Primero escribo mal y otros poemas

Diego de Ávila

 

 

Primero escribo mal. Pero luego crezco
y capto el espíritu y lo corrijo. Me lleva
muchísimo tiempo, y es una experiencia pesada
como un buey, como la densidad
de la comida.

 

Y luego lo corrijo cuando soy un afluente,
pero no me enorgullezco.

 

He tenido mis días.
Y al final era demasiado,
o sino poco.

 

Me enorgullece que sea lo mismo
si después corrijo lo que acabo de decir
y tengo un día así otra vez.

 

Cuento que me fue bien.
El relato que contamos cuando se hace
de día.
Y decimos nomás: amaneció.

 

 

En un acuario de Francia
una persona hablaba
y otra
reía
y mientas se esperaban se repetía
que una hablaba
y era un chiste sobre los autos y las personas
allí en medio de enormes tiburones
como así también sobre sandalias de buzo, y rotos
tirabuzones de tungsteno
en el agua. Y la otra persona
perseguía un amor difícil de encontrar
entre la pobreza, la extrema humildad
de su paciencia,
y su propia vanidad puesta a reír
como una trompeta demente por un chiste
que se había encontrado de repente entre los dos,
abría la madre celeste
de toda la noche allí
entre las aguas costeras de las vitrinas
y los enormes tiburones, aleteando
aterrados, y sintiendo
los vidrios en el agua como comida de peces
que bajaban desde la superficie a encontrarse con los enamorados,
o como si fuese eso lo que pasaba
por entretenimiento.

 

 

La mitad del mundo huele a cieno
y la otra mitad a vinagre de la playa, mejores amigos me dicen
que el día es un vidrio igual
que el dolor de algunos de nosotros luego de muchos años.
 
Cuando pasa el tiempo los amigos se ponen salvajes
y a veces ni siquiera pensaba que la mitad de ellos
estuvo dormida
mientras la otra mitad tenía un día
azul, gaviotas de la zarcena que empezaron a volar
esa misma mañana,
las locas de la juventud, ¿eh?
 
Enrollamos los patios,
me rompo las piernas saltando contra las plantas,
hirviendo limones en grandes macetas de hierro
y ese olor tan raro que viene desde la puerta
como de largos campos de lana.
 
Humedad.
cuando pasa el tiempo los amigos se ponen pesados y no dejan de hacer preguntas
“¿de dónde viene ese olor?”
“¿por qué lo supusimos enseguida?”
 
Los tipos corren entre los árboles y saltan la cañada
y se dan de bomba contra el río cristalino y no es
una expresión cualquiera
 
todos dormimos sin que haya nada importante para decir
y lo decimos igual,
nada sentido
 
porque volvemos siempre a las buenas ideas
a las buenas ideas de la vida.
pero el olor a cieno no sé de dónde es.

 

 


 

 

1.
 
Mi corazón siempre fue el carcaj
donde enterraba las flechas.
 
Bueno.
 
Cuando unes jarras de vino
siempre me haces
oneroso.
 
Cuando ser pesado
asciende,
 
es una cúpula de vidrio gigante
para la satisfacción,
algo que acaba cuando
viene el viento,
algo que después de mencionarlo,
se acaba
(no sé cuándo
va a empezar otra vez).
 
Quiero mirarte, porque
dejo temprano el día, algo
de longitud
flexibilidad
de la tarde para la tarde
(los tulipanes hierven con la luz del viento)
para que caiga corriendo
la misma predestinación
 
que hice un
día después de todas esas banderolas.
 
No puedo ser atractivo para esta chica si hablo
como una mano
 
todo esto dicho en inglés.
 
Pero si pruebo el sabor
de algunas frutas,
nado,
ni siquiera el viento
lo separará.

 

2.

 

Tengo tiempo para perderte.

 

3.

 

El peso de algunas frutas hace que descarrilen las motocicletas.
Hollín, y todo hecho
cuando era poeta.
 
Ustedes no van a creerlo
pero cuando se pasa varios años sin escribir un par de páginas
en blanco
suena a perejiles de una melancolía vernácula
que tira por salir a varios lugares
y se quedan y se quedan, lo que me hace
un estúpido con un sueldo
tonto,
y no tengo nada que ver con eso.
 
Si fuese de otra manera estaría escribiendo un libro grande
y no un poema emparentado con la sensibilidad
de un dibujo animado.
 
Después de algunos meses el mejor
asunto es la mediocridad
con la que hacemos poderoso
(ustedes y yo)
algo sobre mí
(demasiados amigos,
todavía amigos míos,
¿todavía no entienden el chiste?)
 
¿Saben que hubo un tiempo en que escribía chistes
fabulosos y era una de las razones por las cuales
me gustaba andar solo por la vida diciéndome chistes
que me hacían matar de la risa?
En primer lugar:
esos chistes eran complicados
porque no eran de un arco solo sino
que tenían sus referencias y eran raros
y estaban
dentro de mí. En segundo lugar eran cosas que yo había
vivido a la mañana,
pero también cosas que ya había vivido otro día,
algo que me había hecho mal y otro día cualquiera
me había hecho reír,
 
un gran gran gran chiste de los buenos
que me hacía estacionar
la bicicleta
completamente solo en una vereda
montevideana
en el fin de semana.
 
Además,
nadie diría que trabajo cuando estoy en la oficina
pero la verdad es que sí,
que trabajo mucho y muy duro,
aún cuando estoy drogado y de resaca,
y luego drogado otra vez, o al mismo tiempo,
como un pensamiento que recorre la vida conmigo.
 
Y
las resacas son sencillas.
Y solamente en lo peor de lo peor
salen las peores comunicaciones
que varios días, varios meses, incluso
varias docenas de meses después
son los chistes que me mantienen con vida
y decido comprarme algo
para la casa:
una buena licuadora.
 
¿Alguna vez te diste cuenta que la barra
del Clash es curva, ondulante
 
o lo deshabitado que está todo, con la gente de los sábados?
 
¿O te diste cuenta que los ventiladores están prendidos
casi en pleno invierno
para mover el aire cuando la melancolía
llenó el lugar con la respiración
de todas esas personas?
 
Recién me escribió Ana Monteverde
que está acompañada de amigos o algo así.
Le respondí; cosa que ni yo me esperaba
hacer,
ni tampoco ella debía esperarse
pero sin embargo pasó,
y pasaron
como quince minutos y todavía no respondió.
Creo que un huracán se la comió.
Que pasó una ensalada de gente dispersa y
ella se animó sin remedio
y se dio a entender, que estaba bien,
porque es mi amiga y ningún amigo mío
será irremediablemente feliz
sino compulsivamente malos y celosos
y soberanamente arrepentidos
que es de lo que hablamos cuando nos venimos
a emborrachar al Clash.
 
Si conseguimos droga hablamos de muchísimas otras cosas
como de la vez que Iván dijo
que los relatos nos hacían, sobre todo,
una sociedad primitiva,
y yo hago un cuento sobre eso.
Nada nuevo,
 
pero le pongo algún detalle personal cada vez,
para que parezca mentira.
 
Claro que tarde.
Cuando se cierra para los amigos e invitados.
 
Cerramos. No es un buen final.
Pero podría hacer uno peor.

 

 

 

Diego de Ávila. Autor uruguayo. Ha publicado los libros Bagrejaponés (2010), Piedra del sol de noche (2011) y Ecuador (2017). Sus textos han sido incluidos en diversas antologías y revistas literarias. Escribe una columna mensual de ficción en la revista Sotobosque.