Desayuno (en VillAna, 27 de marzo)

Soleida Ríos

 

(texto plagiario para Charo Guerra)

 

El tigre de Metal, decoroso anfitrión, coloca un bello ikebana sobre la mesa, se estira y abre la gran ventana que ofrece como regalo un vívido paisaje: la gran muralla, un minarete, cirros aquí y allá… y un vientecito animador.

Ahora ya todo es natural —dice el Tigre y ocupa su alta silla.

El tigre de Agua, untado de olorosa vaselina, hiende dos o tres veces con las diez uñas la masa rojiza de su pelo, hasta apresarlo todo, arriba, con un broche sonoro. Trac. La sacudida de su cabeza dice mucho, y más, si después va y prende la radio moviendo el dial del este hacia el oeste y viceversa y luego se tuerce un poco para mirar atrás.

Al Calvo una vez tuve deseos de asesinarlo… —dice— Pero también al Bueno y al Totí que habla por la televisión.

El tigre de Metal (con cierta solemnidad, declara): …Una pausa… para que cada quien se reconcilie… (y, mientras, distribuye pozuelos, platos y otros utensilios de delicada y curiosa elaboración. Concluye): Es preciso tener adonde ir.

Otro tigre de Agua (con impaciencia o nerviosidad, cruza y descruza las piernas, hace sonar las botas contra el piso): Estuve un día entero, con su noche, en el Castillo de Averoff…

El de Agua (mirando a uno y otro): Desde ayer… cargo con mis dos corazones ¿Un pie se me acoquina?, le digo “oye, empínate…”

El tigre de Madera (que permanece con una mano dentro de la otra y las dos sobre la mesa, habla para sí mismo y se traga las palabras):

Caído…, típico lemuriano del gran continente desaparecido… ¿dónde me voy a reintegrar? (con esfuerzo evidente alza ligeramente la cabeza, levanta la mirada). ”Alma de Cristo, santifícame…”

El de Agua (movilizándose por toda la estancia, remedando pasillos y torpes bailoteos, busca y encuentra un acordeón, se zarandea y canta operísticamente):

…La flema… la flema… la fleeeeemaaaaaa… (florea con largura acompañándose del instrumento y concluye, sin aire, en golpes secos)… Color, esencia y espesor…

El otro de Agua (con marcada irritación, gaguea):

¡Quí-ten-la…! apaguen esa música (se tapa los oídos con las palmas abiertas, niega, mira sobresaltado a un lado y otro, y hacia atrás)…

Yo, ¿cabeza abajo?, Yo, ¿El Colgado?, Yo ¿El Loco?, ¿El Tonto…? (señala con dedo, acusador). Tú sí no sabes nada (hace como si fuera a levantarse o se arrepiente a medias)…

Yo, El Que No Sabe Nada, sé: detrás de mí hay un espacio infinitamente grande donde ya yo no estoy. Y delante de este pie que siempre miras con recelo hay un espacio infinitamente grande donde todavía no estoy…

El de Madera (continúa su rezo mirando beatíficamente el cielorraso): …Cuerpo de Cristo, sálvame… Sangre de Cristo, embriágame… Agua del costado de Cristo, lávame…

El otro de Agua (ahora con los brazos caídos): necesito bacteria donde destaque el negro, botas con garantía y sello de virilidad (cobrando nuevo impulso, hace bocina con las dos manos para gritar)… ¡Necesito curriculum vitae…!

