Adriana Pacheco
Muchos son los libros con los que la escritora mexicana Rosa Beltrán marca la literatura contemporánea, con su mirada aguda, su sentido del humor y su inagotable sed de cuestionar lo que damos por un hecho. Su presencia en las letras desde sus dos primeros libros: La corte de los ilusos (1995), reeditado 8 veces, su libro de ensayos América sin americanismos: el lugar del estilo en la épica (1996), hasta la traducción de su libro Radicales libres por Robin Myers en 2023. Otros de sus libros son El cuerpo expuesto (2013), un diálogo con las teorías darwinianas, y Efectos secundarios (2011) que nos inquieta en un estilo puramente kafkiano. Beltrán es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Hoy conversamos con ella en el espacio del podcast Hablemos, escritoras donde pueden escuchar la entrevista completa en el episodio 154 https://www.hablemosescritoras.org/posts/188
Adriana Pacheco. Rosa, qué placer conversar contigo, las primeras preguntas con las que yo quisiera abrir esta conversación es sobre tu papel como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. ¿Qué ha significado para ti ser miembro de esa academia? ¿Qué haces ahí? ¿Cuáles son tus responsabilidades o posibilidades?
Rosa Beltrán. Bueno, cuando me dijeron que me habían elegido por unanimidad para ser miembro de la Academia, pasé un enorme susto. Como la mayoría, no sabía qué se hace en la Academia, me parecía un lugar fascinante, una logia antiquísima. Sabía qué se trabajaba con el lenguaje, pero no sabía cómo. Desde luego es un honor. Pero además, sabía que la Academia está formada por varios miembros de número y otros correspondientes de primerísimo nivel, por los intelectuales más importantes de nuestro país en distintas disciplinas y todos trabajando la lengua desde sus actividades, desde sus disciplinas: músicos, científicos, sociólogos, historiadores, escritores. Así que lo primero que tuve que decidir, después de aceptar claro, era ¿qué podría yo aportar junto a tanto sabio y si realmente podía yo aportar algo? Y después pensar en el discurso de aceptación. Lo dediqué a Nelly Campobello, porque pensé que lo que yo quiero hacer y lo que puedo hacer en la Academia es abrir el canon de la literatura, que tiende solo a ver a los mismos autores, hablar de los mismos autores; que lo ha hecho de manera extraordinaria, sin duda alguna; que sus publicaciones anotadas son de primerísima, pero que puede caer en el peligro de establecer una rutina incesante de los mismos nombres, cuando otorga premios o cuando decide qué autores son a los que hay que estudiar. Deliberadamente digo autores, no digo autoras porque tenemos muchos estudios hechos en la Academia para la obra de autores y la de las autoras es casi inexistente. Así que si yo iba a ser una de las pocas —todavía minoría miembros de la Academia que son mujeres— me enfocaría a expandir el canon, desde luego, también con obras contemporáneas, no exclusivamente de mujeres, pero principalmente. Pensé que eso es lo que yo quería: trabajar las obras extraordinarias de estas autoras que por vicios de la tradición han permanecido ocultas.
AP. Muy interesante como lo pones y te felicito por este ingreso a la Academia, pues es un parteaguas para nosotras, las mujeres que estamos batallando tanto por ganar espacios. Tú tienes una formación en letras, estudias una licenciatura en la UNAM, y después tienes una maestría y un doctorado en UCLA.
