Aniversario de papel

Guillermo Schmidhuber de la Mora
 

 
Obra en un acto,
en tres tiempos y un epílogo

A N. Schmidhuber Hernández, “El Guerrero”,
por ser mi primer nieto.

Obra escrita durante su gestación.
Colón, Argentina, a 7 de junio de 2012.

 

 
PERSONAJES:

La Madre

El Padre

El Hijo
 

 

La edad de los padres puede variar, según conveniencia actoral; el Hijo debe ser adolescente.
 

 

Lugar: Sala comedor de un matrimonio de clase media, en cualquier país del mundo.

Dos puertas, una que comunica con el exterior y, otra, al interior del apartamento o casa.

Mobiliario sencillo.
 

 

Tiempo: Las tres primeros tiempos pertenecen al presente de la obra y son paralelos. El Epílogo sucede quince años antes, no es analepsis sino un tiempo teatral siempre en presente. En los tres primeros tiempos, el Padre y la Madre difieren en personalidad. En el Epílogo, tres lustros antes, son simplemente una pareja de enamorados. A pesar del realismo escénico de la pieza, en el final aparece el Misterio.
 

 

TIEMPO PRIMERO
 
El Padre es dictatorial y la Madre, sumisa. En medio de la sala hay una valija. El padre está apresurado.
Padre. —¡Pronto van a estar aquí! Cualquier cosa que se quede la podremos llevar después (Pausa.) No queremos hacerlos esperar. Fueron tan amables de aceptar venir hasta aquí… Primero se negaron…

Entra la Madre. Mujer del montón, aunque un hombre enamorado la vería bella. Lleva el pelo recogido. Sin maquillaje. Viste ropa de casa muy lavada y zapatos bajos. Su apariencia invitaría a contratarla como obrera, pero no como oficinista. Su expresión es de desaliento.

Madre. —Apenas hubo espacio para toda la ropa.

Padre. —No importa, no la usará allá.

Madre. —Puse todo, como dijiste. Yo quería que guardáramos algo de recuerdo.

Padre. —(Serio.) La decisión la tomamos juntos, ¿recuerdas?

Madre. —(Gimotea.) De eso no me voy a olvidar.

Padre. —Será lo mejor para él.

Madre. ­—(Limpiándose las lágrimas.) Sé que es lo mejor… pero me duele.

Padre. —Quedamos en que seríamos fuertes.

Madre. —¡No sé si podré!

Padre. —(Ordenando.) Podrás, yo te conozco.

Madre. —¿Y si nos extraña?

Padre. —Si no nos reconoce.

Madre. —Hablas de él como si fuera un objeto.

Padre. —Bien sabes que no me gusta que exageres.

Madre. —No exagero. Es que…

Padre. —(Corta.) Tú y yo quedamos en algo y tenemos que cumplirlo.

Madre. —No digo que no, pero pensé que iba a ser más fácil.

Padre. —Lo difícil ya pasó.

Madre. —Para ti… no para mí.

Padre. —(Abraza a la Madre con rudeza.) ¡A ver, princesa, no se acobarde!

Madre. —No digas una palabra más, pero eres tú quien me acorraló.

Padre. —La culpa no es de nadie; si de alguien fuera, pues sería de Dios.

Madre. —¿Tú citas a Dios?

Padre. —Simplemente pongo en palabras tus pensamientos.

Madre. —¿Los míos? Si no me has dejado hablar, menos pensar.

Padre. —¡Cálmate, princesa!

Madre. —¡No me voy a calmar! ¡Cada vez más me hablas como si fuera tu animal doméstico!

Padre. —Eso es mentira.

Madre. —¿Mentira? Creo que a tu perrita le hablas con más cariño.

Padre. —Es que ella no me contradice.

Madre. —¡Ni te dice la verdad!

Padre. —Sabiduría, lo que se llama sabiduría, nunca tuviste.

Madre. —Acepto que no soy como tú, pero tampoco lo desearía.

Padre. —Ya habíamos llegado a un acuerdo. No veo la razón de este alegato.

Madre. —¡No es alegato!

Padre. —Pues entonces, ¡cállate!

Madre. —(Gimotea.) Siempre es lo mismo. No ganas con argumentos, sino con amenazas.