El tigre de Agua (con gran concentración, escupe sus diez uñas, una por una, junta en dos círculos perfectos las puntas de los dedos, y haciendo un lento movimiento circular los acerca a la boca, soplando una o dos veces):

Primero, afilar; segundo, dar brillo…; tercero (se queda mudo o perdido, luego recapacita y afila y da brillo, frotando enérgicamente las uñas contra las flores del mantel)…

El de Madera (la mirada fija en el cielorraso o en un punto impreciso, da inicio a una nueva letanía):

Espejo de Justicia, Trono de Sabiduría, Vaso Espiritual, Vaso de Honor, Vaso Insigne de Devoción (enmudece de pronto y se vuelve. Hace el gesto de oír y repite palabras que pronuncia con esmero y delectación)… Tres, Madera, Dragón verde… Es el tendel, lo blanco, es lo alto, progreso y retirada, lo indeciso, el olor… Fluir hacia la propia forma en el Cielo Posterior…

El otro de Agua (enfático, hacia su derecha): Pero oye… ¡Estuve un día entero con su noche…! Es allí donde voy a encontrarme con los muertos. Allí, se sabe (levanta ligeramente y tuerce ambos brazos), el Castillo de Averoff.

Dígole, ¿qué, Ángel, cómo marcha la cosa?

“Mejor que cortes por lo sano…”, me dice. “Mejor será que desayunes en paz, si es que te dejan”.

Le insisto: pero dime, dime…

Contesta…” Tal como se vive bajo la vigilancia del Desastre: expuesto. O, de lo contrario… (me pregunta), ¿estás apto para morir?”

“Oye, mano (dice), una repetición no religiosa, sin pesar ni nostalgia… No tenemos acceso, pero el afuera siempre nos ha tocado ya la cabeza, siendo lo que se precipita. Él, el Desastre, vuelve siempre de después, regresa sigilosamente, no estraga, no disimula. El disimulo es un Efecto. Pero, óyeme, Él es El Don…”

Saliendo de su ensimismamiento, el tigre se sacude dando palmadas en los costados de sus duros pantalones, se le oiría decir como atontado:

—Pero… Asere, ¿¡entonces no hemos hablado nada…!?

El tigre de Madera (trémulo, eleva las manos unidas hacia el cielorraso, afirma la voz, ahora pletórica de gracia y emoción, recita):

Sea en mí la Visión como lo fue en El Taumaturgo…, Padre del Verbo Viviente, de la Sabiduría Subsistente, del Poder y de la Imagen Eterna, Engendrador Perfecto del Perfecto Engendrado, Único del Único, Figura e Imagen de la Divinidad, Invisible del Invisible, Incorruptible del Incorruptible, Inmortal del Inmortal, Eterno del Eterno, Imagen del Hijo, Imagen Perfecta del Perfecto, Causa de los vivientes…

El de Metal (que ha permanecido con un libro abierto y en virtual duermevela, abandona su parsimonia, tira el libro lejos de sí, dice con voz cortada): Sí, tíralo, ¿a quién podía ocurrírsele? Piedra nefrítica, no. La oscuridad superlativa… Tierra negra…

(Con leve interrupción dice otra voz del Tigre, ripostando): ¡¡Nutricia!! (y continúa). Únicamente forma y ornamento… Tela negra. Toda la oscuridad…

(Después de un estudiado silencio se responde con otra voz y como mirando desde otro ángulo): El día y la noche, como el Cielo y la Tierra, se excitan mutuamente… Es el Sentido (concluye y se levanta presto a recoger el libro):

(Con el libro entre las manos, un brusco cambio de ánimo, exaltadísimo): ¿Sentido?, ¿Comprensión?, ¿Conocimiento…? (Serenándose poco a poco, retoma su discurso):

…Ni del Desastre ni de la Redención. ¿Qué más te da si vas a consentir? Ninguna otra cosa podrás hacer que consentir, callarte, tragarte tu flemita cochina haciendo ver que suspirabas… (hace una pausa breve, como reafirmándose, continúa): Yerba mala. Conque esperando, ¿no? Y ahora también ese Maurice Blanchot…

(Abre el libro, se lo pega con violencia a los ojos, ordena): Lee. (saca los lentes, lee): El Desastre cuida de todo… (se interrumpe) ¡No me digas…! (continúa). El Desastre: no el pensamiento vuelto loco, ni tal vez siquiera el pensamiento…

El Tigre, que en el fervor de su discurso se ha levantado varias veces, da una última caminada y se sienta a la mesa. Dice:

