Mesopotamia

Isaac Chocrón

 

 

A cuatro décadas de su estreno, esta obra del dramaturgo venezolano Isaac Chocrón (1930-2011) es probablemente una de las más personales, pues en las pequeñas historias de sus protagonistas pueden leerse las del autor. Inspirada en los integrantes de su “familia escogida”, como le gustaba referirse al hablar de sus amigos más íntimos, pone al espectador frente a sus propios miedos y ansiedades. La soledad, la muerte, el fracaso, las inadecuaciones y frustraciones propios del vivir se presentan con una cercanía “too close for comfort”, otorgándole a la obra su carácter revelador; si bien rebelarse contra un destino desesperanzador está en los gestos y acciones de personajes debilitados pero no derrotados.

La llegada de Ismael, un visitante desconocido, pone a prueba la capacidad de desplegar y desplegarse, mostrar y mostrarse, ofrecer y ofrecerse de cada uno; con lo cual el invitado deviene una suerte de espejo donde los amigos acaban reflejando lo mejor y lo peor de sí mismos, a fin de refrendarle y refrendarse que no están muertos. El “ansia de vivir” que le achacan erróneamente al convidado les permite, no obstante, descubrirse despiertos y alerta una vez más, al menos por el tiempo que dure el almuerzo y la visita de Ismael quien, en la última escena, ocupa la silla que ha dejado vacante uno de los comensales; alegoría quizás de que, como apuntó agudamente Trini, la empleada al conocerlo, también llegó para quedarse.

 

Alejandro Varderi

 

 

 

 

Mesopotamia fue estrenada por El Nuevo Grupo en el teatro “Alberto de Paz y Mateos” de Caracas, en enero de 1980.

PERSONAJES:

Doña Trini, Juan, Lucas, Marcos, Mateo, Hugo, Ismael.

ESCENOGRAFÍA:

Un solo ambiente que sirve de salón, comedor y cocina a un lado. La cocina se halla separada del resto por un mostrador. Todo tiene un aspecto de comodidad sencilla, sin pretensiones. Hay lo necesario y nada más. Tal frugalidad se nota también en todos los objetos que se usan a diario. Todo debe dar la impresión de barriga llena y corazón contento —contento, no alegre.

La acción transcurre un domingo a partir del mediodía. Los cinco hombres que viven aquí, visten con igual sencillez al ambiente. Ismael, en cambio, llega como demasiado vestido con sombrero panamá, traje de lino crudo, camisa y corbata de seda, prendedor de perla en la corbata, reloj de oro en la muñeca, sortija de brillante, llavero de oro que le cuelga del bolsillo del pantalón, zapatos pulidísimos. Doña Trini cubre su bata, vieja y mugrienta, con un delantal lleno de manchas. Chancletea unas pantuflas raídas. Se la ve sudando mientras fríe pimientos, cebollas y ajos en un caldero. El olor y el humo son imponentes. Sentado en uno de los sillones, Juan lee un periódico. No se le ve la cara. Pasa las páginas haciendo ruido, como fastidiado. Entra Lucas, mira a Juan y sonríe, se le acerca, le acaricia la cabeza sin que Juan reaccione y luego se acerca al tocadiscos, busca un disco, lo pone con gran cuidado. Se sienta tranquilo a escuchar. Entra Marcos, también muy tranquilo se acerca a Juan, le toca un hombro sin que este reaccione, y va a sentarse frente al televisor que enciende sin darle sonido. Tranquilamente mira las imágenes. Se está oliendo la fritura, se está oyendo la música, todo muy tranquilo. Entra Mateo, mira a su alrededor y no se mueve. Una pausa.

 

 

Mateo: Deberían estar aquí.

Lucas: (Bajando el volumen del tocadiscos). El tráfico, seguramente.

Mateo: (A Trini). ¿Hasta cuándo piensas estar fríe que fríe? ¿Hasta cuándo todo este humo y todos estos olores? ¡El invitado pensará que ha llegado a la quinta paila del infierno!

Marcos: Es el amigo de Hugo.

Juan: (Baja el periódico y de aquí en adelante para hablar, se destapa la boca que cubre con un pañuelo. A veces tose, siempre su voz carraspea). De todos nosotros. Es nuestro invitado. Estuvimos de acuerdo. (Sube el periódico).