Padre. —Yo no amenazo a nadie. (Pausa.) Haré lo que debimos hacer hace muchos años.

Madre. —¡Pudimos hacer mucho más!

Padre. —¿Cómo? Si cumpliste todo lo que mandaba tu dios.

Madre. —(Gimotea.) ¡Es un castigo!

Padre. —Pues que te castigue a ti por creyente, no a mí.

Madre. —Siempre he hecho lo que has querido y no todo ha salido bien.

Padre. —(Cínico.) ¡Entonces, la culpa es mía!

Madre. —Yo no quería pelear hoy que nuestro hijo se va.

Padre. —¡Sin pelea o con ella, se irá!

Madre. —¡Pero si yo acepté!

Padre. —Tu respuesta nunca fue un sí.

Madre. —¡Soy la madre!

El Padre hace un gesto violento de ira y hace mutis por la puerta interior. Cuando el Padre ha salido de la escena, la Madre llora más audiblemente. Saca un pañuelo. Parece reponerse. El Padre entra a escena de espaldas porque tira de una silla de ruedas con el Hijo, un muchacho de catorce años. El hijo no puede hablar ni fijar la mirada. Es patente su falta de habilidad motriz. Los dedos de sus manos están anudados y las piernas pétreamente inmóviles. Sus gestos casi mecánicos y sus ademanes sincopados continuarán en los diálogos siguientes hasta el final del Tiempo.

Padre. —(Conciliador.) Estará mejor a donde va.

Madre. —Hace años te insistí tanto, pero tú siempre salías con que no debería saberse que tenemos un hijo así.

Padre. —Recuerdo que dijiste algo, pero no que insistieras.

Madre. —Siempre tenías argumentos inteligentes para decir que no.

Padre. —No había necesidad de anunciar que teníamos por hijo a un idiota. (Movimientos del muchacho.)

Madre. —Son también tus genes.

Padre. —En mi familia nunca hubo uno.

Madre. —Bien sabes que en la mía, tampoco. (Conciliadora.) Dios quiso que así fuera.

Padre. —Estamos repitiendo diálogos que dijimos años atrás. (El muchacho aumenta sus movimientos.) ¡Hoy se va porque se va!

Madre. —Años con mínimo apoyo profesional y ahora ya para qué. (El muchacho aumenta sus movimientos y la Madre lo acaricia cariñosamente.) Calma, calma.

Padre. —Yo hubiera preferido un hijo muerto que… que este adefesio.

Madre. —(Iracunda.) ¡Pero es nuestro hijo! (El muchacho casi se cae de la silla pero un cinturón lo detiene. La madre lo sujeta.)

Padre. —Lo que sea, me da lo mismo. ¡No comencemos ahora que estamos tan cerca de ser libres! ¿No quieres descansar? (La madre llora.) ¡Yo sí!

Madre. —¡Llévatelo! ¡Llévatelo! Temo que podría arrepentirme.

El Padre inicia mutis mientras guía la silla de ruedas. Con agilidad abre la puerta y sale y cierra la puerta con un sonoro portazo. La burbuja del conflicto y el dolor desaparecen.

Madre. —¡Adiós, hijo mío!

La madre se sienta y llora con placidez. Oscuro y fin del Tiempo primero.
 
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TIEMPO SEGUNDO
 
Cuando la luz regresa, el matrimonio está en medio de la sala. La Madre es una mujer fría y el Padre un ser lejano.

Madre. —(Con gran energía.) ¡Pronto van a estar aquí!

Padre. —¿Quién?

Madre. —Es hoy o no será nunca. Hablé con el centro de protección del adolescente y pronto van a estar aquí.

Padre. —(Con ira contenida.) ¿Cómo pudiste hacer esto?

Madre. —Es lo único que nos queda por hacer.

Padre. —¿Por qué no me dijiste antes?

Madre. —Porque sabía que ibas a decir que no. Solos no podemos con él.

Padre. —Ellos menos podrán. ¿Sabes cuánto va a costar?

Madre. —No me importan los costos.

Padre. —¿Con qué vamos a pagarlos?

Madre. —(Desalentada.) Trabajamos mucho pero ganamos poco.

