Sin reflejos una duda

Juan Carlos Villavicencio

 

 

Nada indigno puede caber jamás en el santuario de su cuerpo.
Si la maldad habitara esa hermosa mansión,
también la bondad querría morar en ella.

William Shakespeare

 

Un nuevo esbozo de pintura trazado en un océano,

lo hace retornar al recuerdo de esa isla perdida donde está.

Ahí debe dormir, mientras él,

cubriéndola de otoños,

intenta descifrar los tatuajes viajando hacia sus ojos,

bajando,

más atrás.

Una caricia resbala como una cascada de pinturas

por su sangre,

o una caja liberando esa música que la devolvería

a reconocerse frente al templo que es su luz,

ahora oculta.

Pero él no sabe entre muros i palabras

cuáles son sus huellas por el prado,

antes que amanezca,

ni cómo abraza o si lo mira ciego lanzando dados más allá.

Solo va dejando líneas rojas sobre el bosque de sus vuelos,

iterando el suave baile de esa figura abriendo puertas

i entreveros del ayer. Escondida,

ella roza en otro mundo cada escena que él le entrega,

inventando o recreando, otra vez,

en el agua la silueta vista reflejando su verdad i no mentiras.

Cuál es cuál.

 

 

New York 2009

Un ojo para una teoría óptica

Basado en An Eye for Optical Theory, composición de Michael Nyman

 

 

El lente ha retornado a su posición original. Sigue la huella de sí mismo en un espejo que no es capaz de dar cuenta de los trazos de la figura poseída. No hay pasillo ni ventanas. No hay cuarto i no hay nada, pero se desplaza. Tampoco hay colores o matices, por lo que se podría aseverar que el ojo es inservible en tal estadio. No era ese el camino. No se entiende, aunque se ha decidido proseguir con el estudio. El caso es que el ojo puede ver lo que no ve, aun cuando rompa algunas reglas. El intento ahora es distinto. No hay nada que deje huella, pero observa el comienzo de los trazos. Nada inteligible en un primer momento, aun cuando el tiempo no importe: se sitúa. Luego lo que se aprecia como torpeza adquiere forma más que fondo. Sucede que la teoría obliga a que ese sea el modo de actuar. El asunto del contenido es algo que compete al entrevero del viento, el capricho i los focos con los que la obra será montada. Azar o destino para los seres es algo que no compete al orden o fórmula incipiente, en el intento por lograr captar la idea de lo que el ojo ha podido apreciar tornando la atención hacia su interior. Pero otras son las observaciones que importan al que lo carga i el descuido es evidente.

 

 

 

 

Sic itur ad astra

 

 

Hay la huella de la lluvia i de una piedra retornando al río,

desafío al sol i a aquellos que olvidaron el musgo i el perdón.

Nostalgia de un futuro lejos para navegar a través

de nuevas aguas

—la oscuridad de lo ignorado más allá—

olvidando la avaricia o la impiedad del tiempo ajeno,

aquel rencor,

donde no volverá a ver otro atardecer en ese mundo.
Las ruinas de un faro ahora bajo el mar,

la lágrima que no cede en el adiós.

 

 

The Poets Acts

 

 

Solo queda sentarse a describir el recuerdo oscuro que se cierne sobre el tiempo, ahora que ha llegado la última de ellas a tocar la puerta. Nadie puede situarse a un costado a escuchar, porque nadie entiende las palabras: todo decanta por un malentendido que se ha repetido secretamente ante la luna. Por eso los ojos son los que caminan bajo la lluvia las calles desiertas, i la dispareja mirada la otorgan el silencio i el dolor. Ahora, entre las ruinas, es la tinta la única que resiste la embestida de la ausencia: el desnudo grito que avanza manchando de invierno nuevas hojas.

 

 

Juan Carlos Villavicencio es un autor chileno, profesor, poeta, traductor y editor de la revista Descontexto, y de los blogs Descontexto y Teillier Aleph. Ha traducido The Waste Land, de T. S. Eliot (junto a Braulio Fernández Biggs) y publicado los poemarios The Hours (2012) y Breaking Glass (2013), escrito en colaboración con Carlos Almonte.