Carlos Velásquez Iwaki
Lo triste es que ocurre a diario y a casi todos
Un ascenso hecho con alas torpes y sin gracia,
a mitad de ese espacio de forzamiento astronómico.
No corresponden precisamente a la
de un aristocrático dragón, que nunca pasa
por esta clase de cielos.
Donde solamente el giro fusiforme de los gallinazos
nos son comunes.
Pareciéndose a la sospecha potencial de hollines de llantas
quemadas, en inacabables protestas sociales.
Yo creo más bien, que es la materialización de un sueño anti-obsesivo,
de esos que los pintores se niegan a retratar
por su casi nulo simbolismo y poco valor artístico.
O una ofrenda al mar, llevada a cabo desde espacios sagrados.
Corporizándose pensamiento intrusivo,
cargado de infinitas
solicitudes desesperadas de amor y buena fortuna.
Igual a entresijos de fantasmas traspasados por otros fantasmas,
llenos de melancolías paquidérmicas
que le dan forma a esta ocultación de signos desastrados.
Igual a las invisibles huellas que dejan los animales
insepultos de la noche.
Esto tiene que significar una forma de permanencia en la realidad
Siempre tendremos algo más que decir
de los momentos en solitario.
Por más desalentadores que parezcan.
De la humedad física y flotante de las esquinas.
Embarcaderos a desconocidos estados mentales
poco frecuentados,
que cierran la noche por dentro, con el mismo habla.
Capaces de reconciliar el repetitivo abrir y cerrar de ojos,
con la cadencia de lo que se extingue.
Esa suerte de trampa venerable,
estribada con cargas que requieren ternuras.
Y estados de presentimientos siempre alertas,
para ser el manierista que alteró su única virtud,
al momento que se le permitió descifrar, sin errores,
el contenido de tanta solvencia en un mundo reconstruido
como vómito de gringo.
Vivir en el camino
Nadie sabe si soy pescado o carne.
Taliesin
Yo era el Mallki circunciso
perdido en las calles de Tokio cargando leña verde
dispuesto a arder contigo en los quintos infiernos
por encargo de tu dios.
Fui el centro y circunferencia de tu reencarnación doméstica
travertido y estructurado en tu carnadura
al inicio de este vigésimo primer siglo de la era común
en que arrasamos y quemamos nuestra casa
nuestras ropas
sin saber dónde ir y de ningún regreso.
Porque todo lo que tuvimos que hacer ya estaba hecho.
Comerciamos en ecúmenes de duras teofanías
escribiendo conjuros de poderes inmanifiestos
en manojos de palitos para señalar encrucijadas
de la misma mismidad
sometiéndonos a ese juicio de atribución
de la condición amorosa
a la hora del cunilingüis y la felación.
Psicoducto donde refugiamos nuestro espíritu
al inicio del siglo en que murieron
todos nuestros sueños.
Haroldo de Campos en el cuarto de transmutaciones
aspira a momentos que pertenecen a la tierra
Si Haroldo de Campos
Hubiera sido
Picapedrero en Machu Picchu
Habría dado vida
Piedras nocturnas
Nocturnas vidas
Empujadas
a un farol de agua
Que serían piedras
de oscuridad.
Horizonte de sucesos
De una eternidad
Sobre un farol de piedras
De signos personales
Que serían vida de
Aguas y piedras
Sin puntos de retorno
Si en Machu Picchu
Haroldo de Campos
Fuese picapedrero.
Transformación íntima
(Cosmología omnímoda del ayahuasca)
Soy la serpiente
cabeza de perro
que atacará tu cuello
y morderá tus testículos.
Soy el pájaro de agua
que todo lo vigila.
El espíritu con rabo
de espejos
y alas dentro del pecho.
Soy el relámpago
enrollado
que brota de la sangre.
El encuentro de la lluvia
y el viento
antes del silencio.
Soy la lengua y el ojo
más allá de la muerte
nada temo
ni antes ni después de la noche.
Carlos Velásquez Iwaki es un poeta peruano. Entre sus libros se encuentran Retrato en tránsito (2006), Rito murmurante (2011) y Ordenamiento de la ocultación (2018). Colabora con diversas publicaciones nacionales y extranjeras. Reside en el Cusco.