Padre. —¿Por qué no me lo dijiste antes?

Madre. —¡Lo hablé contigo mil veces y nunca me respondiste!

Padre. —Un “no”, fue siempre mi respuesta.

Madre. —Pues ahora, será un “sí”. Nuestro hijo aún tiene la posibilidad de salvarse.

Padre. —Ni con un milagro.

Madre. —Bien sabes que no creo en milagros…

Padre. —Pues yo sí, y de nada me ha servido.

Madre. —Tenemos que resolver los problemas de hoy con tecnología, no con vanas esperanzas. Al menos es lo que enseño a mis alumnos.

Padre. —La esperanza cura muchas heridas.

Madre. —No las heridas que yo tengo.

Padre. —Está bien. Tú ganas, pero tendrás que explicarles a todos por qué mandaste a tu hijo a la cárcel.

Madre. —Por ser menor de edad no habrá cárcel.

Padre. —¡Esto no te lo perdono!

Madre. —¡No me importa que me perdones o no!

Padre. —¡Una cosa así es como para terminar lo nuestro!

Madre. —¡Mi hijo se salvará, contando contigo o sin ti!

Padre. —Nunca he entendido por qué salió así.

Madre. —Nada hay sin una causa. Creímos hacer todo lo que podíamos, pero algo debió de faltar.

Intempestivamente la puerta de la casa se abre y entra el Hijo. Tiene el rostro demacrado. Su cuerpo es sano. Su mente no tanto. Tatuajes y perforaciones son notorios. Carga una mochila.

Hijo. —¿Por qué siempre que aparezco ustedes se callan?

Padre. —Hablábamos de ti.

Hijo. —¿No se cansan de hablar de mí? No valgo la pena.

Madre. —Anoche no viniste a dormir.

Hijo. —Me quedé platicando con unos amigos.

Madre. —Me tenías preocupada.

Hijo. —Tengo catorce años y ya no soy un niño.

Padre. —Niño no, pero hombre, tampoco.

Hijo. —Vivimos otros tiempos, viejo.

Padre. —(Iracundo.) ¿Por qué nunca me llamas papá? Y no me gusta que me llames viejo. (El Hijo se burla.)

Hijo. —Tú nunca me llamas hijo.

Madre. —A mí sí me llamas mamá.

Hijo. —Simplemente llámenme por mi nombre como lo hacen mis amigos.

Padre. —Esta conversación ya la habíamos tenido antes.

Hijo. —Y no llegamos a nada.

Madre. —Hijo, tienes que poner algo de tu parte.

Hijo. —Mamá, no me exijas tanto. (Ríe mordaz.)

Madre. —Si simplemente jugaras al fútbol y tuvieras novia, sería otra cosa.

Hijo. —(Pierde la paciencia.) ¡De una vez por todas, no tengo novia, ni novio, y les digo esto para no esperar la pregunta!

Madre. —¡Fumas! Yo veo las cenizas.

Hijo. —Fumo menos que otros.

Madre. —Es marihuana.

Padre. —Un porro de vez en cuando hasta los sacerdotes mayas lo recomendaban.

Madre. —No es solo eso… ¡Descubrí una jeringa!

Hijo. —(Mintiendo.) Me la dio un amigo para que se la escondiera, porque a su madre le daba por esculcar.

Madre. —¡Pobre madre!

Hijo. —Nada le pasó. Es mi mejor amigo.

Padre. —Si tú prometes dejar la droga, nada malo te va a pasar.

Hijo. —Y si no, ¿qué? ¿Me van a entregar a la policía?

Padre. —Tu madre algo trama.

Hijo. —¡Mamá!

Madre. —(Sintiéndose arrinconada.) ¡Tenemos que aceptar ayuda!

Hijo. —(Inicia su salida por la puerta que comunica a la calle.) ¡Nunca te volveré a llamar mamá!

Madre. —Yo te di la vida, pero no te pude hacer feliz.

Hijo. —Allá afuera, ¡soy feliz! Ustedes son los que me hacen sentir desgraciado.

Madre. —¡Necesitas ayuda médica!

Hijo. —Esa ayuda es la que necesitan ustedes… Loca la madre… ¿cuándo se ha visto una madre que no crea en Dios? Y el padre, obediente… ¿cuándo se ha visto que los hombres obedezcan a sus mujeres?

