Juan Filloy: escritor único y mítico

Selección y nota de Nora Glickman

 

 

 

Juan Filloy

 

 

El escritor argentino Juan Filloy (Río Cuarto, 1894-Córdoba, 2000) ha sido y sigue siendo insuficientemente reconocido, salvo por escasos críticos como Mempo Giardinelli, que póstumamente han logrado rescatar parte de su obra. Ni el vaticinio de Alfonso Reyes, quien en 1934 lo aclamó como “el progenitor de una nueva literatura americana”, ni los elogios de David Viñas quien determinó que la calidad de su producción bien podría ser equiparada con “[…] las obras de Roberto Arlt, el teatro de Armando Discépolo y la poesía de Oliverio Girondo”. Tampoco la inclusión de Julio Cortázar, cuyo personaje de Rayuela, desde París, pregunta: “¿Qué se hizo de Juan Filloy, che?”, ni el reconocimiento de Borges y de Leopoldo Marechal, provocaron suficiente interés como para fomentar estudios académicos sobre Filloy.

El hecho es que el autor mismo es parcialmente culpable de haber contribuido a la falta de crítica en torno a su obra. Era un escritor de provincia, alejado de la vida literaria de los porteños, cuando Buenos Aires es, por antonomasia, el centro cultural de la Argentina. Durante más de medio siglo Filloy vivió recluido en Río Cuarto, dedicado a sus funciones de magistrado y de juez de menores. Pero nunca dejó de escribir.

Pese a su cincuentena de novelas, Filloy también es responsable de que muchas de ellas no llegaran a conocerse. Y no por falta de editores comerciales. En cambio, optó por no promocionar obras de su autoría, aludiendo que el desempeño de su carrera como juez requería autocensura, y explicó su silencio editorial por ser incompatible con sus funciones jurídicas. De modo que su limitada producción, con tiradas limitadas a cien o doscientos ejemplares, los destinaba a amigos y a lectores selectos, entre quienes figuraban Bioy Casares y el mismo Sigmund Freud, quien, según aseguraba Filloy, elogió su novela Caterva.

Si una de las idiosincrasias que distinguen a Filloy fue su afición por dar a todas sus novelas títulos de siete letras, el atributo literario más destacable de este escritor es su lugar como el mayor realizador, en lengua castellana, de frases palíndromas (del griego, “palin dromein”, volver hacia atrás), frases jánicas (del dios griego Jano, que miraba hacia un lado y hacia otro) que pueden leerse tanto del revés al derecho como del derecho al revés. Si bien Filloy mismo se jactaba de haber inventado miles de palíndromos, nadie ha contado el número exacto, pero es indudable que Filloy fue el más prolífico creador de palíndromos en castellano.

El hecho es que hoy día abundan los mitos en torno a Filloy. El mito del hombre arisco, distante, peculiar y recatado; del escritor excéntrico, marginado, prolífico, erudito; el mito de las publicaciones erráticas, de la palindromía y de palabras plurivalentes, del lunfardo, de los títulos con siete letras, del políglota, de los galicismos y cultismos; el mito del hombre asiduo a la vida licenciosa de los burdeles.

¿Y por qué, escritor único? Porque Filloy, a diferencia del resto de los intelectuales argentinos de su época no se afilió a ningún grupo, a ninguna escuela, a ninguna generación ni a ninguna estética.

Juan Filloy nació en Córdoba el 1º de agosto de 1894 y murió en la misma ciudad el 15 de julio de 2000. Uno de sus proyectos había sido el de vivir tres siglos; y lo consiguió, dado que “el hombre de los tres siglos” nació a fines del siglo XIX y falleció a los 105 años, comenzando el siglo XXI. Sus padres, un campesino gallego y una lavandera-curandera francesa, instalaron en Córdoba un almacén de ramos generales y luego un cine-bar, el “Imperial”. Juan fue el único de cuatro hermanos en completar sus estudios secundarios y universitarios. Mucho después declaró: “Lo mío fue como una revancha contra tantos siglos de analfabetismo familiar”.

