasga la oscuridad primoroso
el ciervo naciendo
el día del aquí
y llega la hora de atar
el cordel a las ramas del arbusto.
Balanceamos los placeres rezagados
aniquilada toda nostalgia
al juntarnos como enredaderas
que brotan en la soledad del muro.
¿Y así, cómo no volver a las cerezas
que en este ahora solo tú me traes?
En otro jardín
Me he estado preguntando por tu habitar de ahora.
Tantas veces quise figurarme cómo sería cuando
no estuvieses.
Ese día en que tu voz ya no me buscara insistente
en la línea telefónica.
Pero nada, nada, se parece a este presente terrenal,
sin ti.
Imagino algún remoto lugar para mí aún desconocido
donde tu rostro con certeza le sonríe a la luz
y, buscándole el origen, hacia ese punto alzo la mirada.
Con el sombrero de ala te apareces en el mismo jardín,
y hacia ti voy.
Hacia la flor abierta donde el pétalo se hace voz,
haciéndose tú, haciéndose carne mordida de fruta.
La rugosidad del árbol plantado al fondo
con su tallo firme de robustas ramas expandidas
a las que la brisa le mueve todas las hojas
sin que a ella pueda sentirla yo,
como si estuvieses regresando del patio a tu
habitación, a la mirada que en mí se queda,
donde soy yo quien ahora insistente te busco.
Y paciente te espero en el banquito ruin de cemento
al lado del árbol con olor a fruta pasada
pero cae la noche y la luna asoma entre sus ramas
y comprendo que la sombra es solo la sombra y
que la nada es solo la nada
cuando es ella quien te halla
en el libro abierto de tu paisaje.
Para y con Elizabeth Schön
Fugada de mí
Importará el umbral del deseo
tanto como el umbral del dolor.
Mirador alto desde el cual catar
la fruta hendida al alzar la vista
por encima de su dura cáscara.
Retos forjan alas en lo inseguro.
Fugada de mí, fugada de ti.
Vuelos del rasgar lo imanado, sí
las reminiscencias ultrajas,
sí el desencanto descuelgas, y
desarmas los sueños recurrentes.
Otro lugar sin anunciada claridad.
Pozo aquel, donde duerme el dragón.
Otra quimera. El único trofeo que,
holísticamente, harás una ganancia.
Flores del naranjal
Complaciente irás atándolas
como sea que ellas lleguen
tal quien cincela las paredes
con el nombre del que ama,
armazón de hierro y cemento
neblina tal vez,
igual que identificar un sitio
donde quererlo puedas
por más tiempo
si la paz es calma del amado
aún al tiempo de la sombra,
y cuando ya no hayas de querer
que de nuevo te visite
cierra la ventana que la vista
ofrece al naranjal
para que ni el olor ni el color
formen semilla
que lo despierte en ti,
y tal vez, así nazca la certeza
que baile en la palma de la mano
aunque sea esa mano la misma
con la que irás diciéndole adiós
a la ternura blanca que no cesa.
Edda Armas es una autora venezolana. Su obra comprende, entre otros títulos: Armadura de piedra (2005), Casa y arcángel (2008), Toma lo simple por el tallo (2010) y la antología Dagas y otras flores (2007). Obtuvo el Premio Municipal de Poesía (1995) con su poemario Sable y el Premio Internacional de Poesía “José Antonio Ramos Sucre” (2002) por En bicicleta. Presidió el PEN Venezuela entre 2005 y 2009. Reside en Caracas.