Los padres se ven dolidos.

Madre. —¡Te fallamos, lo sé!

Hijo. —Los padres no juegan al fútbol con los hijos para que tengan que meter un gol.

Madre. —¡Algo nos salió mal!

Hijo. —Yo no salí mal. Salí como todos mis amigos.

Madre. —Están echando a perder sus vidas.

Hijo. —¡Mamá, piensa con la cabeza, nadie se equivocó! La droga se descubrió en mi generación, no exijan que viva como ustedes. Yo no le temo al qué dirán y el qué dijeron. ¡La droga es vida! ¡La droga es verdad! Lo demás no me importa.

Padre. —Tu madre quiere que vayas a un centro de rehabilitación.

Hijo. —¿A la cárcel? (Mira a la madre con reproche.) ¡Mandar a tu hijo a la cárcel!

Madre. —A un centro para que te dejen limpio. Serán solo unas semanas.

Hijo. —Quedar limpio y fichado. ¡Me largo de la casa!

El hijo intenta salir y los padres lo detienen.

Padre. —No puedes irte, tienes solo trece años.

Hijo. —¡Catorce! Mis amigos ya se fueron de sus casas y sus padres no pudieron hacer nada.

Padre. —Es tu madre la que quiere.

Hijo. —¡Mamá, déjame vivir mi vida!

Madre. —No, soy maestra de niños, ¡compréndeme!, y los quiero salvar a todos para que no se conviertan en lo que tú eres. (Llora.)

Hijo. —¿Y qué soy? No les pido nada, aunque tampoco los obedezco en nada.

Padre. —¡Queremos que seas feliz! (Mira a su esposa.)

Hijo. —¡Feliz! ¿Lo fueron ustedes?

Madre. —Nunca nos hemos quejado.

Hijo. —No hay día en que no te quejes y no haya algo de lo que no te arrepientas.

Madre. —No me arrepiento de haberte parido.

Hijo. —Soy una casualidad y no esperes más en la vida.

Padre. —(Acusatorio.) Tu madre contactó a un centro de rehabilitación juvenil y están por llegar.

Hijo. —(A la madre.) ¡Eso hiciste!

Madre. —¡Necesitas ayuda!

El hijo toma su mochila, sale por la puerta interior, va a su recámara por la droga que ahí guarda y algo más.

Madre. —¡Tuviste que decirle!

Padre. —¿Qué querías? ¿Que llegara la policía, le pusieran una inyección y se lo llevaran?

Madre. —(Con desesperanza.) Todos los caminos que recorremos, son callejones sin salida.

El Hijo entra a la sala y mira con reproche por última vez a sus padres. Los padres no impiden el abandono definitivo del Hijo a su hogar.

Hijo. —¡Hasta nunca!

Sale el Hijo con apresuramiento. Cierra de un portazo la puerta.

Padre. —¡Te lo dije!

Madre. —¡Tuviste que decirle!

Padre. —¿Qué querías? ¿Que llegara la policía, le pusieran una inyección y se lo llevaran?

Madre. —¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a decirles cuando lleguen los enfermeros?

Oscuro y Fin del Tiempo Segundo.
 

 
TIEMPO TERCERO
 
La sala está iluminada. Todo está en calma. Con gran afán la madre hace alguna labor de hogar, como picar cebolla. El Padre entra a escena por la puerta interior del hogar. Viste una bata y pantuflas. Se sospecha que la pareja vive plácidamente. Es de mañana. El Padre y la Madre creen en la igualdad dentro del matrimonio.

Padre. —¿Ya hiciste el café?

Madre. —Estará listo en un instante.

Padre. —¿Se fue temprano?

Madre. —Tenía partido.

Padre. —Anda siempre de carrera. Nunca duerme ocho horas.

Madre. —Recuerda como eras cuando joven.

Padre. —Te aseguro que menos huracán.

Madre. —Aquí está el periódico. (Se lo entrega.)

Padre. —(El Padre se sienta frente a la mesa del comedor.) Dame una naranja.

La Madre le entrega la fruta y el Padre inicia el pelado.

