La jaula de los espejos (fragmentos)

Balam Rodrigo

 

 

Diane Arbus, New York (Allan Arbus, 1953)

 

 

1.

a) “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave” prefiguró Vallejo en Trujillo al escribir Espergesia. Sin embargo, los seres fotografiados por Diane Arbus nacieron cuando Él dormía en su hamaca celestial y soñaba que Diane fotografiaba a César Vallejo —ese monstruo— mientras caminaba desnudo por las calles de Nueva York cargando un letrero negro en letras blancas donde aún puede leerse: La belleza enfermó de poesía el día que Diane Arbus decidió fotografiarla.

b) Abre los obturadores de sus ojos mientras camina por las calles de Nueva York, y cada vez que parpadea, fotografía parvadas de ángeles enanos que atestan los cables y las líneas invisibles dibujadas por el cuchillo de sus córneas en la inédita página del cielo.

c) Dios reía cuando nacieron los monstruos fotografiados por Diane Arbus.

 

 

Identical twins, New York (Diane Arbus, 1967)

 

2.

a) Diane dispara guijarros de asombro a las aguas muertas de un espejo de papel. En él se reflejan las mellizas que llevan por ojos líquidas monedas de mar: una de ellas ríe; la otra piensa en las manos de Diane como quien sueña un par de alas desplumadas y vacías. Doble es el dolor, el filo de las tijeras que cortan la lengua de los pájaros, la vasta carne de los amantes, las orillas del mar.

b) Una de las mellizas tiene el corazón de arena. En el pecho de la otra late una sílaba de agua: hacha de sed, amarga campana de sal. Hermana del viento, la poesía es gemela de la sangre: una de tales mellizas es Diane; otra la muerte. Ambas ríen.

c) Gemelas del silencio, Diane Arbus y la poesía nos cortan las venas con el doble filo de una fotografía.1

 

 

A Jewish giant at home with his parents in the Bronx, New York (Diane Arbus, 1970)

 

4.

a) Ahora David es el gigante. No hay filisteos rodeando los muros de Israel, pero el ejército de los ojos ha sitiado los cuatro muros de su pequeña Jerusalem. Goliat es la cámara y su párpado minúsculo. Basta con mover la honda de las pupilas y lanzar un guijarro de luz para que caiga el gigante sin guedejas y se quiebre sin escudo, sin espada. Pero este David es más bello y más vasto que todo el desierto del Neguev. Su voz de niño es el trino roto de un petirrojo que muere de frío acurrucado en los agrietados muros de Meguiddó. No hay filisteos aquí, pero ¿quiénes somos nosotros mirando al gigante David, al que danza con el pequeño corazón desnudo, inmóvil?

b) Huyen del corazón, filisteas e incircuncisas, las palabras. Decir sin ellas: David es un gigante acromegálico; quizá Goliat también. Sombra de rubias guedejas sobre la arena del desierto, filos de noche sobre la lengua como dagas de sal. Del vado de su cuerpo toma David cinco palabras; brillan en su mano, muertas como cantos rodados vencidos por la sangre: pesan menos que la luz. Circuncisos de corazón y ojos, arrojamos un grito de piedra hacia el cielo raso del papel, decapitamos cabezas con la lengua de Goliat. Mastines que muerden la alfombra roída, desenvainamos la imagen reflejada en la lente y leemos en ella las gotas de silencio que caen desde la boca de David. Detrás de las ventanas balan corderos: rumian estrellas, oyen gemir al mar en el desierto.

c) El ejército del asombro ha decapitado al gigante del miedo, ese Goliat que derribó Diane con solo lanzar una cornea de plata al monstruo del corazón.2

 

 

Untitled (1) (Diane Arbus, 1970-71)

 

6.

a) Toda belleza es monstruosa, aunque no hay más monstruo que el corazón. Toda fotografía de Diane es un juguete poético, un fragmento de la eternidad, rescoldo de una pira sagrada cuya brasa termina por devorarnos el alma.

b) Ella lo sabía mejor que nadie. Sus fotos nos revelan que no existe la fealdad. Es otra la belleza: lengua de espejo con su negro envés. Si Diane tomaba una fotografía de dos ángeles, del otro lado del papel podíamos admirar la muchedumbre de su espalda, la nuca como un hacha partiendo en sombras la luz. El corazón no late, obtura ruidos de parvada. Sangre adentro, fotografía adentro, aletea.

c) Todos somos monstruos, lo normal no existe: ilegible anagrama de la belleza —endriago ebrio—, somos perfectos gemelos del horror.3

 

 

Two boys smoking in Central Park, New York (Diane Arbus, 1962)

 

9.

a) Ícaros de asfalto con largas alas tatuadas en la espalda. Remos que sirven para navegar contra el muerto mar de la muchedumbre en las calles, para aferrarnos al vacío y sacudirnos el polvo de luz que muerde nuestras vértebras. Aletear nos permite separarnos del cuerpo, caer en el vértigo del sueño y reflejarnos en un aparador de la Quinta Avenida donde dos niños dibujan con crayolas de fuego un par de alas en la espalda del maniquí que lleva entre las manos una fotografía del sol tomada por Diane. El brillo del sol que mana de la fotografía no derrite nuestras alas, sino los falsos ojos nuestros. Diane se acerca y coloca dos fotografías en las cuencas vacías: en la derecha, hunde la imagen de una alta luna muerta; en la izquierda, clava un retrato del mar entrando en silencio por las piernas abiertas de un libro de arena.

b) Ícaros con los ojos derretidos, no tenemos alas sino dos fotografías del cielo clavadas en la espalda. Diane fuma en Central Park y es Dédalo apagando la brasa de su lente encendida en nuestros ojos.