RB. Bueno, siempre supe que lo que hiciera en la vida tendría que hacerlo desde la literatura, aunque fuera de un modo intuitivo, porque fui una niña muy lectora, obsesivamente lectora, tan lectora que mis papás se desesperaban. Y me decían “ya haz algo”, “deja de leer”, como si leer no fuera hacer algo. Les daba miedo, los lectores dan miedo, por supuesto, por muchas razones, pero ese es otro tema. Y una niña que quiere vivir en los libros preocupa. Pero es que a mí desde los libros, desde las historias me parecía más fácil hacer las cosas porque las historias de los libros me daban instrucciones, me daban las ideas, me enseñaban que había algo allá afuera en el mundo, desde las cosas más reales, hasta las cosas fantásticas. Por ejemplo, leer a Stevenson y saber de tesoros y saber de Posadas y saber de piratas. Entonces me costaba mucho trabajo aterrizar en el mundo de los deberes. Conformarme con ese mundo, porque además yo tuve la fortuna de tener padres que son muy buenos narrando, no se dedican a la literatura, pero son lectores natos. Entonces el mundo hablado, dicho, a través de las historias de mi mamá, pues era terrorífico, lo que te podía pasar allá afuera, porque además su género era definitivamente el terror, pero era divertidísimo, era interesante cuando salías y veías que aquello que ella había visto en esta cosa “chata” con la que tú te encontrabas, pues pensabas que te gustaba más el mundo narrado. Y mi padre tiene un enorme sentido del humor negro, muy negro, bueno, no sé. Pero sin saberlo, esa forma de narrar, yo me di cuenta muchos años después, que es un arma defensiva que te ayuda a sobrevivir. Por un lado, claro, magnificando lo que hay fuera, pero eso es la literatura a partir de la grieta. Y por otro lado, con un dejo irónico que te obliga a mirar el otro lado de las cosas, así que yo nunca tuve duda sobre lo que haría ya fuera estudiar, leer, escribir, después hacer trabajos de corrección de estilo en editoriales, impartir talleres, dar clases, dar conferencias. Para mí todo es parte de lo mismo, es habitar el mundo de la literatura, que es el único donde creo que yo puedo vivir y ser yo lo que quiera que sea ser yo, pero también donde creo que puedo aportar algo, simplemente por los años en los que he estado allí. También desde joven yo supe que me interesaba leer literatura de distintos países. Cuando me regalaban libros y me los regalaban a veces a su pesar, porque eso implicaba que iba a seguir leyendo. A pesar de mis padres cuando iban a las librerías o me llevaban, pues comprábamos libros de autores y autoras de distintas lenguas, claro que traducidos, y de distintas tradiciones. Por eso, después de hacer una carrera en Letras Hispánicas donde se conocen los mecanismos de la lengua, desde el latín y la filología hasta el estilo literario y los sonidos, no dudé en estudiar Literatura Comparada en UCLA, porque sabía que eso significaba hacer algo que me era connatural, es decir, leer autores de distintas tradiciones, conocer a estos autores y autoras, enfocándome en dos siglos específicos, que son el XIX y el XX.
AP. Háblanos de tu primera novela.
RB. Mi primera novela La corte de los ilusos se gestó y la escribí porque yo vivía afuera. Es decir, cuando tú atraviesas la frontera, lo primero que te preguntan es: Where are you from? Y la necesidad de contestar ¿qué eres? tú sabes que va a disparar una serie de prejuicios “Ah, Mexican” y entonces empiezas tú a defenderte de esos prejuicios y a decir “sí, soy mexicana, pero no soy narcotraficante, pero no trabajo en el Gobierno, yo no soy responsable de lo que están haciendo, etcétera”. Y ese mecanismo me fascinó, el intentar definirnos después de la supuesta independencia de un país y de una forma de gobierno que imitamos, que copiamos tal cual, en el momento de la Independencia, bueno, el tratar de definirnos, pues a partir de este mecanismo de defensa y sobre todo de grandes pretensiones y contradicciones, es lo que está en el centro de La corte de los ilusos. Y agradezco, agradezco por supuesto, a la beca Fulbright que me lo permitió, ¿verdad? Y a UCLA que me recibió, que me dio trabajo también porque yo iba con una familia. A esa distancia que se estableció para poder acercarme al objeto sobre el que escribí. Entonces yo me di cuenta que estar muy cerca o muy lejos de aquello sobre lo que estás narrando te impide contar la verdad de lo que narras, entorpece la emoción, pero yo adquirí esa distancia precisa exacta en el momento preciso para escribir esa novela, que es que me sigue gustando la verdad.
