Lilian Elphick
Franz
Tanto he escrito acerca de ti, mi escritor favorito, que me transformo en la próxima página, esa que espera ser descubierta por el registro del suceso y la enfermedad incurable. Peregrinaste de balneario en balneario en busca de mejores aires y tu única exhalación fue la construcción de mundos en donde el absurdo se erguía como monumento a los caídos. Por eso elegiste el trapecio para escribir y vivir siempre en las alturas, en la vacilación, a cargo de tus horas. Supiste domeñar al tiempo que dio, finalmente, un paso al costado.
Vives en todos los que deseen estar en el margen con una astilla de luz clavada en los dedos.
Dora
Era alto y delgado, tenía la piel oscura y daba grandes zancadas, de tal modo que al principio pensé que debía de ser de sangre medio india y no un europeo.
Dora Diamant refiriéndose a Kafka
Te acompañé cuando agonizabas y pedías navegar en la morfina, como si fueras el pasajero del último barco a vela abierta. Yo te regalé ese sueño, mi querido Franz. Junto al doctor Klopstock nos encargamos que no tropezaras con la muerte, sino que acudieras a ella lo más limpiamente posible, resuelto, a grandes zancadas. Y en esa neblina alcanzaste a corregir las pruebas de galera de “Un artista del hambre”, la historia del ayunador que también relata tu inapetencia con respecto a la carne y tu vida frente a la literatura.
No te has ido aún, ahora que estamos fuera de tiempo. No te irás nunca porque mi amor te sostiene en el armazón de mis palabras.
Ana
Me siento como un pájaro con alas cortadas, que se tira contra los barrotes de la jaula. ¡Déjame salir!, grita una voz dentro de mí.
Diario de Ana Frank
Querida Ana: Tenías solo 15 años en Bergen-Belsen, aquellos barracones donde repartiste el pan, infestada de piojos y cubierta solo por una manta raída. Eras un esqueleto y seguías consiguiendo comida para las más débiles. Aún sonreías cuando viste que a tu hermana Margot se le helaba la mirada.
Escribiste un diario y yo te escribo para traerte de vuelta, sabiendo que estás demasiado lejos y que será difícil tu travesía a través de las colinas de los sueños. Desde la muerte sonríes, niña hermosa. Toma mi lapicera: borra mi huella e imprime la tuya.
No perdones ni olvides el encierro y la muerte. Todos tenemos a un pequeño Hitler girando en nuestras conciencias.
El dolor
Escribo porque olvido/y alguien lee porque no evoca/de manera suficiente.
Cristina Peri Rossi. Lingüística General
Desde mis fragmentos y requiebres escribo, tamborileando los dedos en el intento de buscar la palabra precisa que me lleve a los confines de la tierra, donde todo es posible, y el texto se deslice como arena en los zapatos, se haga humo, se impregne de la mirada de los fugitivos que pasan caminando de un país a otro. Entonces, llega el abandono. Los atardeceres nunca serán mejores que el que ahora tiñe mis manos, dándome la historia que no tuve y el amor que no me fue concedido.
Sakura
Cuando florezcan los cerezos, mi vida, te levantarás temprano y caminarás entre las ruinas buscando tu casa, tu reloj, la carta que ya habías perdido y recobrado. Las mil grullas de papel aún esperan para echarse a volar por aires más limpios, sin el estruendo cegador, lejos del polvo y la muerte, distantes del fuego. Cuando florezcan, mi vida, esos abrazos, renacerás en cada pétalo y en cada aroma. La ceremonia será sencilla: besarás tu piel desintegrada y crearás otra forma que permita la caricia necesaria.
Aquí no hay nada
Luego de desbrozar el silencio que nos pertenece, de borrar las huellas y corregir nuestra escritura hasta el mismo vacío, llevando la mirada hacia otros parajes más agrestes aún, más enmarañados, repletos de significados que no comprendemos ni alcanzamos. Luego de todas las verdades, devoramos el cuerpo de lo real y caemos en esta miel, esta melaza, este sopor líquido y pegajoso llamado nostalgia. Porque no hay ni habrá vergüenza para la contemplación del silencio. Caen los símbolos y se azota el mundo entero, como aquellos árboles viejos desplomados por el viento.
