Una obra para pensar “torcidos”

Pedro Monge Rafuls

 
 
 

En Estados Unidos existe un número importante de escritores latinos correspondientes a los distintos géneros literarios; varios han sobresalido por la calidad de sus escritos y/o por haber obtenido algún premio importante. Algunos han sido incluidos en significativas antologías, de acuerdo con el estilo que trabajan. Sin embargo, a pesar de la calidad de los trabajos literarios no podemos decir que existe un verdadero corpus literario latino-estadounidense, que permita que los escritores y sus trabajos se estudien de forma global y se conozcan nacionalmente en “forma global” en la llamada Unión Americana y/o en el país de origen del escritor. Muchos de esos escritores latinos son dramaturgos: escriben teatro, el género que se muestra a través de la lectura y de la puesta artística en escena.

Particularizando la dramaturgia en estos comentarios sobre Eddy Díaz Souza y su obra Torcidos, podemos ver que la dramaturgia latino-estadounidense no se conoce; no se publica, por lo cual la gran mayoría de la comunidad no la lee; y, lo peor: los académicos, en general, no la estudian y los grupos que presentan teatro latino, en español o inglés, no presentan las obras latino-estadounidenses, a pesar de la riqueza que posee esta dramaturgia, por la cantidad y la variedad, además de la calidad. Raramente se traduce al inglés. Autores, algunos difuntos y otros, residentes en distintas ciudades, como el peruano José Castro Uriarte; los dominicanos Juan Pujols, José de la Rosa; los puertorriqueños Carlos Canales, Oscar Colón, Reuben González, Juan Shamsul Alán, Carmen Rivera, Eva López; los cubanos José Corrales, Matías Montes Huidobro, Julio Matas, Dolores Prida, Guillermo Arango, Raúl de Cárdenas, Iván Acosta, Maricel Mayor, Elías Miguel Muñoz, y este servidor, entre muchos, no suelen ver sus obras en los escenarios latinos de las distintas ciudades americanas. Algunos pocos dramaturgos, como es el caso de Eddy Díaz Souza, de quien hablamos, dirigen sus obras para lograr que suban a escena. Debido a esa indiferencia no se ha creado un corpus teatral latino-estadounidense como sucedió con los llamados teatros gay y negro estadounidenses, surgidos al mismo tiempo en el siglo XX.

Con este problema de nuestra dramaturgia en mente, entremos a hablar de Torcidos, la obra del cubano Eddy Díaz Souza, residente en la Florida. Las obras de Díaz Souza son de las que deberían ser mejor estudiadas. El director-dramaturgo posee una educación teatral extensa que comenzó con el teatro infantil: actuando y escribiendo. En su patria de origen obtuvo premios importantes como la Mención Nacional de Talleres Literarios por Papá y yo en 1984, y la Mención UNEAC por su libro Cuentos para contar un mundo. En los años siguientes, recibió el Premio Nacional de Talleres Literarios por las piezas Jugando a contar y De por qué la Oruga se fue a la guerra; el Premio Nacional La Edad de Oro por Cuentos de brujas; y el Premio Internacional de Literatura Infantil Musa Traviesa por Bernardino Soñador. En 1991 emigró a Caracas, incorporándose inmediatamente a Teatro Tilingo, fundado por el cubano Julio Riera (1937-1999). En Caracas impartió cursos, y se desempeñó como profesor en la Escuela de Capacitación Sthel; el Complejo Cultural José María Vargas y la Escuela de Teatro Porfirio Rodríguez. En 1993 creó su propia compañía teatral y en el 2003 fundó CentroMolinos, en apoyo a los profesionales del teatro para niños. El Centro organizó un foro dedicado a la dramaturgia infantojuvenil, produjo su blog (Teatrín Viajero) y una revista especializada. Durante su estancia en Venezuela obtuvo el Premio Fundarte y el Premio Nacional de Dramaturgia Javier Villafañe 1988; y en el 2000 obtuvo el Premio de Dramaturgia de Teatro Infantil Nacional Venezolano. A su llegada a Miami, en el 2007, fundó el grupo Artefactus Cultural Project y en el 2014 inauguró su sala cultural Artefactus, donde, además de teatro, ofrece actividades de literatura, artes plásticas y otras manifestaciones artísticas. Es en Miami donde comenzó a escribir teatro para adultos con más frecuencia.

Torcidos, la obra que podemos leer en este número de Enclave, es una obra breve, estrenada en Miami en el 2022. La acción toma lugar en una zona de residencia de inmigrantes de escasos recursos, un ¿barrio? de viviendas de remolques, conocidas en ciudades estadounidenses como Miami. La acción no es lineal, brinca en el tiempo y en el espacio, sin apagones. La pieza muestra una mezcla de estilo: teatro del absurdo, humor negro y realismo mágico; comienza en el trailer de Ibdelio, que, desde el principio de la acción, confunde situaciones y días cuando habla con Tito. Confusión determinante en su personalidad que nos hace pensar en todos los hechos ocurridos y que Tito nos deja claro cuando Ibdelio ve una sombra moviéndose en la oscuridad, fuera de su trailer y Tito le dice: “¿Sombra? No hay nadie. Tú y tus sombras. Tú y tus equivocaciones. No es domingo, es sábado”.

Y es que la obra es de enredos que pueden confundir al lector/espectador no atento: la sombra que Ibdelio ve en el jardín, la visita a Zamira, por la muerte de Delmira, su madre, al mismo tiempo que el marido se le fue con otra; y la noticia de que Braulio, su hermano, llegó por la muerte de la madre; Ibdelio, probándose un vestido de lentejuelas mientras canta una canción de José Alfredo Jiménez: prepara un show como los de antes, los que lo hicieron famoso, para que Braulio se entere de “que existe”. Todo parece complicarse: Ibdelio y Tito están en la parte de afuera del trailer de Zamira, hablando de asesinar a Braulio, Tito, por su lado, en un monólogo, cuenta cuál es el problema de su pareja, Ibdelio, con Braulio. El motivo del trauma crece cuando Ibdelio —siempre Ibdelio— habla con Zamira de lo que sucedió cuando él era un niño y Braulio un adolescente. Se comenta repetidamente de la muerte, que, al final presenta dos perspectivas.

Torcidos es un drama contundente, del tipo exacto de problemas oscuros que nos hacen pensar cuando leemos o vamos al teatro. Los personajes se nos presentan confusos con la relación que tienen consigo mismos y entre sí, y la dualidad del temperamento de cada uno. Tratan de buscar su beneficio individual ¿rodeados de sexualidad? en continúo conflicto con “el otro” sin medir realmente el final trágico hacia donde se dirigen.

Una obra que nos obliga a analizar sus muchas facetas y muchas miradas. Está la energía, la fuerza, el impulso, la afrenta, incluso la rebeldía. No obstante también está lo reflexivo, lo melancólico, donde se esconde, de cierta manera, el huracán más fuerte.

 
 

Torcidos

 

(comedia violenta)

Eddy Díaz Souza

 
 

Dramatis Personae

 

Ibdelio Ramos

Tito María

Zamira Gamero

 
 

Miami, zona de viviendas de remolque.

