De Todos queríamos morir

Eva Gasteazoro
 

 

The wound is the place where the light enters you.

Rumi

 

 

Nada urge sino el recuerdo, como si de ello dependiera lo que soy. Dos niñas pequeñas. La niña rubia reluce, un espectro, ¿una premonición? ¿Quería yo que viviera? No. Las manos enjoyadas de la madre, con amor le recogen el pelo en una cola de caballo. De las esquinas, como sin ver, un par de ojos heridos miran el desplazamiento. Mis ojos. Eso queda, pero no sufro. Desde muy adentro, las sábanas y los recuerdos se enfrían, benignos, después de una noche sin nubes y decisiones invisibles. Floto.

Una mujer envuelta en un chal negro me mira desde lejos. Dice que hace tiempo, la niña rubia y yo éramos iguales, se nos amaba por igual, y que la distancia entre dos dedos se hace más profunda con mi capacidad de recordar. Reconozco las palmas de sus manos que me ayudaban a dormir, y anoche la vi deambulando en la ribera del río. Yo llevaba en la cabeza unas plumas azules que crecían hacia arriba y para atrás, un pájaro queriendo alzar el vuelo, alas que susurraban una canción al revés: Nerón, Nerón, Nerón, deonde viene tanta gente…

Reconozco la canción. La niña que no se parecía a mí solía cantarla, mientras se desenvolvía en las aguas del río. Pero ella, la mujer, confunde el comienzo de la canción con la cama vacía junto a mí. Ella no recuerda que la niña durmió ahí durante trece largos años. Una eternidad no deseada. Entonces, la niña rubia y yo decidimos, de una vez por todas, nunca más vestirnos igual. Y un día, se murió, así no más, debajo de un asiento, luminosa y en silencio. Un gran golpe, pero sin lágrimas de mi parte. Exprimida la sangre de sus pensamientos chiquititos, ya no piensa en nada. Nunca más podrá reír en contra de mi risa ni la tocarán las manos enjoyadas. Tampoco la niña me recuerda, ni sabe que la madre decidió irse con los pájaros y no ver. Los pequeñuelos saltando apenas, de roca en roca dura, hasta el fondo del océano.

La mujer con las plumas azules empieza un ritmo con los dedos. Parece un juego, pero lo hace en serio. ¿Me crees? Le pregunto. Ella canta: una, dona, trena, cadena, chupa tabaco la negra morena. En sus manos ahora, un huevo que acaricia suavemente, envolviéndolo una y otra vez, desnuda de la cintura para abajo. Veo el espejo y reconozco sus ojos, heridos como los míos.

De repente, el tren se detiene, quedamos suspendidas en el aire, pero no, es el cielo que se acerca. El azul y las nubes salen rápidamente de un túnel. Alcanzo a ver, alcanzo a ver tan cerca que casi puedo tocar ¿o acaso es el comienzo de la canción y recordaré a la niña que no se parecía a mí?

Ahora la niña que soy llora a las cuatro de la mañana. Alguien se fue. Está ahí sola parada en las gradas que circundan el vacío. La mujer envuelta en el chal negro sube a un coche tirado por dos caballos. El trote es fuerte, pero pronto se vuelve solo un tra ta tá en el pavimento. Luego, el silencio. ¿Por qué no dura?

Hoy por la mañana, la luz entró por la planta de los pies, arrullándome los párpados. Veo los árboles a través de la ventana, las hojas rojas, amarillas, suaves como manos que acarician. Muy pronto no habrá más hojas en los árboles. ¿Quedaré enterrada? No. La mujer de las plumas azules se sienta ahora junto a mí. Nos tocamos. Finalmente dice: las lágrimas se cristalizan, nada importa, habrá bastante sol en este invierno, y los binóculos servirán para anudar los hilos sueltos del corazón. No es fácil saber cómo ni cuándo. El agua siempre es clara en el fondo. No importa si olvidamos.

 

 

***

 

 

Son los últimos rayos de la tarde. La luz oblicua, intensa. Una sombra se alarga a medida que avanza, da grandes pasos en la nieve, lentamente y en silencio. Es un hombre todavía joven y fuerte. Se orienta con la forma de la nieve.

La mujer —o la niña, realmente, no se sabe— lo reconoce. Sabe que es su padre. Tiene el mismo porte, las piernas largas, y lleva el sombrero de fieltro negro. Pero nunca antes lo había visto en la nieve.

El viento sopla y la nieve se esparce de la corteza de los árboles, de las ramas, cae vaporosa sobre el abrigo negro. El hombre la sacude de los hombros con un gesto conocido. Se perdió hace tiempo. Está segura que el golpe en la base del cráneo le provocó una amnesia profunda, más grande que el abandono. Y desapareció. Olvidó a la madre, a la hija que no puede olvidarlo a él.

La mujer lo sigue a cierta distancia. No quiere asustarlo. Teme que él escape otra vez. No vaya a ser que lo de entonces no haya sido amnesia, sino el deseo de huir de tanto amor.

La nieve brilla, rebota, la enceguece.

La mujer pierde de vista al hombre, y acelera el paso. Corre detrás de lo que recuerda. Encuentra huellas en la nieve floja, donde se hundieron las botas, el esqueleto de las botas en el fondo seco, y la nieve, sin el hombre.

 

 

***

 
LeonorMendoza_Migration
 

En la casa no hay nada de comida, pero no tengo ganas de salir. Es enero del 2012. Hoy hace 45 años murieron mi padre y mi hermana Celeste, un accidente en medio de la noche. Me vi otra vez: una adolescente saltando por una ventana falsa, trabada por el golpe, el miedo, los añicos. Marcadas para siempre las plantas de los pies.

No se acaba el miedo, o nunca eso de la carne. El miedo y la carne impresa más que el celuloide. Los tejidos repiten a imagen y semejanza el grito del pájaro, su contorno, el corazón acelerado, el desgarre de las alas. O tal vez acabe con la muerte, ese otro animal incandescente, cuando ya no importa desnudarse los jirones, las tripitas, y dejar, dejar.

Me vuelvo a meter en la cama, callada, casi humilde. Con el frío desde adentro, me desnudo. Afuera cae la nieve suave. Se acumula. Me cubro. Un olor remoto de azucenas, me distrae, me acomodo, sin una sola rasgadura.

 

 

Eva Gasteazoro es una artista de performance, escritora y traductora nicaragüense. Entre sus publicaciones se encuentran Action (1997) y El dialecto olvidado del corazón/The Forgotten Dialect of the Heart (2014). De próxima aparición es su novela Todos queríamos morir. Tiene una Maestría en Escritura Creativa por New York University, y una licenciatura en Dance y Performance Art de SUNY. Trabaja como escritora, traductora y editora para casas editoriales en Estados Unidos.