En 1913 Filloy se desempeñó como bibliotecario ad-honorem, y más adelante como secretario de la biblioteca Popular Vélez Sarsfield, de Córdoba. Trabajó como caricaturista mientras cursaba en la Facultad de Derecho. En 1918 participó activamente en la Reforma Universitaria de Córdoba y al graduarse, en 1920, se trasladó a Río Cuarto, ciudad en la que residiría durante sesenta y cuatro años. Allí fue uno de los promotores culturales de instituciones como la Fundación del Museo de Bellas Artes, y deportivas —fue socio fundador de los clubes de fútbol, de boxeo, de golf y de natación, aunque no practicó otro deporte más que este último. Durante sus años en Río Cuarto fue colaborador de El Pueblo, al que enviaba una columna diaria con comentarios de actualidad crítica, literaria y teatral. Además, a partir de 1926 fue columnista del diario La Nación de Buenos Aires.

Su relación con Paulina Warshawsky, docente entrerriana hija de judíos ingleses, comenzó con una correspondencia por carta que duró dos años. Filloy contó cuál fue el resultado de este epistolario: “Nos conocimos la tarde de un viernes, nos pusimos de novios el sábado, nos comprometimos el domingo y nos casamos el lunes”. De su matrimonio nacieron Fernán y Monique. En 1974, a la muerte de su esposa, Filloy abandonó Río Cuarto y regresó a Córdoba, donde siguió escribiendo hasta el fin de su vida.

A lo largo de sus 105 años Filloy escribió más de cincuenta obras, de las cuales publicó veintisiete, entre 1930 y 1997. Cultivó todos los género literarios: novela, cuento, artículo, poesía, ensayo, nouvelle, traducción e historia; además de crear textos híbridos, de entrecruzamiento de varios géneros. Ya desde su etapa más temprana, entre 1930 y 1939, demuestra estructuras audaces y una riqueza léxica notable. ​En Periplo (1930) sigue la crónica de su primer viaje de dos meses por Europa. Incluye París, la ciudad que de rigueur, para ser consagrado como escritor, un intelectual argentino debía visitar. En realidad Periplo no es un texto sobre París ni sobre su arte. En sus recuerdos Filloy hace hincapié en su itinerario fugaz por Marruecos, Argelia, Egipto, Siria, Palestina y el Líbano.

Durante los nueve años siguientes publicó, en ediciones privadas, tres novelas: ¡Estafen!Op Oloop y Caterva; un poemario, Balumba, y una suerte de geografía poética de la Argentina, Aquende. A instancias de su esposa compuso un volumen de prosas poéticas, Finesse, que le dedicó, en un lenguaje más elegante y refinado que el de sus novelas anteriores. Todos estos textos, en ediciones de autor, tuvieron poca circulación.

De su novela ¡Estafen!, de 1931, el novelista y crítico Mario Goloboff observa la ironía que distingue a Filloy: “La imperativa invocación del título radica en que lo que propone como tesis es el engaño, el juego contradictorio entre la apariencia y la realidad, la simulación del delito, y filosóficamente, los modos de ampararse o de protegerse de las leyes, de la sociedad y del estado opresivo”. El Estafador que protagoniza la novela, ostensiblemente percibido de manera negativa, es un falsificador de cheques, que resulta ser un Robin Hood, puesto que comparte sus ganancias con los necesitados. ¡Estafen! está basada en un hecho real que, según cuentan, le valió enemigos al autor.

Op Oloop (1934) considerada su obra maestra, se centra en doce horas en la vida de un personaje de origen finlandés, un hombre sumamente metódico y obsesivo, en parte un alter-ego del autor. Optimus lleva la contabilidad de sus actos diarios, incluso sus coitos en visitas a burdeles, hasta que un buen día se enamora, y su mundo se descalabra. El entonces alcalde de Buenos Aires prohibió la venta de esta novela, declarándola pornográfica.

Caterva (1938) su tercera novela, de la cual esta introducción incluye unas páginas representativas, es una suerte de Esperando a Godot argentino, donde mucho pasa, aunque no pasa nada. “Caterva” es una manera despectiva de referirse a los atorrantes, crotos, linyeras, clochards, desocupados… los homeless. Como en sus novelas anteriores, Filloy hace uso de información letrada, latinismos y giros populares, aunque revela aquí una nueva voz narrativa que difiere del resto. Entre muchos temas los personajes discuten filosóficamente sobre la vida, el amor, la religión, la política y la naturaleza. Tal vez la expresión más acabada de producción de Filloy, Caterva es una crítica de la Década Infame, del clima conspiratorio y de la profunda depresión de los años treinta en la Argentina, con ecos de la novela vanguardista de Roberto Arlt, Los siete locos.