 

1

 

Una luz tenue ilumina el pequeño jardín de la entrada al tráiler de Ibdelio. Es de noche. A lo lejos, muy a lo lejos, se escucha algo de música mexicana. Ibdelio termina de garabatear una hoja. Tito cabecea en el sofá, a punto de dormirse.

IBDE. No me sale… No lo veo claro… Pero juraría que su tráiler es igual a este: la cocina aquí, la sala en el mismo punto… ¿Y los cuartos? Bueno, los cuartos tienen que estar donde están los cuartos. Esto es lo que yo creo. Mira… (Extiende el papel en el que ha estado dibujando). ¿Qué tú crees?

TITO. Igual, sí, todo igual.

IBDE. A veces me confundes.

TITO. A mí me parece que sí.

IBDE. ¿Sí, sí, qué?

TITO. Que es como tú dices, Ibde.

IBDE. ¡Un desastre! Si estuviera seguro no te consultaba. Es que no confío en ti. Para nada. Ahora me parece que los cuartos están de este lado y no del otro.

TITO. Así mismo.

IBDE. ¿Así mismo, qué?

TITO. Del otro. Una vez entré y hasta me senté en el sofá de la vieja. Detrás del sofá tienen un cuadro muy bonito, con dos cisnes blancos que se reflejan en el agua.

IBDE. Ese cuadro está en el comedor.

TITO. ¿Sí? Lo habrán cambiado.

IBDE. ¡Qué mala memoria, dios mío!

TITO. ¿Cuándo fue la última vez que entraste?

IBDE. El miércoles de la semana pasada. (Piensa). De la semana anterior. (Confundido). ¿Qué día es hoy?

TITO. Sábado. (Silencio).

IBDE. (Verifica en el almanaque). Domingo.

TITO. Domingo.

IBDE. Hace diecinueve días.

TITO. Veinte. Veinte días, Ibde, porque tienes que contar el miércoles.

IBDE. ¿Y no lo conté?

TITO. ¿Y tú estás seguro de que hoy es domingo? ¿Qué hora es?

IBDE. Las tres de la madrugada.

TITO. Entonces hoy es lunes.

IBDE. No, hoy es amanecer domingo.

TITO. ¿Estás seguro?

IBDE. (Mira por la ventana, como si fuera a encontrar la respuesta al otro lado). Hay tanta oscuridad allá afuera, que parece que han apagado todos los bombillos del universo.

TITO. (Conversa con alguien que no vemos). Los domingos amanece lindo, con colores tenues en el cielo. Sale el sol, pero no calienta demasiado porque corre una brisa suave. Y la gente anda despacio. Y hasta saluda. El domingo es día de ir a misa y al cementerio. Los domingos no ponen esa música ruidosa. ¿Usted me entiende? Aquella música era de los miércoles o de los viernes. De esos días en que la gente se emborracha y grita, y destroza cosas… Yo escuché gritos… Es normal en el barrio, claro. Pero algo andaba mal.

IBDE. La calle está oscura como la boca de un lobo. Tito, Tito María, ¡hay alguien detrás del almácigo!

TITO. ¿Qué cosa?

IBDE. Acabo de ver una sombra, allí, detrás del almácigo. ¿La ves?

TITO. ¿Sombra? No hay nadie. Tú y tus sombras. Tú y tus equivocaciones. No es domingo, es sábado.

IBDE. ¡Ay, Tito, Tito, ¡qué jodío me tienes! Fíjate, ya me da igual. Me da igual que sea martes o jueves. Lo que yo quiero… ¿A dónde vas?

TITO. A escucharte el cuento.

IBDE. (Prende un cigarro). Aproveché la muerte de Delmira para hacerle la visita.

TITO. ¿Cuándo fue eso?

IBDE. La semana pasada. No, la de más arriba. La enterraron como el lunes.

TITO. Oye, ¿tú no ibas a dejar de fumar?

 
 

2

 

Días antes, Ibdelio visita a Zamira. Lleva al hombro un bolso de tela que contiene algunos enseres de peluquería, una sombrilla, pan, una botella de agua… En el bolso hay inscrita una frase: “vive y deja vivir”.

ZAMI. (Soñolienta). ¿Y eso?

IBDE. ¿Qué?

ZAMI. Tú por aquí tan temprano.

IBDE. Vine por… ¡Ay, qué pena, Zami! Siento mucho lo de tu madre.

ZAMI. (Llora). No me digas nada, ¡estoy destruida, Ibde!

IBDE. (La abraza). Llora, mija, llora, que llorar hace bien.

ZAMI. Dejarme sola en este momento… ahora que estoy jodía, jodía…

IBDE. Te comprendo.

ZAMI. Lo de Amado ha sido una puñalá trapera.

IBDE. ¿Amado, tú marido?

ZAMI. ¿No sabes?

IBDE. ¿Qué cosa?

ZAMI. Lo de Amado.

IBDE. No, no sé.

ZAMI. Claro que lo sabes. Todo el mundo sabe que Amado me pegó los tarros.

IBDE. Te juro por mi madre que me acabo de enterar.

ZAMI. Niño, pero si esa es la comidilla del barrio. ¡Ay, dios mío!, ¿por qué te la llevaste, coño?

IBDE. Cálmate, Zamira. Tienes que ser fuerte.

ZAMI. Mamá me lo dijo, “ese hombre está en algo raro, Zamira. Vigílalo. Persíguelo. No le pierdas pies ni pisada”. Mamá sí lo tenía claro.

IBDE. Es que Delmira era un ángel, una madre buena… Recuerdo aquella vez, en el pueblo…

ZAMI. Y no le hice caso. Bueno, desde que ella empeoró se me hacía imposible vigilar a Amado. La pobre, todo el santo día postrada en ese sofá-cama. No podía dejarla sola, ni siquiera para ir a la esquina. ¡La esquina! Esa esquina donde Amado se veía con la otra. ¿Tú la conoces?

IBDE. ¿A quién?

ZAMI. La que tiene ahora.

IBDE. No.

ZAMI. Trabaja en la tienda de la esquina… una rubia, tetona, culona… ¡Ay, coño!

IBDE. ¡Sí, sí, creo que la conozco!

ZAMI. Hacerme esto, Ibdelio. En mi propia cara, a unos pasos de la puerta de mi casa. Ni te imaginas el dolor y la rabia que me corroen por dentro.

IBDE. Tienes que ser fuerte, Zami. Te acompaño en el sentimiento.

ZAMI. Llevo semanas en este encierro. Metida en mi propio velorio. Suerte que tengo a Braulio conmigo. Tú sabías, ¿no?

IBDE. ¿Braulio?

ZAMI. Vino por lo de mamá. Él era su niño lindo. ¡Ay, qué mal me siento! Creo que me voy a desmayar. ¿Ibdelio, mijo, me regalas un pedacito de pan? (Mastica). ¡Gracias, mi vida!

 

 
 

3

 

Ibdelio enciende otro cigarro.

TITO. No soporto la peste a cigarro. Se impregna en las cortinas, en las sábanas, en las paredes, en las toallas… Después no puedo dormir. ¡Mierda! ¿Por qué coño no sales a fumar al jardín?

