El mar de nuestros males

Roberto Cofresí Hopgood
 
 
 

El Boss tiene cara de que los va a botar a los cuatro. Tiene la quijada tan trinca que se escuchan los dientes rechinando. Gotas de sudor se exprimen sobre los frunces de su frente. Si fuera un muñequito tendría humo saliéndole por las orejas.

Se desabrocha el gaban de Brooks Brothers como para respirar o para que noten la Glock 45 que lleva en la correa bien gánster.

—I don’t care how you do it, comprende amigos —dice con una calma que amedrenta—no importante, pero viejo loco tiene que bye bye. ¿Comprende? Muy muy malo.

El Boss hace una mueca como de asco o como si le doliera algo. Tal vez tiene un peo atravesao.

Entra en su oficina y tira la puerta que retumba por todo el Dunkin’ Donuts que no lleva ni dos meses abierto en la Calle Loíza.

Papo, Armando, Magda y Loquillo se miran entre sí.

—Mano ¿qué vamos a hacer? —pregunta Magda, la mayor del grupo—. Lo único que ha hecho el pobre viejo es no tener donde caerse muerto.

—No no no, girl, el tipo es un asshole —balbucea Loquillo rascándose la barba—, y además esta crazy loco loco.

—Ay mijo, sí, pero algo tenemos que hacer —ruega Armando con las manos—. El Boss no come cuento.

—Simple mí gente, hay que convencerlo de que se vaya a otro lugar —dice Papo ajustándose los espejuelos que se le resbalan por la nariz.

—Ay mijo, a ese viejo no hay quien lo convenza —insiste Armando—. La policía no ha podido hacer nada ¿qué vamos a hacer nosotros?

—Bro, for real, el tipo, el tipo es bad news, hay, hay que sacarlo —Loquillo tiene un tic nervioso con el ojo que se le pone peor bajo presión.

—Vamos mi gente, en serio, después bregamos con eso. Vamos a terminar de limpiar la cocina —ordena Papo como si fuera gerente—. Ya es tarde y no quiero estar aquí toa la noche.

—¿Limpiar qué, mano, no oíste al Boss? Hay que hacer algo con el viejo —repite Magda que ya la han botao de varios trabajos y a los treinta y cuatro, no está para que la boten otra vez. Antes se reía, ahora es bochornoso.

—Aparentemente esta era su casa antes de que el Boss la comprara para el Dunkin’—informa Papo.

—¿Y so what? Si no bregamos, el Boss nos va a botar a la calle a nosotros —dice Loquillo—. Yo no sé ustedes, pero bro, no way, I need the job.

—Ay sí mijo —dice Armando—. Yo también estoy a un paso de la calle. Tuve hasta que cortar el internet.

—¿I-i-internet, bro? Yo en mi vida he, he, he tenido eso—se agita Loquillo—. Yo lo que tengo son cupones, bro. Deja de ser tan, tan baby que tos estamos broke.

—Gente, tiene que haber alguna manera de hacerle entender al viejo —dice Papo con su calma usual.

—¿Tú has tratado de hablar con él? —pregunta Loquillo—. No way, bro. Mas fácil es entenderse con el Boss. Hay que hacer como con los gatos.

—¿De qué tú hablas? —se interesa Armando.

—¿Qué tú haces cuando un gato se pasa meow meow detrás de tu casa?

—¿Un manguerazo? —contesta Magda que en verdad está loca por terminar esto.

—No, yo, yo, yo digo si sigue ahí night after night, jode que jode.

Nadie contesta.

—E-e-easy, bro —continua Loquillo—. Le das una lata de tuna fish con un, un chin de—

—¡Ay mijo! —interumpe Armando—. Ni de chiste digas eso.

—Ya gente, ya, dejen el chiste —añade Papo secándose el sudor con un pañuelo—. Hay que hablar con el viejo para que entienda y si no, yo mismo llamo a Centro Médico para que lo internen. Allá tienen psiquiatría ¿no?

