El contorno del roble y otros poemas

Felicitas Casillo
 

 

El contorno del roble

 

Hubo un cambio de humor entre Pickwick y las Ciudades.

Durante esa distancia, la tensión se volvió trágica.

En junio de 1870, Charles Dickens analizó la diferencia.

¿Acaso este sueño victoriano puede ponerse en palabras?

Antes de que fuera su protagonista,

la lluvia caía sobre la tumba de una mujer llamada Dorrit.

 

Más que rigor, la escritura alcanza la renuncia ascética.

No se halla en la palabra anciano este preciso dolor de pecho,

tampoco en mañana, los coros de las ranas en Gad’s Hill.

El contorno del roble vacila sobre los vidrios

pero el interior azul del ramaje huye del signo.

No tiene importancia ahora. La muerte,

inminente como un verano, enloquece de sudor

a los hombres vestidos de frío.

 

Ella se fue, susurra, mi amor,

la voz ronca por la lectura pública.

Sus dedos repasan la mesa magullada,

gesto de quien terminó de comer o de quien aguarda.

Este es el desenlace, agrega, tirante y económico transcurre.

Finalmente las acciones son tan dramáticas como los diálogos.

 

“Fue el mejor de los tiempos. Fue el peor de los tiempos”,

dice y reconoce cierto mérito en uno de los buenos comienzos

menores después de la genealogía de Cristo.

Fue mi vida, concluye.

Pensó entonces en un último relato que nunca escribió.

Empezaba con el patíbulo de Sydney Carton:

“Veo que tengo un santuario en sus corazones”.

 

 

La Virgen Negra de Częstochowa

 

En uno de los altares de la catedral

está la virgen polaca de rostro llagado.

A esta ciudad, me dijiste, nadie viene a rezar.

Es posible, pero la oración nos sucede

como solamente puede ocurrirnos la palabra.

 

Con una plegaria te calmaba tu madre

en un orfanato de Hell’s Kitchen.

El farol de vidrio grueso y amarillo bailaba

contra la tormenta hasta que te quedabas dormido.

Tanta tristeza criaba un hueco

donde despertabas del sueño al llanto.

 

Por eso en la catedral avanza, hora tras hora,

el dogma azul de los vitrales

hacia la Virgen Negra de Częstochowa.

Nadie reza en la ciudad pero en este altar

contra la planicie se remansa el Varta

y duermen serenos los niños del este.

 

 

La curiosidad de Mariscotti

 

Mario Mariscotti, el físico, describe en el prólogo tres hechos

acerca de su curiosidad sobre el secreto atómico del Sur.

El primero ocurrió en 1958, una tarde, escribe,

en la biblioteca de los fondos del jardín.

No detalla el autor pero sería verano,

y el plural insinúa hermanos o primos, quizás:

“creo que ninguno de nosotros, los de la generación joven,

llegamos a explorarla (a la biblioteca) por completo”.

 

Encontró entonces el recorte de la noticia sobre Richter

entre las páginas de una enciclopedia francesa,

la Bibliothèque de Philosophie Scientifique,

editada por Flammarion y compilada por Le Bon.

Cita, entonces, el diálogo entre el alemán y un periodista.

El extranjero huye de las preguntas

y el intercambio mantiene un modo brumoso.

Ante la cuestión de si había ocurrido una explosión,

Richter concede pero luego disgrega sutilmente

hacia el estallido del uranio.

El lector que buscó Mariscotti comprende

la fascinante fuga retórica,

arte de germanos o de locos.

 

El segundo hecho que sugiere Mariscotti

es el viaje reiterado a la Isla Huemul.

El tercero, la investigación sobre la compra nacional

de un acelerador de partículas.

 

Pero Mariscotti no precisa quién había guardado

siete años antes, durante otro verano, el recorte

entre las páginas de un compendio familiar,

cuya encuadernación interna sería, posiblemente,

en papel jaspe.

 

 

Un poema de Navidad

 

Buenos Aires, Adviento de 2018

 

Los evangelios tejen el nacimiento.

En polifonía de cuatro, uno suena donde otro calla

o repite desde una nota diversa.

 

El carpintero José confirma y supera en Mateo

la genealogía de reyes.

Después, el misterio de la precesión de la palabra:

todo sucedía para que se cumpliera lo dicho.

Por fin, el nacimiento, escueto,

y la maquinación de Herodes frente a la veloz realeza de Oriente.

 

A Marcos no se le reveló la infancia.

Comienza, en cambio, con la conmoción de un río:

el bautismo de Jesús adulto en el Jordán.

 

Lucas, por su parte, se demora en la familia:

sabemos que Juan llevaba seis meses de gestación

cuando el ángel del Señor visitó a María.

En la montaña, frente a Isabel, el solo de la Virgen:

diez versículos componen el Magnificat.

Después nace el Bautista.

Su padre, antes mudo, ahora profetiza.

Párrafos adelante, el Nacimiento, otra vez sobrio,

y la adoración de los pastores,

cuyos nombres no conocemos.

 

Desde entonces, Juan sobrevuela los acontecimientos,

y curva el estilo hasta el enigma:

su nota grave sostiene los anteriores melismas.

 

Pero la escritura reserva los pormenores de esos días

en el corazón de María,

y fuera del tiempo, hacia una Navidad sin fin,

las canciones con nuestros nombres

ya se oyen desde los campos del tesoro

junto a las murallas de la Nueva Jerusalén.

 

 

La tierra está partida

 

Esta capilla se sostiene sobre el viento.

Es la mañana pero el sol afuera

calcina lagartijas veloces sobre las piedras.

A la sombra interior alcanzan

pájaros, maquinarias, sirenas

y dentro cada uno como puede

abre el campo de cizaña.

 

Sucede entonces una especie de labranza.

Un animal blanco sobrevuela los dominios.

El verde agrio vacila. El envés es de plata.

Desde los bordes de la finca con dulzura

el ojo filoso del viviente nos abarca.

Las parcelas vienen y se van de la capilla:

el vuelo permanece. La tierra está partida.

 

 

 

Felicitas Casillo es una autora argentina. Ha publicado artículos periodísticos y de divulgación en diversos países. Su primer libro de poemas fue Puré de abejas (2010). En 2017 publicó El gran enero, un libro de poemas sobre la Patagonia. Es profesora e investigadora, especializada en los estudios del discurso.