IBDE. ¡Qué insensible te has vuelto!

TITO. ¿Insensible, yo?

IBDE. Te he estado haciendo el cuento de Zamira y de la muerte de su madre, y tú no me has escuchado ni media palabra.

TITO. ¿Quién se murió?

IBDE. Ya te dije.

TITO. ¿Quién?

IBDE. ¿Por qué no me atiendes cuando hablo, Tito María?

TITO. Estoy medio sordo. Y, además…

IBDE. Delmira, la mamá de Zamira. La mató la diabetes, pero a ti, en cualquier momento…

TITO. El cigarro también mata. El cáncer se lleva a la gente como si fueran moscas. Montón, burujón, puñao… así. (Junta los dedos).

IBDE. Y el alcohol.

TITO. Ni tanto.

IBDE. Mírate en el espejo del negro Fraga, el que era maestro. Te he hecho el cuento quinientas veces, ¿te acuerdas? Terminó ciego. Bueno, el resto terminó muerto. ¿Se te olvidó que te lo conté? Aquellos cinco o seis borrachitos de mi pueblo que empezaron a beber caña y luego perfumes rusos. Al final terminaron tomando alcohol de madera. Cayeron redonditos y con los ojos en blanco. El negro Fraga se salvó de milagro. Porque a veces dios salva a los borrachos. Pero muy contadas veces. Sigue así, que un día de estos te vas a morir, Tito María.

TITO. Y tú también. Tú también.

IBDE. Yo no tomo alcohol de madera.

TITO. Pero fumas, todo el tiempo fumas y esta casa huele a cigarro. Vete a fumar a la calle, anda.

IBDE. ¿A la calle? Ni muerto. ¿No estás viendo la oscuridad? ¿Y la sombra que te dije? (Vuelve a mirar por la ventana). Hay un mirahueco rondando el barrio. Lo vieron dos muchachitas en la tarde. Se les apareció en medio de la calle, con el sexo en la mano. Dicen que lo tiene grande. ¡Sádico!

TITO. Vete a fumar fuera, Ibdelio, que ese humo se mete en el aire acondicionado y luego me jode los pulmones.

IBDE. Si no fuera por el exhibicionista, y por esa oscuridad de la calle, me iba solo.

TITO. ¿Pero a dónde quieres ir tú a estas horas, Ibde?

IBDE. A casa de Zamira. Te lo he dicho hoy desde que amaneció. Todo el día te lo he repetido, como un disco rayado.

TITO. ¿Sí? No me acuerdo. De lo único que me acuerdo, y eso porque me lo dijiste hace un rato, es que la madre de Zamira murió. Me dijiste que había muerto de cáncer.

IBDE. Diabetes, Tito.

TITO. Una señora joven.

IBDE. Ochenta años.

TITO. Pero muy bien conservada.

 
 

4

 

Zamira vestida de luto y con un pañuelito en la mano, como una virgen en una procesión.

ZAMI. La enterramos el lunes, el lunes al mediodía. ¡Ay, virgen santa! La velamos en una caja de lo más bonita, una caja de pura caoba, pero estrecha, demasiado estrecha para mamá. ¡Ay, mamá no me abandones! Lucía de lo más bonita, pálida como una santa, con las manitas engarrotadas y las mejillas púrpuras. ¡Ay, pero si ayer estaba viva! ¡Viva! La metimos en la caja como pudimos. En la funeraria hicieron milagros. ¡Ay, virgencita del Cobre! Braulio la apretujó para que cupiera, pero a leguas se veía que la estaba pasando mal. Muy mal, muy mal… Pobre mamá, dios la acoja en su gloria. ¡Mamá, no me dejes, mamá! ¡Dios mío!, ¿por qué no me llevaste con ella? ¡Ay, ay, ay…!

 
 

5

 

Tito le da cuerda al reloj despertador.

TITO. ¿Ya la enterraron?

IBDE. El lunes.

TITO. ¿El lunes?

IBDE. ¡El lunes! Eso me dijo Zamira.

TITO. Imposible. Los lunes no velan a la gente.

IBDE. (Duda). La velaron el domingo y la enterraron el lunes.

TITO. No puede ser. Ni las peluquerías, ni los teatros, ni las funerarias, ni los cementerios trabajan los lunes. Los lunes son sagrados.

IBDE. ¿En serio? ¿Tito, tú estás hablando en serio?

TITO. ¡Coño! Yo no juego con esas cosas.

IBDE. ¿Y si alguien se muere un sábado, por ejemplo, o un domingo?

TITO. Se entierra el martes.

IBDE. ¿El martes? ¿Tú estás seguro?

TITO. Seguro que entendiste mal.

IBDE. A lo mejor.

TITO. A lo mejor. (Cabecea de sueño).

IBDE. ¡Qué difícil! Las cosas a veces son muy ambiguas. Parecen estar cerca y cuando uno estira la mano descubre la lejanía. La verdadera distancia. Parecen ser y no son, o son y resultan todo lo contrario. Lo peor ocurre cuando uno se acostumbra. Porque de la costumbre solo queda el intento, el cansancio, el quizás… ¿O me equivoco? (Toma su bolso de tela).

TITO. (Adormilado). A veces la hierba se hace eco de cosas lejanas.

IBDE. ¿Qué quieres decir?

TITO. La hierba tiene memoria.

IBDE. Tú y tus matas. (Saliendo de la habitación).

TITO. ¿A dónde vas?

IBDE. Espérame en la cama.

TITO. ¿A dónde vas?

IBDE. Ya vuelvo.

TITO. Voy contigo.

IBDE. (Desapareciendo). Duérmete.

Trueno.

 
 

6

 

Monotonía.

TITO. (Hablando con alguien que no vemos). Uno se acostumbra, y se acostumbra tanto que lo falso llega a resultar verdadero, y hasta lo imposible toma apariencia real. Uno se inventa tratando de ser feliz. Bueno, feliz a medias. Quiero decir, uno trata de poner un poco de armonía a la vida para estar un rato a gusto, lejos de la violencia de la calle. You understand me? La oscuridad de la calle, el exhibicionista merodeando el barrio, la música a todo volumen y esta mujer que se muere de cáncer o de… qué sé yo qué. Se murió. Y el hijo vino al velorio. Alguien se lo dijo a Ibdelio. Usted sabe, a la gente le encanta el chisme, el brete, el conflicto. Alguien le dijo: “oye, Ibdelio, tu amiguito Braulio vino al entierro de su madre”. Y fue como si le pusieran una pistola en el cerebro.

 
 

7

 

Canciones. Ibdelio desempolva viejos trajes femeninos.

IBDE. (Sacude a Tito). Estaba pensando…

TITO. Dormido. ¡Sí!

IBDE. ¡Despierta!

TITO. (Dormido). ¡Sí!

IBDE. Estaba pensando…

TITO. (Dormido). ¡Sí!

IBDE. ¿Me estás oyendo?

TITO. (Dormido). ¡Sí!

IBDE. Regreso al bar.

TITO. (Dormido). ¡Sí!