Padre. —(Lee el titular del periódico.) Con solamente leer los titulares, sabes que todo anda mal.

Madre. —Quedó una rebana del pan que horneé ayer, ¿la quieres con tu café? (El Padre afirma.) ¿Vas a salir hoy?

Padre. —¡Bendito sábado! Voy a estar aquí y en bata todo el día.

Madre. —Tengo que ir al hospital a firmar el recibo de unas medicinas.

Padre. —El sábado no trabajas.

Madre. —¿Y si algún enfermo necesita esas medicinas?

Se abre intempestivamente la puerta de la casa y entra el Hijo. Es un muchacho normal. Se le ve agitado por la carrera.

Hijo. —Olvidé mi uniforme de fútbol.

Padre. —¿Cómo puedes olvidarlo si tenías partido?

Hijo. —Salí de carrera y se me olvidó. (Inicia mutis hacia dentro de la casa.)

Madre. —Al menos dile “buenos días” a tu padre.

Hijo. —(Desde fuera de escena.) ¡Buenos días, papá! (Regresa apresurado.) ¡Deséenme buena suerte para que meta muchos goles!

Padre. —Con uno me conformo.

Hijo. —¡Adiós!

Padre. —¡Espera!

Hijo. —No tengo tiempo.

Padre. —(Con seriedad.) ¿Tomaste tú dinero de mi cartera?

Hijo. —(Contesta después de un instante.) No, papá.

Padre. —No es la primera vez que me falta dinero. (El Hijo intenta huir.) Mírame a los ojos. (El hijo esconde la mirada.)

Madre. —(Mintiendo.) Yo te tomé unos billetes.

Padre. —¿Cuántos?

Madre. —No recuerdo.

Hijo. —Ves, papá. (Inicia mutis apresurado.) No vengo a comer. (Más que salir, escapa dando un sonoro portazo.)

Padre. —(Cuando el Hijo ha salido.) ¿Para qué mientes?

Madre. —No era el mejor momento para reprenderlo.

Padre. —Robar poco también es robar.

Madre. —Le haría falta un poco más de dinero. Le damos tan poco.

Padre. —Eso no lo exime de la culpa.

Madre. —Los pobres roban porque no tienen qué comer.

Padre. —Como si los ricos no robaran.

Madre. —Eso es diferente.

Padre. —La honradez es un principio para todos.

Intempestivamente se abre la puerta de la calle y aparece el Hijo.

Hijo. —(Contrito.) Papá, lo siento. Te devuelvo lo que te tomé. (Se lo da.)

Madre. —(Sabiéndose descubierta en su mentira.) Yo también tomé dinero.

Padre. —(Cínico, a la Madre) No sigas la mentira.

Hijo. —Juro que es la primera vez.

Padre. —Entonces, comparto la casa con dos ladrones.

Madre. —(Saca unos billetes y los entrega al Hijo.) Toma esto y vete, porque vas a llegar tarde.

Hijo. —Es mucho.

Madre. —Después me devuelves lo que te sobre.

Padre. —¿Por qué no le pediste dinero a tu madre?

Hijo. —No sé, dejaste tu cartera sobre la mesa y se me ocurrió.

Padre. —Ahora yo soy el culpable.

Hijo. —Es que invité a… alguien a salir.

Madre. —(Entusiasmada con la noticia.) A mí no me has contado nada.

Hijo. —Es cosa mía.

Padre. —Llévate también esto y no vuelvas a tomar lo ajeno. (Le entrega el Padre un billete más, y cuando lo va a tomar el Hijo, lo esconde bromista.) Con tu madre o conmigo puedes hablar de cualquier cosa… De tu novia, por ejemplo.

Hijo. —(Sonrojado.) No es mi novia.

Padre. —Pero lo será, si no ella, alguna otra.

Hijo. —(Sonríe y toma el billete.) Gracias, papá.

Madre. —Vas a llegar tarde.

Hijo. —Adiós, mamá. Gracias, papá.

Padre. —Ya vete.

El Hijo hace mutis con un portazo.

Padre. —¿Cuándo aprenderá a cerrar una puerta?

Madre. —Nunca.

Padre. —Tendrá que madurar algún día.

Madre. —Espero que tardemos en verlo.

