Siesta y otros poemas

Silvina López Medin
 
 

Siesta

 
Nos dábamos la espalda

ese sonido ahogado

madre, qué era:

por primera vez te escuchaba llorar,

me quedé quieta

apreté la almohada contra la oreja

la almohada con el olor de tu pelo

no pregunté

no me di vuelta

esperé que pasara pero crecía

tu llanto

entre las dos.

Hicimos lo que pudimos, quedarnos

cada una en su lugar

y en algún momento dormirnos.

 

 
Rosario 13

Aniversario

 

El río de noche con las ventanas bajas:

viento y autos estacionados

no hay luna, hay un destello en el agua

una boya

no necesitamos señalar los dos buscamos

lo mismo: fijar la vista: un punto,

pienso en Conti cuando decía cómo uno se aferra

a una boya cómo la ansiedad se concentra

en ese punto que por momentos se desvanece,

y no pienso más, vuelvo a mirar:

hay un tiempo de luz

un tiempo de oscuridad

y la duración de uno y otro marca un ritmo.

 
 
VacacionesR Rosario 1
 
Desde la ventana del hotel veíamos girar

la rueda iluminada de un parque de diversiones,

cada día planeábamos ir

construíamos el relato, el deleite

de una vuelta. Al acercarnos

un letrero decía cerrado en dos idiomas, cada día

llegábamos tarde, casi a propósito

como si quisiéramos dejar ese hilo suelto

para que gire y brille más.
 
 

Me despiertan los golpes de una obra en construcción

 

La cabeza todavía en la almohada, esos golpes As I lay

dying, Faulkner pienso, los hachazos

el hijo que construye el ataúd de la madre

un libro que no pude terminar, que había empezado

en otra parte, un viaje, la costa

estábamos en la playa y el cielo de repente tan negro

no era tormenta, un incendio era

lo que rodeaba la ciudad, nos rodeaba

un círculo pequeño, solos, sin hijos todavía

la cabeza en la almohada, cuantas veces

volví a ese incendio, hace falta un chispazo

y uno vuelve y vuelve

a esos momentos, para qué, por qué, a veces

después de mucho tiempo algo se forma alrededor

se construye o crece como el musgo

retiene la humedad del momento, algo retiene

¿un poema? o no, no toma forma, se pierde

como el humo de ese incendio

no se puede saber hasta el final

hasta que la madera

se parta, alguien

me dijo que mi abuelo era tan alto

no entraba en el cajón ¿es verdad?

¿importa ahora, acá, eso?

el libro que no pude terminar, los golpes

de la obra en construcción, los hachazos

¿eran hachazos o eran martillazos?

Precisión: los clavos

se van hundiendo, la cabeza

todavía en la almohada y esas cabezas

rugosas de los clavos, para que no se deslice

el martillo ¿cómo se llega hasta ahí?

Dejar que las cosas

se deslicen un poco: aparecer en otra parte

crece sobre nuestras cabezas el humo del incendio

estamos en la playa, el cielo partido

negro, celeste, y nosotros

tirados en la playa, solos, dos

cómo es

que de repente se juntan

un pájaro levanta vuelo, se suelta

la cara de Faulkner parece mirarnos

el libro boca abajo a un costado

abierto en dos, arena entre las hojas

As I lay dying

las letras negras del título

¿cómo se traduciría?

El negro del humo avanza y nos cuesta

dejar de mirar el mar.

Seguimos ahí pero ya nos fuimos.

Ya guardé el libro en la mochila,

nos sacudimos la arena del cuerpo

una aspereza agradable. Seguimos ahí

pero ya nos fuimos, llegamos al cemento que separa

la playa de la calle, y el auto

es un fondo de arena, nos vamos

de ese incendio, de la ciudad

es suave la autopista

¿y los golpes, los hachazos?

Recuesto el asiento

As I lay, lo que se acaba

es el día, un día

cierro los ojos: la playa, el agua de la orilla

la suavidad del musgo que recubre una piedra

¿y los clavos? ¿las cabezas rugosas?

Un martillo que igual se desliza, nos deslizamos

la ruta adormece, nos va llevando

esa ilusión de permanencia que da

cierta velocidad

y lo que la entrecorta

el golpeteo de un papel pegado al parabrisas o el aleteo

de un pájaro alerta al cielo partido.

Si no son hachazos, es una obra en construcción

o la pura insistencia: el mar

la arena que se me va del cuerpo ahora

cuando me despertás

¿Seguimos ahí?

 

 

Silvina López Medin. Poeta, dramaturga y traductora argentina. Es autora de los poemarios La noche de los bueyes (1999), Esa sal en la lengua para decir manglar (2014) y 62 brazadas (2015). Sus obras de teatro incluyen la pieza Exactamente bajo el sol (2008). Tradujo al español, junto con la poeta Mirta Rosenberg, el libro Eros the Bittersweet (2015) de la poeta canadiense Anne Carson.