IBDE. Como en las películas, Tito. El plan perfecto. ¿Te acuerdas de Vértigo, la película de Hitchcock?

Tito, tose. Se atraganta con la flema.

IBDE. Bueno, no es importante. Pero uno aprende en las películas que hay que planificar muy bien las cosas. Nada de cabos sueltos. ¿Estás de acuerdo?

TITO. (Medio dormido). ¡Ujum!

IBDE. Busca una lata de cerveza. En estos días estoy barriendo la peluquería y se me acerca un señor viejo, y me saluda. Creo que le sonreí. “¿No has pensado en volver a los escenarios, Ibdelio?”, me preguntó.

TITO. (Despertando). ¿Qué?

IBDE. (Le pasa la lata de cerveza). ¡Volver! Un desconocido se acordó de mí, de cuando hacía mis shows de travesti.

TITO. Hay gente que tiene una memoria peligrosa.

IBDE. Porque yo fui famoso, Tito.

TITO. Me acuerdo.

IBDE. ¿De qué?

TITO. De cuando ibas por la vida con tus disfraces.

IBDE. ¿Vas a empezar?

TITO. ¿Qué hora es? ¿Dónde pusiste el despertador?

IBDE. Eso me hizo pensar en un plan. No es definitivo, pero es al menos un punto de partida.

TITO. Después me estoy muriendo de sueño en la calle.

IBDE. Regreso al bar. ¿Me oíste?

TITO. ¿Cuándo?

IBDE. ¿Cuándo?

TITO. ¿Vas a empezar otra vez?

IBDE. La idea es que Braulio se entere.

TITO. ¿Por qué no lo dejas tranquilo?

IBDE. Habrá que hacer volantes y repartirlos por el barrio.

TITO. ¿Por qué no hablas con él en su casa? Es más fácil. Ahora vive con su hermana.

IBDE. Lo he intentado, Tito. Lo he intentado.

TITO. (Choteo). Lo he intentado… Lo he intentado… No te entiendo.

IBDE. ¿Qué vas a entender tú?

TITO. Yo soy bruto para algunas cosas, Ibdelio, pero no para todas las cosas. A ese Braulio deberías sacarlo de tu cerebro.

IBDE. Se dice muy fácil.

TITO. Y tú lo complicas todo.

IBDE. Solo quiero hablar con él.

TITO. Hablar. ¿Y el show?

IBDE. El show es un anzuelo, Tito María, un pretexto para que Braulio se entere de que existo. Tal vez va a verme al bar y… Nunca se sabe.

TITO. Tengo una mejor idea: vete a casa de la hermana y espéralo. No te cuesta nada. Espéralo, que en algún momento llegará. O pregúntale a la hermana a qué hora sale, a qué hora regresa, a qué hora te puede atender… Resuelve tu vida, Ibdelio, pero déjame en paz.

IBDE. No puedo contar contigo para nada.

TITO. Antes sí.

IBDE. ¿Antes qué?

TITO. Antes te era útil. Precisamente en aquellos días en que cantabas en los bares y tenía que arrastrarte al baño, borracho como un perro.

IBDE. Voy a desempolvar todo esto. (Sacude sus trajes viejos).

TITO. Una noche te recogí en la calle, borracho, borracho y drogado como una puta vieja…

IBDE. (Se prueba un vestido de lentejuelas). Me servirá.

TITO. Alcohol, marihuana, cocaína, vómito…

IBDE. Todos tuvimos alguna que otra historia penosa en el pasado, querido Tito.

TITO. Unos más que otros.

IBDE. (Escucha y dobla la canción).

Ojalá que te vaya bonito

Ojalá que se acaben tus penas

Que te digan que yo ya no existo

Que conozcas personas más buenas

Que te den lo que no pude darte

Aunque yo te haya dado de todo

Nunca más volveré a molestarte

Te adoré, te perdí, ya ni modo.

TITO. Ya no sirves para eso. Ni para nada.

IBDE. (Sobre la canción). Nunca debí dejar que pusieras un pie en esta casa.

TITO. ¿Casa? Ahora le llamas casa a este cajón.

IBDE. La puerta del cajón está abierta.

TITO. Aquella noche me pediste que me quedara. Aquella noche no eras nadie.

IBDE. Uno es débil, sobre todo si ha bebido más de la cuenta.

TITO. Mejor me duermo.

IBDE. Sí, duérmete. Desde que te conozco no has hecho otra cosa que dormir y menear el cartel de esa pizzería de mierda, en plena calle ocho: “pizza a cinco dólares, five dollars”.

TITO. No me busques, Ibde, que me vas a encontrar.

IBDE. ¡Qué desgracia! ¡Dios mío! El día menos pensado hago mi maleta y me voy. Total, nadie se ha muerto por permutar. Y si termino debajo de un puente, no pasa nada. Miami está llena de hombres debajo de los puentes. Un día me voy a ir lejos. ¡Bien lejos! A Nueva York, a Buenos Aires… a la Conchinchina, a cualquier sitio donde nadie me conozca a morirme en paz.

TITO. ¡Vete a donde te salga del culo!

IBDE. Te odio, Tito María

TITO. Si te quieres morir, muérete.

Tito golpea a Ibdelio, que trata de defenderse inútilmente. Cae al suelo. Tito no para de golpearlo. Oscurece. A lo lejos, maullidos de gatos y gritos de mujer, mezclados con alguna melodía alegre.

 
 

8

 

En blanco.

TITO. (Al sujeto invisible). Uno pierde los estribos. Pasa… a veces. A usted, ¿no? Cuando a Ibdelio se le mete una idea en la cabeza, vuelve loco a cualquiera… Y llevaba días con lo mismo. Le di un pescozón para que se callara, para que dejara la pituita. Todo por culpa de ese Braulio, el hijo de la difunta Delmira. Decían que se había mudado con su hermana, que vive como a dos cuadras de aquí. Ibdelio se fue allá una tarde con el cuento de darle el pésame a Zamira, pero no era más que una excusa para verlo. ¡Vaya!, para comprobar los rumores. Hizo hasta un croquis de la casa. Ya le dije, ¿verdad? A veces me falla la mente. Me quedo en blanco. Lo que se dice en blanco. Doy vueltas y más vueltas y todo me parece nuevo, extraño… no reconozco nada, nada, nada… Me aterro cuando me pasa. Entro en pánico y el corazón se me dispara, mientras todo sigue dando vueltas, inexplicablemente, como un carrusel. Por suerte, todo para en algún momento. Y todo pasa.

Disparo en la lejanía.

 
 

9

 

Ibdelio en su minúsculo jardín. Una escena en la que Tito María está algo borracho.

TITO. ¿Por qué no entras, Ibdelio? Podemos hablar un rato de lo que se antoje: del tráiler de Zamira, de Braulio, del show, del bar… De lo que tú quieras.

IBDE. Recoge tus cosas y vete.

TITO. ¿En serio?

IBDE. (…)

TITO. Hace un frío del carajo.

IBDE. Una noche la pasa un sapo debajo de una piedra.

TITO. Sí. (Recoge sus cosas). ¿Estás seguro?

IBDE. No vale la pena seguir discutiendo contigo.

