Los perros (fragmento de novela en proceso)

Ahmel Echevarría

 
 

 

Capítulo I: Hirohito

 
 

El trabajo los ara libres

 

Gato, Soldado, Llave, Vela, Militar y Pavo Real. Eso fui: el 4… el número 4.

No pudo ser de otra manera porque La Charada está ahí para algo. Existe por alguna razón y esa razón nos trasciende. Es mucho más grande que yo, que tú, que él, y que Jesucristo santificado sea su nombre. Porque El Señor es el 33 y tiene su lugar en la sagrada letra de La Charada venga a nos su Reino. Venga a nuestras cabezas en forma de sueños el Reino de la zìhuā, chifá, chifa. Venga a nos en forma de símbolos en los sueños, esos sueños que no todos saben leer.

Me asignaron el número 4 cuando llegué, tras la alta alambrada de púas de aquel campamento no pudo ser de otra manera. Frente a los 120 hombres vestidos de civil y formados en un área a la que llamaban Polígono, el capitán de la Sección de Seguridad o SS siguió leyendo nombres y asignando números a cada uno de los 120 según un listado. Entonces me volví hacia el portón de entrada: los tres camiones ya vacíos se pusieron en marcha. ¡¡¡Cuaaatroo…!!!, gritaron. Y bajo el arco de cabillas del portón, en cuyo lomo había un letrero, quedó suspendida la nube de polvo rojo… ¡¡¡Qué paaasaa Cuaaatro…!!!, gritaron. El celaje turbio flotaba sobre la guardarraya y se fue extendiendo hasta un punto donde el terraplén torcía a la izquierda detrás de un cañaveral. ¡¡¡¡Cuaaatroo…!!!, gritaron otra vez y sentí un golpe suave en el brazo. ¡¡¡Qué paaasaa allífueeera Cuaaatroo…!!!, siguieron gritando y sentí otros dos golpes menos leves cuando el último de los tres camiones dobló en la curva. Es contigo, pariente…, dijo en voz baja el que estaba a mi lado, él era el 5 pero en aquel momento mi cabeza no relacionaba números con rostros, o números con identidades, o números asignados cual nombres. Pariente, te están llamando a ti…, dijo el 5 todavía en un susurro luego de insistir con suaves golpes de codo en mi brazo mientras yo intentaba leer en espejo, porque al bajar del camión no lo advertí, el letrero soldado en el lomo del arco: EL TRABAJO LOS ARA LIBRES.

¡¡¡Qué paaasaa Cuaaatroo…!!!, ¡¡¡qué cojone se le peeeldió allífueeera!!!, gritaron, y tras el aviso de 5 me volví.

Aquellos ojos de un profundo azul me miraban. Pellejo blanco recocinado al sol el de la cara medio curtida medio cuarteada bajo la gorra verdeoliva de aquel capitán de las SS que gritó si yo era sordo o maricón o las dos cosas. Mi corazón pateando a mil. Corazón acusador delatándome a lo grande: demasiado rubor, las venas en mis sienes se hinchaban con cada chorro de sangre bombeado desde el pecho y el calor dentro del cuerpo crecía.

¿Qué más vio 5 en mi cara…? Da igual…, no soy ni lo uno ni lo otro capitán hijo de la recontraputa de tu madre mira que llamarme así delante de tanta gente… Y respiré hondo, despacio, tres veces. Inhalar profundo, exhalar despacio. Y le di las gracias a 5 en voz muy baja.

 

El tétrico tercio táctico

 

Tras el grito del recontrahijodeputa del Capitán, en el Polígono supe que sería Gato y Pavo Real. Bien mirado, también fui Soldado y Militar porque fui Militar y Soldado casi a los seis meses o a las 23 semanas como se diría de una mujer encinta. Al Tétrico Tercio Táctico no le gustó ni un poquito… Tétrico como sinónimo de Lastimoso, Tercio entendido cual Fracción, o mejor, Facción. Pero no hay manera de encontrar un sinónimo para Táctico, porque La Facción era de todo menos Hábil, Metódica, Operativa. Si acaso era Tácito el Tétrico Tercio como el acuerdo que nos unía. ¿Cofradía? Una cofradía machihembrada por el Implícito y Silencioso pacto que es la amistad. ¿Amistad, así, a secas…? Yo asumí poco a poco las 6 entidades de mi número Allí. Allí no es otro lugar que El Campamento o Campamento El Tintero. Según los SS, en El Tintero no había nada relacionado con la charada. ¡¡NADA…!!, gritó El Capitán. En el primer recuento que hicieron luego de asignar los números cuando a las 0600 Hora Militar ordenaron Formación en El Polígono a puro grito y cabillazos contra el casquillo de obús guindado de un arbusto, los SS dijeron charada siempre en minúscula. Para ellos La Charada era letra muerta, latín o cosa todavía peor, así casi dijo uno de la Sección de Seguridad, y también me miraba desde cierta distancia aquel mulato blanconazo de bigote y gafas de pasta negra y gruesa al que le decían El Político, porque justo eso era aquel sujeto por su cargo en El Tintero: El Político. Pero no, ninguna razón tenía El Político según mi manera de ver y entender la vida y La Charada. Sin embargo no lo dije ni lo expresé con un gesto en La Formación.

Creo que Allí sobreentendí el significado que en El Tintero tenía La Charada. Lo sobreentendí primero que nadie, es decir, lo entendí más que nadie. Acaso también fui el primero en sobreentenderlo entre los cofrades del Tétrico Tercio. Por eso además de Gato, Llave, Soldado, Militar y Pavo Real, fui Vela, fui cirio lamparilla resguardo vigilia… Para ser exactos, esta extensión de la entidad, o nueva entidad si se quiere, no aconteció sino después, mucho después de La Llegada el 29 de noviembre de 1965, cuando los futuros cofrades pasamos de ser una fracción a una Facción, Allí, una pequeña facción o fracción si cuentas hombre por hombre y la suma te da 120 en el pase de lista a las 0530 Hora Militar, y 120 en los sucesivos recuentos hasta llegar al último, al de las 2100 Hora Militar y momento de ir a las literas y apagar los candiles, la hora en que nos obligaban a entrar a las barracas. A dormir. Pero sin conscriptos vigilando en los pasillos bien entrada la noche la barraca era un hervidero, como en la selva a ras del suelo en la madrugada, entre la hojarasca, el fango, los troncos podridos y las madrigueras, digo yo, que lo digo.