Tras haber pasado otros veintiocho años sin publicar otro libro, un amigo de Filloy, el novelista Bernardo Verbitsky, autor de Villa Miseria también es América, redescubrió su obra. Como director de la serie “Letras” de Paidós, Verbitsky editó tres novelas de Filloy entre 1967 y 1973; dos de ellas, Estafen y Op Oloop, son reediciones; la tercera fue la primera edición de La potra, en la que resalta el rico lenguaje campesino que maneja el autor en el diálogo entre un peón y su amante, una hacendada inglesa.

En 1975 publicó Vil&Vil, novela que un año después, cuando el golpe militar de 1976, fue prohibida; su autor fue detenido e interrogado durante varias horas, al cabo de las cuales lo liberaron porque, según cuenta su nieta, Filloy insistió que eran sus personajes los que hablaban y no el autor. Esta novela antimilitarista quedó secuestrada hasta el fin de la dictadura, en 1983. El título de siete palabras califica a los protagonistas, un cadete (vil) que trabaja para un general (también vil) que se acuesta con la esposa de este, al tiempo que planea un golpe de Estado.

Por este tiempo también apareció Don Juan, una antología de textos de Filloy a cargo de Mempo Giardinelli, amigo y difusor de su obra, quien también publicó cuentos suyos en su revista Puro cuento y, póstumamente, un documental homónimo de entrevistas con el autor.

En 1988 Filloy publicó Karcino, un tratado sobre palindromía, con ensayos que explican el método con el que se construyen frases de estilo capicúa, tales como “Se es o no se es”, o “voto lo mejor, no se sonroje, Molotov”.

Habiendo ya pasado los 90 años, dos conclusiones de Filloy sobre su literatura resumen la devoción de una vida entera dedicada a la escritura, cuando explica que se trata de “una práctica monjil”. Al mismo tiempo califica su actitud ante lo que más le apasiona, ya que escribir para él es algo lúdico: “un juego que no requiere tanta inspiración como concentración y perseverancia”.

 

 
Novelas publicadas:}
 

Estafen (1931), Op Oloop (1934), Caterva (1938), Ignitus (1971, La potra (1973), la saga Los Ochoa (cuatro volúmenes), Vil & Vil (1975), L’Ambigú (1982), La purga (1992), Sagesse (1995), Sexamor (1996), Decio 8A (1997), Esto fui, Mujeres, Gentuza, Don Juan, Balumba, Elegías, Libidine. Aquende.

Novelas inéditas:

Ambular, Homo Sum, Nefilim, Revenar, Todavía, Eran así, La lucha, Mi niñez, Zylenka, Changuí, Ironike, Quolibet, Siciglia, Xinglar, Gebenas, Llovizna.

 
 

Cuentos:

 

Yo, yo y yo (1971), Los Ochoa (1972), Volumen I de la saga Los Ochoa, Tal cual (1980). Gentuza (1991), Mujeres (1991).

 
 

Poesía:

 

Balumba (1932), Finesse (1939), Usaland (1973), Elegías (1994), Sonetos (1996).

 
 

No ficción:

 

Periplo (1930), crónicas de viaje; Aquende (1935), geografía poética de la Argentina; Urumpta (1977), ensayos; Karcino (1988), palíndromos; Esto fui (1994), memorias.

Otras tres obras fueron publicadas bajo forma de artículos en los diarios El Pueblo y La Nación de Buenos Aires: Jjasond, Metopas, Ñanpilm.

 
 

Obras de Filloy que permanecen inéditas:

 

Ambular, Changüí, Churque, Eran así, Gaudium, Homo sun, Ironike, Item Más, Llovizna, Miss Liv, Nepente, Nefilim, Quolibet, Recital, Revenar, Sicigia, Tanatos, Todavía, Witness, Xinglar, Zodíaco.

 
 

Otros:

 

Biblioteca Juan Filloy. Una docena de títulos publicados por la editorial El Cuenco de Plata.

