Tres poemas

César Eduardo Carrión

 

 

Tocayo

A la memoria de César Chávez Aguilar

 

Compartir el nombre de pila con un amigo muerto es un asunto importante. Con el Chávez compartíamos el mismo signo bautismal de otros escritores, cuyos poemas nos gustaban a ambos: César Dávila Andrade, César Vallejo, César Calvo, Cesare Pavese, quizás en ese orden. Y el seudónimo de algún otro nos provocaba más desconfianza que sus mismos versos: César Moro. A veces, me gusta pensar que con el Chávez conformábamos algo así como una Cofradía de los siete Césares.

La palabra tocayo proviene de una expresión náhuatl que significa “uno que tiene mi nombre”.

Compartir el nombre de pila con un amigo muerto es un tema complicado. Yo vengo de una familia de cuatro Césares. Llevo el mismo nombre de mi padre, que tiene el mismo nombre de mi abuelo. Y también comparto el nombre de mi padre y de mi abuelo con un primo hermano, que escapó de su Cuba natal hace muchos años, quizá dejando atrás la miseria y crueldad de los traidores. Con el Chávez compartimos la náusea que nos provocaban los tiranos de cualquier color y bandera.

La palabra tocayo proviene de una expresión náhuatl que se usa para indicar posesión, parentesco y cercanía.

Compartir el nombre de pila con un amigo muerto es una herida irremediable. Pero me gusta el verbo compartir: repartir y comer del mismo pastel de los nombres. El César Dávila se cortó la yugular en Caracas, el Vallejo se murió de frío en París, el Calvo se ahogó con sonidos extraños, el Pavese se mató por amor en Turín, el Moro se murió de leucemia y el Chávez… escribió su primer poema en una escalera de caracol. Yo, como soy mucho más cobarde que todos ellos, seguramente moriré de viejo.

La palabra tocayo proviene del náhuatl, la lengua de los poetas que cantaron al dios de la Serpiente emplumada.

 
 

Quito, 24 de febrero de 2023.

 

 
En la Alameda de las aguas tibias
 

A la tribu de Zorritos

 

A esta playa vienen a morir los piqueros y las anguilas. De los cadáveres que arroja el mar se encargan las jaibas, minuciosas carroñeras, sepultureras diminutas. De los que sopla el viento se hacen cargo los gallinazos y, tal vez, se hagan cargo los recuerdos.

Algunos albatros, cojos o necios, aterrizan en estas arenas ardientes de las costas del norte del Perú, mientras los turistas miramos impávidos cómo, a lo lejos, en las redes gigantescas de los buques pesqueros convulsionan los cardúmenes o nuestros sueños.

Clara Isabel persigue a los crustáceos hasta sus cuevas. Los encierra en un vaso de plástico desechable, transparente, absoluto, que ha traído el aguaje de los domingos. Y de pronto recuerdo un poema de William Carlos Williams: La furia de amar / no es menor

Estos eventos sucedieron en la Alameda de las aguas tibias, unos meses antes del fenómeno El Niño de 2023. El océano se mecía como una mortaja contundente. Y los bichos muertos sobre la arena fueron mi familia numerosa, pestilente, inevitable.

 

Tumbes, agosto de 2023.

 

 
En un vado rocoso del río Caoní
 

A la tribu de Riverside Suites

 

En esta rivera encallaron los dioses de los indios yumbo. Y después llovió toda la noche y toda la madrugada y toda la esperanza. Todas las escaleras del mundo se derrumbaron sobre este río. Y nuestros hijos sobrevivieron al naufragio, al veneno, a la insolación.

Y con los cantos rodados edificaron un fuerte, donde se escondieron tres días y tres noches del futuro, la incertidumbre y la adultez.

Las garzas blancas se dejaban llevar por los vientos alisios del sur, el sueño del mar, la persecución de la última presa del bosque. Entre tanto, los abuelos y los padres organizábamos el repertorio del viaje:

Luciérnagas en las almohadas, avispas asesinas en el techo de la mansión, murciélagos de cabeza sobre la terraza, y largas conversaciones sobre el destino, la memoria, la salud…

En esta rivera encallaron los dioses de los indios yumbo, hace siglos enterrados en el bosque del Chocó. Una tarde lluviosa de Carnaval, exhumamos sus cuerpos y nos vestimos de niños, de pájaros cuyo aleteo aceleró la rotación de la tierra, de la noche, de nuestra fe.

 

Puerto Quito, febrero de 2024.

 
 
 

César Eduardo Carrión es un poeta y ensayista ecuatoriano. Entre sus poemarios se encuentran Ambush / Emboscada (2019) y Es lodo y es polvo y es humo y es nada (2018). Sus ensayos incluyen El supremo egoísmo de la tempestad. Ensayos sobre literatura y cultura latinoamericana (2023) y Las máscaras de la patria. La novela ecuatoriana como relato del surgimiento de la nación (1855-1893) (2020). Es profesor e investigador en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Reside en Quito.