Cual Gato escuchaba las pisadas furtivas de quienes abandonaban su litera para deslizarse en otra. Y cual Gato en la oscuridad veía a las siluetas levantar el mosquitero. Sin demasiada dilación se volvían un amasijo susurrante y gimiente cuyo ritmo era más o menos acompasado según el ánimo de faunos y odaliscas. Música de recámara aquella trenzada con el graznido de alguna lechuza, el canto de los grillos y el múltiple crujir del esqueleto de las literas. Las siluetas emprendían el camino de vuelta a sus torres, porque a las literas las llamaban así, cuando los susurros y los gemidos y los griticos entrecortados daban paso a esas voces de ultratumba que nacen en la pesadilla. A lo largo de la barraca y la madrugada dispersas brotaban palabras sueltas o frases enteras y berridos y gritos y alaridos y volvían totalmente inaudibles las pisadas de quienes regresaban a su torre sudados, algunos con salivazos y mordidas y verdugones y arañazos en el cuero de la espalda y en los brazos y el pecho a dormir plácidamente, o echados y con ideas tristes, así le dijo Baudelaire a Camallieri cuando para mí solo eran dos desconocidos.

Echados y con ideas tristes…, nunca olvidé aquella frase. Cual conejo sacado de un bombín la colé en una conversación semanas después, algo parecido a la amistad ya nos acercaba. Luego seríamos mucho más que tres, porque conocí a sus amigos: Marcos, Frank, Mayito, Camallieri el pelirrojo, Baudelaire, El Negro Montoto y un servidor. Éramos 7. Con el paso de los días nos convertiríamos en El Tétrico Tercio Táctico.

 

Allí

 

Matemáticamente hablando, en realidad no éramos un tercio del total de hombres Allí, pero nos daba igual la aritmética. En El Tintero la aritmética ni siquiera nos definía o no definía nada. Pero no es lo mismo una cuenta de bodeguero que un poco de teoría pura y dura. La Teoría de Conjuntos… Porque cuando digo Allí, cuando digo El Campamento o digo El Tintero, hablo de un conjunto finito. ¿Un conjunto cerrado? Cerrado completamente era el conjunto que contenía a los 120 hombres, un conjunto delimitado por una cerca con torres de vigilancia: postes de concreto encajados en la tierra, erizadas las púas en la alambrada de veinticinco pelos, sistema antifuga a la manera de una Y Griega con cuatro pelos de alambre espinado en cada lado fijada en la punta de los postes, más una guarnición con armas largas en cuatro atalayas y en el portón de entrada.

Y como La Charada es letra sagrada, entonces también fui La Llave que abrió y abrirá muchas puertas, como la puerta de la memoria.

Fui Calle, y Candado, lo que equivale a decir 5 y 26, pero sucedió mucho después, al año y medio.

Fui también otros números según la ubicación asignada en cada campamento, porque no estuve solo Allí, lo mismo le sucedió a buena parte de los 120 hombres confinados en el conjunto cerrado tras un arco de cabilla coronado por un letrero. Pero ahora solo importan el 26, el 5 y el 4.

 

Por esta calle que soy

 

Por esta Calle que soy caminarán aquellos que quiero ver caminando en esta Calle que soy. Y como un Candado me cerraré cuando haya que cerrarse, para impedirle el paso a ciertos sujetos, esos que sí quiero ver desandando, ahora, por los meandros de mi memoria.

Puesto que fui Gato Soldado Llave Vela Militar Pavo Real, estuve Allí. Con solo cerrar los ojos y nombrar un número un objeto un nombre un mes un castigo un color puedo volver al Campamento. Digo Zepelín y estoy en El Tintero y es la primavera de 1966 y me veo en una cola frente al almacén para la entrega de los abrigos…, cojones, por fin un abrigo. Mi abuela me habría dicho ¡Muchacho, no puedes ponerte esta zamarra así como está…!, ¡lávala que vas a coger una cosa en la piel! Un abrigo…, un abrigo, Dios santo…, me dije, sin embargo no pensaba en Dios sino en la Caridad del Cobre. Aquella solo fue una forma de modular sorpresa contrariedad resignación tras recordar, en la cola, el invierno dejado atrás, y los resfriados, también los interminables hilillos de moco, catarros, fiebres, y los temblores al alba en El Polígono. Por suerte yo no soy asmático. Ni la camiseta ni el pulóver ni la camisa de mangas largas encima de la camiseta y el pulóver, ni las manos enfundadas en los bolsillos, atenuaban la frialdad a lo largo de toda la noche y la madrugada sobre el costal, o cuando tocaban la diana y yo hacía un poco de calistenia por mi cuenta. Bien mirado ya no era un asunto urgente el abrigo, aunque en las madrugadas la temperatura, todavía, solía ser bastante fresca. Me quedaba holgado, quise cambiarlo por uno de mi talla. ¿No tienes una M por ahí…?, le dije a Popeye 36 El Suministro y el tipo me miró con fastidio. No estábamos en la tienda Flogar, La Época ni en Fin de Siglo, pero yo era el cuarto en la cola, la cuarta persona en entrar, debía haber una M. ¿No tienes una M, por favor…?, lo miré. Mis ojos insistiendo en los suyos. Mi brazo, extendido, el abrigo colgando. De mala gana Popeye 36 se acercó, pero el SS que custodiaba la puerta, triturando las palabras con su bocaza gritó ¡¡¡Polqué cojone se paró la cola…!!!, ¡¡¡Eto é payer…, ni pa hoy ni pa mañana…, eto é payer…!!! Entró, nos miró. ¡¡¡Macenero…!!!, le gritó el SS a 36, ¡¡¡¿Qué pinga tá pajando aquí, macenero…?!!! 36 tragó en seco y comenzó a explicarle. No más 36 arribó al punto final de la oración, el SS rastrilló el fusil. El cañón primero apuntó al abrigo que colgaba en la mano de 36. ¡¡¡Éje migsmo…!!!, le gritó el SS. Luego, cual dedo índice, el cañón me colimó. ¡¡¡Coge éje migsmo…!!!, me gritó el SS. Mejor largo que corto, pensé, Mejor grande que chiquito. Y salí haciendo caso omiso al consejo de mi abuela en aquella primavera de 1966, la primera de las tres que pasaría en el ar-chi-pié-la-go-de-cam-pa-men-tos, como otros miles de hombres reclutados para el SMO, yo entre más de.

Punto y aparte porque la cifra, ahora, no importa.

