¿Por qué lloras abuelo?

José Jesús Osorio
 
 
 

El anciano llora, sentado en el porche de su casa, mirando hacia el río Cauca casi seco.

¿Por qué llora el abuelo? Preguntan mis dos hijas mirándome.

Y el abuelo responde:

Ángela y Arianna, mis hermosas nietas, toda la tierra que ahora ven antes era verde, llena de vida. Los pájaros comenzaban su hermoso canto temprano en la mañana antes de que apareciera el sol. Se podía oír el agua del río. Su agua era clara, fría y abundante. Durante la temporada de lluvias, todo el valle era un pantano. El río desbordaba sus orillas. Algo que sabíamos siempre sucedía por esa época y nos preparamos para ello. Sin embargo, a pesar de que la inundación nos molestó y, a veces, el río rompió algunos puentes; no todo era para mal. Al final de la temporada de lluvias, el valle era tan fértil que podíamos cosechar lo que quisiéramos como maíz, papa, caña de azúcar, papaya, cebolla, tomate, ajo, café y además plátano en las colinas. También, había mucha hierba para nuestras vacas, cabras, caballos y burros. Las granjas estaban llenas de gallinas, patos, palomas y conejos. Había mucha comida para todos y suficientes animales para comer y vender.

Cuando terminaba la temporada de lluvias, llegaba la temporada seca con fuertes vientos. El cielo estaba claro y azul, y los días eran calurosos. No había una sola nube allí —el abuelo señaló el cielo, esperando que las dos niñas lo vieran— durante días. Cuando esto pasaba, volvíamos a mirar al río Cauca. Tenía un buen flujo de agua. Mucha agua bajaba porque había un gran bosque entre las dos montañas por medio de las cuales fluía el agua del rio. Era el momento de comenzar con el proceso de riego de cultivos. Necesitábamos conectores, aspersores de impacto, alivio de presión, bombas, PVC, elevadores y mangueras. En ese momento se reunía la comunidad de agricultores, decidiendo la cantidad de agua para cada familia. A veces no era fácil llegar a un acuerdo, pero al final podíamos encontrar una solución que fuera justa para todos, porque el río tenía mucha agua en ese momento.

Estábamos encantados cuando llegaba agua a nuestro maíz, alfalfa, cebollín, y todos los productos que puedan imaginar. Entonces los campesinos se dirigían al Banco Agrario, que pertenecía al gobierno en esos días. Ahora ya no, porque ahora es un banco privado. Nos prestaba dinero para comprar implementos agrícolas como recogedor de rocas, rastra de discos, elevador de pisos, segadora, rastrillos, corta setos, ropa para toda la familia y materiales para arreglar partes de la finca y de la casa que necesitaban atención. En el banco firmábamos un contrato de futuro en función del área de rendimiento que teníamos y el producto que cosechábamos. Al igual que nuestros antepasados, confiábamos en que la cosecha sería abundante y tendríamos suficiente dinero para pagar el préstamo.

Eran tiempos felices, mis nietas. Nos abrumábamos, toda la familia desde los niños hasta los abuelos, trabajando desde el amanecer hasta el atardecer, pero estábamos contentos porque amamos esta tierra, y las fincas estaban llenas de vida, cultivos y animales de granja.

Un día una compañía vino y reparó la carretera y los puentes. Algo que la comunidad había pedido al gobierno y nunca sucedió hasta esos días. Arreglaron y ampliaron la carretera. Llegaron camiones grandes, cruzaron nuestro pueblo y subieron las colinas entre las dos montañas.

Una mañana temprano escuchamos un gran ruido. Sin embargo, el cielo estaba despejado y no había ni una sola nube en el cielo. Fue extraño. Más tarde durante el día, algunos granjeros llegaron corriendo desde las colinas al pueblo, pidiendo ayuda. Estaban molestos y en pánico. Estaban llorando. Mucha gente se congregó en la plaza central del pueblo en la escalinata de la iglesia. Querían saber qué estaba pasando. Les preguntaron a las autoridades y al comandante de la policía si sabían lo que estaba ocurriendo. Estas personas asumieron una actitud intransigente, y como respuesta dijeron que era una decisión del gobierno central, agregando que no tenían autorización para hablar al respecto. Los campesinos que venían de los cerros hablaban de lo que estaba subiendo. Lo que nos dijeron fue increíble. Aún hoy recuerdo sus rostros. Vi pánico, rabia y desesperación.

Los granjeros dijeron que el ejército vino con ingenieros y les ordenó que se fueran. El Gobierno Central había transferido el terreno a la Empresa Eléctrica Hidrogo. Nadie sabía que existía un convenio entre la empresa eléctrica y el Gobierno Central. Nunca vinieron al pueblo a explicar lo que iba a pasar en la región. El Gobierno Central decidió sin consultar a la comunidad. Más tarde, en las noticias, dijeron que se iniciaba la construcción de una represa gigante en nuestra región. El presentador del noticiero insistió que la construcción de la presa era fundamental para todo el país y su desarrollo industrial. El informe no mencionó nuestras preocupaciones ni a nosotros. Nunca vinieron a entrevistarnos, aunque a menudo entrevistaban al Director General de la Empresa Eléctrica de Hidrogo y al Secretario de Energía. No existíamos para ellos, y el país no conoció nuestra opinión o condición.