—Pues no sé, mano —dice Magda—. Lo que sí que la policía se lo ha llevado tres veces y las tres veces el viejo ha vuelto. Vuelve y se sienta ahí en el mismo punto, frente al ventanal. Donde todos lo ven ¡y lo huelen! mientras compran sus donas.

—Ay mija, eso a nadie le importa —se ríe Armando—. Las filas son interminables.

—Pues al Boss le importa —dice Papo.

—Yo, yo, yo tengo veneno en casa —dice Loquillo comiéndose la uña del dedo índice.

—¡Ay, Dios mío! Loquillo, mano, cállate con eso —agrede Magda.

—Mira, mira, Magda, girl, tú lo has visto. Le estamos haciendo un favor al bro.

—¿Y una orden de restricción? —pregunta Papo.

—El Boss trató —informa Armando —pero, mijo, tú sabes cómo son las cosas aquí. La burocracia eterna.

—Mano, y la policía no va a hacer nada —dice Magda.

—Bro, I tell you que no hay otra —insiste Loquillo.

—Gente, to voy a hablar con el viejo otra vez —decide Papo y sale de la cocina hacia el frente del negocio.

—Mano, en lo que él trata eso, yo me voy a dar un pasecito y después vengo y limpio —susurra Magda—. Esta situación me tiene super tensa.

—Me, me too, yo voy contigo —dice Loquillo.

—¿Y yo me quedo limpiando solo? —dice Armando—. Ay mijo, no, yo voy también.

Los tres salen por la puerta de atrás al callejoncito.

La noche está tranquila. No hay brisa, pero ya el calor del día se disipó. Estar afuera de la tienda es como estar fuera del lío con el viejo. Como estar en otro mundo. Excepto por la peste a basura y rata muerta que hay en el callejón.

—Mano, si pudiera renunciaría a esta mierda de trabajo. —dice Magda sacando su pipita y el encendedor—. Mandaría al Boss al carajo. Pero la cosa está tan precaria que si me botan de aquí, me voy a tener que ir a vivir con mi prima en Orlando que está cabrón. No quiero.

Magda se da un pase y le pasa la pipa a Loquillo.

—A mi si, si, si me botan, me voy a Isabela a ser un beach bum—dice Loquillo inhalando.

Loquillo le va a pasar la pipa a Armando cuando la puerta de atrás se abre. Como por reflejo mete la pipa en su bolsillo.

El Boss sale con su maletín y un vaso lleno de ron con coca cola hasta el tope.

—El viejo loco is still there. I don’t want to see him there in the morning —gruñe el Boss.

—Papo go take care of it now —explica Loquillo.

—Pues viejo loco is still there and I did not see Papo anywhere —dice y se da un trago largo de ron.

—He, he say he go to talk to him —repite Loquillo.

—Whatever. Make sure I don’t see him again. Get rid of the viejo or I will find people who can do the job.

El Boss camina hacia su Dodge Challenger rojo parqueado en el único parking oficial del callejón que tiene hasta una verjita alrededor.

—Bro, te digo que hay solo one way —susurra Loquillo después que el Boss se va.

—Ay mijo, sigue diciendo eso y me vas a hacer pensar que lo dices en serio —dice Armando agitando el dedo índice como si lo regañara.

—Mano, yo voy a buscar a Papo a ver qué carajos pasa —dice Magda y entra al negocio otra vez.

—Yo, yo voy a casa, ahora vuelvo —dice Loquillo y se va por el callejón.

Armando se queda solo. Mira para cada lado del callejón. Se huele los sobacos y hace una mueca. Un viento friolento entra por un lado del callejón. Armando lo siente y se da media vuelta para enfrentarlo. Refrescante. Se oyen maullidos agresivos de dos gatos en la distancia.

Magda vuelve con el celular en mano que lo que le quedan son par de minutos del plan y no lo quiere usar.

