Ivan Vergara
Regresaba el tiempo envuelto de miseria, trastocado en lo dúctil del poniente;
sabía qué heridas habitan las cabras de los rascacielos,
de los vuelos latentes de un escondrijo pijo, caduco.
A su viento la memoria de los gases,
al agua el entronamiento de las grietas,
al fuego la inquisición de los malos besos,
a la tierra el fallo de orientación.
Regresaba con la prisa de los accidentes,
volcado en huecos astrales de la no conquista,
le dicen quedito que se vaya, que ya no,
ahí donde el águila recula la fe diestra.
A su viento la fuga de las catalíticas,
al agua el rellano con masa de maíz,
al fuego la sutura dulce de la coquetería,
a la tierra un norte que niegue su existencia.
Regresaba con la ceniza en los bolsillos:
el aguardiente le fluye por el lagrimal,
es bueno que se cauterice en nuestra sangre,
que yenda otros planetas con semillas nuestras.
Hay estrellas blancas que le saludan temerosas,
anda a su encuentro montado en nopales y aceite.
Sabe el tiempo que no hay quien le sea fiel,
ni quien le ausente para dejarle paso, es la sangre
de su despegue, ya ha vuelto y se ha ido, solo
poco suyo queda, ni el camino, ni en calendario,
vuelve como las malas canciones, vuelve para ser rito,
mitología abstracta, mutación en gran olvido.
Aquí, boca abajo, no vemos más que reflejos, sintonías de un mal trago, cabezas ligeras, golpes secos.
No hay viento que soporte la inmovilidad del suspiro tenso,
ni pilares que sostengan el andamiaje de todos sus silencios.
Aquí flotan las malas aves,
agüeros del amor perdido en luz adolescente.
En este abismo, la gravedad es un astro subterráneo,
dentellada de una galaxia sin ritos, leyes ni cantos,
obertura exacta a la medida de nuestro tiempo:
un calendario de ritmos que no son tierra,
sándalo,
pieza mal parida.
En el mundo boca abajo nacemos con la cabeza en el ano:
flotando en el deslumbramiento de nuestra propia crucifixión.
Brinicle I
Los días del océano como páginas vacías, esperan que aparezcan por la puerta las caracolas, prófugas de la profundidad, inertes de espacio.
Los días del océano son una mala plaga, una sinfonía aliada con un reflejo antiguo, cosmos animado por la batalla húmeda, soterrada a nuestros ardores, al pellizco de la herida que recibe la sal y la gloria y al mar que rodea las islas, tal y como rodea cualquier tierra. Un abrazo continental.
Los días del océano desconocen la tierra, no saben qué consciencia podrá rodearla y fermentarla.
Hacer que le crezca vida en cada grieta. Como el musgo que crece solo en la noche, o ya muy tarde, cuando las lágrimas no salen al mundo, cuando obligan a la tierra a crecer en las despedidas.
Brinicle II
Cuando el océano se vació quedó la tierra sola,
tuvo consciencia y la boca cerrada,
con la memoria convertida en hormiga,
imposibilitada.
Cuando el océano se alió con el vacío,
propició un único continente donde prodigar la vida terrestre;
ya no habrían ahogados,
ni devorados por bestia marítimas,
sería esta pangea hogar del hombre,
un lento suicidio.
Brinicle III
Océano aéreo,
cuando marches atrás
recuerda al tiempo:
lo que hará
será olvidar
qué tan negro fuiste
06:08 hrs
a mis abuelos
Aquella mañana se abre la tumba
que compartiría lecho conmigo,
libera gusanos e hijos de gusanos
y larvas e hijas de larvas.
Un licor a vivo descompuesto
riega la tierra
y cae borracha
y se fermenta
y no se enamora
y acepta ser madre
—a fuerzas—.
Aquella mañana se abre la tumba
que recibiría mis restos
a no ser que ya no esté en ellos,
que haya abandonado
—cobarde—
los restos de mi carne
y sea otro y sea el mismo,
a no ser que huela extraño
y no extrañe lo vivo y lo resplandeciente
y aquello que despierte como si nada
cuando sea verdad
que ya todo ha ocurrido
Y es cierto, se abre esa tumba que no es tumba
y no estamos ahí,
nos entierran juntos, semicompletos
en un relato firmado por mí
antes de nacido,
y es cierto, que me acerco a esa imagen
desde esta alcoba rodeada de llantos
que no se dedican a mí
sino a mi abuelo
que es enterrado por la tarde
en aquel monte de cruces que son todas
las cruces cuando ya no quedan vivos
Y es cierto que camino en la comitiva
escoltando este cuerpo que me ha traído
desde un sueño de alcoba
que me tenía mejor vivo
Aquella mañana enterré mi cuerpo
disfrazado de mi pariente más querido
y no lo notan, no se esfuerzan,
todas las coronas son Leopoldo Magaña
y ninguna Iván Vergara
presido mi sueño y en
cada sombrero de fieltro me siento
aureola, y en cada niño me siento ángel
de fábula, y en cada beso robado al cuerpo
frío me estremezco y todos los abrazos que
me otorgan me obligan a despertar, a
mirarme al espejo para decir que no, que no
soy aquel del féretro, que no son mis manos
las que levantan la cúpula y salen volando con
campanas de fondo, que el atrio no es un
rezo a nosotros, que somos pareja y que
esta noche somos esposos, que el vientre
tuyo se convirtió en cueva de vida, que no
es cierto, que no crece Polo en ti,
que es un sueño de reflejo el que distrae
la comitiva y los hace voltear,
que lo que veo es mi barba disminuida,
una navaja en filo y un respiro cortado
que sale de tu boca, que es la
primer palabra de tu vientre, que me llama
el sueño
Aquella mañana termina con una oración
y lo que descansa en paz, como nunca lo ha
hecho, son nuestros cuerpos, exhaustos, gloriosos,
inquietos por el desvelo y el rígido despertar.
Inquietos abrimos los ojos
y nos miramos
sabiendo que no lo sabremos
Abrimos las puertas,
construimos futuros cementerios
Ivan Vergara es un autor, músico, editor y gestor cultural mexicano. Ha publicado Montañas de Aurelia (2011) y Era Hombre Era Mito Era Bestia/Man Myth Beast (2013), traducido al inglés por Jennifer Rathbun. Junto con Javier Vilaseñor compiló y prologó las antologías: Recital Chilango Andaluz (2006), II Recital Chilango Andaluz (2008), Chilango Andaluz 3 (2009) y RCA 09 (2009). Dicta clases en la Universidad de Salamanca.