TITO. No vale la pena. Yo creí que todos estos años…

IBDE. No me oyes. No te interesa nada de lo que digo o hago.

TITO. Sí me interesa, Ibde, claro que me interesa. Te oí el cuento de la señora que murió de cáncer y…

IBDE. ¿Y?

TITO. Es que son muchas cosas, Ibde. Tú hablas mucho, hablas, y hablas todo el tiempo y me enredas. La verdad, no puedo retenerlo todo.

IBDE. Tal vez sea mejor así…

TITO. Dijiste que querías regresar al bar. ¿Ves que te oigo?

IBDE. Cada cual por su parte.

TITO. Si es por lo del pescozón, te pido disculpas. Fue un impulso, un acto de rabia. Tú me ofendiste…

IBDE. Lo de siempre, Tito María, lo que te digo siempre, el alcohol te hace daño. Hoy fue un pescozón, mañana una tunda de palos y pasado me cortas en trocitos.

TITO. Mira que te gusta exagerar.

IBDE. Y duele.

TITO. No quise hacerte daño, Ibdelio.

IBDE. Duele, adentro…

TITO. Perdóname.

IBDE. …en el alma.

TITO. No volverá a pasar.

IBDE. ¿Tito?

TITO. ¿Me perdonas?

IBDE. (En un susurro). ¡El…!

TITO. ¿Qué?

IBDE. (Paralizado). El hombre.

TITO. ¿Qué pasa?

IBDE. Detrás del almácigo. El hombre, Tito María, el sádico.

TITO. No lo veo.

IBDE. Me está mirando.

TITO. No veo nada.

IBDE. Ponte los espejuelos, coño.

Ruido de un helicóptero que hace su ronda.

TITO. Mejor, entra. Entra, que si es el mirahueco lo mato.

IBDE. ¡El mirahueco! (Lo abraza). ¡El sádico!

TITO. Suéltame, chico.

IBDE. No, no vayas, Tito, no vale la pena. Déjalo que se pudra detrás de la mata.

TITO. ¡Arriba las manos o disparo!

IBDE. (Viendo el helicóptero). Te lo dije, Tito, lo están buscando.

TITO. (Acercándose al árbol). No se ve nada.

IBDE. (Para que lo escuchen los del helicóptero). ¡Preso! ¡Que lo metan preso! ¡A él y a todos los violadores!

TITO. ¡Cállate, Ibde!

IBDE. Pégale un tiro.

TITO. No…

IBDE. No seas cobarde, Tito María.

TITO. Es una soga.

IBDE. ¿Qué?

TITO. Una soga amarrada a la rama.

IBDE. ¿Una soga?

TITO. Tú sabes lo que es armar todo este lío por una puñetera soga. ¿Ves cómo tú eres?

Cae la noche.

 

 

10

 

Ibdelio y Tito se mueven discretamente, acercándose al tráiler de Zamira. Espían detrás de unas ramas.

IBDE. Ahí

TITO. ¿Dónde?

IBDE. ¿En esa ventana?

TITO. Sí, ¿qué cosa?

IBDE. Ahí debe estar durmiendo, Braulio Gamero.

TITO. ¿Por qué lo sabes?

IBDE. No lo sé, es una suposición.

TITO. Tú y tus suposiciones.

IBDE. Concéntrate, Tito.

Avanzan unos pocos pasos y se detienen.

IBDE. ¿Ves algo?

TITO. Nada. ¿Y tú?

IBDE. ¡Shhh!

Risas de Zamira en el interior.

TITO. Están haciendo cuentos.

IBDE. ¿Tan tarde?

TITO. Tú deberías reírte más a menudo, como ellos, porque esa amargura perenne…

IBDE. ¡Cállate, chico!

Sonidos sensuales de Zamira.

TITO. No, son otro tipo de cuentos.

IBDE. Confundido. ¿Y Braulio? ¿Será que Zamira y Braulio…?

TITO. ¿Qué estás pensando?

IBDE. No me extrañaría, porque ese Braulio es un sádico.

TITO. ¿Será el mirahueco?

IBDE. A lo mejor.

TITO. ¿Pero tan sádico como para acostarse con su propia hermana?

IBDE. ¡Ave María purísima!

TITO. ¡No! Debe ser otro tipo.

IBDE. Braulio es capaz de todo. ¿Yo te conté?

TITO. (Duda). Sí, creo que sí.

IBDE. Es mejor salir de él.

TITO. ¿Qué cosa?

IBDE. Matarlo.

TITO. ¿Matar a quién?

IBDE. A Braulio, Tito, matar a Braulio.

TITO. ¿Tú estás loco? ¿No decías que querías hablar con él?

IBDE. Él me odia.

TITO. Ahora todo el mundo te odia. Estás mal de la cabeza.

IBDE. Me ignora. ¿No te das cuenta? No quiere arreglar nada. No le interesa. No le importo. Mejor le pegas un tiro y salimos de él.

TITO. ¿Ahora?

Nuevas carcajadas de Zamira.

IBDE. Dos o tres tiros. Mejor tres. Que no quede con vida. Dale. Yo te espero aquí.

TITO. No, Ibde, no.

IBDE. No seas cobarde, Tito María.

TITO. Vámonos para la casa.

IBDE. Dame la pistola. Yo me encargo.

TITO. ¡Suelta!

IBDE. Que me des la pistola, Tito.

TITO. ¡Ibdelio!

Trueno.

 
 

11

 

Braulio Gamero.

TITO. (A su interlocutor invisible). Me lo contó, pero a veces se me olvidan las cosas. A veces prefiero tener la mente en blanco. ¿Quién es Braulio Gamero? Un hijo de puta, una idea fija en la cabeza de Ibdelio Ramos. Los dos son del mismo pueblo. ¿Yo? No, yo soy de más adentro, de un caserío que tenía una sola calle y un centralito azucarero. Yo soy distinto. Me conformo con ver las nubes y tomarme una cerveza al mediodía, y otra cerveza en la noche. Soy feliz con poca cosa. Si me muriera ahora mismo quisiera reencarnar en un árbol, como ese árbol que está enfrente, ese, ese mismo. Ibdelio es diferente, es obsesivo, ¿usted me entiende? Cuando se le mete una idea en la cabeza… y se le metió la idea de resolver con Braulio Gamero un asunto del pasado. Resulta que ese mismo Braulio lo violó cuando tenía apenas diez años. Eso me contó, que era un niño de diez años y que Gamero tenía como veintitrés. Lo violó en una arboleda, cerca del río. Lo violó y luego lo comentó con todos sus amigos. Todo el pueblo lo supo. No se habló de otra cosa en varios meses. La familia se encerró en la casa por un tiempo, hasta que el padre se fue a La Habana y los abandonó. Ibdelio lo cuenta con lujo de detalles. Si tiene dos cervezas se lo cuenta con lágrimas. Nadie hizo nada por él. Nadie le ha hecho justicia. Ni yo.

 
 

12

 

Ibdelio visita a Zamira Gamero. Lleva al hombro su bolso de tela con cosméticos, accesorios de peluquería, sombrilla, agua y algo más.