Mateo: Mayor razón para mi protesta, Trini. “Nuestro” invitado frente a “tus” olores…

Trini: (Siempre desde la cocina). Quien menos debe hablar de olores es usted, don Mateo. Su tufo marea.

Mateo: Ningún tufo. Al menos hoy, ningún tufo. Pasta de dientes, si acaso. A propósito, mi querido Lucas, ¿tendrías la amabilidad de decirme cuándo podríamos inaugurar un nuevo tubo? Al que está en el baño ya no se le puede exprimir más.

Lucas: La inauguración será mañana.

Mateo: ¿Oyeron la gran noticia? ¡Comenzaremos la semana con un nuevo tubo de pasta de dientes!

Trini: Y esta semana la terminará con cuatro botellas del blanco que a usted le gusta, don Mateo.

Mateo: Lo sé. Fui yo quien lo sugerí. Así podremos jactarnos de nuestra espléndida hospitalidad.

Lucas: Hay jerez para antes y brandy para después.

Mateo: ¡Bien hecho! ¡Así se hace! ¡O nada… o las Bodas de Canaán!

Trini: Si quiere bodas, no se queje de mis olores. Hay que comer bien si se va a beber bien.

Mateo: No me quejaré. Es usted la Generala. ¡Puede freír todo lo que quiera! ¡Hasta a Marcos y su televisor!

Marcos: (Apagando el televisor). Cuando llegue, trata de no monopolizar la conversación.

(…)

(La puerta de la calle se abre y entran Hugo e Ismael. Juan se pone de pie).

Hugo: (Notando algo raro pero controlando la situación). Aquí estamos. Les presento a Ismael Campos. Adelante. (Todos se acercan menos Trini que va a la cocina).

Ismael: Mucho gusto. Realmente les agradezco… Espero que…

Hugo: Que yo te presente a uno por uno, por supuesto. Mateo…

Mateo: (Dándole la mano). Mateo Ortiz, para servirle.

Ismael: ¡Ah, el gran militar!

Mateo: Solamente de tamaño.

Marcos: ¡Y grande en la bebida! ¡Un catador!

Lucas: No le crea. Le gusta como a todos. Nada más.

Mateo: Si no fuese por unos cuantos tragos de vez en cuando…

Juan: Todos los días. O casi… todos los días.

Mateo: ¿De qué se alimentaría mi fantasía?

Marcos: Tu fantasía siempre está muerta de sed. ¿Cómo está? Yo soy Marcos Herrera.

Ismael: Lo felicito por el jardín.

Mateo: ¡Caramba! ¡Se ha enterado de todo!

Hugo: Mientras veníamos le fui contando…

Marcos: Tuvieron que cruzar el jardín, ¿verdad? Entonces, ¿cómo puede usted felicitarme por toda esa…?

Ismael: Exuberancia. Me pareció una maleza exuberante.

Lucas: El pobre lo ha descuidado. Como tiene que llevar a Juan al médico…

Ismael: (A Juan). ¿Cómo está? ¿Cómo se siente? (Juan hace gesto con la mano de que se siente regular).

Marcos: (a Juan). Es el amigo de Hugo, el señor Ismael…

Lucas: Lo sé. No me grites. No estoy sordo. Y menos ciego. Campos, ¿verdad?

Ismael: Campos.

Lucas: ¡Qué ocurrencia! ¡Usted se llama Campos y le gustó el jardín!

 

 

(…)

Trini: (Sin ningún protocolo). ¡A comer!

Mateo: Esa, señor Ismael…

Ismael: Por favor, quíteme el “señor”.

Mateo: ¡Esa, Ismael, es el único gran militar que existe en esta casa! (Va a servirse del mostrador y luego a la mesa. Los demás hacen igual a su turno).

Juan: Manda y obedecemos. (Va a servirse).

Lucas: Si así no fuera… (Va a servirse).

Marcos: Le advierto que la comida es muy sencilla… (Va a servirse).

Lucas: No le adviertas nada que hoy se chuparán los dedos. (Sigue y todos en cola se sirven y se sientan. Marcos al lado de Juan y le ayuda a comer).

