Dos series

Carlos Manuel Rivera

 

 

Elegías a Gloria Arjona

 

Una tarde

casi a las cinco en punto,

 

recorrí de anémonas

tu cáliz indulgente

y de tus canvas,

 

palpité en la

sílaba

el solo aquietado

que maquina de rincones

sus quimeras.

 

Y así, refugiante,

recordé lo que sostenía

del almuerzo

golondrinas,

 

en el crimen que no extirpa

de registro

sus palabras.

 

De ahí,

 

pasé la página,

y en ademanes

que persiguen

 

a soldados

en sus seguidos perfumes,

recuperé de Gloria

la endocrina

 

que el viento

surgía

desde sus palmeras.

 

Entonces, en ese

bisonte de homenajes

y caracoles

frente a ditirambos

y entremeses,

 

marchité de mis

sonidos

el único fonema

que podía verter

de tus susurros

 

cuando

el solo aquietado

de ninfas

 

echó el adoctrinar

de sus fracasos

y la detención

 

del horizonte límpido

que no vacila

desde tus ofrendas.

 

 

Recordatorios

 

Al parecer

lo que se es

de gato

por sus callejones,

desenrumba

sus colmenas

por amaneceres.

 

Claro que

la cincelada

de tiza

agudiza la víspera

del entretenimiento

que al suceder

relampaguea

de cohítres

su sombra

en imaginarios aquietados.

 

No solo

de níspero

la azucena vierte

su floral

en ruinas

 

para que adelantados

sin quijotes

apenen

la solvencia

 

que el vituperio

atolondrado

dejó antes

que la prisa

 

requiriera

de su pacto

el único concorde

que allegados

maquinaban desde sus raíces.

 

Por supuesto,

que cilindros

apaciguaban

su vuelo diagonal

para desmesurar

aquello que no suena

desde sus mandrágoras.

 

Seguramente, el hijo

de la funesta

desactivó su nido

para desperdiciar

sus fragancias

en sus atardeceres.

 

Ni el refugiante zorzal

pudo suponer

la gallardía

al temblar impensante

que no recupera

desde tus insinuaciones.

 

Ni el esperar

de compontes

alambraría

la cadena efímera

que no alcanza

desde sus rincones

el anochecer

de sus aposentos.

 

Marchitaría el cóndor

que en su única

piedra marmolizaba

el llanto

desde la calavera

 

cual la sal

adornó

para que el friso

tornasolara

en su párpado indulgente

su frente adoctrinada.

 

No solo la aurora

envío al ausente

para que el clavel

acudiera

a tu manjar

de horizonte.

 

Quizás el cauce silente

pasmó

lo que supuso carencia

y no la endocrina

que mira fraguada

hasta lo

que el manantial

escribiera

 

para que la náusea

no consuma

de fracasos

lo que todavía

alumbraría.

 

 

 

Carlos Manuel Rivera. Autor puertorriqueño. Sus libros comprenden: Soplo mágicos disparates. Poesía-performan- ces (2003), Teatro popular: El nuevo teatro pobre de América de Pedro Santaliz (2005) y Para que no se nos olvide. Ensayos de interpretación sobre un teatro puertorriqueño marginal (2014). Profesor de estudios hispánicos en Bronx Community College, CUNY.