Maria Negroni
Dolor
Una fuente de agua donde debo llamear por mí misma
hasta que todo se apague mucho, como si estuviera
agonizando, casi un cuerpo sin boca ni ojos ni corazón
ni etcétera, lanzado a su propia turbulencia en
cero beatitud. Otra vez Eros, quién si no —cerca de
mí y lejos de mí— irresistible bicho. ¿Qué hacer para
amar sus heridas doquier? Mi casa bebe enardecida
y animales erróneos por toda partitura.
Extravagancia
Toda la vida quise que el yo estuviera ausente, que las
abejas —ciegas— dieran ser al ser. Por ese anhelo, pasa
un panal de silencio, y un coraje nace, para el que no
existe forma pronominal.
Me gusta soñar otros mundos, escribir —con los
labios— la abstracción del deseo.
Cuerpo abajo, la irrealidad liba —frenética.
Si sigo así, me quedaré del todo huérfana.
Sueño
La mujer avanzaba por un jardín de escarchas. La blancura
le pareció un engaño, algo así como un tedio irresuelto.
Esperó a que un zorro la acostara en la vida.
“El problema”, pensó, “es que retornaré como ceniza.
A esto le llamamos: perfección imperfecta, durar,
exiliarse en la carne de la propia astucia, sin renunciar
jamás a las neuralgias —ningún día en un año”.
La mujer sucumbió sin dejar rastros o el jardín se esfumó
con las fauces abiertas.
Peligro
Yo no quería depender de un solo ser. Me hubiera
muerto de temblor, de espera. Preferí balbucear como
una idiota en el jardín manchado del lenguaje, esperar
su sentencia —de Muerte— con mi laúd de música mía.
Yo quise que la mente dictara las palabras, no lo oscuro
que sentía. Yo quería ver Amherst a la luz de septiembre,
cuando el aire deja de ser aire y la boca está plena de
lo que no tuvo. Dulce vino mucho que se da de beber,
siempre más, en el bosque de al lado. Nada como una
música que no se puede tocar.
Verano
Roto el después, el antes, el tal vez mañana, el mundo
se encabrita, y las cigarras, los cascarudos, los bichitos
de luz, debajo de las ramas, se dan cita en el estío galopante,
con pasmosa impertinencia.
No se puede pedir más.
La finitud cabalga como puede.
Burbuja
Mi vida es esta biblioteca de tramas no visibles. Allí me
invento, busco —entre guiones— la prosodia de alguna
verdad torpe. El resto es la sangría del áspero jardín.
Mis cuadernos del daño. Mi hermano en alma y pensamiento,
con su casa histriónica, invadida por seres de
levita y literaria obsecuencia. Y aquí o allá, más oculto
que siempre, el deseo: si supiera atizarlo, entregarme a
su escuela de cadáveres vivos.
Maria Negroni. Autora argentina de amplia trayectoria. Entre su extensa obra se encuentran Cartas Extraordinarias (2013), Elegía a Josep Cornell (2013), The Tango Lyrics (2013), Interludio en Berlín (2014), Archivo Dickinson (2018), Objeto Satie (2018) y Pequeño mundo ilustrado (2019). Dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF. Reside en Buenos Aires.