Hugo: (A Ismael; han quedado solos). ¿Vamos?

Ismael: Disculpa…

Hugo: No entiendo.

Ismael: Sí entiendes. No sé qué pasó.

Hugo: La culpa fue mía.

Ismael: Ni siquiera hablaste.

Hugo: Me olvidé prevenirte.

Ismael: ¿De qué?

Hugo: De… de la emoción, como nunca viene nadie… de las manías de cada quien… es difícil vivir así…

Ismael: Pero a ti te gusta.

Hugo: Por supuesto, pero es difícil…

Ismael: Si piensas que sería más conveniente…

Hugo: ¡Tonto! Vamos a comer.

(…)

Trini: (Acercándose). ¿Traigo las frutas?

Hugo: Trini, disculpa, me olvidé presentarte a mi amigo, a nuestro invitado, Ismael Campos…

Ismael: (Dándole la mano). Mucho gusto.

Trini: El gusto es mío. (Pausita). ¿Viene a quedarse?

Hugo: Trini, lo único que te he dicho…

Juan: ¡Qué perspicaz!

Lucas: Lo tuyo es la cocina y no tienes que saber quién viene a quedarse o a irse.

Juan: Mi puesto…

Trini: Disculpe, Señor. Don Lucas tiene razón. Soy muy entrometida.

Ismael: ¿Por qué? (Trini se turba).

Marcos: (A Ismael). Mateo tiene razón. Usted de pronto… fulmina.

Lucas: Como los vaqueros de la televisión. Cuando menos se espera, sacan el revólver y…

Juan: Confiemos que no trae usted revólver.

Hugo: ¡Juan, qué broma tan pesada!

Juan: No nos podemos dar el lujo de tener más de un muerto por semana.

Marcos: Muy bien. Si lo que quieres es morirte, ¿por qué no terminas de morirte y nos dejas tranquilos?

Juan: En eso estoy.

Trini: ¡Ay, don Juan, ay, don Juan! ¡Tantas ganas tiene de morirse que nos va a enterrar a todos! Voy por la fruta. (A la cocina).

(…)

Mateo: Usted es nuestro invitado.

Lucas: Está en su casa.

Marcos: Siéntase cómodo.

Juan: (Pausa). Nunca conocí ni tuve amores como el suyo, pero una vez, hace ya muchos años, estuve en Nueva York. Asuntos de la casa, por supuesto. Viajando en barco, claro está. Al amanecer del quinto día, vimos la estatua de la libertad. (Sonriendo). Bien la conoce. Siempre por las noches me quedaba en el hotel leyendo. De pronto sonaba una sirena, sonaban varias sirenas, chillaban despavoridas. Me asomaba a la ventana y no veía sino el cielo pero seguía oyendo el chirriar de las sirenas. Algo grave pasaba en algún lado. Poco a poco, las sirenas se oían desde más lejos. ¿Cómo fue que usted dijo? Electrizando, encegueciendo, algo así eran las sirenas.

Hugo: Creo que Ismael se refería a otra cosa, Juan.

Ismael: ¿A qué?

Hugo: A sentirse poseído por dentro.

Mateo: Conocí a un hebreo, hombre brillante, que creía en los dibuks: esos espíritus de gente recién muerta que se apoderan del alma de la gente recién viva.

Marcos: Así no son los dibuks: se apoderan de un alma que en algo tiene que ver con ellos.

Trini: Yo no creo en fantasmas

Juan: Los hay. Muertos y vivos.

Lucas: ¿Has visto algunos?

Juan: Los he visto.

Ismael: ¿Soy yo acaso un fantasma, don Juan?

Juan: ¿Por qué me lo pregunta?

Mateo: Contigo ha estado hablando.

Juan: Con todos. Lo que sucede es que la tertulia de Lucas…

Lucas: Sí, ya sé, no tengo autoridad.

Mateo: Ni la tendrás jamás.

Lucas: Sí, ya sé, y tú la tienes desde que naciste. Me sorprende que no te hayan nombrado general.

Ismael: ¿Soy yo un fantasma, don Juan?

Mateo: Cálmese. Si de fantasmas vamos a hablar, me toca a mí primero. Soy un fantasma fanfarrón.