—¿Mija y la pipa? —pregunta Armando—. Me quedé esperando.

—Mano, Papo no está por ninguna parte —dice Magda—, y no contesta el teléfono ni nada.

—No nos podemos ir sin él. Él tiene las llaves para cerrar —Armando extiende la mano—. ¿Y la pipa?

—Pues, mano, se hartó por fin de esta mierda y se fue —dice Magda buscando en sus bolsillos—. No encuentro la maldita pipa.

—No lo debimos dejar ir solo —dice Armando cruzándose de brazos y haciendo puchero. Dicen que ese viejo loco es peligroso.

—Mano, qué peligroso ni peligroso, es un pobre viejo sin hogar —dice Magda—. Loquillo tiene la pipa. ¿Dónde se fue?

—Ay mija, tú sabes cómo es el. Va y viene cuando le da la gana.

—Pues se llevó mi pipa el cabroncito. Y Papo perdido también. Esto está cabrón.

—Mira quien viene por ahí —Armando apunta al final del callejón.

Loquillo vuelve corriendo.

—El v-v-viejo está ahí todavía. I ran home y traje e-e-esto —jadea Loquillo y les enseña una caneca de ron Palo Viejo que trae en la mano.

—¿Qué es eso? —pregunta Magda.

—La, la solución al problem, girl —contesta Loquillo—. Un par, par de pases y problem fixed. C-c-como un ataque al corazón.

—¡Dios mío, Loquillo!

—¡El tipo es un molester! —dice Loquillo.

—Mijo, lo único que yo he oído es que hace años era cura —dice Armando.

—Eso no es lo único —dice Loquillo.

—¿Dónde estará el cabrón de Papo? —dice Magda frustrada—. A mí no me pagan suficiente para esto.

Ustedes son unos co-co-cobardes —dice Loquillo—. Yo voy a ofrecerle la caneca, si se la toma se, se la toma.

Loquillo entra al negocio.

Armando y Magda se miran.

—Mija, no le preguntaste sobre la pipa —dice Armando.

—¿Sobre la qué? ¿Tu estás pensando en la…? Mano, espérate, espérate, tenemos que hacer algo —insiste Magda.

—Ay mija, a Loquillo le gusta hablar mucha mierda. Seguro lo que tiene en esa caneca es agua. Pero ya yo estoy harto de bregar con esto. Me quedé por el pase, pero si ni eso me puedo dar, me voy a mí casita y me meto una pepa. Tengo demasiados problemas pa estar en estas. A la mierda con el trabajo y el pendejo de Boss. Bye Dunkin’ Donuts. Bye, Magda, eres un amor. Te veré por ahí en la calle.

Armando le da un beso en el cachete a Magda y entra al negocio.

Magda se queda en el callejón. Mira para los dos lados. No hay nadie. Está sola. De verdad que este trabajo es una mierda. Salario mínimo y el Boss es un cabrón que los pone a bregar con estas cosas. Pero no puede perder otro trabajo. Quién la va a contratar.

Saca su teléfono y chequea los minutos. No le queda casi nada y no tiene para añadirle hasta que le paguen el viernes. Si le pagan. Que se joda. Llama a Papo otra vez.

 

 

—Papo, llámame tan pronto recibas esto, en serio, mano, es urgente.

Un gato maúlla con rabia.

Entonces como contestándole al gato, se escucha un chillido de gomas y pum, un choque en la Loíza, seguido por otro chillar de ruedas y el motor de un carro alejándose rápido.