Punto y aparte porque la aritmética será aplicada después si es que después viene a cuento.

De aquel número grande como carajo de hombres reclutados no todos pasaron las tres primaveras, las únicas tres, en el ar-chi-pié-la-go-de-cam-pa-men-tos construido en las llanuras de Camagüey.

Punto y aparte porque el número exacto ahora tampoco importa.

Días casi tórridos aquellos, entre inconmensurables cañaverales, los del final de la primavera de 1966.

 

Fui casi cualquier cosa pero en realidad no demasiadas ni tan despreciables y por eso sobreviví

 

Como si fuera un mantra menos mágico que maldito, o maldito al tiempo que mágico porque sobreviví, porque fui casi cualquier cosa menos un suicida, fui casi cualquier cosa pero en realidad no demasiadas ni tan despreciables y por eso sobreviví, repito que fui el 4, el número 4, el que a las 23 semanas días más días menos vime ascendido a cabo. Mi ascenso a Cabo, asunto delicado que en un principio El Tétrico Tercio Táctico desaprobó.

Yo, que sobreaprendía más rápido que el resto, más de una vez tuve que mal explicarle a la Tácita Fracción por qué hube yo de aceptar designación y grado.

Muy pequeño era el valor de la insignia como pequeña era la insignia en mi uniforme, pero era un grado militar. ¿Cuando acepté y me dieron la insignia, vime yo de verdeoliva gorra y uniforme verdeoliva con los grados de cabo entre la Tácita Fracción? ¿O iba, bajo el sombrero de yarey, de azul mezclilla oscuro el pantalón de tela gruesa, y de claro azul y monograma al hombro de la larga manga de una camisa de mezclilla?

Ya era cabo de escuadra, un cabo escrito en minúsculas entre la soldadesca, pero en mayúscula al interior de los 120 hombres confinados en un conjunto cerrado cuando lo vi, o, para ser precisos, cuando los vi. Eran las 1800 Hora Militar y horario de comida de un viernes en la tercera semana de mayo. Cuando lo vi, o, para ser precisos, cuando los vi, casi toda La Compañía estaba trabajando en el cañaveral. En mi memoria esta escena incluye a más de un sujeto. Además, puedo decir que no solo tuve la soga.

 

Soy la llave, soy además la calle, y soy el candado

 

Soy La Llave. Soy además La Calle, una calle medio oscura y estrecha con destino a la memoria. Y soy El Candado. Puedo entonces controlar casi todo a mi antojo, narrar todo según quiera, o pueda. Porque no se trata de querer, sino de poder… El Poder a la hora de narrar.

Entonces podré estar en todas partes.

También fui el 33 en agosto de 1967 y con el 33 llevé el mismo monograma que en el hombro y cosido a la camisa tenía cuando el 29 de noviembre de 1965 me asignaron el número 4. Una U, una M, una A y una P en el monograma incrustado en la manga, y el número 1 que significaba Primer Llamado:

 

SMO UMAP No. 1

 

o esto:

 

 

El monograma que todavía conservo en una gaveta junto a un carnet azul bastante desgastado por el uso y con pequeñas motas de algo que parece moho u hongos. Este carnet:

 

 

Soldado del Servicio Militar Obligatorio del Primer Llamado de las Fuerzas Armadas destinado a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, un Elemento, así también nos llamó la soldadesca desde La Llegada en el 65, a lo largo de 1966 y en los dos primeros meses del 67. Elemento o recluta sin armas en una unidad militar rodeada por una alta alambrada de púas e infinitos campos de caña. Soldado UMAP como el resto, y como el resto fui un conscripto que nunca recibió entrenamiento militar, solo clases de infantería en diciembre de 1965.

Soldado UMAP 33, eso también fui, el 33 Jesuscristo y no el 33 Tiñosa.

El 33: la traducción del misterio de la Santa Trinidad, la posibilidad de ser tres entidades al unísono: texto, sentido, carne. Carne de su carne, texto de mi carne y de sus carnes, y el sentido de esa carne.

Pero recuerda: soy La Llave. Soy además La Calle, una calle medio oscura y estrecha con destino a la memoria. Y soy El Candado. Puedo entonces controlar casi todo a mi antojo, narrar todo según quiera o pueda. Porque no se trata de querer sino de poder…

El Poder a la hora de narrar.

Entonces digo sin más: cuando los vi, en mis manos no solo tuve la soga.

 

El comandante y el zepelín

 

Fue la orden del Comandante la voz de mando que detuvo la maniobra. A pesar del ruido del motor y el bronco sonido del chorro de aire al salir del quemador, El Comandante no habló a voz en cuello. Nunca alzaba la voz. Bastaba mirarle el rostro para advertir que su mirada, ese modo de observar, pausado, agudo, frío y acerado el de esos ojos achinados según la descripción que de Él tras La Llegada hizo Baudelaire, era su mirada y los gestos lo que verdaderamente definía el tono de su discurso.

La frase espetada por El Comandante, acompañada de una leve sonrisa, no fue una súplica sino un pedido. Una orden del Comandante. Al Capitán. Porque allí, y allí no es otra cosa que el Zepelín, en el dirigible El Capitán era el oficial al mando, es decir, El Oficial de Vuelo. Detengan todo…, así dijo el Comandante. En caso de que fuera necesario abortar una misión nunca rebajaría su discurso o la orden a un Aguanta ahí, frena esto….

Detengan todo, por favor, ¿podemos atrasar la salida?, dijo. Al segundo comando de la orden del Comandante apenas se le notaron los signos de interrogación. Casi no los acentuaba cuando se dirigía a las tropas bajo su mando, Él, que no solo comandaba El Campamento o Compañía. También era el Jefe del Batallón.

Batallón 33, Compañía No. 1, Agrupación Banaguas…

Batallóntrentaitrés… conjunto cerrado y constituido por 4 subconjuntos cerrados llamados compañías…. la 1 que era la nuestra más la 2 la 3 y la 4… subconjuntos cerrados las 4 compañías a su vez formadas por 3 subconjuntos llamados pelotones… subconjuntos cerrados a su vez integrados por otros 4 denominados escuadras cuya cantidad de efectivos suman 10…

10 efectivos x 4 compañías x 3 pelotones = 120 hombres…

120 hombres x 4 compañías = 480 conscriptos…

480 reclutas x 33 batallones de la región militar de camagüey = 15 840 elementos…

15 840 en cada uno de los dos llamados del SMO UMAP…

Y El Capitán sí gritó: ¡A su olden!, este sujeto además podía gritar ¡Góndola, abolten…!