AP. Claro, déjame mencionar algunos de los lugares donde has estado dando clases, hablando de estar fuera de México. Has sido profesora en UCLA que es University of California en Los Ángeles, en la Universidad Hebrea de Jerusalén, Universidad Ramón Llull en Barcelona, Universidad de Colorado. Y bueno, obviamente en esa gran casa de estudios la UNAM. Por otro lado, has recibido premios como la beca Fulbright que estás ahorita mencionando. Después has sido también premiada con el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en el Centro mexicano de escritores. Has recibido el Premio Planeta Joaquín Mortiz de novela precisamente por este libro que mencionas, La corte de los ilusos que fue publicado en 1995. Después recibes el premio Premio Florence Fishbaum, un ensayo del que también hemos de comentar y el reconocimiento, Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado por la UNAM por la Universidad Nacional Autónoma de México. Felicidades Rosa por estos reconocimientos. Has sido también promotora literaria con el programa Contraseñas en el canal de televisión mexicano 22 que tuviste con Mónica Lavín, excelente escritora, también como tú, muy renombrada en México y en el extranjero como tú misma.
RB. Bueno, hace unos cuantos años Ernesto Velázquez, que entonces dirigía Canal 22, me invitó en un desayuno en la Fil Guadalajara a hacer un programa de entrevistas con escritores y escritoras vivos y en plena producción. Y yo le propuse hacerlo con Mónica Lavín, porque pensé que esa conversación a 3 voces podría dar cuenta de los temas que frecuentamos, de qué se escribe, de cómo se escribe, de cómo es la vida de quienes escriben, cómo son sus inicios literarios, qué les preocupa, cuáles son sus manías y cuáles son los lugares que frecuentan, y los lugares literarios que han frecuentado. Más allá de que fueran conversaciones deliciosas —que lo han sido— y muy instructivas también para nosotras no solo para los televidentes, ahí descubrimos cosas de amigos escritores que creíamos conocer al dedillo y que pues realmente nos dimos cuenta que no conocíamos tanto. Aparte yo supe que ese programa se convertiría en un documento. Tú usaste una palabra interesante “repositorio”, es decir, este lugar de la memoria donde se van a quedar, por lo menos en nuestro caso, cuatro generaciones de viva voz.
AP. Interesante. Pues entremos a tu obra fascinante. Es una obra que te deja esa sonrisa en los labios, así como complicada, como que no sabe realmente de qué te está sonriendo y después no sabes si quedarte seria y borrar la sonrisa de la boca porque lo que estás diciendo te está poniendo a pensar. Empecemos con uno de tus libros, Efectos secundarios (Mondadori, 2011) en donde dices “no sabes que el autor es el espectáculo”, hablando precisamente de esta autoría y del fenómeno del espectáculo masivo. Una novela totalmente kafkiana, con un monólogo interior que te pone toda la ironía de la voz de Rosa Beltrán, que se atraviesa por todos tus libros y cómo estás cuestionando en esta ironía sobre la lectura, sobre el mercado literario, sobre la falta de lectores, la precariedad como vive la gente que se dedica, los que nos dedicamos a las letras, sobre el consumismo, el placer de leer y a la vez la gran contradicción que hay atrás de todo lo que es esta industria del libro. Cuéntanos ¿cómo es tu idea del autor como espectáculo? Y sobre Kafka, todo este discurso y esta conversación que tienes con él.