Magda corre. Entra al negocio. Lo cruza en dos brincos. Abre la puerta del frente. Sale a la calle Loíza. Ve las lucecitas rojas de un carro alejándose a las millas. Ve la nube de humo negro que dejo atrás. Al disiparse el humo, ve un cuerpo a mitad de calle. Magda corre. Jadeante. Es Armando tirado en la brea. Las piernas y el torso están en direcciones opuestas. Boca arriba, pero piernas boca abajo. Líquido amarillo y rosado burbujea en su boca. Ojos abiertos y pupilas trepadas en los párpados. Magda saca su teléfono y llama a emergencia. La línea se desconecta. Marca otra vez. No tiene minutos. Mira para todos lados. Solo el viejo sentado en la acera frente al Dunkin’ Donuts, el letrero apagado. La luz tenue de la calle alumbra su silueta. ¿Y Loquillo? ¿Y Papo? ¿¡Dónde están!? Armando respira con dificultad. El teléfono del negocio. Magda corre, pero la puerta está trancada. ¡Puñeta, se olvidó quitarle el pestillo! Mira para todos lados. Todo está cerrado, desierto. ¿Cómo va a ser que la Calle Loíza este así, aunque sea solo martes? No es ni tan tarde.

Magda ve al viejo sentado, inmune, mientras Armando muere en el medio de la calle.

Magda corre hasta el viejo.

—Señor, por favor, ayúdeme.

El viejo está sentado, su espalda contra la pared del negocio. Apesta a basurero y fango. El pelo enredado le baja por los hombros. La ropa está en pedazos como colgándole de los hombros. No tiene zapatos y los pies están cubiertos con ampollas, algunas sangrando. Parece no oírle.

—Señor ¿me oye? —grita Magda sin ni siquiera saber cómo el viejo este la podría ayudar. Se mueve directamente frente al viejo, pero el viejo mira a través de ella, enfocado en algo distante. Ella lo quiere agarrar por el brazo, jamaquearlo, traerlo de vuelta a la realidad en la que Armando está muriéndose.

Magda se añangota frente a el viejo.

—Señor, míreme —dice buscándole los ojos.

Por fin mueve su cara frente a la del viejo y se encuentran sus ojos. Ve los ojos del viejo cambiar de enfoque y verla. El viejo la mira con ojos casi blancos. ¿Estará ciego?

—Olé maja —dice—, pero que belleza de cuerpo tiene usted, caderas y tetas para no menos de diez crías. Y ese culo mantendrá contento al esposo por los siglos de los siglos. Que dios la bendiga con muchos varoncitos. Amén. ¿No tendrá usted un trago que quiera compartir con un pobre viejo?

Magda no está ni segura si el viejo dijo eso o no. No ha movido los labios, pero ella lo escuchó claramente. ¿Se lo imaginó?

No puede dejar de mirar los ojos del viejo. Quiere gritar, pero no puede.

—Mujer, no me voy a mover. Esta es mi casa y de aquí no me mueve nadie.

Otra vez parece que habló sin mover los labios. Ahora Magda está segura. Es como si estuviera hablando dentro de su cabeza.

Se quiere ir, pero el viejo la tiene agarrada por los brazos. No, el viejo no se ha movido. Pero siente sus uñas enterrándose en sus brazos. ¡Qué dolor! Sé tiene que soltar, pero no puede. La tiene paralizada ¿Por qué el viejo abre la boca tan grande? Como si fuera una culebra dislocándose la mandíbula para tragársela. Corre, Magda, corre. ¿Por qué no puede soltarse?

Loquillo aparece como de la nada y le rompe la caneca en la cabeza al viejo.

—¡Eso es por mi hermanito, viejo verde!

El viejo sangrando de la cabeza vira la cara hacia Loquillo.

Loquillo tiene la mitad de la botella en la mano, pero está paralizado mirándolo.

—Hostia, si su hermanito era un amor —dice el viejo sin mover los labios, todo dentro de la cabeza de Magda—. Pero a usted, Daniel “Loquillo” Pérez, lo reconozco como si hubiera sido ayer. ¿No se acuerda de mí? Tal vez esto le ayude a recordar.

El viejo no se mueve, pero Magda se siente que la suelta. Se siente como que es ella quien le está acariciando el brazo a Loquillo, pasándole la mano desde el hombro hasta la muñeca. Es ella, no el viejo. El viejo no se ha movido.