Padre. —Le gusta demasiado el deporte.

Madre. —Aún prefiere el fútbol a las chicas.

Padre. —Las notas suben y bajan. Es un chico del montón, no se singulariza en nada.

Madre. —Eso es lo que más me gusta de él.

Padre. —Necesitamos ser estrictos con él.

Madre. —Edúcalo como quieras y déjame a mí en libertad.

Padre. —Con tu método vas a crear un bueno para nada.

Madre. —Tus padres y mis padres fueron demasiado estrictos.

Padre. —Pero salimos bien.

Madre. —A mí me hubiera gustado un poco más de libertad.

Padre. —No vuelvas a mentirme.

Madre. —(Amorosa.) Mentiré por salvarlo a él… y por salvarte a ti.

Padre. —Nunca hay que mentir y punto.

Madre. —Yo solo miento por los que amo.

Padre. —Pues aprende a amar menos.

Madre. —Tu café debe estar frío, ¿te lo caliento?

Padre. —Tú te dedicas a formar su corazón y él a fortalecer sus músculos, pero ¿y su cerebro?

Madre. —Para todo hay un tiempo.

Padre. —Yo le jalo las riendas y tú las sueltas.

Madre. —Pero si no es caballo.

Padre. —Como si lo fuera, mano dura.

Madre. —Tú edúcalo como quieras, que yo le enseño cómo dosificar su corazón, hasta que lo entregue por completo

Padre. —El hombre entra al fondo de su corazón cuando encuentra a una mujer que lo quiera y que no haya amado a otro.

Madre. —Falso. Amamos cuando podemos, sorbemos la última gota de amor tanto como la primera.

Padre. —Dale dinero al niño hasta que haga a su amiguita panzona.

Madre. —¡Antes eras más tierno!

Padre. —Y de nada me sirvió.

Madre. —Pero me tienes a mí.

Padre. —Vamos a suspender esta conversación porque me está obligando a hablar de más.

Madre. —¿Dónde está el hombre con quien me casé?

Padre. —Aquí estoy, nunca supe que me hubiera ido.

Madre. —Éramos una linda pareja, de esas que la gente decía, nacieron el uno para el otro.

Padre. —Y pasan quince años y no es lo mismo, cuando debería ser mejor. ¿No es así?

Madre. —Pues yo te quiero por igual.

Padre. —Entonces, ¿qué alegas?

Madre. —Yo no alego nada.

Padre. —Ni yo tampoco.

Madre. —No se nos ha acabado el amor, pero ya se nos está acabando el hijo aquí con nosotros, pronto volará.

Padre. —Para eso tiene cabeza.

Madre. —Y para eso va teniendo corazón.

Padre. —¿Tienes todavía corazón para mí?

Madre. —¿Tienes todavía cabeza para mí?

La pareja se abraza.

Madre. —Es que ya nos estamos volviendo viejos.

Padre. —Apenas estamos celebrando nuestro aniversario número quince.

Madre. —Son dieciséis años, uno sin el hijo y quince con él.

Padre. —Me hubiera gustado tener una niña.

Madre. —A mí tres, fueran niños o niñas.

Padre. —A pesar de lo fatigoso que es la vida, me siento contento.

Madre. —Hemos tenido más que otros. No importa si pobres o ricos, hemos tenido más que otros, a pesar de lo poco que deseamos y no tuvimos, y de lo mucho que tuvimos y nunca deseamos.

Padre. —(Juguetón.) Quisiera abrir una botella para poder brindar por la vida.

Madre. —(Continua el juego.) Ante la vida, no hay que brindar. Deberíamos hincarnos y besar la tierra. (Lo intenta hacer y él se lo impide sonriendo.) ¡Pero hay que ser agradecidos con la vida!

Padre. —¡Estamos agradecidos con la vida!

Besa el Padre en la frente a la Madre. Oscuro y fin del Tiempo Tercero. El grupo teatral que lleva a cabo el montaje, pudiera agregar un Tiempo Cuarto con otros inconvenientes.
 