ZAMI. Pasa, Ibdelio. Siéntate. Disculpa el desorden, pero es que no tengo fuerzas. Hace un rato me tiré en la cama a mirar para el techo.

IBDE. La cama ayuda, pero mejor salir a caminar, a tomar aire fresco.

ZAMI. Pensé en ti. Estaba tan deprimida que me dije, la solución está en las manos de Ibdelio.

IBDE. ¿En mis manos?

ZAMI. ¿Podrías hacer algo por mí? Un corte de pelo, una pinturita tal vez… algo sencillo y barato, porque con lo del entierro de mamá nos hemos quedado con una mano adelante y la otra atrás.

IBDE. Claro, Zami, no te preocupes, para eso somos vecinos… y amigos de siempre.

ZAMI. Es una molestia, Ibde, y la verdad es que no sé cómo pagártelo, pero me horrorizo cada vez que me miro al espejo. Mira esta cara. Nadie diría que tengo cincuenta y dos.

IBDE. Es el sufrimiento, pero ya todo va a pasar. Para tu edad te ves divina.

ZAMI. Tú eres mayor que yo, ¿no?

IBDE. Dos años menor que tú.

ZAMI. ¿Dos? Pero si estudiamos juntos en la misma aula.

IBDE. Porque tú habías repetido el año.

ZAMI. ¿Qué edad tenías tú?

IBDE. Yo era un niño precoz.

ZAMI. Sí, muy precoz.

IBDE. Mi madre me daba lecciones en casa.

ZAMI. La mía vino a sufrir a este mundo.

IBDE. Todas las madres sufren, Zami. Es lo que les toca.

ZAMI. Sus últimos días fueron un infierno. Llegó a pesar doscientos cincuenta libras. Y yo estaba sola y sin fuerzas para levantarla del sofá-cama. Amado llegaba tan tarde del trabajo, siempre cansado… ¡Cansado! Sí, cansado de besuquearse con la rubia del One Dollar.

IBDE. Necesitas un cambio de look. Si tuviéramos tiempo te daba un tinte. Un castaño chocolate.

ZAMI. ¡Chocolate! ¡Ay, ni me lo menciones que el médico me lo tiene prohibido! La diabetes, mijo. La diabetes me tiene enferma de los nervios.

IBDE. ¿Un rojo caoba?

ZAMI. Sí, me encanta el caoba. A mamá también le gustaba, fíjate que los muebles de esta casa son todos de color caoba.

IBDE. Delmira siempre tuvo muy buen gusto.

ZAMI. El escaparate de mi cuarto lo compró ella. Pura caoba. Lo vio en una tienda de antigüedades y se enamoró. Mira que le dije, “mamá que ese escaparate es muy grande para la casa”. Pero no me hizo caso. Cuando lo trajeron, no hubo forma humana de hacerlo entrar por esa puerta. Tuvieron que desarmarlo. ¡Ay, siento como una pena en el estómago!

IBDE. Ese escaparate debe ser una belleza. ¿Cuál es tu cuarto, Zamira?

ZAMI. Disculpa. Ibdelio, tengo que comer algo o me desmayo.

IBDE. Come, come… no tengas pena.

ZAMI. (Masticando). La caja de muerto también la escogió mamá. De caoba.

IBDE. Tú lo que necesitas es un buen peinado, un maquillaje soberbio, algo que te suba la moral.

ZAMI. Definitely.

IBDE. (Comienza a peinarla). A Tito María también le gusta la caoba, y el roble, y los pinos… A él le gustan todos los árboles.

 
 

13

 

Cae la tarde y Tito María contempla las nubes. Ordena las latas de cerveza que ha encontrado en el camino y otras tantas que se ha bebido en el día. Las amontona a su alrededor y se empina, como un árbol.

 
 

14

 

Ibdelio peina y maquilla a Zamira.

ZAMI. Pobre mamá, le pasó como al escaparate, no cupo. No cupo en la caja de muerto. (Solloza). Sufrió hasta el último minuto.

IBDE. Tienes que ser fuerte, Zamira.

ZAMI. Suerte que Braulio se ocupó de todo, porque Amado ni se portó por la funeraria. Con lo que mamá lo quería.

IBDE. Es que Delmira era una santa. Una tarde pasaba yo por aquí y me llamó. Tan linda Delmira en su sofá-cama, con aquellos ojos azules que parecía un ángel del cielo. Me llamó y me dio un beso, como si yo fuera su hijo. Tan tierna. Yo creo que se acordó de mí. Casualmente traía en la jaba un pomito de compota de guayaba y cuando se lo ofrecí, abrió la boca y se lo comió todo. (Solloza). Era tan buena.

ZAMI. Tú lo has dicho, una santa.

IBDE. ¿Y Braulio?

IBDE. Bien. Trabajando.

IBDE. ¿Piensa quedarse?

ZAMI. Maybe. En New Jersey le ha ido bastante mal. Allá no es como aquí, Ibde.

IBDE. Pero él te ayuda, ¿no?

ZAMI. Tú sabes cómo son los hombres…

IBDE. Lo que importa es que sea bueno contigo. ¡Listo! Ahora te maquillo un poco. Vas a quedar regia.

ZAMI. A veces llega borracho. Pero no da guerra. Se tira en la cama o en el sofá, y se duerme. Cae muerto. Los otros días se meo fuera del inodoro, pero eso es normal en los hombres. No apuntan bien.

IBDE. Algunos.

ZAMI. Bueno, de eso sabes tú más que yo.

IBDE. Por lo general tienen mala puntería. Ríe.

ZAMI. (Ríe). Pasan su trabajo, pero la cuelan.

IBDE. (Ríe). A veces.

ZAMI. ¿Nunca te atreviste con una mujer?

IBDE. (Hace muecas).

ZAMI. Sí, para gustos, colores y para…

IBDE. Pensaba que Braulio…

ZAMI. Ese es un mujeriego del carajo. Salta de una mujer para otra. A veces tiene hasta dos al mismo tiempo. Ya le dije que no quiero conocer a ninguna más. Es que les cojo cariño y luego…

IBDE. Pero no se casó.

ZAMI. Una vez hizo planes, pero no pasó de ahí. Tú lo conoces, Braulio es muy brusco… muy…

IBDE. Ni tuvo hijos.

ZAMI. Por su problema de… de espermatozoides. La gente inventa. Dijeron que había tenido gonorrea, pero eso es totalmente falso. Braulio nunca tuvo gonorrea. Ni Amado. Amado tampoco me preñó. Y mira que Amado era fogoso.

IBDE. De esos hay que cuidarse, porque la pasión los vuelve locos y pierden la cabeza… como el sádico de los tráilers. ¿Te enteraste?

ZAMI. ¿Lo del mirahueco? Habladurías de la gente, niño. La gente que ya no sabe qué inventar para salir en la televisión.

IBDE. La otra noche…

ZAMI. ¿Qué?

IBDE. Me pareció ver…

ZAMI. ¿En serio?

IBDE. Pero era una soga colgada de una rama.

ZAMI. La otra noche oí gente discutiendo allá fuera, entre las matas, pero no había nadie.