 
 

Premios:

 

Entre 1971 y 1997 Filloy recibió numerosos reconocimientos, entre los cuales cabe mencionar: Gran Premio de Honor de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) (1971), Orden al Mérito de la República, Italia (1986), Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres, Francia (1990), Gran Premio de Honor, Fundación Argentina de Poesía (1996) y Mayor Notable, Congreso de la Nación Argentina (1997).

 
 

Filmografía:

 

Ecce Homo. Dirección: Ana Da Costa y Emiliano Serra. Producción: Eduardo Montes Bradley. Argentina 2004 (Documental biográfico, mediometraje de 52 minutos).

Biografías de la literatura / Juan Filloy. Canal Encuentro (Documental biográfico, 26 minutos). http://www.encuentro.ar/programas/serie/8728/7877?#top-video

 
 

Referencias:

 

Bartles, Jason A. “La alegoría errante en la torre-cueva de Juan Filloy”. Revista Iberoamericana. LXXXII, 254, Enero-Marzo 2016, 312-228.

Giardinelli, Mempo.  “Así se cuenta un cuento”. Capital Intelectual. Buenos Aires: 2012, 151.

 —— Don Juan de las siete letras, La Nación, 13/7 (2003).

Goloboff, Mario. “El escritor que vivió en tres siglos”. Página 12, 3/16 (2021).

 
 
 

Los tres fragmentos seleccionados que siguen provienen de Caterva, escrita en 1938. Como el resto de las novelas de Filloy, el título consta de siete letras. En Caterva (banda de linyeras) seguimos las andanzas de siete crotos que viven colándose de una ciudad a otra en trenes de carga. Durante sus viajes despliegan ideas revolucionarias, plantan bombas y conspiran con obreros huelguistas, siempre esquivando a las autoridades.

El lenguaje crítico de Filloy alterna entre crudo y vulgar, erudito y enciclopédico. Las elucubraciones de sus personajes son a un tiempo farsescas, despiadadas y con frecuencia dolorosamente veraces.

En el primer pasaje, dos de los linyeras —“Katanga” y “Dijunto”— reflexionan sobre la naturaleza, la nostalgia y las injusticias sociales durante sus viajes constantes en vagones embadurnados de estiércol.

En el segundo fragmento, reflexiones sobre la práctica del amor y su efecto en la vejez del hombre ocupan a dos linyeras —“Viejo Amor” y “Lon Chaney”— durante su caminata en busca de una carnicería.

Y en el tercero, “Fortunato”, Lon Chaney” “Viejo Amor” y “Aparicio” esperan ayuda durante horas, atascados en una camioneta empantanada en un camino desierto.

 
 
 

Uno
 

Largas maniobras en la playa de la estación. El convoy desarticuló en varios empalmes y desvíos. Enganches y desenganches. La jaula quedó a cinco minutos cerca del brete.

—Con tal que no metan más animales…

La estolidez del chiste patinó a todos.

Igual que una serpiente, la máquina se arrastró para deglutir cuatro vagones de cerdos, quince chatas de trigo, y dos hamburgos de lino. Atascada por la digestión, pesadamente, se retorció sobre el carril. Y otra vez unidos sus segmentos, moviendo el cascabel del furgón, encaró en derechura al Norte.

Desde el borde del andén, taumaturgo satisfecho, el cambista se enjugaba la frente mirando la marcha del convoy.

Mañana untada de sol. Agua áurea, más que luz, sobre la panza de las vacas. Sobre el dorso del terraplén. Sobre las tajadas de pan negro de los rastrillados.

La serranía embellecida por sus reflejos era, a lo lejos, un tenue festón rosado. Cerca ¡quién sabe qué abrupta mezcla de breñas y precipicios!

La hermosura del trayecto desató lenguas:

—¡Qué cielo de porcelana! En Praga yo…

—Aquella planicie de esmalte, en la ladera, me recuerda ciertos aspectos de Saint-Moritz…

—Lo único que me gusta de ese escuadrón de álamos…

—A mí la pampa me fastidia.

—A mí también: por ser ajena…

La salida de “Dijunto” satisfizo a todos. Ello le dio ánimo:

—He sido chacarero, veinte años, en General Pico. He deschurcado miles y miles de hectáreas. He roto con mi rastra millones y millones de terrones. He regado con mi sudor la tierra de muchos aristócratas. ¿Beneficio?… Ninguno. Al pedo. Al reverendísimo pedo. Nada más que para tener los ojos color tierra, la cara semejante a un terrón de paja brava y el traje igualito a un churque.