EPÍLOGO
 

 
La escena está vacía y en penumbra, La puerta principal se abre y vemos la silueta del Él (el Padre joven) a contraluz. Paralelamente ha aparecido la silueta de la Ella (la Madre joven) por la otra puerta. Ambos personajes lentamente ingresan con pasos rítmicos. Cuando están en el centro de la escena, la luz se intensifica y ambos sueltan una carcajada. Son los mismos pero ahora se les mira más jóvenes. Ella trae el pelo suelto y él, lleva el copete sobre la frente. Ambos visten ropa juvenil. El tiempo se ha movido quince años atrás. Ambos traen sendos ramos de flores.

Ella. —¡Por flores no va a quedar!

Él. —Las tuyas están más bellas.

Ella. ­—No tenemos más que un florero. Pondré los dos ramos juntos.

Él. —(Amoroso.) ¡Feliz aniversario!

Ella. —(Sonriendo.) ¡Feliz primer aniversario! Yo que pensaba que para el aniversario iba a estar embarazada.

Él. —(Pícaro.) Seguiremos intentándolo, y cuando nazca será futbolista.

Ella. —Mejor doctora.

Él. —O ingeniero.

Ella. —Niño o niña, pero que nazca bien. (La pareja se besa.)

Él. —Niño o niña, con tal de que crezca sano.

Ella. —Lo querremos sea lo que sea.

Él. —Lo querré más si se parece a ti.

Ella. —Lo querré aunque sea feo (Ríe.)

Él. —Yo prefiero que no se parezca a mi madre.

Ella. —Ni yo a mi padre. (Ambos ríen.)

Él. —¿Y si se enferma?

Ella. —¿Y si nace mal?

Él. —¿Y si no es tan listo?

Ella. —Dios sabrá lo que nos manda.

Él. —No comprendo por qué hay tantos buenos matrimonios sin hijos.

Ella. —Ni por qué hay tantos niños sin padres.

Él. —Los dejan solos…

Ella. —O son huérfanos…

Él. —O abandonados…

Ella. —Yo no podría abandonar a un hijo mío.

Él. —Pero muchos hijos abandonan a sus padres.

Ella. —¿Te gustaría que la primera fuese niña?

Él. —Tendríamos después al niño.

Ella. —Yo sé que tú quieres un niño.

Él. —Si es niña, la querré por igual. Quizá para cuando sea grande, el fútbol femenil será el famoso. (Ríe.)

Ella. —Lo importante es que sepamos educarlo para que sea feliz. Y tú, ¿eres feliz conmigo?

Él. —La felicidad no se enseña. Aunque mi madre decía que la felicidad hay que perseguirla y agarrarla de los cabellos —ella decía peluca—y obligarla a que nos dé las gotas de felicidad que a cada uno corresponden.

Ella. —¡Qué frase tan horrible!

Él. —Creo que no pensaba así cuando joven, sino cuando se fue haciendo vieja.

Ella. —Quién sabe cómo sería mi madre, nunca me hice a la idea de que muriera cuando yo nací.

Él. —A mi madre le fue muy mal con el desgraciado de mi padre.

Ella. —¿De verdad se querían cuando eran jóvenes?

Él. —No sé, los recuerdo siempre peleando.

Ella. —Prométeme que nosotros nunca pelearemos.

Él. —(Bromista.) Si las peleoneras son las mujeres.

Ella. —(Juguetona.) ¿Nosotras? ¡Qué va!

Él. —Las mujeres no dicen lo que quieren y luego se enojan con los hombres porque no atinamos a darles lo que deseaban.

Ella. —Los hombres siempre creen tener la razón y les disgusta que los contradigan.

Él. —Las mujeres siempre cambian de opinión.

Ella. —¡Qué horrible marido me tocó!

Él. —Lo que te tocó, te tocó.

Ella. —Yo te di un “sí” con todo mi corazón.

Él. —¿Quiere eso decir que nunca me pondrás lo cuernos?

Ella. —Ni de viuda.

Él. —Entonces, ¿me voy a morir primero?

Ella. —Yo quisiera morir en el mismo instante que tú.

Él. —Morir de viejos y juntitos.

Ella. —Si yo me muriera antes, ¿te volverías a casar?

Él. —Solamente si encontrara a una solicitante igual a ti.

Ella. —(Bromista.)¡Maldito!

Él. —Para mí eres única.

Ella. —Hombres como tú, los hay a montones.