Lucas: No quise decir eso.

Mateo: ¿Qué importa? Todos sabemos quien soy, alardeando de mi carrera militar cuando pasé treinta años… Óigame, amigo, este que usted ve aquí fue expulsado de la milicia cuando cadete, por tramposo. Cual fue la trampa no viene al caso, pero se me cerraron todas las puertas. De entonces viene mi afición al trago. Se bebe y la sangre galopa. Chilla la sangre como las sirenas de Juan. Terminé en un hospital y allí conocí a alguien…

(…)

Mateo: Esto es una evasión, con o sin goteras.

Ismael: O una locura mansa.

Lucas: No una locura. Una extrañeza. Una manera diferente de vivir.

Ismael: No me sigan insistiendo en que esto es vivir porque no lo es, se los aseguro.

Trini: ¡Entonces, váyase! ¡Ya comió, ya bebió! ¡Váyase!

Lucas: Ya visitó a su amigo. Hugo, pídele que se vaya.

Marcos: Dejen los gritos. Juan se ha quedado dormido.

(Ismael mira hacia Juan y hacia él avanza).

Cuidado por favor.

(Ismael se acerca, se inclina como si fuera a pasarle la mano, quizá a acariciarlo o a despedirse silenciosamente, y de pronto medio abre la boca, se aprieta la mano contra el pecho, retrocede como ahogándose…).

Ismael: (Balbuceando). La pas… la pas…

(Forcejea con la otra mano para sacarse la pastilla del bolsillo opuesto y cae al suelo ahogándose. Hugo corre, saca la pastilla del bolsillo y se la mete en la boca).

Hugo: ¡Agua, doña Trini!

(Trini corre a la cocina y trae un vaso de agua. Mientras tanto, Marcos se ha acercado a Juan y lo toca. Los otros también lo rodean menos Hugo que está inclinado de espaldas a ellos, sobre Ismael).

Marcos: Ha muerto.

Hugo: No. Ya tragó. (Le da el agua que Trini le acerca y luego se da vuelta y se da cuenta). Juan.

Trini: (Boca abierta). ¡Lo mató!

Lucas: ¡Doña Trini, cómo se atreve!

Trini: ¿Y de qué otra cosa murió?

Hugo: (Sin moverse del suelo). De ganas. Quería… (Se levanta).

Marcos: Hay que avisar al doctor Gutiérrez. (Sale).

Mateo: (A Lucas). Llevémoslo a su cama. (Lo hacen seguidos de Trini). (Hugo mira a Ismael que ya respira pausadamente. Mira a todos lados sin saber qué hacer. Se arrodilla y le afloja la corbata a Ismael, le abre la chaqueta y la camisa. De la chaqueta cae la billetera de Ismael. Hugo la recoge y se levanta. Dentro de la billetera hay un pasaje de avión. Hugo abre la billetera como para colocar mejor el pasaje y por poco se le caen de las manos, unas fotos y un papel blanco. Mira las fotos, cuatro o cinco, que deben ser de la familia de Ismael. Vuelve a ponerlas en la billetera. Abre el papel, lee y ya casi terminado, oye la voz de Lucas que ha entrado).

Lucas: ¿Qué le registras? ¿No es acaso…?

Hugo: (De espaldas). Por supuesto que es. Ismael Campos. Mi amigo de la infancia.

Lucas: De tu adolescencia.

Hugo: Igual da.

Lucas: Se calmó. Parece que duerme. ¿Por qué lo registrabas?

Hugo: Al abrirle la chaqueta, se cayó la cartera. La recogí y encontré…

Marcos: (Entrando). Gutiérrez viene en seguida. Piensa que el corazón le falló.

Lucas: ¡Qué ironía! Juan siempre decía que lo mejor que tenía era el corazón.

Hugo: Tenía razón. Gutiérrez es un medicucho.

Marcos: ¡Quién sabe! El corazón no avisa. ¿Y este cómo se siente?

Lucas: Míralo. Respira como un niño.

Marcos: Menos mal. Ni siquiera hubiéramos sabido a quien avisarle.

Hugo: En su cartera está la dirección y fotos de sus hijos.

Marcos: ¿En ese papel está la dirección?

Mateo: (Entrando, seguido de Trini). Pareciera que duerme.

