Arrojamos cadáveres al mar y otros poemas

Enrique Bruce
 

 

Arrojamos cadáveres al mar

 

En ciertas tardes, arrojamos cadáveres al mar.

Desde los acantilados,

les avisamos a los cadáveres, en un tono tranquilo, de los colores que la tarde ha previsto para ellos, e investidos de caída, de vacío, ellos aprenden a negociar con el mar su propia historia (Y su propia historia, no una impuesta con los años, sino una suya musitada en las muchas noches).

 

Al borde del acantilado, acomodamos sus cuerpos para la caída. Cruzamos sus brazos sobre sus pechos, cerramos sus bocas, imitamos la postura del sueño para esos cuerpos extenuados de vida;

libres ahora de las palabras que los mantenían lejos de nosotros, libres ahora de los senderos propuestos, les proponemos nosotros una vastedad sin rezo (Nunca rezamos en las tardes de los cuerpos y el vacío).

 

Tienen que aprender de vastedad: en los breves segundos que toma el cuerpo en llegar hasta el golpe violento con la superficie marina, ellos ya intuyen la vastedad del agua en la vastedad del aire.

 

En el agua se negocia una nueva identidad. Se licuifican, se disuelven las fronteras de la vida interior y la exterior de sus cuerpos. Su animalidad se despierta y se somete a la vez, a los imperativos del plancton y la bacteria. El pico del ave y la boca del pez no conforman más una pesadilla porque las pesadillas pertenecen al mundo de los vivos. Ellos son ahora el ave y son ahora el pez, y más decididamente, son el pico y son el diente que avalan la vastedad del agua y la vastedad del grito tierra adentro, más allá de los acantilados, grito que ellos ya no pueden escuchar.

 
 

Las otras olas

 

Hay olas que recorren travesías largas, muy lejos de otras olas.

Travesías largas que dejan atrás novelas de viajes y bitácoras, e innumerables rostros en los espejos rotos de la espuma.

 

En ciertas latitudes, se pueden ver sus formas negras recortadas contra el horizonte.

A veces, irrumpen en costas impensadas y retumban en vidas paralelas a las nuestras.

 

Sus crestas suelen estrellarse en estertores vagos confundiendo albuferas y el cloqueo insomne de los muelles.

 

No en pocas ocasiones, se arremolinan en una calma chicha y al primer relámpago en medio de la tormenta, cuando los marineros alzan la mirada, emergen como cetáceos cristalinos, solo para volver a sumergirse.

 

Nadie las ve.

Es agua que esconde el agua.

 

Hay quienes afirman que su resaca puede escucharse en las caracolas que los niños acercan a las orejas, pero ello no suele ser más que el rumor de padres apresurados. Algunos adolescentes, en la hora incierta de la fogata, del rasgar de guitarras y de los besos, afirman que el rezo de los cantos rodados de orillas escondidas no corresponde al de otros litorales. Pero es de fogata, pero es de guitarras, pero es de besos: La juventud siempre está a deshora para calibrar con lucidez criaturas que acechan en la negrura.

 

No hay una prueba contundente de ellas en las playas conocidas. En alguna otra playa o en algún recuerdo, las otras olas ensayan heridas, islas abruptas, o le dan un sentido inequívoco al vuelo en picada de un ave.

 

Solo un indicio se ha encontrado en un silencio de aquellos: Si son ellas una sola gran ola en la que asciende el asombro de ser solo nosotros.

 


 

El espacio que el amor dispensa

 

Pienso en el amor

y en el espacio que el amor me dispensa.

 

Pienso en el amor que sirve de lumbre en las casas,

y en el espacio entre una y otra que aquel me dispensa.

 

Pienso en la acera opuesta, en el retiro de las casas frente a esa acera

y en el espacio que insiste en dar de sí.

 

A punto de cruzar la pista, imagino una ciudad

y un gran río atravesándola.

 

Imagino los barcos que cruzan su desembocadura, el mar abierto que espera el transporte de mercancías y de personas hacia otras costas. Imagino el espacio entre esas costas y el amor multiplicado en mercados y plazas, en las aceras opuestas, en las casas y sus retiros, tierra adentro.

 

En mi imaginación, me propongo la misión, más bien modesta, de cruzar la pista para llegar a la otra acera, sin importar el retiro de una casa y de otra casa.

 

El amor no muere, me digo, solo migra. Y lo que cuenta es el espacio entre ese amor ya en otro lugar y el nosotros en esta acera o en esta costa.

 
 

Hijo

 

Me decías hola, y yo te prometía el aire y la luz que rodearía tu brazo alzado.

 

Cuando quería proponerte un amor humano alto como un mástil,

imaginaba un mar que permitiría que llegaras a mí, que siempre llegaras a mí (porque sabía que tu brazo alzado emulaba el futuro adiós en las cubiertas de todos los navíos).

 

Dada la posibilidad de tu travesía, te propuse un amor de tierra firme, una orilla que anunciaría el país de tus huellas y las mías. En mi ansiedad, hice de cada día de nosotros dos un puerto, un punto fijo en la marejada de los años por venir, pero nunca supe que en el puerto más sólido hecho por mí, precisamente, arribaría la sombra del gran barco que te llevaría lejos

 

(Maldije la eficacia del mejor de mis sueños).

 

Peligrosa fue tu figura que amé. Te decía al mirarte, un cielo y un mar, te decía una serie de criaturas que chapuzarían contigo y te deleitarían. Te decía tantas cosas e invoqué (sí, mi chiquitín, sin querer queriendo) el mundo que te llevaría lejos de mí.

 

Han pasado tus holas (sí, holas como olas, mi chiquitín).

 

No digo nada ahora. Me contengo. Espero fuerte, fuerte a que llegues algún día a la tierra firme de tus huellas y las mías; espero que haya habido una falla en mis decires, una criatura fantástica mal formada, algo, una omisión en las historias que te narraba. Cualquier error que permita que vuelvas a mí, a la tierra firme donde prometo no contarte más nunca nada.

 

 
 

Enrique Bruce. Autor peruano. Ha publicado el libro de cuentos Ángeles en las puertas de Brandemburgo (1994) y en poesía y prosa poética: Puerto (1992) y Jardines (2013), además del ensayo Madre y muerta inmortal: género, poética y política desde los textos de César Vallejo (2014). Se doctoró en Literaturas Hispano y Luso Brasileras en el Graduate Center de CUNY. Actualmente reside en Lima.