Granadas
A Sergio Astorga
Comimos la fruta roja de ese árbol y nuestras bocas se deleitaron con las semillas ínfimas. Ácidas, luego de las explosiones. Dulces, antes de la muerte.
La dificultad
Donde el tiempo pierde todo ritmo, donde se precipita en lo abierto y vacío sin soporte ni dirección, desaparece también todo tiempo justo o bueno.
Byung-Chul Han. Por favor, cierra los ojos
Un cierto día, la mujer optó por no salir más al mundo. Se encerró en su casa dispuesta a no hablar, a no salpicar el techo con palabras. Así, urdió un interminable juego con una soga que anudó y desanudó, firme como su inquietud, pero tan dócil. Adiestrada y mansa, la soga acarició sus manos y luego las piernas, subió y subió hasta que la mujer cerró los ojos y añoró, en la crispadura del silencio, volver a la imperfección: le habló a la soga. “Ven a mi cuello”, le ordenó, “y tensa mi dolor hasta acabar con él”.
La sucia esperanza
Aún me queda una sucia esperanza. Cuento, a pesar mío, con una solución de continuidad del instinto: lo equivalente, en la vida del corazón, al acto del distraído que se equivoca de nombres y de puertas.
Marguerite Yourcenar. “Antígona o la elección”. Fuegos
Como si el retorno a la cotidianidad fuese un remanso en el pedregal de la vida, vueltos los ojos hacia el interior de la mirada; como si no bastara mi amor por ti, ciega ya, tanteando las verdades y las mentiras y los modos de recordarte y atraerte hacia la palabra que entona esa sucia esperanza; abatida, entonces, suelto amarras y te libero, cuerpo mío.
El vacío
El poeta sale de casa a barrer las hojas del pellín con las palabras al borde de los labios. Recolecta toda la mañana, disponiendo una montaña mullida que el viento dispersa. Lloverá, como siempre, a las doce, pero el poeta se mantiene firme en su propósito: las hojas que se han esparcido se estampan en las suelas de sus zapatos y él las va sacando para dejarlas en el cúmulo que ya está hundido al centro por el agua.
Él no sabe cuándo empezó a barrer ni sospecha cuándo terminará.
Las palabras, como las hojas, se le van de las manos.
La letra innecesaria
Iremos por las extensas planicies de la memoria, limpios, sin futuro, arrastrando nuestra inocencia sin nombre. ¿Podrá el amor eximirse de la letra innecesaria? ¿Podrá cabalgar la enorme distancia que hay entre un texto y otro, para permitir esa exquisita libertad de no encontrar nada, salvo piedrecillas en el zapato del caminante?
Serranías
En aquellas cumbres, en aquellos humedales, en las colas de zorro y en el diente de león soplado por el viento, en cada piedra de río dejo mi huella de sangre, abandono el rastro, la madeja deshilada, y guardo tus ojos en el avellano, cada una de tus palabras conservo, aquí, en mi corazón que sigue latiendo en las semillas, en cada sauce libero mi historia, porque me mataron con mil cuchillos corvos, dejándome caer al precipicio, entrego mis manos atadas al ciprés y al mañío, al silencio de las serranías.
Lo que nos queda
A Nélida Cañas
Los atardeceres del silencio, los cerros recortados contra el viento, tu amor y el mío, que no es nuestro, que no significa posesión, sino un vuelo. La mariposa que sucumbe en la mano del leproso, los charcos donde juegan las ranas, un tatuaje en el antebrazo, una herida en la cabeza, una destrucción convertida en polvo blanco, arena, desierto, piedra caliza, ceniza de volcán. El árbol más viejo y las semillas en el delantal de una muchacha. Tu rabia y mi insistencia. La recuperación de seres queridos. El lastimero aullido de los coyotes. La brújula. Eso que ya perdimos.
Lilian Elphick es una autora chilena. Ha publicado tres libros de cuentos y ocho de minificción, entre los cuales se encuentran El crujido de la seda (2016), Capilar (2018) y Fuera de tiempo (2022). Es licenciada en Literatura por la Universidad de Chile, directora de talleres literarios desde 1990 y editora general de la página web Brevilla dedicada a la minificción. Reside en Santiago.