Ivelisse Urbán
Ironía irlandesa
Tanta actividad
y un hombre
al otro lado del Atlántico
—y a la vez muy lejos del Atlántico
de ideas se consume
que no llenan
otro espacio,
—muy distinto, ajeno a este
donde no acaba de explotar
de vacía
la barrica metálica
de cerveza americana.
No puede tan siquiera
servir cerveza de la tierra
que lo viera
pasar fríos infantiles
a hombres
que de espíritu son secos,
aunque quieran
ser por nombre hijos de alguien.
Sus puros ojos claros
no ven la envidia ni el engaño:
ven agua, tierra, aire,
sol y viento,
ven lo que quieren ver,
lo que él les dicta,
que es dueño de su hado,
que con el mío viaja,
que ya habrá que
en una noche
de un mal tardío otoño
o un bien venido invierno
quiera al fin
tomar de la barrica,
que ya se sentarán,
que habrán llegado,
y no habrá tanto espacio
en ese lado del Atlántico
entre sus sueños
y las siempre realidades.
Fidelitas
Tantos poemas apenas en tinta
Un abandono total
de esa vida mía
Y cómo puedo a veces
asirme a la palabra
a través de un hombre
Cómo puedo dejar
de hundirme
en esta parte de mi vida
si comparto la palabra, la pregunta,
el deseo, la rabia
Cómo puedo, oh Dios,
amarlo a través de la palabra.
Me queda un bosque oscuro,
un gran monte,
el gran desierto de sus brazos,
el eco de mi nombre
en su anhelada boca;
me queda alguna tarde
buscando su mirada.
Volver a él
es serle fiel
a esa mi vida.
Con versos
(o con párrafos leídos)
puedo muy bien
el alma alimentarme,
no es pan
ni carne
lo que ahora yo deseo.
Es escuchar mi nombre
de su boca
Es verme en él
en una frase
una pregunta
un grito
un verso
Es que los dos vivamos
por un minuto en la palabra.
Minha Voz
Borinquen, la pobre tierra,
de las angustias tenaces
Luis Muñoz Rivera
Buscar en otros la voz mía
buscar nada de malo tiene:
en la intención está el meollo.
Buscar en otros: varón, poeta, hombre
la voz mía
en brazos y en piernas y en palmadas,
en versos y sonetos y calles despobladas.
Mi voz se nace en esas calles,
en esos aguaceros castellanos
que tanto me recuerdan a la isla,
isla de gran verdor y gran penuria.
Harmonía vespertina
Lo cubría la tarde:
su cuerpo
sus brazos
las nubes
la luz que caía
harmonía en metal.
El sonido que llama
el momento preciso
nada más existía
y los dos
que cayéramos
y qué hermoso sería.
Fue su abrazo de cielo
no hubo noche aquel día,
solo grises y lilas muy claros
se escondían audaces
de su pelo de seda y de trigo feliz.
Fue glorioso el instante
en que él, yo lo vi,
gravitó hacia mis brazos
un segundo, uno solo
lo que tarda un suspiro
lo que tarda una nube
en un día de viento en romperse.
Y qué claro lo vi y lo sentía
y al oeste ese cielo
esos pardos rosados violáceos;
un segundo duró y no me quejo.
Malentendido
Trataba de explicar
moléculas de humo
y yo entendía cuerpos
ansiosos, pasajeros:
mi cuerpo contra el suyo
mi mente palpitante
entre esa gran cadena
de espuma que es su boca.
¿El aire de la tarde
a socorrerme vino?
fue él que por piedad
sacó mi desmedido
afán de donde estaba
como quien socorriese
a alguien que se ahogaba.
El aire me faltaba,
parecía gemir
y en medio de la tarde
se entrecortaba el aire
que entre los dos pasaba.
Cerró la gran ventana,
la puerta la cerró,
me protegió de otros.
Siguió el aire su curso
el humo, la cerveza,
el agua azul, los dos,
y yo seguí esperando.
Ivelisse Urbán es puertorriqueña y ha vivido en Nueva York, Maryland, Nueva Jersey y Texas, donde ejerce en la actualidad como catedrática de lengua y literatura españolas. Autora del poemario Mi cuerpo tus Indias (2016). Prepara un segundo libro: Sílabas de plata.