Su voz y su cabeza se abatieron en un gesto decepcionado.

—A la verdad. Lo que es a vos el trabajo no te engordó, que digamos. Sos tan flaco que si te pica el lomo te rascás el pecho…

—Bromas, aparte. Cuando se ha trabajado como lo he hecho yo, sin descanso, en una fatiga continua, que unió los días y las noches con los meses y los años, no hay derecho que la meta del esfuerzo sea el hambre. ¡No, carajo! No hay derecho que la fortuna que uno engendra, preñando la tierra, la rapten y becerreen unos cuantos señoritos. Si es así, ¡abajo el trabajo y quien lo trajo!

—Sí. Desgraciadamente es así. Pues los señoritos gritan a su vez: “¡Viva el lujo y quien lo trujo!”…

“Katanga” comprobó que era mal interpretado. Debía explayar su contestación. Mientras los demás seguían adheridos al enojo de “Dijunto”, cavilando, lubricó su garganta con saliva. Y dijo:

—Sí, viejo. La humanidad es así. Al “¡Abajo el trabajo y quien lo trajo!” que vociferan los pobres, los ricos responden: “¡Viva el lujo y quien lo trujo!”…. La justicia es una lechuza. Guiña los ojos, alternativamente, a la izquierda y a la derecha. Guiños de esperanza al miserable… Guiños de inteligencia al potentado… Grabalo bien en tu memoria. La justicia es una lechuza. Guiña los ojos, alternativamente, a la “izquierda” y a la “derecha”. Promete consuelos a los pobres. ¡Y brinda ironías canallescas a los ricos!

Impacto.

La comparación dio en el corazón de la caterva. (68-69)

 
 
Dos
 

No rimaban los pasos de “Viejo Amor” y “Lon Chaney”. Andando por la localidad en busca de una carnicería, la cachaza lúbrica del primero se detenía al paso de cualquier hembra. No le importaba ni edad ni pinta. Obsceno hacedor de talismanes de hueso y madera —en los cuales la higa o los miembros viriles eran tallados siempre con deformes tumefacciones. “Viejo Amor” había llegado a la etapa morbosa correlativa en la cual la voluptuosidad, tornada fetichista, se opera por vía visual, produciendo húmedos frenesíes de baba y orina. La mujer, en verdad, no lo atraía como agente actual de goce, sino como incentivo de imposibles deleites. Su memoria era la activa. Allí, en el sótano del cerebro, la presencia de la mujer era linterna de pasadas proezas. Alumbraba su lascivia. Y al revivirla, su erotismo se cristalizaba en anomalía. ¿Qué mejor signo que su celo en la fabricación de muñecos procaces y figuras libertinas? ¿Qué mejores índices de esos jalones priápicos de su irremediable ocaso sexual?

“Lon Chaney”, que lo esperaba por quinta vez, no resistió más tardanza. Expeditivo como era desandó media cuadra para exigirle rapidez, imperativamente. Metido en el zaguán de un fotógrafo, “Viejo Amor” se relamía de gusto charlando con una sirvienta. Una de esas mujeres desahuciadas del amor que aceptan cualquier ofensa viviendo de un varón. Al ver que ya tenía en la mano el diminuto “sarcófago de Tuth-Ank-Amón”, pronta a tocar el consabido resorte que soltando una tapa provoca la oscilación de un pene fenomenal, casi tan grande como la “momia”, prorrumpió:

—¡Deme eso! ¿No te da vergüenza a vos? Salí. ¡Vamos!

Una desazón llorosa anegó el semblante de “Viejo Amor”. Semejante actitud importaba para él una conmoción idéntica a la de un coito interrupto. Suspiró desoladamente. Y abuenando la expresión, le rogó:

—Voy. Pero dame el sarcófago. No puedo dejarla así, con la curiosidad insatisfecha… ¿No es cierto?

—Claro. ¿Qué tiene que venir a meterse, usted?

—¿Lo ves?…

“Lon Chaney” fue magnánimo. Igual que aquel famoso vigilante de provincia (que sorprendió a una pareja ayuntada en el parque y palmeando la espalda del galán, le conminó: “—Acabe, mozo, pa llevarlo preso”) él le entregó el chiche, apartándose del lugar. Estaba tan seguro de su alborozo como de la pudibunda alarma de la fámula.

