Hamlet: Príncipe latente

Liliana Heer

 

 

Siempre fui un mal trovador, desatento al deber por Dinamarca, su bandera, los emblemas teñidos de himeneo y funeral. Año tras año, en el corazón del silencio una mueca irrisoria vacunó mi lealtad. Cuando uno se aproxima a los hechos en diagonal, encuentra cómica la demanda del pasado, la obsesiva petición de pertenencia, el afán de filiación y su deriva.

Subi… Subit et subi.

Han dicho que padecía una crisis tonal a consecuencia de perseverar en el malentendido, que mi capacidad de sentir tenía el don inexperto de una crisálida.

Ser expulsado alienta la fábula infantil del hielo, provoca un metabolismo regresivo. Solo en principio, después el aislamiento levanta remolinos.

Los astros y sus órbitas, las marinas, las piedras dúctiles a la construcción de nuestro castillo, el fulgor consumiéndose ávido. Ese horizonte de emblema, fatiga.

En esta isla, en el condado de Frederiksborg, pasé mis mejores peores años, padre. Sé que luego el edificio sirvió de cuartel durante más de un siglo.

Debes haberte divertido contemplando el arte del asedio, así denominabas el pensar incorporado a la lucha. Habrás deseado dirigir como lo hacías cuando estábamos en guerra; no hubo otra forma que recuerde, y si la hubo carecía de sostén como lo nacido sin placenta.

El hogar: un campo de batalla.

Aprendí a decir cuerpo desde afuera. El cuerpo estaba unido al reino belicoso, al júbilo, a la valentía del enfrentamiento. Desarmar al enemigo, extraer ventaja sobre el oponente, destruir. En eso reside la exigencia final, era el dictamen, tu determinación. Porque alguien debe estar absolutamente decidido a ganar para ganar, asegurabas. De lo contrario, es vencido por una doble incertidumbre, la propia y la del azar. Más de tres cuartas partes del suceder yacen en la bruma.

Audacia y reflexión no bastan. El combate nunca se lleva a cabo sin que los sentimientos intervengan. La guerra es un animal vivo, taimado, imprevisible, no responde a la lógica de los actos puros; su lógica es un hervidero, prolifera insomne, disuelta en cualquier abstracción.

Más allá de los dictámenes tácticos que hablan de las fuerzas y los dictámenes estratégicos que aleccionan encuentros, hay un arte en combinar los medios. Ese arte implica tender una línea invisible, abolir el peligro.

 
Axioma 3
 

Fue natural impregnarme de ese idioma, del rigor de tu pedagogía. Incluso cuando desearas para mí otro futuro, hablabas de la superioridad incomparable del combate.

Si hubiera existido un álbum familiar habría exhalado oleaje a degüello.

El pecado vuelto mandamiento:

Matarás.

De la desesperación al hastío, el drama solitario, las ideas basculantes, el diario íntimo, los derivados.

Siempre lo supe, padre, el aburrimiento no necesita ser buscado, sobreviene, se extiende uniforme, infinitamente veloz. Suelo aplicar ante esa tentación pacientes ventosas a la historia; experimento, observo a través del vidrio las deformaciones, lo tartamudo, lo corroído, lo inesperado. Conjugo alternativas, busco una fórmula más simple, desamparada de filos preciosos, reducida al desequilibrio, al ensayo perpetuo, a la gracia y desgracia sostenidas porque sí, a la pura sensación, al verbo.

Soy el Príncipe Latente, un peregrino inmóvil, mi tierra prometida sigue siendo la palabra, de sobra o en falta, nunca la estupidez del diálogo, la maravilla del diálogo, su dolor, la pujanza, el poderío, la estafa circular del dominio, esa condición cubierta de cortesía con la potestad del turno:

Ahora usted.

Primero yo.

Dicen que Hamlet viene de Amleth que viene de Amlodi que viene de Aml-ód que viene de Onela: el loco. Carencia de modales, primitivismo, inmundicia.

Mientras tanto, el afrancesado dulzor todavía me afecta. Estuve en el centro del mundo, fui la rosa del Estado, observed por cuantos observaban según palabras de Ofelia.

Molde, espejo, astucia, artificio.

Los expertos coinciden: de los colores el negro. Visten al príncipe con un atuendo traditional, se discute el estilo: si Durero, Peter Pan o fuga per canon para agudizar las escenas extravagantes.

Quieren justificarme, adulan, atacan, suben y bajan adjetivos. Soy profundo, sensible, grandioso, insignificante, tan superficial como Platón.

Llegué a pensar en los defectos con buena voluntad apartando la idea de sentirlos adversarios.

¿Cuál es tu mayor vicio, Ham?

Horadar como un gusano las ideas.

¿Y el tuyo, padre? ¿Tuviste algún traspié o fuiste el teorema mineral del éxito interrumpido?

Haciendo un esfuerzo de exactitud, nací el mismo día que mataste al polaco Fortimbrás. Valga festejo el de tu fértil juventud tan extraña a la mía.

 

 

Liliana Heer es una autora y psicoanalista argentina. Entre sus publicaciones se encuentran: Dejarse llevar (1980), Bloyd (1984), La tercera mitad (1988), Giacomo-El texto secreto de Joyce (1992), Frescos de amor (1995), Repetir la cacería (2003), Pretexto Mozart (2004), Ex-crituras profanas, Neón (2007) y El sol (2010). Desde 2002, co-dirige las “Autopistas de la palabra. Jornadas de Literatura y Psicoanálisis” realizadas en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.