Él. —Sería imposible localizar otro más necio que yo.

Ella. —¡Dame un beso!

Él. —Ahora, no.

Ella. —Entonces, ¿cuándo?

Él. —Feliz primer aniversario.

Ella. —Bodas de papel. (El marido expresa duda.) Un año… papel; veinticinco años… plata.

Él. —Entonces, ¿todo lo que hemos hecho es de papel?

Ella. —Aprende a esperar y tendrás bodas de oro.

Él. —A mí siempre se me harán pocos años.

La pareja se une en un beso y continúa con arrumacos.

Él. —¡Vamos a hacer un niño hoy!

Ella. —Que sea niña.

Él. —Hagámoslo dos veces, para tener la parejita.

Ella. —(Pícara.) Mejor hagamos triates.

Él. —Hagamos un bebé, por el momento.

La luz disminuye paulatinamente.

Ella. —¿Y si nace mal?

Él. —¿Y si se nos malcría?

Ella. —¿Y si fracasamos como padres?

Él. —Dejemos de pensar, simplemente apostemos a la vida.

Ella. —¡Te quiero! (Busca los labios de su pareja.)

Él. —Siempre te querré. (La besa.)

Eros los une en un prometedor abrazo de papel, cuya imagen se va perdiendo en la penumbra. El monólogo final está ubicado en el espacio mágico del Teatro. Desde un espacio ignoto rueda un huevo germinal; se mueve queriendo romper su cascarón. Pasa de larva a reptil, luego a ave y, por fin, a cuadrúpedo. Al final del monólogo quedará de pie con un movimiento ágil. Es el Hijo. Lleva el dorso desnudo y está descalzo. La escena adquiere irisaciones mágicas. El monólogo se inicia en cualquier momento de la Evolución. La voz no es balbuceante, su timbre suena a clamor arcaico.

Hijo. —Tenemos miedo, ninguno pidió nacer… ¡Menos luz! ¡Menos luz!… No queremos ser niños. No queremos crecer. No queremos tener senos ni pene ni vagina… ¡Menos claridad! ¡Menos claridad!… Tenemos dos brazos y dos piernas, para algo servirán. Tenemos cabeza y orejas, algo lograrán. Y una lengua que habla y acaricia. Y diez dedos para el trabajo y diez uñas para la venganza… Tenemos madre y padre, pero nos sentimos huérfanos. Unos somos hombres y otras somos mujeres… o acaso todos somos un poco de los dos.

Sin que haya quién nos enseñe, aprendemos a amar. Crecemos y nos horrorizamos. Somos animales que gozamos de la Naturaleza para luego sacrificarla. Privilegiamos la paz pero practicamos la guerra. Y nos multiplicamos, en número y en pobreza. Unos ganan mucho pero todos perdemos. Unos saben más que otros, pero nadie alcanza la sabiduría… Envejecemos sin dar frutos maduros. ¡Nos marchitamos sin alcanzar la felicidad!…

Tarde que temprano a todos nos llega la muerte. Muchos la experimentan cuando son ancianos, aunque otros la gozan en plena lozanía. Es lo único seguro que tenemos al nacer, todo lo demás es fortuito… (El Hijo se ha convertido en un humano pleno y hermoso. La luz cenital que lo ha acompañado se intensifica hasta casi cegar al público. Han pasado los nueve meses del embarazo.) ¡Y ahora voy a olvidar todo lo sé y me dispondré a vivir! (El Hijo inicia salida de escena por entre el público.) ¡Voy a nacer!… ¡Voy a nacer!… ¡Voy a nacer!

El Hijo ha abandonado la sala teatral (¿o matriz?). Oscuro del escenario. Fin de la Obra.

 

 

Guillermo Schmidhuber de la Mora es un autor y crítico mexicano. Su bibliografía abarca más de cien títulos de libros de creación y crítica publicados en Europa e Hispanoamérica. Sorjuanista destacado, descubridor de dos textos perdidos de sor Juana: Protesta de fe y La segunda Celestina (editada con un prólogo de Octavio Paz). Sus obras dramáticas han sido presentadas en Argentina, Brasil, España, Estados Unidos, Francia, México, Puerto Rico y República Dominicana.