Magda da un paso atrás. No entiende. Loquillo empieza a sollozar y antes de que Magda pueda hacer nada, Loquillo se estaca lo que queda de la botella en su propio cuello.

Borbotones de sangre salpican la cara de Magda y el viejo. Ella grita, pero ni está segura si es su voz o la del viejo la que grita.

—¡Que no me sacan de aquí, jamás! —grita esa voz que no es de ella, pero sale de la boca de su boca—. ¡Esta casa la construí yo y es mía! ¡Mia, carajo, mía, mía! ¿Me oyen? ¡Mía!

La voz del viejo se hace más aguda y más aguda hasta que parece el silbido de una tetera. Magda siente que se le van a romper los tímpanos. Todo su ser quiere mirar al viejo. Lucha con eso, pero no tiene razón alguna para no mirarlo. El silbido la llama como una canción de sirena. Vira la cara y encuentra esos ojos otra vez. Blancos como la nieve. Blancos como los huesos. Blancos como las nubes. Magda se rinde a ese campo blanco y se siente liviana. Como una chiringa al viento. Sube y sube y sube hasta las nubes y el viejito es el hilo que la amarra a tierra. Corta el hilo, viejito adorado. Córtalo. Líbrame. Déjame volar al viento entre nubes de azúcar y algodón. Sí, así, dame más hilo viejito de mi vida. Déjame subir y subir hasta llegar al sol. Que rica es la brisa y que lindo es el mundo desde aquí arriba, aire fresco, todo azul y verde. Líbrame del mar de mis males. Suéltame viejito querido, por favor. Te lo ruego. Quiero volar.

Entonces siente que cae. Cae y cae de una altura inconcebible. Como un pájaro al que le disparan y muere a medio vuelo y cae por entre las nubes, no hay viento que la ayude. Trata de aletear con sus brazos, pero están muertos. Trata de patear, pero las piernas tampoco responden. Así se desploma Magda por una eternidad hasta dar contra el cemento de la acera y ahí despierta como de un encanto.

Abre los ojos y ve a Loquillo encima del viejo, sus manos agarran la cabeza del viejo y ha metido un pulgar en cada ojo. Loquillo da un rugido animal, aprieta y las pupilas blancas explotan. Sangre y pedazos de pupila se derraman por la cara del viejo que por alguna razón sonríe.

Loquillo mira a Magda, exhala y se desmaya sobre el viejo.

—¡¿Loquillo, Loquillo?! —grita Magda tratando de despertarlo.

Le agarra la muñeca y busca el pulso. Solo siente la piel enfriándose.

Oye una carcajada que parece que viene desde lo más adentro de ella. Magda mira al viejo que está con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Te estás riendo? —pregunta, pero no es su voz.

El viejo no dice nada.

Magda mira a Loquillo.

—Perdona, mano —le dice y saca el pedazo de botella todavía incrustado en su cuello.

Un chorro de sangre sale de la herida.

Magda se estremece, respira hondo y le espeta la botella en el cuello al viejo hasta que da con la columna vertebral. La sangre brinca y salpica sobre Magda como una fuente. Ella tuerce lo que queda de botella hasta que ya no escucha las carcajadas en su cabeza.

Se levanta, mira a su alrededor y se va caminando por la desierta Calle Loíza hacia su apartamento.

Esta es su calle puñeta. De aquí no la saca nadie. Deja que mañana vea al maldito Boss.

 
 
 

Roberto Cofresí Hopgood es un cuentista puertorriqueño. Autor de Bellows: Fables from the Musical Underground (2013) y Cuentos del Barrio Machuchal (2015). Forma parte de las antologías Once Upon Another Time (2022) y Hadouken (2023). Ha colaborado con revistas tales como Claridad en Rojo, La Calle Loíza y The Write Launch. Reside en Carolina del Norte.