Lucas: Duerme.

Mateo: ¡Qué bueno deber ser morir así! Cerrar los ojos y morir.

Trini: Parece un niño dormido.

Marcos: Juan quería morir. No temía a la muerte. Lo único que le fastidiaba era el dolor. Y la molestia que su dolor nos causaba.

Trini: Y no murió de lo que iba a morir.

Lucas: Menos mal. Lo sorprendió la muerte.

Mateo: (Mirando a Ismael). Pobre hombre. El susto lo aterró. Se ve mejor.

Trini: El color le ha vuelto a las mejillas.

Hugo: Ponga a hervir agua, Trini. Tomaremos té. (Trini a la cocina).

Marcos: Habrá que hacer los arreglos.

Mateo: Hay tiempo. Primero debe venir el carnicero de Gutiérrez para que lo pronuncie muerto.

Lucas: “¡Lo pronuncie!” ¡Mateo, que no estás en el cuartel!

Mateo: ¿No es así como se dice?

Hugo: Así es. Sentémonos.

Marcos: ¿Y lo vamos a dejar ahí acostado?

Hugo: Mejor no moverlo hasta que se despierte.

Lucas: ¿Qué dirá Gutiérrez?

Mateo: Se sentirá feliz. Querrá cobrar doble, por Juan y por este.

Mateo: Este ya está curado.

Lucas: ¡Qué suerte, Hugo, que sabías lo de las pastillas! Ha podido ahogarse.

Mateo: No lo creo. Su ansia de vivir lo hubiera impulsado a rasgarse el bolsillo para tragar la pepa.

Hugo: ¿Su ansia de vivir?

Mateo. Claro. Ese es todo su problema.

Lucas: Por eso le llamamos la atención.

Marcos: ¿Y tú qué sentías, Hugo? Viéndolo así, digo.

Hugo: Nada. No sé. Nada.

Mateo: Mentira. Sentías su ansia de vivir.

Marcos: ¡Qué tipo tan extraño! Llegó tan seguro…

Lucas: Cuando entró parecía un maestro de ceremonias.

Mateo: Maestro de ceremonias para su espectáculo.

Marcos: Y se fue desplomando, como si se derritiese…

Hugo: En la cartera tenía este papel con algo escrito a máquina.

Lucas: Si es privado, no lo leas.

Marcos: Sería ilegal.

Hugo: No sé lo que es.

Mateo: Entonces léelo. (Entra Trini y reparte el té). Oiga, Trini, que a lo mejor es usted la única que entiende.

Hugo: Sorbo mi té y leo (Pausa). Dice así: “Mesopotamia. Región entre ríos. Región de Asia entre el Éufrates y el Tigris. El Tigris no sirve para irrigación. El Éufrates irriga la agricultura”. (Sorbe té). Una raya y sigue: “Garrik cuenta del poder de la voz de George Whitefield que podía hacer reír o llorar a los hombres pronunciando la palabra Mesopotamia”. (Sorbe té). Otra raya y sigue: “Una vieja le dijo a su cura que encontraba gran apoyo en la cómoda palabra Mesopotamia”.

(Mientras Hugo va terminando de leer, Ismael abre los ojos y muy despacio se va levantando. Ya de pie, mira a todos, se frota los ojos, busca como donde sentarse y va a la única silla libre, que es la de Juan. Se ve cansado. Trata de sonreír con gran humildad. Hugo mientras, se ha guardado el papel en el bolsillo. Uno que otro sorbe su té).

Trini: (Gran pausa). ¿Quiere una taza de té?

 

 

TELÓN

 

 

 

 

 

 

Isaac Chocrón. Dramaturgo, traductor, novelista y ensayista de larga trayectoria, es considerado como uno de los intelectuales más brillantes del siglo XX venezolano. Autor de varias decenas de títulos, fue cofundador de “El Nuevo Grupo”, conjunto de artistas, directores y autores que marcó el teatro nacido con la democracia fundacional de los años sesenta y cuya labor culminó con el fin de siglo. Fue Premio Nacional de Teatro en 1979, profesor y director de la Escuela de Arte de la Universidad Central de Venezuela, y director del Teatro Teresa Carreño de Caracas.