Tras el grito del Capitán, por el hueco de una de las escotillas el Teniente 1, segundo al mando en el Zepelín, lo que equivale a decir Director de Operaciones de Vuelo o Piloto en Jefe, asomó la cabeza: ¡Tierra…!, gritó, ¡Pongan las amarras…! Ambos regresaron a sus puestos y se cuadraron ante El Comandante en un saludo militar.

El Zepelín había ganado poco más de dos metro de altura y lo puedo consignar, porque en mis manos no solo tuve una de las tres sogas para fijarla en el anclaje donde El Capitán me había situado.

Soy La Llave, soy La Puerta, y soy quien detenta el poder. Entonces digo, sin dudarlo, puesto que al llegar a la Compañía No. 1 sobreaprendí un montón de recursos para acomodar mi cuerpo o mi vida lo mejor posible a la vida en La Compañía o lo que equivale a decir mi vida en El Tintero, entonces puedo decir: en el Zepelín al Comandante se le vio cerrar los ojos, fruncir el ceño, cerrar los puños.

Bien mirado casi fue fugaz su reacción, ¿para que aparentemente no se notara? A fin de cuentas El Capitán era el oficial al mando en El Argo, pensó El Comandante, porque ese fue el nombre que escogió para el dirigible cuando El Zepelín era todavía puro papel dibujado sobre una mesa, Y las órdenes, pensó, Las órdenes se enuncian de manera clara, exacta, o lo más claro y exacto que ellos puedan, sin titubear, pero es que gritan demasiado…, demasiado en un espacio como este. Y miró en derredor, en realidad no había prisa, al menos no demasiada, pensó, y su mirada recorría otra vez la góndola. ¿Por qué góndola y no cabina?, sin el énfasis en los signos también le dijo al Ingeniero cuando dos meses atrás el trabajo de ensamblaje quedó concluido, y tal como le ordenó al Capitán lo llamaron para supervisar el resultado final, Por favor, dijo El Comandante al Ingeniero, Cuál es el origen de la palabra…, Góndola…, cuál es el origen de ése término aplicado a un dirigible.

Tras un breve comentario el Ingeniero además utilizó los vocablos Proa y Popa, y Babor y Estribor, para ubicar espacialmente a lo largo de su explicación la posición de los mandos, escotillas, del sistema de propulsión, el quemador, la radio y los extintores en aquella estructura de madera. Si a las sogas le llamaban cabos y amarras se debió a la jerga utilizada por este hombre enviado en la misma caravana de camiones en la que llegué al Campamento. A él le tocó el número 81.

Sí, lo vi bajar del mismo camión al que nos obligaron a subir tras sacarnos, poco a poco, como a las 2350 Hora Militar, del terreno de béisbol iluminado con reflectores. Cielo despejado fresca noche de noviembre día 28 y 1965 a la salida del terreno de pelota del Central Lugareño. Nuevitas, Camagüey, el alto edificio del central con su techo a dos aguas que mucho después y en más de una ocasión vería, el ruido de sus máquinas y el de los vagones dejando caer la carga en el basculador, la sirena que anuncia los cambios de turno, el olor a melaza, escapes de presión, el hollín, calor, mucho calor, cansancio, hambre, la alta chimenea rotulada en letras mayúsculas:

L

U

G

A

R

E

Ñ

O

, y con no poca torpeza en la mañana siguiente 81 bajó del GAZ-63…

GAZsesentaitrés…

tracciónenlas4ruedas…

motorgaz51de6cilindrosenV…

velocidadmáximaporcarretera70km/h

camiónverdeolivacon70caballosdefuerzay2800rpm… del motor del camión en que llegué al Campamento…

El Ingeniero era mucho más viejo que el resto. Debía tener 50 o 51, eso me dije al saltar de la cama del GAZ-63 y tras comparar su rostro con las caras de quienes, vestidos de civil, bajo las órdenes y gritos de la soldadesca y encañonados por sus ri-fles-che-cos-V-Z-punto-52-con-10-car-tu-chos-en-el-car-ga-dor… atravesábamos por primera vez el portón del Campamento para adentrarnos en aquel conjunto cerrado por una alambrada. Y como el Ingeniero era el 81, nunca fuimos del mismo pelotón, tampoco dormimos en la misma barraca.

No estaba nada mal la carpintería y no es que lo diga yo, también lo dijo El Comandante cuando fue a darle el visto bueno al Argo. Han hecho un buen trabajo, dijo, y lo vi acariciar el costillar de madera en el interior de la góndola. Su mano blanca y delicada fue paseándose brevemente y al azar sobre los tablones de babor, de estribor, en la popa, la proa, en el banco a los pies de las escotillas de babor y estribor, sobre los marcos de las escotillas. También comprobó el cierre de cada una, Perfecto, dijo, Cierran bien, han hecho un buen trabajo, y al Comandante le vi esa sonrisa tan parca, tan propia de él, o de Él.

El trabajo de un buen carpintero ebanista, pensó, y no deja de ser cierto, porque Él le ordenó a su segundo al mando buscar un carpintero entre los 120 hombres, Que sea un carpintero ebanista, le precisó al Capitán, y como le vio en el rostro la clara señal de que no captaba cuanto quería hacerle entender, enarcó las cejas, suspiró, Necesito un carpintero de esos que pueden hacer un buen juego de cuarto o de sala. El Capitán asintió. Y si no lo encuentras aquí, búscalo en cualquiera de las otras tres compañías, o en El Regimiento…, hablaré con el Jefe del Regimiento para que te localice a tres carpinteros ebanistas, quiero que vengas con el mejor de los tres. El Capitán asintió. Necesito que hagas ese trabajo para ayer… por favor, dijo El Comandante. Con sus dedos blancos, largos y finos se alisó el uniforme, otro gesto tan típico suyo, que no creo propio de un shōgun como pensaba y decía Baudelaire, sino de alguien con un rango todavía mayor, mucho más grande, tal cual lo remarcaba cada gesto del Comandante. Sí, un Emperador, con mayúsculas, justo eso parecía y se lo dije a Baudelaire. Un Emperador aunque no fuera el Jefe del Regimiento en Camagüey, ni el Ministro de las FAR. El Emperador, eso era Él, por sus maneras, el tono de la voz, la intensidad de su discurso, y por otra serie de detalles que harían de esta oración una unidad del sistema de la lengua demasiado larga, cuyo final sería el verdadero sobrenombre del Comandante: Hirohito.