 

 

Mexican dwarf in his hotel room in New York (Diane Arbus, 1970)

 

11.

 

Nieve se trueca;

Su sangre, pues, anima

Mis flacas venas:

¡Con su gozo mi sangre

Se hincha, o se seca!

Para un príncipe enano

Se hace esta fiesta.

José Martí

 

a) El aire golpea las ventanas del cuarto como el tambor del corazón mordido por la rabia del mar. Un pedazo de cedro en el bolsillo para recordar el olor del trópico, los muslos morenos de las muchachas en la playa, el color del salitre avanzando por los muros del puerto de Veracruz como la sangre de toros de lidia tiñendo las piedras de Tlacotalpan. Aquí no hay palmeras ni arena, solo nieve y sed entre la sangre. Un machetazo de vodka me parte la garganta, calienta mi pecho y ahuyenta mi sombra. Afuera luna rota, cielo en estrellas de rojo vidrio, nubes resquebrajadas. A veinte pisos de altura, mientras los barcos aúllan a la noche como perros sarnosos en los muelles, ella me abrasa tres veces con la lumbre de su carne desnuda.

b) Diane me trajo un panamá de fieltro, una botella de ron, cigarrillos de tabaco negro y un beso para la fiebre. Tomados de la sombra, salimos del hotel y vagamos por las calles resollando silencio como bestias de humo. En las aceras deambulan ejércitos insomnes, gatos y palomas de hollín, adolescentes que escriben fuego de jeringuillas en el sucio cuaderno de sus brazos, antiguas matronas maquilladas por la muerte, rancios caballeros vestidos con trajes de orín y corbatas de mugre. Canto en voz alta “Dios nunca muere” y las paredes me devuelven el eco y su lenguaje de asfalto. Bajo el imperio de su cámara y atado al yugo de su carne, soy un príncipe enano investido con una corona y un manto de nieve. (A lo lejos se escuchan los primeros ladridos de la luz. Amanece. Brilla en el cielo una estrella negra).

c) Pienso en la espalda de Diane y un relámpago de cedro atraviesa mi lengua.

d) Enanos entre los rascacielos de Nueva York, somos insignificantes bufones actuando un efímero y burdo papel en la eterna puesta en escena del teatro guiñol de la vida con un único y gigante libreto: el dolor.

 

 

Jorge Luis Borges, Central Park, New York (Diane Arbus, 1969)

 

13.

a) Solo los ciegos sueñan con el sol. Sueñan en negativo, de ahí que el sol de sus visiones derrame siempre una luz negra. Y en el reino de la Gran Manzana, donde la inmensa muchedumbre tiene ciego el corazón, Diane Arbus —la gran tuerta del ojo mecánico— es la reina. Ella sueña también con el sol, ese gran sexo abierto y goteante ahogado en el cielo. Borges soñó con el mismo sol, un sol decapitado que derramaba la dura luz de su cuello en chorros de sílabas infinitas: guiños de un Aleph innombrable.

b) El iris alanceado por los cuervos de plata de la fotografía: Diane y su largo graznido de luz.

c) Lenguas de nieve lamen el corazón y lo incendian a la hora en que oscuros gallos o negros álamos decapitan a la luna con sus ramas o crestas, olas de mar en llamas, parvadas de oro rojo, báculo de sangre yugular en que se apoya Borges frente a la cámara

d) Cría ojos verdaderos y te sacarán los cuervos del corazón.

 
 

1 Diane Arbus nació en Nueva York en 1923. Trabajó en campañas publicitarias y de moda para revistas como Vogue y Harper’s Bazaar. Estudió fotografía con Lisette Model, quien la alentó a concentrarse en la fotografía personal y en el realismo crudo.

2 Los retratos de Diane Arbus son característicos por los personajes que fotografiaba. Su obra está influida por la película Freaks. La parada de los monstruos y por el libro Alicia a través del espejo. “Freaks han sido lo que más he fotografiado”, dijo alguna vez.

3 Diane documentó fotográficamente manicomios, campos nudistas, “freaks”, personas discapacitadas (los apartados del “sueño americano”), “anormales” y cocteles de la alta sociedad neoyorkina. Lo que deja entrever el inexacto mensaje de la “perfección” física capitalista.

 

 

 

Balam Rodrigo. Exfutbolista, biólogo y escritor mexicano. Autor, entre otros libros de poesía, de Braille para sordos (2013), El órgano inextirpable del sueño (2015), El corazón es una jaula de relámpagos (2015), Bardo. Pequeña antología (2016), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles) (2016), Marabunta (2017) y Libro centroamericano de los muertos (2018). Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.