RB. Sí, antes, déjame hacer un comentario sobre una frase que tú dijiste. Hablando de la experiencia de leer este libro y otros, hablaste de que deja una sonrisa inquietante que no sabes al final qué significa, si es de gusto o de desconcierto de lo que estás sonriendo, pero yo te diría, que eso es vivir y sobre todo, eso es vivir en un país como este. Eso es eso, es lo que deja al final. Y Efectos secundarios, habla de ese doble rasero, igual que La Corte de los ilusos. Y en esto yo diría que casi todos mis libros, porque mi característica común a todos es que están escritos a partir de contradicciones que nunca se resuelven, de afirmaciones que se niegan después. Hacer afirmaciones contundentes sobre lo que es “la verdad”, no solo es algo arriesgado, es algo totalmente equívoco, y Efectos secundarios habla de la experiencia de escribir y de la experiencia de leer en un momento como este, es decir, el mundo del consumo, donde los libros se vuelven una mercancía más, donde lo que importa es vender. Y el mercado atraviesa todo el mundo de los objetos, pero también de las personas. Si tú no vendes como escritora entonces tú vales menos, aunque lo que estés escribiendo pueda ser interesante para muchos lectores. Pero, desde el punto de vista estético, desde un aspecto distinto, Efectos secundarios es una de las novelas más mías, porque da rienda suelta al modo en que suelo pensar las cosas, es decir, algo que opera en distintos planos. Lo que menos importa es la anécdota, pero lo que más importa es aquello de lo que se está hablando con todas esas anécdotas imbricadas. Es un presentador de libros que al mismo tiempo es un crítico literario, pero que vive de leer y que sabe que el mercado está por encima de lo literario. Es un presentador que es presentadora, porque yo desde muy chica supe que para leer siendo mujer tenía que travestirme, aunque yo no conocía esa palabra. Cuando yo leí el Quijote, pues yo no era Aldonza Lorenzo, yo era el Quijote, y cuando yo leí Metamorfosis, pues yo era Gregor Samsa, yo no era las hermanas veleidosas. De manera que muy pronto aprendemos nosotras que la literatura es eso, que está en todas partes, que atraviesa todos los géneros, que leer es un acto travestista y que el lenguaje no es transparente, que abarca distintos planos y distintas realidades,
AP. Es un manjar, la novela de verdad que sí y sobre todo, como dices, por la ironía y por la manera en la que está abordando los temas. Nos dices, por ejemplo, “los libros me han enseñado el placer y la voluptuosidad de vivir sin ellos, para ellos, pensando ávidamente en ellos, en un país de varias generaciones, sin lectores”. Bueno, otros dos libros que les voy a recomendar mucho, creo que les voy a recomendar todos, pero vamos paso a paso, son Amores que matan este fue publicado por Joaquín Mortiz 1997 y Seix Barral 2008, y El cuerpo expuesto, Alfaguara, 2013. La premisa de estos libros es la reescritura de las teorías darwinianas, de la evolución, el origen de las especies, la adaptación muy interesante, los personajes cómo están construidos y sobre todo, la brutalidad de ciertas partes de estos libros. Platícanos ¿de qué manera dialogan ellos dos y cómo es que llegas a la escritura de Darwin? ¿Cómo es que Darwin va a atravesar, así como Kafka, el otro libro, ahora Darwin es el que atraviesa este?
RB. Sí, es otro de mis santos patronos, junto con Kafka; porque si Kafka es el absurdo que me explica a mí qué es el mundo qué es esto que ocurre a través de esas disociaciones y de esas imposibilidades, Darwin fue quien me descubrió que Dios no existe y fue uno de los descubrimientos más tristes, en un sentido. Me acuerdo que Eliseo Alberto decía, “Si Dios no existe, ¿por qué a él lo extrañamos tanto?” y tiene toda la razón. Pero al leer El origen de las especies es innegable ver que el mundo de la ciencia tiene postulados que a veces terminan con estas esperanzas nuestras, como le pasó a Darwin al descubrir ese fósil del gliptodonte y ver que simplemente por el tamaño de ese antecedente del armadillo, es impensable la historia del Arca de Noé, pues no hubiera cabido, se hubiera hundido, en fin. Va desmontando todo ese otro maravilloso discurso que es el discurso bíblico, de una manera fascinante, porque Darwin nos hace ver que los milagros sí existen, no existe Dios, pero el milagro es estar aquí y ahora. El milagro es la evolución de la especie, de las especies, y la convivencia de ellas, pese a todo, catástrofes naturales y de las otras que producimos los humanos en cantidades inconmensurables, y sin embargo, aquí estamos, después de tantos siglos.