 

Hirohito y el Argo

 

Para suerte del Capitán, que tras el saludo militar se alejó abrumado, entre los 120 hombres encontró a dos carpinteros. El mayor de los dos, el número 24, tenía casualmente 24 años y trabajó desde la adolescencia en la carpintería de su padre. En la carpintería que fue de su padre trabajó varios años de ayudante, Lo juro por lo más sagrado, Capitán, dijo, y el Capitán lo miró. ¿Pol lo má sagrao…?, dijo el Capitán, había más que enfado en su rostro, un gran empingue, así hubiera dicho El Capitán. Lo juro por lo más sagrado…, por la Revolución, dijo 24, De verdad que le sé a la carpintería…, no lo voy a hacer quedar mal.

En la carpintería expropiada al padre por orden del Gobierno, 24 trabajó hasta que debió formar parte de La Caravana que en diciembre del 65, y desde La Habana, arribó al Campamento. Pero la larga marcha de La Caravana no comienza cuando parten del Cinódromo de Marianao los 50 camiones cargados de hombres escoltados por conscriptos con fusiles y perros, a su vez vigilados por una decena de patrullas y policías armados, entreveradas por jeeps del Ejército transportando más soldados con fusiles y en cada jeep una ametralladora. Ni cuando medio centenar de camiones sale del Parque La Normal con una estiba de hombres la mayoría jóvenes a la misma hora y el mismo día, u otros 50 del parqueo del Estadio La Tropical. Antes de ponerse en marcha los motores, se confeccionaron listados y luego enviaron citaciones a cada futuro confinado. Previo a las listas y notificaciones, aconteció la entrega de nombres, motivos y confección de fichas delictivas en las Oficinas de Lacra Social. Antes de la entrega de nombres y el archivo de prontuarios delictivos en todo el país, la creación y divulgación de… Puntos suspensivos cual punto final para una curva que parece tender al infinito. Póngase entonces como origen o kilómetro cero un discurso. Enfundado en un traje de campaña oliva, el Primer Ministro del Gobierno Dr. Fidel Castro Ruz le espeta a una enardecida masa de universitarios una larga pieza de oratoria con transmisión por la radio y la televisión: 16 cuartillas en Times New Roman 12 que se dilatarán aún más con silencios dramáticos, variaciones en el ritmo, aplausos. Es la clausura del acto para conmemorar el VI aniversario del asalto al Palacio Presidencial. Cerraron el tráfico y acordonaron la zona para evitar imprevistos en la escalinata de la Universidad de La Habana, nada puede sucederle a los universitarios, a los invitados, mucho menos al orador. Es el 13 de marzo de 1963.

Puede resumirse lo acontecido entre El Discurso y La Llegada con una imagen literaria: una enorme guillotina. La máquina que se alza nuevamente. Para quien no las tenga toda con las Humanidades, en vez de metáforas o símiles una ecuación: Mt = M0 x ert. Crecimiento exponencial. Una magnitud M cuya variación en el tiempo es proporcional a su valor, que crece vertiginosamente en el tiempo, en muy poco tiempo, de acuerdo con la ecuación. La magnitud M equivale a Cantidad de Hombres Citados por las Oficinas de Lacra Social y Comité Municipales de Reclutamiento en todo el país. Mt es valor de dicha magnitud en el instante t0; M0 es el valor inicial de la variable, su valor en t = 0, es decir, cuando empezamos a medirla, justo el 13 de marzo de 1963 en la escalinata de la Universidad. Kilómetro 0, Tiempo 0. Primero fue el verbo: la voz encendida del joven Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, luego aconteció La Caravana. El resto de los elementos de la ecuación ahora no importan.

Sobre las 10 AM arribará La Caravana del primer llamado del SMO UMAP a la Estación Central, sobre las 10 de la mañana arribo apretujado en un camión a la Estación Central de Ferrocarriles de Cuba. Los oficiales y conscriptos apuran la descarga y el arreo de hombres hacia el andén, la soldadesca domina a la perfección el acarreo de ganado mayor y menor. Por sobre las cabezas destacará una testa muy blanca coronada con una gorra militar en nada parecida a las gorras del Ejército, por sobre las cabezas de centenares de hombres jóvenes y no tan jóvenes la mayoría vestida de paisano, y de los que andan enfundados en uniformes de campaña oliva, veo la blanca cabeza de un militar. Se me antoja soviético. Sí, ese tipo es ruso, me digo con la muda voz del pensamiento al escuchar las órdenes espetadas por aquel sujeto, órdenes enunciadas en español con no pocos caracteres en cirílico. Parece estar al mando, o asesorando; lo veo mandar, o asesorar. A los civiles se les indicará, sin titubeos y a golpes de culatazos si viene al caso, subir a los vagones; me ordenan trepar a uno de los 20 vagones, por las facciones y el rictus de quien me grita advierto que no puedo dilatar el acatamiento. ¿Será un muy largo viaje?, me pregunto mientras abordo el vagón al que me han destinado; Es un largo viaje, me digo tras mirar el paisaje extendido frente a mí, donde no hay vestigios de pueblos o caseríos. Mientras el sol abrasa la tierra, el tren avanza entre monótonos paisajes con las ventanillas abiertas. Chirrido metálico, silbatazos, el rítmico beat de las ruedas al golpear la unión entre raíles, sacudidas. La sabana y la manigua ya no son conceptos estudiados en las clases de Geografía e Historia, toman color, tamaño, sonido, intensidad y sentido mientras el tren las atraviesa. Apenas hay trasiego de gentes dentro del vagón porque los conscriptos tienen la orden de evitar que los futuros confinados vayan de un asiento a otro, conversen, se abandonen al solaz mientras transcurre afuera el paisaje bucólico. Solo se permitirá orinar o cagar en la puerta trasera del vagón cuando los conscriptos entiendan que se puede. Y cuando algún paisano esté dando del vientre, los pedos formarán parte de los ruidos del tren. Caen los mojones y el hilillo de orina escalones abajo, por el pasillo avanza el hedor de las deposiciones, y afuera se alzan se instauran se yerguen las palmas, ceibas, robles, flamboyanes, el marabú, la zarza, el romerillo y algún que otro bohío. También la sed se alza se instaura se yergue junto al hambre en todos nosotros. El sol todavía sigue clavado por sobre la sabana y nos ordenan cerrar las ventanillas cuando nuestro tren cruza un caserío o un pueblo o circula a paso lento junto a otro largo convoy de vagones detenido o avanzando en sentido contrario.