IBDE. Yo vivo aterrado. El otro día pasó un helicóptero…

ZAMI. Nos vigilan todo el tiempo.

IBDE. Yo ni duermo. Paso noches enteras detrás de la ventana, viendo fantasmas por todas partes.

ZAMI. ¡Demasiado sufrir en esta vida! Para nada.

IBDE. Por gusto.

ZAMI. Por gusto.

IBDE. ¿Lo dices por ti?

ZAMI. Por mí, por todos. Por mamá, por las muchachitas del mirahueco, por ti, por lo del río, por ejemplo. Aquella historia de mi hermano en boca de todo el pueblo. Más de uno le echó la culpa. Y mamá… tragándose todo el veneno de la gente, las miradas de odio, las risitas, los cuchicheos… Tú eras un niño, claro, y no sabías lo que hacías.

IBDE. No entiendo.

ZAMI. Quiero decir que… que no fue tu culpa, claro…

IBDE. No, claro que no.

ZAMI. Digamos que fue culpa de tu “naturaleza”, como las mujeres que vamos por la vida sonsacando a los hombres, pero luego no queremos afrontar las consecuencias.

IBDE. No. No fue así.

ZAMI. ¿Él te obligó? Dime la verdad, ¿Braulio te obligó?

IBDE. Me violó. Braulio me violó.

ZAMI. Perdóname, Ibdelio, pero mi hermano siempre ha sido muy macho.

IBDE. Me dio un puñetazo en la cara y me tiró a la hierba.

ZAMI. Y tú, te quedaste de brazos cruzados.

IBDE. Me partió la nariz…

ZAMI. Podías haber gritado.

IBDE. Tenía la cara llena de sangre. Cuando caí al suelo ya no pude hacer nada.

ZAMI. Con el tiempo las cosas pueden parecer distintas, pero no te engañes, Ibdelio, que tú eras bastante pajarito, coqueto, femenino, toda una niña. Jamás te vi jugar con varones.

IBDE. Tenía diez años.

ZAMI. Y te gustaban los hombres, como a todas.

IBDE. No tenía idea del sexo.

ZAMI. Yo tampoco. Tenía catorce años cuando me acosté con el primer hombre. Me hizo un cuento y le abrí las piernas. Me dejé engañar, pero lo disfruté. Lo sufrí y lo gocé. Yo lo quise.

IBDE. Yo no.

ZAMI. Olvídalo.

IBDE. Trato.

ZAMI. Ok.

IBDE. Yo creía que tú…

ZAMI. ¿Creer? No se puede ser tan crédulo, Ibdelio Ramos. Dios no perdona tanta inocencia.

Ibdelio abandona la casa.

IBDE. A voz en cuello. ¡Me cago en tu madre, Zamira Gamero!

 
 

15

 

En el minúsculo jardín del tráiler. Ibdelio tiene la cabeza en su mundo. Tito se acerca, borracho, con una pizza mal envuelta en un pliego de papel grasiento.

TITO. Es mía.

IBDE. ¿Otra vez?

TITO. Esa mata de rosas es mía, la sembré yo.

IBDE. Está bien. Si quieres la arranco y te la llevas.

TITO. (Ríe y dice algo ininteligible). … ¡Coño!

IBDE. ¿Cuál es la risita?

TITO. (Vuelve a reír). ¡Pinga!

IBDE. ¿Quieres callarte?

TITO. (Otra risita). (…) ¡Cojones!

IBDE. Borracho de mierda.

TITO. (Ríe). ¡Maricón! (Tose. Hace por vomitar).

IBDE. No te vomites en el jardín, Tito María.

TITO. (Vomita). ¡Coño!

IBDE. ¡Puerco! ¿Ya estás contento?

TITO. ¿Qué te pasa?

IBDE. Pudiste ir al baño, ¿no?

TITO. ¡Ay! ¡Dame agua!

IBDE. ¡Asqueroso!

TITO. Dame un vaso de agua…

IBDE. Y no te mueres.

TITO. Me duele la cabeza. ¿Tienes una aspirina? Mejor, tres.

IBDE. ¿Por qué no te vas?

TITO. ¿Irme? ¿A dónde? ¿A dónde voy a irme con este dolor de cabeza?

IBDE. No sé cómo se me ocurrió…

TITO. ¿Qué cosa?

IBDE. (En tono de burla). ¿Qué cosa? ¿Qué cosa?

TITO. Me duele la cabeza, Ibdelio.

IBDE. (A punto de llorar). Y todavía preguntas, qué cosa.

TITO. Y después…

IBDE. ¿Por qué no me das una trompada?

TITO. Pero si yo soy un hombre pacífico, muchacho. ¿No me estás viendo?

IBDE. Tú lo que eres un borracho imbécil.

TITO. Yo no le pego a mujeres, ni a maricones. (…) No sé qué te pasa conmigo.

IBDE. Quiero que te vayas.

TITO. ¿Qué te pasa?

IBDE. Dale, dale… vete.

TITO. Y me voy.

IBDE. Eso.

TITO. De mejores lugares me han botado.

IBDE. Y no regreses, borracho de mierda.

TITO. Sin ofensas… ¿Me oíste?

IBDE. Lárgate ya.

TITO. Me voy.

IBDE. (Lo empuja). Dale, vete, vete, viejo…

TITO. Hace mucho frío.

Ibdelio se ríe de las cosas de Tito y se acuesta a su lado.

 
 

16

 

Los dos se abrazan en el jardín.

IBDE. ¿Tú le tienes miedo a la muerte?

TITO. ¡No! (Ríe). La muerte no es nada, cerrar los ojos y hacerte el muerto. Porque el cuerpo está muerto, pero el alma no. El alma es otra cosa. El alma es eterna. Ni se descompone ni se transforma, ni va al cielo, ni al infierno… El alma…

IBDE. ¡Pobre Delmira! Ella que pensaba irse al cielo.

TITO. El alma no se va a esos sitios, se queda en el recuerdo.

IBDE. ¿En el recuerdo?

TITO. En la memoria de lo vivido. El alma busca los sitios donde fue feliz, y ahí se queda, viviendo eternamente.

IBDE. ¿Y eso es bonito?

TITO. No sé. ¿Qué tú crees?

IBDE. A lo mejor.

TITO. El alma de Delmira debe andar por el barrio, flotando entre los techos y los árboles, oyendo las conversaciones…

IBDE. (Ríe). Delmira, la mirahueco.

TITO. ¡Morirse de cáncer, tan joven!

IBDE. Diabetes.

TITO. De algo hay que morirse.

IBDE. ¿De verdad tú crees que el alma de Delmira…?

TITO. En estos días me pareció verla.

IBDE. Mejor, duérmete. Pero si acaso la ves, pregúntale…

TITO. ¿Qué?

IBDE. No. Nada.

TITO. No te entiendo.

IBDE. Ya lo sé.

TITO. A ti nadie te entiende.

IBDE. Ni yo mismo me entiendo. (Se levanta).

TITO. ¿A dónde vas?

Ibdelio entra a la casa, toma la pistola y la guarda en el bolso.

TITO. ¿A dónde vas?