AP. Qué cierto. En otro de tus libros, Verdades virtuales, publicado por De bolsillo en 2019, la premisa es el sueño: si somos lo que soñamos, si somos un sueño, si estamos siendo soñados por alguien. Y con este libro hablamos de tu perfil como ensayista. ¿Cuáles son los temas que te intrigan desde el ensayo?
RB. El ensayo es uno de los géneros más fascinantes para mí, como dice Beatriz Sarlo, porque te deja la impresión de que asistes a la escena de un pensamiento en el momento en que ese pensamiento se está haciendo, que ese pensamiento se está gestando, sea tuyo, o sea, de alguien más. Es reflexión pura pero con un sentido literario, desde Montaigne hasta nuestros días. Beatriz Sarlo es genial. Ha escrito ensayo hasta de los juegos de las maquinitas de monedas. Como tú sabes, hace un análisis interesantísimo de la época a partir de sus juegos, sus aficiones, sus sobrantes, desde donde no pensamos que se podría escribir el ensayo, escribe ella y otros más y otras más. El ensayo es un género portentoso. Además, ahora se transita por él; y al escribir novela, por distintos géneros, y yo creo que esto se debe a que no podemos sustraernos de la época en la que vivimos, en la que nos tocó vivir. Esta es una época donde lo alto se mezcla con lo bajo, o donde conviven distintos tiempos, donde por fuerza a través de los medios digitales estamos en distintas pantallas y por lo tanto, en distintas realidades. Así que, cómo podría extrañarnos que se haya convertido —y yo no diría en una moda, porque yo siempre escribí así, sin saber que lo hacía—; que se haya convertido en algo determinante para la novela, el tránsito de un género a otro, el poder de hacer reflexión al mismo tiempo que se está contando una historia. El ensayo me permite a mí reflexionar sobre este momento histórico y contrastarlo con épocas pasadas, sin necesidad de construir una historia, ahí es donde estaría la diferencia con la novela. Es decir, estoy contando un relato porque todo ensayo es un gran relato. Digamos, el gran ensayo del cristianismo, la historia de la vida de Jesús, es un gran relato. La historia del dinero es un gran relato. No nos podemos sustraer nunca al relato, pero en el ensayo no tenemos que pensar en esa estructura platónica del principio, el medio y el fin, no tenemos que tener una posición específica de distintos sujetos, podemos tenerla o no pero en realidad se enfoca en una idea sin que estorbe la construcción de los personajes. El ensayo es idea. El cuento es situación. La novela es personaje. El sentido de lo que escribes es lo que más importa más allá del género, qué es lo que estás diciendo. El género es solo con qué lo estás diciendo, es la herramienta, es el mecanismo. A mí me interesa ahora mucho analizar el mundo que llamábamos “la antigua normalidad” y el que llamamos “la nueva normalidad” y en el que el capitalismo salvaje, la depredación ecológica, la competencia mordaz, esa velocidad de vértigo, ese espectáculo eran los principales representantes. No sé si lo va a seguir siendo…
AP. Otra cosa que llama mucho la atención en tu obra como ensayista es tu reflexión sobre ciertos espectáculos masivos. Usas, por ejemplo, el show de Cristina, el famosísimo Show de Cristina para hablar del relato sin historia y después estás hablando de esta visión de América. Y el milenio y la visión femenina para hablar del anti-mito del American dream. ¿De qué manera ahora sientes que la literatura está colaborando en esta relación que está sucediendo entre Estados Unidos y México? Esa sería la primera pregunta y la segunda pregunta está relacionada con una entrevista que te hizo otra magnífica escritora y pensadora, Sandra Lorenzo, en el programa Rompeviento, en donde ella está reconociendo tu capacidad de fabulación. ¿Cómo crees que deberíamos empezar a construir nuestras nuevas fábulas o a construir las fábulas, como acabamos de hablar, para entrar a una nueva generación de lectores?
