Angelina Muñiz-Huberman
Nueva York, mayo de 2004
En la escalinata de San Patricio
me senté y pensé.
Los neoyorquinos toman el sol
La sombra de la catedral se retira
para no herir suspicacias.
Las banderas ondean
y un estrafalario vago
llamado Kuba
recibe el regalo de una boina
(“Ya no tendré frío en el invierno”.)
Los neoyorquinos son paquistaníes
y son poblanos,
de Zimbawe o de Turquía.
Son taxistas que no entienden
por qué los multan
y elevadoristas que nunca llegan al cielo.
Torres Gemelas que volaron
mas la de Babel queda
No importa qué idioma se habla:
todos se entienden
(o lo creen)
Para eso sirven las señas.
Los niños gritan en los museos
y el eco de sus pasos
ya es añoranza.
No sabemos si la memoria
existe o se borra.
Isla en blanco y negro
que ha olvidado el mar
Gris de febrero
Cielo azul
y nubes emborregadas
La puesta del sol
es de roja contaminación.
Museos y más museos
pinturas trasladadas
castillos medievales que navegan
en cajas muy bien numeradas.
El sinfín es la medida de la desmedida.
Poetas de la ciudad se reúnen
en sombras de ritmos
Alguien recuerda a Robert Frost:
la esperanza es el pasado.
Ahora comprendo por qué
en San Patricio me senté y pensé
sin poder escuchar
el golpe del mar.
Invisible
Corona que no se ve
qué es.
Impuesta sobre la creación
en la cumbre del caos
ordena.
Kéter
El Invisible y los invisibles
danzan
enlazados sin saber para qué.
La guirlanda de la corona
arremete contra flores desmadejadas
y en un impulso abandonadas.
No hay campo trillado a medias
ni un rocío suspendido
ni dónde detener la vista
que no sea espacio perdido.
A ciegas caminar en busca
del reflejo perdido
de la imagen sellada
de la hoja cifrada.
No hay quien dirija los pasos
pasos inciertos
hacia un más allá
en tinieblas
vislumbrado.
Pájaros en el silencio
En el reino de la corona
los pájaros en el silencio
fundaron el canto perdido.
Las calles desoladas
rompieron el pavimento
ni un sonido, ni un eco.
Ni una miga
ni una gota
ni el resquicio de una ventana.
Cuchillos afilados
no sonaron
vértebras entrechocaron.
Dueños del silencio
los pájaros volaron.
Y cantaron, cantaron como nunca
ensayaron trinos y más trinos
se deleitaron unos a otros.
Eran los dueños del silencio.
Los humanos callaron y
por primera vez entendieron
para qué llegó la corona.
La corona de la creación
derramó sus perlas
y los humanos cayeron a sus pies.
Mientras los pájaros cantaron y cantaron
no una vez
sino miles de veces
al son de la campana del entierro final.
Ventanas y balcones
Por fin tuvieron sentido
ventanas y balcones
hechos para el olvido
para la desmemoria
para la nada.
Se abrieron al sol
que ya no calentaba
al viento inútil
a la lluvia desmedida.
Quien inventó
ventanas y balcones
se quedó sin luz
en un día de estos
sin tiempo y arrepentido.
La ventana se estrella
y el balcón se balancea.
Salen volando
como ángeles
perdidos.
Brújulas innecesarias
en compás de espera
antenas desmayadas
cables entretenidos
postes desprevenidos
ciudad destruida
sin un sonido.
Ventanas y balcones
quedaron
al desgaire.
Nadie
nadie
que
se
asome.
Sequía
La sequía se extiende por el mundo
solo veo imágenes turbias sin sentido.
Mi cerebro se vacía y es un abismo
que no encuentra punto de apoyo.
No hay nada que abarque mi mano
la tersa piel se desdibuja lenta.
Desierto de desiertos se subleva
granos de arena brillan encontrados.
Entre la yerba crecen las piedras
túneles cavan hambrientos insectos.
Pálidos esqueletos se desperezan
formas suspendidas se sorprenden.
Quiénes somos, preguntan los huesos
y se desmoronan sin respuesta.
Rebaños se acomodan y mueren
ni una lágrima salvó su sed.
¿Qué hacer en medio de la desesperanza?
Rayo de luna dibuja la tristeza absoluta.
Azul es el color más olvidado
puntas de estrella ruedan por la pradera.
Mano que busca a mano se estremece
el cuerpo ya roto se desliza en declive.
¿Dónde hallar un consuelo, un sosiego?
Si las fuentes brotantes se han secado.
Ínsulas extrañas respiran airadas
han perdido los límites del divagar.
Horizonte enclaustrado no sabe mirar
timón al aire en nave ya perdida.
El mar no cura esta inútil sequía.
Mar esquivado
Si el mar se echa a un lado sin frontera
los que navegan a la par pierden el rumbo
y recogen en las redes espuma del desaliento.
El mar, primero en la creación, primero.
Con sus olas no alcanza a lavar la corona
esencia de la palabra que se ha perdido.
Memoria truncada en un minuto borrada
las naves se van a pique sin notarlo.
Luz dorada de atardecer enterrada
hacia el mar azul profundo vislumbrada.
Todo fluye al origen prefigurado
todo flota en el agua de los deseos.
Inútil el resguardo y la arena desdibujada
si el cangrejo se detiene y roba atardeceres.
Los abandonados de tierra y de mar
saben que no oirán el canto del caracol.
Ni verán la puesta del sol entre las olas.
El mar por siempre los habrá de esquivar.
Fin de los tiempos
Hoy me desperté
y era el fin de los tiempos
ni un ruido ni un sonido
ni un movimiento
ni el aire en las ramas.
Silencio absoluto
claridad total
el cielo dividido
abajo nubes blancas
luego pinceladas grises
luego claridad de nuevo
franjas alargadas azul claro
arriba grises para cerrar el infinito.
Era como un entierro
en paz por fin.
La ciudad muerta
cada edificio perfecto
cada delineado intacto.
Abrí la ventana
y aire reparador me refrescaba.
Inundada de alegría y llanto
era el fin de los tiempos
era la muerte en mí contenida.
El fin de los tiempos ya sin tiempos.
Angelina Muñiz-Huberman. Autora mexicana de amplia trayectoria. Sus poemarios recientes incluyen Los esperandos. Piratas judeo-portugueses… y yo (2017), El atanor encendido. Antología de cábala, alquimia, gnosticismo (2019), El último faro (2020) y Cartas a una ardilla y otros especímenes (2022). Obtuvo, entre otros reconocimientos, el Premio Xavier Villaurrutia. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Reside en Ciudad de México.