IBDE. Espérame en la cama.

TITO. ¿A dónde vas? ¿A dónde vas?

IBDE. Ya vuelvo.

TITO. Voy contigo.

IBDE. (Desapareciendo). Entra y duérmete.

Trueno. Comienza a llover.

 
 

17

 

Se escucha un disparo y, a lo lejos, un repertorio de canciones mexicanas.

TITO. Me dormí. No había puesto la cabeza sobre la almohada y ya estaba roncando. Ahora todo me da vueltas en la cabeza. Todo es muy confuso. Escuché gritos de mujer. Se corrió la voz de que Braulio le había disparado a un hombre, creyendo que era el mirahueco. La hermana contó lo mismo. ¡Zamira! La mujer se llama Zamira. Precisamente ayer la maquilló Ibdelio. Esa noche discutimos. Nos quedamos un rato en el jardín y luego entró a la casa y salió por ahí para allá, con su bolsito al hombro: “vive y deja vivir”. Y… me dormí. Siempre me duermo. Y despierto.

 
 

18

 

Ibdelio, en la penumbra, sostiene la pistola con nerviosismo.

IBDE. No te muevas o disparo, Braulio Gamero. No te muevas. Tengo un arma en la mano y estoy nervioso. Así está bien. Tranquilo. Solo quiero hablar contigo. Quiero entender. Después de tantos años me quedan muchas preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me escogiste a mí? Yo era un niño, Braulio, un niño de diez años. A esa edad me pasaba horas debajo de la cama, jugando conmigo mismo. Era niño sin malicia. Dime, ¿por qué lo hiciste? Yo nunca te miré a los ojos, ni te hice un guiño, ni sabía de tu existencia hasta que me rompiste la nariz de un puñetazo. Tenías tanta rabia. Me violaste con tanto odio que no lo olvido. Dime, ¿por qué? ¡No te muevas, Braulio Gamero!

ZAMI. ¡Ibdelio!

IBDE. Déjanos solos, Zamira. Esto es un asunto entre Braulio y yo.

ZAMI. Por favor, baja el arma, Ibdelio. Baja el arma.

IBDE. Que me responda. Dile que me responda.

ZAMI. Tú eres un muchacho bueno. No hagas esto. Olvídalo.

IBDE. ¿Por qué? ¿Por qué le fuiste con el cuento a todo el mundo? Dime, Braulio. ¿Dónde estaba el chiste, la diversión…? ¿Qué ganaste?

ZAMI. Hay que conservar la serenidad. Evitemos más desgracias, te lo ruego.

IBDE. ¡Ah, sí! Quedaste como el bárbaro de la película.

ZAMI. ¡Ibdelio! Mírame, Ibdelio…

IBDE. Tú no entiendes, Zamira, tú no entiendes todo lo que pasamos.

ZAMI. Sí te entiendo, muchacho. Fue difícil para todos. También para nosotros.

IBDE. A mí me tocó soportar la burla, el resentimiento, cargar con la culpa…

ZAMI. Eran unos niños.

IBDE. A mí me tocó lo más duro, luchar contra todos.

ZAMI. Ni siquiera fue su culpa.

IBDE. ¿No? ¿No fue su culpa?

ZAMI. Fue cosa de muchachos, una apuesta… ¿Verdad, Braulio? Ellos lo obligaron.

IBDE. ¿Una apuesta?

ZAMI. Los jóvenes son muy crueles, Ibdelio. Tú y yo vivíamos en otro mundo, pero la realidad es así. Supéralo. No vale la pena seguir recordando.

IBDE. ¡Una apuesta!

ZAMI. Mamá nos ve desde el cielo, Ibdelio. Perdónalo por ella, que tanto sufrió. (Abre los brazos como Cristo crucificado). Perdónale sus ofensas, como también nosotros perdonamos…

IBDE. (Baja el arma). Ni siquiera se disculpa. Ni siquiera me mira a la cara. Él siempre se sale con la suya. Braulio siempre gana.

ZAMI. Lo que importa es perdonar.

Disparo. Zamira sostiene a Ibdelio, que cae al suelo. Sale la luna.

 
 

19

 

Disparo.

TITO. Oí el primer disparo y me puse a buscar la pistola. Algo me latía, aquí en la cabeza, como un presentimiento. Hubo un segundo y hasta un tercer disparo. Tal vez lo soñé, pero entonces supe que Ibdelio se había llevado el arma, porque no la encontré. No estaba en la gaveta donde la guardo ni en ninguna parte. ¿Por qué lo hizo? Averigüe. Averigüe cómo murió Ibdelio. Hay cosas que yo no entiendo. Hay cosas que no pasan los domingos. Yo no sé mucho. A mí se me olvidan las cosas. Si me pone a escoger, prefiero estar solo. Solo, como esa mata de ahí enfrente.

 
 

20

 

Zamira en bata de casa.

ZAMI. Buen muchacho, sí, pero con problemas. Desde chiquito tuvo problemas de los nervios, de la cabeza… trastornos de la personalidad, ¿no es así como dicen los médicos? Serían como las dos de la madrugada o un poquito más. Estábamos por acostarnos cuando escuchamos ruidos. Braulio se asomó. Salió con su arma, porque este barrio es peligroso. Supongo que ya le habrán contado del mirahueco. Pues nada, sale mi hermano y se lo encuentra, apostado ahí, frente a la puerta de la casa, con una pistola en la mano. Braulio le dispara, pero al bulto… no se distinguía bien… Luego vimos que era Ibdelio. ¡Qué horror! Pero mi hermano es inocente. Él no sabía. No sabía que era Ibdelio. ¡Qué nos íbamos a imaginar! Todavía hay cosas que no me explico, por ejemplo, ¿a qué vino Ibdelio, tan tarde?

Yo me pregunto, señor, ¿qué buscaba a esa hora y con una pistola en la mano? Esto es una tragedia.

 
 

21

 

Juntando las latas de cerveza en el jardín.

TITO. Nadie hizo nada por él: ni la policía, ni los tribunales, ni el pueblo… Con decirle que Braulio Gamero nunca fue a juicio. Para los afeminados no hay justicia. Alguien dijo que eran árboles torcidos. No, señor, nadie le hizo justicia. Ni yo.

 
 

22

 

Ibdelio se aplica una capa de maquillaje para el espectáculo.

Se escucha la música y comienza a cantar.

Oscuro.

 
 

Estrenada el 15 de julio de 2022 en el

Centro Cultural Artefactus

Con las actuaciones de José Carlos Bermejo, Tomás Doval,

Vivian Morales y la actuación especial de Alexandra Fernández.

Dirección: Miriam Bermúdez.

 
 
 

Pedro Monge Rafuls. Es un dramaturgo y crítico teatral cubano de larga trayectoria. Fundador de Ollantay Center for the Arts, Ollantay Theater Magazine y Ollantay Press. Sus obras recientes incluyen Entre amigos (2015), Guajiros a caballo (2016), El regreso (2020) y Pandemia humana (2020). En 2018 publicó su estudio Teatro cubano para los escenarios. Setenta y una obras de todos los tiempos. Reside en Nueva York.