RB. Escribir sobre programas de espectáculos es algo que en el momento cuando empecé a hacerlo, me di cuenta de que era natural, es más, me extrañó que no se escribiera sobre esto en un mundo que está hecho por y para el espectáculo, que está convertido en un espectáculo. Hace varios años en México se asesinó a un candidato a la Presidencia, Luis Donaldo Colosio, pero hubo una serie de asesinatos paralelos a ese. Por ejemplo, el de Manuel Muñoz Rocha. Y a quien se contrató para investigar sobre ese homicidio fue a una vidente, a la Paca. Y yo recuerdo haber visto en la televisión en un programa de noticias a la Paca con sus secuaces diciendo que veía un cráneo en el granero. Después esa precisa noticia circuló a través de los vipers que existían antes del teléfono celular con un mensaje que decía. “Atención, atención, el cráneo no es de Muñoz Rocha, sino del consuegro de la Paca”, o sea, que había sido una siembra. Finalmente, en ese mismo programa de noticias, Sergio Vicke, periodista, hizo una limpia a todos los espectadores diciendo que bueno, pues debíamos cuidarnos, en todo caso de cualquier maleficio de esta mujer, etcétera. Eso es convertir la noticia de un homicidio en un espectáculo. Eso siguió siendo relatado a través de los periódicos en primera plana, a través de los programas de radio y como digo de los noticieros. Los canales para transmitir noticias se convirtieron en transmisores de un relato gore. Me di cuenta de la fusión entre literatura y realidad en este país. Lo mismo sucede con El show de Cristina, donde Cristina Saralegui, que era la anfitriona, solicitaba que su audiencia le escribiera cuál era su deseo y ella elegía como “hada madrina”, uno de los deseos. Un día fue el turno de Evelina Cardoso, quien pedía un aplauso de pie, un aplauso sin que tuviera una razón para que se le diera ese aplauso. Eso me impresionó muchísimo. Ver el performance del aplauso, cómo ésta invitada aparecía arregladísima, de gala a un estadio donde un público voluntario le dio una ovación de pie y ella hizo toda la mímica que hace cualquiera que reciba un aplauso. Y yo me puse a pensar: ¿Qué tenemos aquí? Lo que tenemos es el significante, pero sin un significado. Tenemos el aplauso, tenemos la gestualidad del aplauso, pero no tenemos aquello por lo que se recibe el aplauso. Es un aplauso vacío. Y me di cuenta de que muchos de los mecanismos del espectáculo que estamos viviendo y de los libros de autoayuda obedecen a esa misma estructura, son relatos sin historia. Nos ofrecen, en apariencia, un tesoro de verdades, pero esas verdades no existen. Y que esto era interesante escribirlo a partir de esos ensayos que van conjugando la escenificación con la reflexión.
Y sobre las escritoras, para mí ser escritora es hacer una declaración, una contradeclaración al mundo, es escribir al margen del canon. Creo que al ser mujer, te conviertes, ipso facto en alguien impertinente, es decir, en alguien que no pertenece; que no pertenece al gran canon de la literatura. Y sin embargo, eso te da una permisividad para transitar entre formas entre géneros, entre temas, no te obliga a escribir de la manera en que lo ha hecho la tradición, sino contra esa tradición y te da un menor mi libertad. Así que algo, que yo veía como una imposibilidad antes y como una injusticia ahora, lo veo como la puerta que se abre hacia la libertad. Y entre más leo autoras —siempre he leído autoras, pero ahora me ha venido una cosa compulsiva por leerlas más—, más descubro sus distintos mundos, en apariencia los mismos, por lo menos de las que a mí me interesan, porque nadie ha escrito el imaginario como Nelly Campobello, como Elena Garro, como Amparo Dávila, como Inés Arredondo. Nadie ha cambiado tanto la forma, nadie ha fusionado los sueños y los deseos inconscientes con la realidad, como lo han hecho ellas y otras autoras que están escribiendo ahora libros extraordinarios, no.