A la locomotora le aguardaría un imprevisto y a todos, incluyendo a la soldadesca, nos tomaría por sorpresa. Nos miramos, se miraron, paramos en medio de la nada. Solo manigua a la redonda, la misma manigua que debió haber recorrido a caballo el Lugarteniente General Antonio Maceo y sus huestes en la Guerra de Independencia. Era la tarde, el bufido de la locomotora y el súbito ruido de los enganches entre vagones cuando el convoy perdió la inercia y se detuvo. Era el olor del monte, el canto de los pájaros más el chirriar de las cigarras. El silencio en el vagón a ratos lo quebraba un murmullo. Entre los futuros confinados algunos se adelantarán a la orden de cerrar las ventanillas. Sorprendido los veo levantarse, los veo sacar con no poco trabajo medio cuerpo a través de los boquetes por donde veíamos transcurrir sabana y manigua, y sorprendido los veo saltar.

Si se tratara de una travesía en barco, entonces diría Gentes vestidas de paisano saltaron a la mar brincándose la borda de babor y estribor. Corrían. Huían. Cual piara en estampida. Gritos. Órdenes. Pasos apurados de los conscriptos en el pasillo del vagón. Culatazos. Improperios. Fusiles rastrillados. Pájaros volando. Gritos, ofensas, órdenes. Disparos. Trinos y chirridos diluyéronse en un largo silencio. Culatazos, patadas, quejidos. A pocos metros de la borda de estribor, un herido y dos paisanos con un esguince en el tobillo; en la de babor, dos heridos y un paisano con la tibia fracturada.

De manera progresiva los vagones irían hediendo a grajo, sudor, orine, mierda; mi vagón apestaba, y yo tanto como el vagón. Pasadas las 9 PM, con las ventanillas cerradas arribaría el tren a la Estación Central de Villa Clara; a las 9 de la noche paramos en la Terminal de Santa Clara, desde mi ventanilla vi arrear al interior de los vagones a otra manada de hombres. Algo inenarrable dieron por comida en una cajita de cartón: arroz congrís, boniato hervido. Con las ventanillas cerradas, el convoy se detendría en Minas; si se tratara de una larga y fatigosa travesía en barco, habría dicho Tocamos puerto en el para mí desconocido embarcadero de Minas, atracamos, por estribor saltando la borda nos obligaron a bajar. Nos esperaba el terreno de béisbol del Central Lugareño y unos reflectores pero no lo sabíamos, nada sabíamos de la ruta ni de nuestro destino. La del terreno fue una breve parada. Madrugada, frío, hambre, sed, agotamiento. Nos ordenarán salir del terreno y trepar otra vez a una caravana de camiones; un conscripto me grita y por las facciones, el rictus y la culata del fusil entiendo el calado de la orden. Es la alta madrugada en la carretera. Por sobre el sonido del motor escucho el canto de una lechuza. ¿O se trató de una alucinación, la fatiga, del movimiento intestinal de quien va dando tumbos a mi lado? Bostezo, suenan mis tripas. Dormiría, pero no consigo conciliar el sueño a lo largo de los 40 kilómetros que a La Caravana le quedan por delante.

Justo el día de su cumpleaños 23, en esa misma caravana llegó 72 el otro carpintero para suerte del Capitán.

24: Paloma, Música, Carpintero, Cocina y Pescado Grande. Pero lo que en verdad importa es la tercera entidad: Carpintero.

72: Ferrocarril, Buey Viejo, Serrucho, Collar, Cetro y Relámpago. Otra vez la tercera entidad: Serrucho.

¿Pura coincidencia? La Charada es mucho más grande que nosotros mismos.

Un buen carpintero bastaba, pero encontrar dos en la misma Compañía era el premio gordo. No en balde la góndola acabó siendo lo que fue, un muy buen trabajo, delicado, y El Emperador, que era observado por El Capitán, El Político, un teniente y los dos conscriptos armados con fusiles checos encargados de la seguridad del Galpón, El Emperador le preguntó al Ingeniero si la compuerta funcionaba bien. El Ingeniero asintió. ¿Entonces tú afirmas que resiste un peso de 140 kilogramos…?, ¿puedo suponer que resiste ese peso sin abrirse?, dijo Hirohito y los signos de interrogación apenas se notaban. Sí, Comandante…, con este mecanismo se abre la compuerta, el Ingeniero se explayó comentando la utilidad de aquella palanca y los ejes y las ruedas dentadas y la cadena y el seguro desplazable para trancar o liberar la compuerta, Funciona casi de la misma manera que una catapulta, dijo, Pero lo hace en sentido contrario; abre hacia afuera, muy rápido, como usted ordenó, y se hizo con las medidas que usted sugirió…, y el Ingeniero no quiso insistir, otra vez, en las razones que movieron al Comandante cuando pidió la ubicación de aquella especie de compuerta en el suelo de la góndola si ya había tenido el cuidado de ubicar una puerta para el acceso del personal y otra de carga que también podía utilizarse para la evacuación de la tripulación y los pasajeros en casos de emergencia.

Hirohito vio la compuerta, sonrió. Fue leve aquel arco en sus labios. Para el acabado de la góndola prefería el barniz, se lo dijo más de una vez al Capitán cuando El Capitán, más de una vez, le propuso dos o tres tonos de esmalte verde, mi Comandante, pa camuflal el aparato. Cojone cojone cojone hubiera dicho El Comandante ante aquella sugerencia si Él hubiera sido El Capitán y no El Emperador, sin embargo solo le dijo Que rotulen con ese tono de verde y en letras mayúsculas este código en la barriga del dirigible. Le extendió un papel cuidadosamente rasgado. ARGS001·UMAP·C01·BON33 leyó por segunda vez El Capitán en el papel entregado por El Comandante.

Cuando en la góndola su mirada regresó al punto de partida, es decir, al rostro del Capitán, dijo, Envía dos soldados al Galpón, traigan al Ingeniero, también traigan al cerdo y una sábana. El Capitán, con un par de pasos, se le acercó, Digsculpe, mi Comandante, ¿puede repetil?

Había que proyectar la voz de mando a pesar del espacio reducido, más si la tripulación apenas estaba entrenada, pensó, sin embargo en su fuero interno Tripulación era sinónimo de Argonautas.