A los diez metros le alcanzó una carcajada de fauno y el hilo picaresco de la risa de ella. Viró la cabeza. Notó que “Viejo Amor” se alejaba del zaguán y que la sirvienta desde el umbral, con mirada pegajosa, pugnaba por retenerle.

—¿No te dije? ¡Ya está! Mañana a la madrugada me la tiro…

“Lon Chaney” sonrió:

—A la madrugada… Se ve que estás caduco. El verdadero Don Juan practica su culto de noche, sobre altares de sombra, ante los mil riesgos que oculta. La madrugada es la hora del amor agrio. La hora del amor de los esposos decrépitos, cuyo sexo eventualmente se yergue, ya por la tibieza del lecho, ya por la presión de la vejiga llena… A la madrugada, todo es agrio y fétido. El rocío no es más que el sudor de la naturaleza tras el orgasmo nocturno. Por lo demás, a mí me asquean los tenorios matutinos que, mientras duermen los padres o los patrones de las “doncellas”, se adelantan al lechero en el reparto de la leche.

—No seas estúpido.

—Eso, cuando disponen del producto… Porque, lo que es vos…

—No seas estúpido, repito. Estoy lejos de ser un tipo hors d’oeuvre… El amor presenta mil formas, posee mil liturgias. Precisamente, los que se empecinan en no variar su repertorio son lo que atrofian primero el apetito. Yo, en cambio… (82-83)

 
 
Tres
 

El peso iba tumbando poco a poco la camioneta. “Lon Chaney” trató de neutralizar el desequilibrio. Enjabelgóse en la baranda izquierda y lanzó su busto al vacío. El deslizamiento cesó. Traspuso enseguida los parantes y se sentó en el guardabarros delantero.

—Vos también, “Fortunato”. Ubicate en el de atrás.

Venía un sulky, con un matrimonio, en sentido contrario. Sus ruedas finas vencían el pantano, esbeltamente, con elegancia de ave acuática.

Pasaron frente a ellos sin decir palabra.

La súbita decepción fue interpretada por “Aparicio”. Con la faz pintada de indignación, los conminó:

—¡Párense! ¿No tienen vergüenza, carajo? ¿No pueden comedirse a preguntar ¿Precisan algo?

—Eh, tenemo apuro, tenemo.

—E non somo caraco, sabe? —agregó chillonamente la gringa.

Chascando la lengua, se empinó en la baranda, y les retrucó:

—¡Carajo!… ¿Que no son carajo? Mil veces carajo y la puta que los parió. A esto vienen al país. A pagar con ingratitudes. A culanchar un pequeño servicio. Aquí se les mata de hambre, se los hace gente: ¿para qué? Para esto. Para pisotear nuestra hidalguía.

Restallaba el látigo para reanudar la marcha, cuando una voz meliflua los detuvo en italiano. Era “Viejo Amor”. Su zalamería hizo goma de borrar. Los reproches desaparecieron. Aceptó el apremio que tenían en llegar al pueblo. Y les pidió disculpas por el rato perdido. “Longines” y “Lon Chaney”, menos diestros en dicho idioma, le repecharon en igual sentido. Ya despidiéndose, el colono comentó:

—¿Ma por qué non diqueron qu’éranno paisano? In veche, avría achutato. Alora non posso.

—Sará in altra volta.

—E boeno: de pasar, non ha pasato niente. Addio.

La gringa, triunfante por las explicaciones prodigadas, le clavó la vista a “Aparicio”. Y farfulló:

—Grandíssimo belinún: Non somo caraco, ¿sabe?

Hubo dos chasquidos simultáneos. El del látigo, que agitó a la ciénaga y al caballo. Y el de siempre, esta vez fulminante de blasfemia.

Quedaron varios minutos molestos por la escena.

—He hecho bien, ¿verdad? Uno no sabe con la gente que trata.

—Perfectamente. Ni inquinas ni sospechas.

—¡Claro! Son paisanos…y siendo paisanos vos sos capaz de demostrar que los trompos son peras y las vejigas linternas… Debés reconocer, sin embargo, que se han portado mal. Canallescamente.

—Lo mismo que vos.