Crear e inventar sin barreras de tiempo y espacio

Nancy Noguera
 

 

La primavera del 2020 había comenzado para mí llena de expectativas. Estaba dictando un nuevo curso en la universidad que era, entre otras cosas, una reflexión sobre el uso del discurso apocalíptico para hablar sobre el cambio climático. Acababa de mudarme sola a un pequeño departamento, en un barrio que me gustaba mucho por su vibrante vida social, sus restaurantes, sus parques. Nueva York lucía amable, me ofrecía la posibilidad de reinventarme, conocer nuevos amigos, explorar su rica oferta cultural, caminar, vivir afuera. Sin embargo, a mediados de marzo mi universidad, como muchas otras en el país, decidió que la educación seria virtual, que no regresaríamos al campus por el resto del semestre, debido a ese invisible enemigo que llamábamos entonces el Coronavirus y que hoy conocemos como Covid-19.

Para entonces sabíamos muy poco del virus y apenas se comenzaba a hablar de la posibilidad de una pandemia, pero sus devastadores efectos y el temor al contagio eran obvios. La ciudad comenzó a cerrar sus museos, Broadway apagó sus luces, los restaurantes solo servían comida para llevar, las oficinas del gobierno y de las empresas privadas mandaron a sus empleados a trabajar desde sus hogares; las mascarillas, el alcohol, los guantes desaparecían de los estantes y ni siquiera se conseguían en las redes. La ciudad, sus habitantes, el transporte público, mis vecinos a quienes aún no conocía, las reuniones con amigos, los abrazos, se convertían en una amenaza que había que evitar. Gracias a la generosidad de una buena amiga y en medio de una gran incertidumbre y temores sobre la situación, me fui de la ciudad por algunas semanas. El verano se acercaba y todos mis planes estaban en el aire.

Regresé a una ciudad desolada, que aparentemente había perdido su encanto. El Covid-19 seguía haciendo estragos, amenazante. Pero recordando a mi admirado Edgar Morin, decidí hacer mío aquel lema suyo: “Toda crisis me estimula, y si es enorme, me estimula enormemente”. A pesar de mi aparente optimismo, el panorama del verano lucía incierto, desdibujado, sombrío. Tenía mucho que leer, que estudiar, pero lo que más anhelaba era conectarme con la gente, tener vida social, intercambiar ideas. Así que la mañana cuando abrí el correo con el anuncio de CUNY, donde informaban que sus talleres gratuitos de creación literaria en español para el verano 2020 serían en línea y llamaban a solicitar inscripción con un ensayo sobre la pandemia, sentí que era la oportunidad que estaba buscando. Esta era la segunda edición de los talleres, creados en el 2019 por la estupenda iniciativa y energía de los profesores de CUNY y autores Nora Glickman, Inmaculada Lara-Bonilla y Alejandro Varderi.

Era difícil decidir a cuál de los tres talleres postular: “Claves del cuento breve” con Giovanna Rivero, la escritora boliviana. El taller de dramaturgia con la directora venezolana Lupe Gehrenbeck, y el de guion cinematográfico con el cineasta venezolano Leonard Zelig. Finalmente postulé para trabajar con Giovanna. La primera sorpresa fue conocer a un nutrido grupo de talleristas hispanohablantes que estaban esparcidos por diversos lugares del planeta: Alemania, España, Chile, Bolivia, Argentina, Paraguay, México, y diversas ciudades de los Estados Unidos. Esta experiencia fue común a los tres talleres.

Para Sophie Maríñez, profesora en el Departamento de Lenguas Modernas de BMCC, CUNY: “El taller ‘Las claves del cuento breve’ produjo un maravilloso momento de intercambio creativo y comunidad literaria que, en medio de la pandemia del Covit-19, se convirtió en una gran bocanada de aire fresco. Cada semana, recibimos material teórico sobre las técnicas del cuento y analizamos la aplicación de estas en varios cuentos de autores latinoamericanos y estadounidenses. La meta del taller fue escribir nuestro propio cuento con una clara consciencia de estas técnicas. Tuvimos oportunidades de trabajo en pequeños grupos, así como de recibir sólida retroalimentación directamente de Giovanna. Me impresionó mucho su gran capacidad de escucha, puesto que detectó al vuelo el nudo de nuestros cuentos —lo que lo hacía especial o interesante y lo que podíamos seguir trabajando— y nos dio excelentes sugerencias y herramientas de trabajo. En fin, para mí fue una hermosa y excelente oportunidad de creación literaria, comunidad y reflexión sobre el trabajo artístico”.