Nada de nada. Quieres iluminarte. Estás perdido, estás dulcemente perdido. Aquí, ahora, lo que importa es el Accidente…

(Continúa, se acomoda): ¿Entonces? Vas al teatro, te sientas, te arrellanas… en la butaca que alguien, también por accidente, te cedió y, como luce fea y dura La Zaranda, ¡paticas pa` qué te tengo…! Irse… (da muestras de impaciencia, roza con el pulgar de lado a lado el labio superior, repite el gesto, vuelve). Antes te hubieras ido. Antes de irte te hubieras ido ya. ¡Bruto! Escupe, Tigre, escupe…

(Se vira de lado, tose, escupe. Continúa): ¿Quién te dijo que puedes encontrar paz, sosiego…, pero además Sentido…? Nada. Vete (se reacomoda, golpea sin violencia la mesa).

Una pausa larga, excesiva. Gran tensión en el aire.

El tigre de Metal pregunta…, se pregunta con gesto característico de la mano y un movimiento que al parecer lo acerca a la concurrencia:

¿Qué es lo que dice ese otro Tigre?… (Se ufana) ¡Ahhhh! (a sí mismo), cree que estás solo o loco como él… (virándose repentinamente hacia el Tigre de Agua) ¿Cómo dijiste ayer que era el colorcito de la flema?

El tigre de Agua (complacido, gustoso): Verde retoño o un amarillo intenso… (medita y añade): A veces puntos rojos… para la perfección.

El de Madera (con asco): Todo eso hiede…

El tigre de Agua (levantándose entusiasmado, abraza por los hombros al flaco Tigre de Madera): Ah, Tigre perfeccionista…, más que yo (pero recapacita) ¿O es que te asquean esos lindos fluidos?

El tigre de Madera: (zafándose, defensivo, pero con extrema debilidad): Hiede… hiede…

El tigre de Metal se inclina hacia el centro de la mesa, corta una rama al azar, desgrana las verdes hojas con minuciosidad en cada uno de los platos.

El otro tigre de Agua (mirada inquisitiva, acercando discretamente el plato, desconfiado): ¿Nada tiene peciolo?

El tigre de Metal (dulce, pero cortante): Nada.

El de Agua (huele y sopla el contenido de su plato, entusiasmado): ¡Empecemos!

El tigre de Madera (como trabado): Hiede… Hiede… Luego recita:

Tigre tigre

que ardes

brillantemente

en las selvas de la noche…

El tigre de Agua (impaciente, al de Madera): Deja eso atrás (se relame): ¡Empecemos!, ¡empecemos…!

El otro de Agua (insistente, inquisitivo): ¿Y nada tiene esporas…?

El Tigre de Metal (ocultando la molestia): Nada.

¡Pues mastiquemos ya! (dice el Tigre de Agua).

¡Mastiquemos…! (repiten).

Mastiquemos pero con rigor (insiste, con dureza el otro tigre de Agua).

El Tigre de Agua (con creciente malestar): Tengo los dientes negros de masticar con gracia…

El Tigre de Madera (como saliendo de sí mismo, resuelto, mirada en redondo): ¿Aplicamos el SIU…?

Extrañeza y, de inmediato, asentimiento general.

El otro Tigre de Agua (alza sus dos hermosos palillos afiligranados, deshace el gesto y los retorna al plato): Ahora el dilema…, el quid: ¿Quién de nosotros NARRA?

¿¡Quién y cómo!?

 

Soleida Ríos. Autora cubana. Ha publicado, entre otros textos: Fuga (2004), Secadero (2009), Escritos al revés (2009), Aquí pongamos un silencio (2010), Antes del mediodía. Memoria del sueño (2011) y Estrías (2013). Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén y Premio de la Crítica Literaria, bajo el auspicio del Instituto Cubano del Libro conduce desde La Habana los espacios interactivos Café Dulce y Café Bar Emiliana.