Ucronía

Luis Carlos Mussó

 

 

la hora más bella está al otro lado del muro

Eugenio Montale

 

Ya se abisma mi lenguaje en el seno de tu nombre

Alfredo Gangotena

 

Uno

 

Un horizonte hendido anula los nombres,

un horizonte hendido derrumba vitrinas con medallas de latón:

la neblina carmesí fracasa los paisajes de colores inéditos,

también los nombres de mi país.

En campanas de aire, el lenguaje abandona su piel antigua: disuelve estratos creados

hace miles de años. Y apalusas de bronce nos envuelven en llamas.

Érase un rodeo en que nos volvimos sangre en el otro,

en que nos hicimos a la nueva halconería soltando una bandada de drones,

donde el mundo se suspende

y los cuerpos se han hecho nombre en el otro

—a manera de fruta trastornada, llevo tatuadas tus voces—.

 

Dos

 

Se inauguran los nombres

que nos orillan a buscar rutas entre los vivos y los muertos.

Los mastines le aúllan al vacío al tiempo que tiestos tallan el ojo,

y los pájaros escriben runas alrevesadas:

al cementerio judío le faltan piedras. ¿Quién inaugura su desierto

en nuestro sexo, ahora que el centro es nuestro sur? Ebrios,

somos gatos como pardos: los mastines aúllan al tsunami, contraescritura

—desde oeste las olas refutan la falacia del mundo perfecto—.

Porque moscas de cobre rajan cráteres en el rostro de la luna

a manera de ángeles oscuros. Y ondas expansivas guarecen mi caja musical

sobre tendales: los mastines remueven tierra alrededor del poema.

 

Tres

 

Cuánta turba remueven del bosque seco

en busca de las trufas de la muerte,

las setas estriadas se graban en el hemisferio derecho de mi rostro.

 

Y un país bipolar se sumerge en la noche polvosa reconociéndose por las heridas,

por los tatuajes esparcidos en un continente tallado en el robledal.

Y son paladas de arena las que rellenan tus órbitas:

hay zanjas lúbricas donde copulan culebras de fuego

encostrando siluetas como coágulos del hierro.

Cuánta turba remueve la marisma: en tus miembros de tierra buscas el porqué

—un cacto se recorta contra tu desnudo—.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuatro

 

Se desploman las nubes hebillando el mundo,

hamacando sus réplicas hacia los ceibos

como tripas de gato entorchadas al unísono para un concierto de violines rotos.

Y auguran una plantación de prótesis —la blasfemia es cornisa jabonosa

desde donde disparas bolsitas de té—.

¿Se desploma el silabario por los perdigones

de sebo que vienen del norte? ¿Se embriaga el agua, corrompiendo las lenguas,

adhiriéndose a una contraseña de muros musgosos?

 

 

Cinco

 

En las bisagras entre los que respiran y los que no respiran,

brotan cadalsos, carpas raídas que pueblan playas en las que recogías

durante la infancia conchas musicales. Y, ebrio, agradeces

la última ronda de guaro donde la línea del horizonte degüella a tus camaradas.

En lentísima deriva,

la placa Pacífica colisiona con la Continental Sudamericana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Seis

 

Cómo traducir la sangre que lindaba tu sueño sin empobrecerla

—una terrible belleza acecha:

escuchas el estruendo del ámbar—.

¿Un zodiaco de cenotes derruido en polvo?,

que ninguna magnolia es inútil,

ni siquiera el brote adormilado en la margen derecha

del estero. Para conjurar al zancudo avivas la hoguera de palosanto

en la azotea de las islas. Qué queda de nuestro vértigo hecho ritual del pánico:

de nombre en nombre el éxodo atraviesa ráfagas que te omiten.

 

 

 

 

 

Luis Carlos Mussó. Autor ecuatoriano. Ha publicado, entre otros, los poemarios Las formas del círculo (2007), Cuadernos de Indiana (2014, 2015), Mea Vulgatæ (2014) y Mester de altanería (2016). Asimismo, las novelas Oscurana (2011) y Teoría del manglar (2018), el ensayo Épica de lo cotidiano (2013) y la semblanza Rostros de la mitad del mundo (2015). Es doctor en letras por la Universidad de Alicante y se desempeña en la cátedra universitaria de esta institución.