La tecnología hacía posible este encuentro tan diverso y auspicioso, donde podíamos crear e inventar sin barreras de tiempo y espacio. Sin embargo, el formato de enseñanza a distancia ofrecía sus desafíos. Lupe Gehrenbeck asumió el reto de la enseñanza a distancia con entusiasmo: “El aula digital es más compleja en términos tecnológicos, pero más habilitada para el ejercicio del pensamiento creativo”. Para Giovanna Rivero esta fue la oportunidad de empezar un proyecto en el cual había estado pensando: “Coordinar talleres de escritura creativa online mucho antes de que la pandemia nos impusiera su dinámica de cibernesis extrema, pero siempre dudaba de los desafíos que la idea presentaba. Me preguntaba si el hecho de no estar en un ambiente presencial —tan típico de los ‘antiguos’ talleres de escritura— podría convertir mi propósito en un verdadero fracaso”. Por su parte, Leonard Zelig tenía ya experiencia en enseñanza digital, pues por varios años ha dirigido una escuela online llamada DIY Film School, pero él había preparado el taller para el formato presencial y tendría que hacer los cambios necesarios a fin de enseñarlo a distancia.

 


 

Por cuatro semanas, el profesionalismo, el conocimiento y la sensibilidad de Giovanna nos permitieron aproximarnos a textos tanto de crítica como de creación literaria que discutíamos en grupo. Cada jueves, ella nos daba una consigna para estimular la escritura creativa. Nuestros textos eran compartidos con los otros dos o tres compañeros del equipo asignado. Cada miembro estaba comprometido a comentar y hacer sugerencias sobre el trabajo de los otros y enviar esos comentarios por escrito. Con generosidad, inteligencia y enorme tacto Giovanna hacía que su crítica de nuestras modestas producciones resultara amable, que lográramos ver dónde estaban los aciertos y las posibilidades de nuestro texto y dónde los lugares comunes, los excesos que lo perjudicaban, abriendo nuevas posibilidades a nuestra escritura.

Yo había estado en algunos talleres de narrativa antes, pero creo que nunca experimenté la sensación de libertad, de expansión mental y también de vulnerabilidad que este taller me brindó. Giovanna piensa que el éxito de este taller se debió principalmente al momento especial que estábamos viviendo. “Supongo que la circunstancia en la que globalmente nos sumergió la pandemia hizo que los participantes se acercaran al taller con una actitud nueva, una auténtica voluntad de hacer lo posible porque funcionara, y eso fue clave para que la actividad tuviera éxito”.

En el taller de dramaturgia, el reto fueron las puestas en escena. Como dice Lupe, “había que crear la ilusión de que actores que estaban en lugares e incluso en países distantes, compartieran el mismo espacio; y en lograr eso nos divertimos mucho. Descubrimos un universo de posibilidades expresivas que estaba aún por explorar, lo que hizo que el trabajo en el taller se hiciera cada más rico”. Para Leonard y sus talleristas, además del encuentro semanal surgió la necesidad de crear un grupo de WhatsApp donde los miembros se mantenían en comunicación constante. Pero esa comunicación no se interrumpió al terminar al taller y ellos siguen en contacto.

Varias de las escenas escritas en el taller de Lupe Gehrenbeck participaron en la plataforma GALTO y en el festival “Caja Negra” donde uno de los montajes resultó premiado. De igual manera, los talleristas de Giovanna han participado en eventos literarios internacionales y han creado grupos para mantener la comunicación, el intercambio de ideas y el trabajo literario. Como ella dice, “el talento reunido, la entrega en tiempos tan desconcertantes, todo eso se convirtió en verdadera luz. Es increíble cómo generamos una comunidad que incluso hoy se mantiene en contacto, pues la escritura tiene el poder de construir esos lazos”. Para Zelig, el taller “fue una experiencia muy enriquecedora y en un momento tan difícil para todos, fue un bálsamo en mi vida”. Para Lupe sus alumnos quedaron muy motivados y varios de ellos siguen escribiendo. Se sienten agradecidos por el aprendizaje para el teatro y para la vida. “Porque el teatro sirve para la vida”, dice. Y yo agregaría, porque la creatividad sirve para enriquecer nuestra existencia aun en medio de las dificultades.

 
Enlace a la presentación final de los talleres literarios. Verano 2020.
 

 

 

Nancy Noguera es una autora y ensayista venezolana. Ha publicado el estudio Nación, espacio y género en Esmeralda Santiago y Judith Ortiz Cofer (2003) y el libro de relatos Traslaciones (2008), además de numerosos artículos y textos narrativos en la prensa, las publicaciones literarias y las revistas especializadas. Es Profesora Asociada de Estudios Latinoamericanos en Drew University. Reside en Nueva York.