Algunos agricultores se quejaron y se negaron a abandonar las tierras que les pertenecían a sus familias por varias generaciones. Empezaron a pasar cosas extrañas en nuestra región. Cerca de la carretera se encontraron algunos campesinos muertos. En el río Cauca aparecieron flotando cuerpos de personas de la región asesinadas, con buitres en el vientre comiéndoselos. Pertenecían a la comunidad llamada El Aro. Las fuerzas paramilitares mataron a diecisiete campesinos del 15 al 22 de octubre de 1997. Luego siguió el asesinato de cuatro campesinos en San Roque en noviembre. Algo parecido le pasó a un campesino de La Granja a principios de diciembre. La gente entró en pánico y muchos abandonaron sus parcelas y aldeas. Lo peor pasó en los cerros, donde la Empresa Eléctrica Hidrogo tomó el control y empezó a construir la mentada represa. Aunque el ejército estaba patrullando la construcción de la represa, los paramilitares recorrían libremente la región, matando campesinos. El comandante del ejército siempre decía que no pasaba nada. Todo el mundo estaba en pánico y muchos más abandonaron sus granjas. Algunas personas extrañas vinieron ofreciendo comprar las fincas. Las compraron por casi nada en comparación con el valor real anterior, pero estas personas siempre venían con guardaespaldas que muchos habían visto cuando atacaban las fincas de los labriegos.

Yo también dejé la región y regresé el año pasado. Este lugar cambió. Nuevas personas raras y peligrosas viven en el pueblo ahora. No son agricultores y son amigos cercanos de los paramilitares. La tierra ya no sirve para nada después de la construcción y de tantos errores que cometieron al hacer la represa. El río casi desaparece, y con él, los peces. Ya no hay nada que pescar allí. Los pescadores se mudaron a los barrios marginales de las ciudades. El agua no es suficiente para plantar buenos cultivos. La deforestación es enorme allá arriba cerca de la represa. Aquí no hay nada más para un agricultor como yo, pero amo esta tierra y quiero quedarme aquí hasta que Dios me llame a su lado.

Mis hijas también lloran con él ahora. Veo el cauce del río Cauca, un hilo de agua pasa que no alcanza para que esta región vuelva a ser lo que fue. Aquí se acabó la época feliz, gracias a la idea de más energía para llevar al país a un Estado moderno. Mi padre está viejo y triste. Nosotros necesitamos regresar a la gran ciudad donde pertenece nuestra vida. Sé que se quedará en su tierrita y no tengo derecho a hacerlo cambiar de opinión. Lo visitaré tan pronto como pueda.

Mis hijas le dan un fuerte abrazo al viejo diciéndole que lo aman y luego se despiden. Veo su rostro adusto. Sus ojos de campesino picaron, ahora con una mirar confuso, observan a mis hijas, me mira a mí y se queda mirando el hilo de agua que queda del río. No oculta las lágrimas que bajan por sus mejillas. Son lágrimas de derrota, de humillación.

 
 

 
 
Corriendo
 
 

Corría como loco para salvar su vida o lo que le quedaba de ser. No le ha importado demasiado su vida en general después de tantos errores que cometió y la derrota que tuvo. Sin embargo, una cosa eran sus opiniones sobre su propia vida; otra era ICE decidiendo al respecto. No lo pensó dos veces cuando vio una elegante camioneta que venía a una velocidad increíble, de repente se estacionaba en Roosevelt Avenue y luego del auto salían hombres con chaquetas verdes. Era un momento para correr y correr rápido sin mirar atrás. Vio a algunos de sus amigos correr y gritar La migra lo más fuerte posible para advertir a otros jornaleros en las esquinas, esperando a quienes buscaban un trabajador para el día.

Era pequeño, gordito y musculoso, con una forma particular de caminar moviendo el hombro de izquierda a derecha como si bailara un danzón lentamente. Su rostro era severo, y veía las cosas y las personas con intensidad y dureza. Caminaba, siempre mirando de un lado a otro, atento y al mismo tiempo seguro de sí mismo. Su piel era casi oscura, pero el tipo de oscuridad que se reconoce en las personas que trabajaron en granjas durante años. Es jornalero en Nueva York y antes fue campesino en Culiacán, Sinaloa. Allá en México tenía una chacra sembrada de maíz, y en la otra mitad criaba puercos y gallinas. Trabajaba duro desde temprano en la mañana hasta la noche, pero recordaba esos momentos como los mejores de su vida. Entonces todo cambió, el precio del maíz era terrible y todo el mundo empezó a mudarse de la región. Algunos de sus amigos fueron a trabajar para los narcos en los cultivos de marihuana. Toda la zona era un gran desastre. Después de que los narcos mataron a miembros de la familia, llegó el momento de trasladarse al Norte, destino final para muchos campesinos atrapados en la narcoguerra.

El día era soleado cuando llegó del apartamento que alquilaba con otros cinco jornaleros para ahorrar dinero y pagar sus papeles. Compró café y tacos como desayuno a su amiga María, la mujer divertida y sonriente que los traía en un carro de supermercado. Saludó a otros jornaleros en la esquina de la calle 64 y se comió el taco tan rápido que pensó en comprar uno más. En ese momento vio que el auto venía por la calle 63 a una velocidad impresionante. Estaba tomando su último sorbo de café mirando aquella camioneta, recordando que este tipo de trocas eran las que usaban los cárteles en Sinaloa. Se alarmó al sentir esta conexión, y se dijo a sí mismo mientras comenzaba a correr: “Virgen de Guadalupe protégenos”.

 
 
 

José Jesús Osorio es un autor colombiano. Ha publicado el poemario Fantasmas muertos (2002) y el volumen El oficio de escribir y otros ensayos (2013). Coeditó la antología Narradores sin fronteras 27 cuentistas hispanoamericanos (2004) y edita la revista literaria Hybrido desde Nueva York. Es profesor asociado de estudios hispánicos en Queensborough Community College, CUNY.