Me preguntas sobre el sueño, sobre la pesadilla, que en algún momento construyó también un canon literario que es el “sueño americano”. Así empezó a escribirse en la crónica en Estados Unidos y con los autores fundacionales de ese sueño, los poetas, pero también los pioneros, un sueño que sabemos que es más literario que otra cosa. La historia de la literatura en Estados Unidos prueba cómo ese sueño ha sido más bien el accidente, el error, la falla, el despertar a la realidad. Pero al ser mexicanos esa pesadilla se potencia. ¿Cómo lo veo ahora? Veo que como país somos el recipiente perfecto de los odios y la violencia en el momento de un presidente como Donald Trump, que decidió que el ensañamiento con los mexicanos trabajadores es uno de los puntales de su discurso, para volver a una América, como dice él, que en realidad nunca existió o que existió siempre con la mano de obra de esos migrantes mexicanos y que lo sabe, pero que es un gran populista y sabe también que ese discurso es muy rentable. Ni hablar de lo que sucede con los niños migrantes, con las mujeres que migran, con la gente que vive con pavor del otro lado, pero que sigue creyendo en ese sueño porque esta realidad, la de este país, se volvió mucho peor. Como te comentaba yo antes, los migrantes que no tenían papeles, y que lo son desde hace mucho tiempo, y que la segunda generación consignó esta migración, empezó a hacer una gran literatura. Bueno, estos migrantes casi siempre eran trabajadores, obreros, albañiles, trabajadores de la construcción, trabajadores en la pisca de la uva, de la fresa, etcétera. Bueno, ahora también es la clase media la que anhela migrar para completar ese sueño, del que no está tan segura ya tampoco. Pero a mí me tocó vivir en un país distinto, y por lo menos hasta los años 80, entre las familias había una pregunta muy curiosa. Cuando alguien después de ahorrar su dinerito se iba a hacer un viaje, se iba a Europa, se iba a Estados Unidos, el resto de la familia o alguien de la familia le preguntaba “¿Y qué se te perdió por allá?” O sea, como si fuera extraordinario, o sea tenías todo acá, para qué te ibas. Ahora a nadie se le ocurriría hacer esa pregunta. Todo el mundo diría, enhorabuena, ojalá que encuentres un destino mejor, que sabemos que no es el caso de quienes van de México a Estados Unidos, o no siempre es el caso.
AP. Claro, definitivamente. Rosa qué gusto, qué gusto escucharte. La verdad es que tu obra es magnífica y no nada más leerla, sino reflexionarla; porque nos pones esta sonrisa inquietante, como tú bien la describes, que nos hace regresar a tus libros. Ha sido un gusto enorme esta conversación. Yo invito a todos los que no conocían a Rosa Beltrán, y ya la conocen; a los que ya la conocían, a releerla y tenerla siempre cerca. Y muchísimas gracias por aceptar esta entrevista y por tu generosidad con tu tiempo. Yo sé que siempre estás muy, muy ocupada y sin embargo has abierto este espacio para nosotros.
RB. La agradecida soy yo, Adriana, te reitero que me parece un proyecto valiosísimo. Del mismo del que yo misma me benefició también al conocer a otras escritoras, gracias a ti, y ha sido un placer tener una lectora como tú. Me encanta haber tenido esta conversación que en realidad es muy rara, para quien escribe,;parece que lo más natural es decir que escribiste, pues no, para eso lo escribiste, es difícil hablar de eso, pero conversándolo contigo se vuelve menos difícil y se vuelve interesante. Muchas gracias.
AP. Gracias a ti.
Adriana Pacheco es una investigadora mexicana. Promotora de la lectura y la educación, así como investigadora afiliada al Teresa Lozano Long Institute of Latin American Studies (LLILAS, Universidad de Texas, Austin). Fundadora del podcast y enciclopedia Hablemos Escritoras y de Shop Escritoras Books. Ha sido Texas Book Festival featured author y es miembro de su Advisory Board. Reside en Austin.