Cinco poemas

Pedro Alcarria
 
 
 

Aquí está el poema:

 

Una cloaca a cielo abierto,

despojo que cayó de un nido contrahecho,

huesos de un perro inocente,

bajo la pila de ladrillos que se derrumbaron.

 

Qué pérdida de tiempo.

 

A medianoche una mujer gritó

que nunca habrá más generaciones.

 

Es decir que la luz es este perro

muerto al final de su correa,

polvo en mi garganta

bajo el cielo de huesos azules

—caídos como el perro moribundo—

único hueso azul de oscuridad y tiempo,

cuando sangre y espíritu

tienden un cable de acero

a través de la noche

para decapitar a un perro.

 

Aquí está el poema:

 

Perro de luz,

polvo en la garganta,

fantasma de esqueleto azul,

pedazo arrancado de la destrucción.

 

Ciertamente solo alienta en la oscuridad,

no es lo que creímos cuando estaba cayendo

—a hierro y sangre— sobre el perro que aulló

al café aguado de la noche.

 
 
 

La mente es un grito, científico, omnisciente,

en una ciudad de celdas frías, construidas

para recluir una imagen disuelta hasta tal límite,

que no es posible contemplarla por entero.

 

La transparencia se ha convertido en niebla,

la belleza en un nudo de deseo grotesco.

 

Imágenes de la vida en las calles, gentes atrapadas

en su abandono consumado, en su descuidada alegría,

llaman mi atención como un teatro de sombras.

Un sebo de juegos infantiles engrasa las industrias.

El vertiginoso impulso de pensarnos, se ha convertido

giro tras giro, en un derviche cruel.

 

El alimento es escaso y mezquino.

La celda blanca y llena de espacio sin luz.

 
 
 

Paralizado por el grito neurótico de la ciudad,

el poeta busca inspiración para destruir su mente.

 

Sonríe infeliz empapado de alcoholes,

o de silencio entre prohibiciones,

o de la lógica del amor sobre todas las cosas.

 

Con frases que son como cicatrices.

 

La palabra es la úlcera del silencio,

un liberador pecado contra el ruido.

 

Y la única conclusión es que todo es inusual

y que todo se repite y no cesa.

 

La historia se adapta a la ola de asfalto

y el mismo secreto que guardaba el mar

sonríe cianótico rodeado de escombros.

 

El poema es un intento compuesto a pedazos,

da igual cómo suceda podría ser de otro modo.

 

La muerte revelará su voluntad en los detalles,

en la conciencia quemada por el signo.

 

La ciudad gritó por miedo a la revelación

y no habrá leyes que limiten la violencia

de la cicatriz, el día que la mirada se fije.

 

Pero aún el poeta se alimentará extenuado,

en el erial inmenso de su mente.

 

Preciso para que el sol, alfa constante,

se ponga entre lamentos y exclamaciones.

 
 

 
 

Las miradas se malogran sin dilatar la noche.

Sin un sueño que aloje una moneda en el párpado.

Sin una muerte heroica tras un día de trabajo al aire libre,

batallando en los pantanos y los bosques.

¿Quién puede abrazar el horror con entusiasmo,

sin añoranza del verso?

Por eso no recuerdo haber dicho nunca nada cuerdo,

pero reconozco al artista que pierde lentamente,

al niño que se sonroja ante sus matemáticas.

 

Sé la dorada primera hora de la noche

en que muertos y dormidos se confunden.

 

La luz dócil del cuerpo, que brota pura de agotada,

que forma y significa las palabras.

 

Pero cantar sin poder, sin responder a la luz,

sin pasar del otro lado, es desperdicio,

lujuria de rostros ciegos.

 
 
 

¿Cuál es el valor de un poema

escrito con dudas?

 

Caricia desdeñosa sobre un vientre flácido,

canallada inútil de un dedo que escarba,

de un grajo que arrebata

abrumadoras nubes de palabras,

al brillo de las extorsiones y las violencias.

 

¿Qué plenitud nos aguarda, pensándonos

como aquellos que besan apasionadamente

y se hacen cargo de las riendas?

 

El poema afirma que todos los hombres

deben tener la tentación de escupir

la pregunta que enfrentan,

que les golpea helada en la cara.

 

¿Entonces, qué confort ofrecemos a

este amor, nacido con apetito desesperado,

para que no se muera en el estricto vacío,

cuando ni movimiento ni vacío

son sentidos absolutos?

 

¿Qué es esta broma de disponer una ceremonia

a la que hay que acudir sin excusa

después del desayuno?

 

No nos paraliza tan solo el miedo

a la locura, o a la mácula.

También hay miedo a la verdad

en la belleza.

La verdad es una riña silenciosa

—entablada desde lados opuestos de la calle—

entre el símbolo y el dolor de muelas.

 

¿Qué integridad tendrá el objeto

de tu pensamiento

si ha sido creado para ti,

regurgitado para ti solamente?

 

El poema que te recorre los dientes

—sustanciosa caries o bolo alimenticio—

¿quién querrá tragarlo de tu boca?

 
 
 

Pedro Alcarria es un autor, traductor, guionista radiofónico y fotógrafo español. Es autor de los poemarios El dios de las cosas tal y como deberían ser (2015) y Camada (2021), y coautor de la plaquette Damnatio Memoriae (2019). Sus textos han sido publicados en revistas tales como Letralia, Almiar, Herederos del Kaos y Casapaís. Mantiene el blog Cocinando chacales. Reside en Barcelona.