Solo tres vuelos de prueba pero sin fallos, pensó Hirohito mientras sus dedos golpeaban suave y rítmicamente en el borde de la gorra, la tenía entre sus manos, porque bajo techo El Emperador siempre llevaba el cabello negrísimo al descubierto. Es un buen trabajo, pensó, y sonrió al darse cuenta que al Ingeniero nunca lo llamaba por el número. Ingeniero y no 81, y también pensó en cuánto le hubiera gustado que la góndola, Góndola suena mejor que Cabina, que el interior del Argo oliera a madera recién barnizada, Pero más no se puede pedir, al menos por ahora, pensó, y miró al Capitán: Envía dos soldados al Galpón y traigan al Ingeniero y una sábana.

 

Hacer merced con el diez porciento de la compañía

 

Cuando el argonauta con grados de teniente sacó su cabeza por la escotilla y gritó ¡Tierra, pongan lags amarra…!, los otros dos cabos y yo fuimos en busca de las sogas, es decir, de los cabos. La orden era bastante clara, exacta: atarlos a los anclajes clavados en El Argódromo. El dirigible apenas había ascendido, asegurarlo en tierra nos llevó muy poco tiempo.

Era bello el Zepelín. Imponía respeto. Salvo cuatro confinados, el resto de los 120 SMO UMAP nunca supo de su construcción y lo verían ya terminado, suspendido sobre el cañaveral, sin que mediara noticia o ceremonia. Ni siquiera yo me enteraría, nominalmente cabo de escuadra porque debía esperar al mes siguiente para lucir los grados. Sí, tenerlos y lucirlos. Me ascenderían al regresar del primer pase, y ese primer pase nos sería concedido el 25 de mayo de 1966 a mí y a otros once. A nuestro regreso, cada dos semanas y por pelotones saldría de pase el resto de los conscriptos: 108 confinados, o mejor: aquellos SMO UMAP que no tuvieran reportes por mala conducta.

Éramos 12 entre 120 conscriptos sin fusil y sin entrenamiento militar confinados en El Tintero. Éramos el 10 %. Los 12 en la oficina del Comandante, El Emperador reunido con la décima parte de La Compañía.

Conceder…, así diría. Dar…, entregar…, conceder… pero solo como sinónimo de hacer merced con nosotros. Conceder pase y grados. Conceder…, la conjugación de aquel verbo era solo posible en una oración enunciada por Su Merced Hirohito en la que además insertaría los vocablos Solaz, Familia, Descanso, también Disciplina, Lealtad, Castigo.

Habló en tono medio. Nosotros permanecíamos de pie, rígidos tras la voz de mando del Político. ¡Firrrmes!, gritó El Político y nosotros como una vela, estáticos, cual cera derretida el sudor, la cabeza ardiendo en pensamientos porque nadie lograba explicarse qué hacíamos en la oficina del Emperador. Si quedarse sin comer y permanecer formados en El Polígono buena parte de la madrugada era un duro castigo tras haber consumido la tarde doblando el lomo en el cañaveral, apenas se comparaba con.

Punto final y punto y aparte con tal de no incluir en la oración malos pensamientos. ¡Por el amor de Dios…!, ¡Señor, detén mi cabeza aquí!, me dije entonces, ¡Párala en seco, congela mis pensamientos Virgen de la Caridad que cuando salgan las estrellas en el cielo vida mía robaré la que brille más brillante fabricaré con ella un gran diamante para ofrecértelo a ti Virgen María! Y Su Merced nos miraba a cada uno, a los ojos, y sudábamos en posición de ¡Firrrmes! el 4, es decir yo, el 7 Heces Fecales, el 15 o El Perro, 18 Gato Amarillo, 78 El Obispo, el 83 tan difícil de saber su verdadera entidad porque mutaba de Tragedia a Limosnero o se volvía Bastón, el 85… el Águila, y el 88 también estaba y era El Gusano…, 91 Pájaro Negro, 96 Doble P…: la P de Policía y la de P de Pícaro, 97 El Limosnero, Inodoro el 100 cerraba la fila, y frente a nosotros El Emperador y su leve sonrisa mientras nos miraba. Aquellos ojos rasgados, un intolerable fulgor el de sus ojos, contenían no solo el alba y la tarde, también la unánime noche.

Era ya un cabo de escuadra nominal, en la oficina del Emperador lo supe y debía agradecérselo especialmente a la Caridad del Cobre. No hubo castigo aquel día sino premio por nuestra conducta, más o menos así dijo El Político y yo, que conocía de la conducta y las identidades de los otros once, no me lo creía del todo. La conducta bien aderezada o bien disimulada podía funcionar cual máscara de carnaval veneciano, antifaz, camuflaje. Pero en La Charada la Identidad nunca fallaba, al menos no según mi manera de entenderla, de tenerla presente. Entonces, gracias a la Virgen de la Caridad vime cabo todavía sin grados pero ya en funciones, así nos dijo El Político cuando delante del Emperador fue explicando por qué nos habían mandado a buscar.

 

El proyecto argo

 

Del Zepelín muy pocos sabían. Ni los conscriptos encargados de la seguridad del Galpón ni los sargentos estaban incluidos entre los depositarios de tal información. En El Tintero, el dirigible era un proyecto conocido solo por Hirohito, El Capitán y El Político, y por 81 El Ingeniero y 11 su ayudante, y los carpinteros 24 el Ebanista y 72 su ayudante, quienes firmaron un documento donde aparecían los vocablos Secreto Militar, Alta Confidencialidad, Castigo Severo y Traición a la Patria. Más allá de la alambrada, al Proyecto Argo solo tenían acceso el Jefe del Regimiento de Camagüey y su segundo al mando, el Ministro de las FAR y los dos Viceministros primeros, el Jefe y el Segundo Jefe del Estado Mayor, y el Alto Mando de la Fuerza Aérea. Nadie más, porque el Ministro de las Fuerzas Armadas Raúl Modesto Castro Ruz excluyó al Primer Ministro del Gobierno Revolucionario Fidel Alejandro Castro Ruz y al Presidente Osvaldo Dorticós Torrado.

Cierta vez andaba cerca del Galpón, era sábado y mediados de mayo. A las 1730 Hora Militar y horario de higiene personal, 81, 11, 24 y 72 regresaban a las barracas. Los llamé por sus números. Se volvieron, les ordené que esperaran por mí. Solo 11, 24 y 72 se detuvieron. Me miraron y se miraron. 72 y 11 llamaron a 81, pero El Ingeniero hizo un gesto de negación, le sumó otro donde a las claras enunció no poco fastidio, más un tercero y definitivo con el que me desestimó por completo. Entonces 72 el carpintero ayudante le dijo algo a 24 el Ebanista y a 11 el ayudante del Ingeniero, algo que no escuché, algo acompañado del tercer gesto de 81, y se alejó de 24 en compañía de 11. El 11, tan joven: 19 años, tan hábil, tan fibroso, tan noble rozando lo naíf, pura energía ese mulato delgado aprendiz y ayudante en un taller en sus días fuera de las altas alambradas, tan creyente en la mecánica automotriz y en los Orishas, tan Gallo tan Lluvia tan Fósforo tan Taller tan Fábrica y tan Caballo.

Cuando le pregunté a 24 por lo que hacían en El Galpón hizo un gesto de negación, a mí, que entre dos signos de interrogación apenas destacados fui situando cuidadosamente cada palabra sin olvidar entonación, proyección y la mirada que Hirohito utilizaba con todos nosotros, las mismas palabras que creí imprescindibles para convencerlos, o convencer al menos a 24 el Ebanista, y revelara qué hacían en El Galpón. Recuerda que soy cabo, dije, y sonrió, Cojones, 24, suelta prenda que soy tu jefe inmediato superior, le dije y pensé agarrarlo por la solapa y sacudirlo mientras le hablaba duro con un cigarro encendido y ladeado entre los labios, las dos Colt aguardando cargadas en las cartucheras, y todos en el Saloon mirándonos: las putas, las camareras, el tipo de la pajarita sentado frente al piano, y las coristas, dos borrachines, los jugadores de póker, el barman, y una música grave como telón de fondo en el Saloon de un Western que solo acontecía en mi cabeza. Yo ni siquiera fumo y mi mano no amordazó la camisa del carpintero, sino que suave se posó en el hombro, y apreté, solo un poco, y 24 el Ebanista volvió a sonreír.

¿Ves el moretón que tengo en el ojo?, dijo, Fue Oggún…, y tú sabes quién es Oggún. 24 además se abrió la camisa: tenía verdugones y hematomas. El índice de su diestra recorría cual puntero aquel mapamundi morado que le cubría buena parte del torso. ¿Estás viendo…?, dijo, Ese negro y su banda de negros me molieron a palos y no hablé…, querían saber lo mismo que tú. 24 se abrochaba la camisa y al mismo tiempo me miraba. Estuve a punto de abrir la boca y soltar prenda…, dijo, Pero ellos no son nada al lado del Comandante.

Sí, lo solté. O mejor: le di unas palmadas en el hombro. Otro día hablamos con más calma…, le dije, y mi corazón pegaba duro en el pecho y la sien porque 24 había cerrado los puños, tenso él, la boca apretada y unas venas hinchadas en los antebrazos, tenso como un arco 24 el Ebanista cuando ya la música del Saloon era el puro silencio de quienes en el Saloon nos miraban. Ya te busco yo…, dije, Un día de estos te bus… Y de súbito alguien rastrilló un fusil, ¡¡¡¿¿Quépiiingapasaquí… eeh??!!!, dijo un conscripto, el cañón del fusil parecía preguntar lo mismo. ¡¡¡Ná, soldao…!!!, le guiñé un ojo y con la boca medio ladeada tratando de moler y juntar palabras además le dije ¡¡¡No pasa ná, toestábien…!!!, y le puse una mano en el hombro a 24, ¡¡¡Estábanos converlsando…!!!, dije, y me di cuenta que para moler en grande, para triturar frases enteras y juntar toda la boronilla debía esforzarme más. ¡¡¡Vayan aenamoralse a casaelapiiinga mariconcitos del coñoeeesuumaadre…!!!, dijo, y casi así mismo dijo el cañón del fusil cuando el conscripto colimó mi cabeza y la de 24 alternando, con parsimonia, cada blanco.

¡Socio, dale…!, ¡vamoandando…!, le dijo mi boca medio torcida a 24 el Ebanista. Mi corazón a mil, golpeando a mil en las sienes, el pecho, y los puños de 24 todavía cerrados, tenso como un arco él. ¡¡Socio, dale…!!, dije y lo tomé del brazo. Lo halé. Parecía ido del mundo porque sus ojos miraban hacia un punto que no era precisamente ni el cañón ni el dedo del soldado en el gatillo. ¡¡¡Arranca, 24…!!!, dije y halé más fuerte y en su cabeza algo se activó. La jeta porcuna del soldado debió seguir sonriendo, no pude constatarlo porque sin mirar atrás nos alejamos 24 y yo. Él iba demasiado rígido, los puños cerrados, las uñas hundidas en las palmas, la mirada puesta en el trillo por donde había venido el conscripto y su fusil checo para hacer el cambio de guardia en El Galpón, el mismo camino que ahora nos llevaba a las barracas.

¡Oye, socio!, ¡¿estás bien?!, dije, Oye, ¿tú padeces de algo? El carpintero me miró, se encogió de hombros. Socio, olvida lo que te dije… 24 asintió. Cuando solo faltaba un par de metros para llegar al Polígono de Formación, 24 dijo: ¿Tú sabes quién es Oggún…? Lo miré, parecía más relajado. Entonces asentí. Y 24 no dijo más. Se alejó camino a las duchas, creo yo, o a las letrinas.

Yo sabía quién era Oggún… el SesenticincoCárcelComidaBrujaVentanayTrueno… En él las entidades se mantenían activas cada minuto del día, a la vez, y cada minuto de la noche, casi a la vez, incluso casi todas seguían activas cuando 65 se abandonaba al sueño, porque cuanto emanaba de su boca en las pesadillas no era la traducción del terror, sino los giros del habla en los Círculos del Infierno, la jerga del demonio. Yo sabía quién era Oggún, pero también creía saber de qué era capaz El Comandante. Visto así, lo que pasaba en El Galpón, pensé mientras veía el raro andar de 24 el Ebanista, Lo que pasaba dentro del galpón en el galpón se quedaba.

 
 
 

Ahmel Echevarría. Autor cubano. Ha publicado, entre otras, las novelas Días de entrenamiento (2012), Búfalos camino al matadero (2013), Insomnio (2015) y Caballo con arzones (2017). Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de Latin American Studies Association (LASA). Actualmente trabaja como editor del sitio web Centronelio. Fue columnista en la revista digital Hypermedia Magazine y colabora con la revista digital Rialta Magazine. Reside en La Habana.