Volumen de hechizos

Pedro Larrea

 

 

Se me han acabado las cinco monedas que recogí en el parque del insomnio

tras la muerte de mi corazón.

La primera la gasté en un traje que se me rasgó al doblar aquella esquina en el infierno.

La segunda la perdí mientras seguía el curso implacable de la constelación de Libra.

La tercera se la negué a un mendigo. Yo creía que el vino era superfluo en días glaciales

y la malgasté comprando una violeta que nadie me aceptó.

La cuarta la arrojé a la alcantarilla en que solía detenerme a recordar

que ya no puedo recordar aquellas manzanas azules de las islas afortunadas.

Pero la quinta moneda, quizá perdida también, sirvió al menos para comprar

este viejo volumen de hechizos

en que espero aprender el conjuro del pan antes de morirme de hambre y de vergüenza.

 

 

1

 

Vengo de una ciudad

donde se mojan los cruasanes en el agua de los charcos.

Allí se juega a la ruleta inca

y se trizan los deseos con la sombra de un alfanje.

Allí quedan los que no quedan

por venir, con sus ineficaces sortilegios de otra edad más clara.

 

Vengo de donde viene el pescador

que llora en la lonja por lo que ya era suyo.

Viniera de otra parte, y no me conocierais

más que por estas botas que calzan los estibadores.

En el lugar del que vengo las redes se tejen con topacios

porque se come de lo que cae prisionero en ellas y eso es honorable.

 

Leo aquí los periódicos que no llegan a la ciudad de donde vengo

y me doy cuenta de lo cerca que se vive de no existir.

Compro carnes que son nuevas para mi paladar

y descubro que nunca estuve tan a punto de morir de inanición.

Vengo aquí y no acabo de comprender por qué hay que comprender

lo que no se conoce, en lugar de volver adonde se puede hablar sin miedo.

 

Vengo de aquella ciudad y he olvidado la brújula junto a la llama.

Vengo de aquella ciudad y no recuerdo por dónde vine.

Vengo de la ciudad donde se mojan los cruasanes en el agua de los charcos

porque se ponen tiernos con el agua dulce

y porque en aquella ciudad el cangrejo merece,

como en la astrología, sacerdotisas, templos y futuro.

 

 

23

 

Aquí crece el bambú que comería el búfalo si quisiera morir.

En el fondo de este pantano yacen osamentas que no merecen compañía.

El imán definitivo atrae los últimos átomos atónitos

y condena fémures cariados por la soledad y el clima.

Este paisaje huele a frío y sabe a frío y si se empuña estalla

y no puede ignorarse porque el corazón está en su juego ignominioso.

 

Cómo será el final. Ni biblioteca ni músculo. El final,

la gigantesca diáspora a una tierra lateral donde se corta el vértigo

y el ser se rebaja a la docilidad de la que el toro reniega en vida.

Hablaba de un paisaje. No. Es una raspa de pescado, un costillar

de cerdo en sacrificio, un armazón de gaviota en taller.

Querría abortar la danza, pero es mi propia boca y su papiroflexia.

 

Hay que enseñar al hígado a seguir, a sufrir el saqueo

y enfrentarse sin metralleta al rostro bifronte, a las tropas

que desembarcan del acorazado cuya ruta se intuye por el rastro

de manillas que suelta su amenaza: esta armada viene para sobrevivir.

Estirpes enteras han capitulado. Estirpes enteras entre los escombros.

Qué queda sino tragar el jabón que nos lima las células sin dolor y con daño.

 

No está todo perdido. Podemos elegir mascar rubíes en vez de muérdago.

Podemos bajar al cobre o subir al albatros y la voz que lo cuenta

apenas cambia de altura porque siempre está al nivel del que sabe escuchar.

Hasta en la derrota existe una certeza: desde muy alto nos envidian.

No es nuestra alianza con el que vence sino con el que espera

el dulce pasaje al país deshelado y quizá merecido con todo el recuerdo.

 

 

24

 

Llueven teléfonos. Calan palabras. Sajan mensajes y orejas.

Dono a una nube mi noche con lágrima y el enemigo la reta

siempre intentando implantar dictaduras. Hay quien saquea mis máscaras.

Un momento. Un momento. Se han fundido los plomos. La luz era este lujo

de extrañarla. Un momento. Me quedo sin contactos, sin batería. Duele.

Tengo mucho que contar, pero me falta la queja y la informática prohibidas.

 

Me atrevo al papel de lija por la mañana, al de plata por la tarde.

Todo se basa en su envoltorio o en su fricción. No menos las estrellas

inalámbricas que penden de enramadas y balcones y propagan energía de regalo.

Lo que me sobra es necesario en las regiones sin biombo ni títere ni albahaca.

Lo que me falta es el postre de un robot acostumbrado a directrices oscuras

que para él programó un contorsionista por amor a la rigidez de los demás.

 

Algunos muchachos abren bazares y venden radios. Algunos ancianos cierran

relojerías con mundo. Toda la tecnología se desfasa entre las muelas

del día común, que ignoro por el día que conozco por el tacto y que no llega.

Porque voy a morir pero, mientras, distingo nuevos labios con los labios viejos.

Porque voy a vivir y, entre tanto, recuerdo viejos labios con los labios nuevos.

Nada podría apartarme del teclado y su código de clavos sobre el beso.

 

Esos androides que fuman cobre conocen mi aversión a los resultados.

Negocio con ellos cuando necesito recambios para mi altímetro

y pasan por alto los delitos que cometo no sin ganas de comprender

tanto cable, tanta pantalla, los dígitos que marcan el alfa y el omega cotidianos.

Voy a desprenderme de ecuaciones, voy a agotarme fórmula tras fórmula

y no habré tolerado menor agresión que la boca ni epidemia menor que el grito.

 

 

 

 

25

 

Cebolla. Petróleo. El hambre y la energía abrazándose.

Sin forzarlo. Sin pretenderlo. Dejándose dormir los filos.

Soy pobre cuando muerdo. Soy rico cuando trago. Animal siempre

que no conoce el pozo de vino ni la conserva en escabeche

sino por las sobras que los otros descartan como alimento distintivo

y de ahí horneo barcos y cultivo especias que dejan débil la mandíbula.

 

Soy la fe entre dos casualidades necesarias. Tengo

lo que no tengo más que en forma de apetencia roja e irredimible.

Una pizca es cantidad muy razonable si se trata de vivir sediento

en tierra ácida de dulce nadie donde quitarse el frío a tragos calientes.

Soy lo que soy y lo que quiero ser sin sueño. Soy lo que seré dormido. Soy

el combustible que separa el agua de la botella, el constructor de la destrucción.

 

Este ser frontera entre vacíos me conmina a practicar un sortilegio:

altero en mí lo que está fijado por las otras vidas en un intento duro

de establecer la democracia de la esfera donde solo había parrillas y pirámides.

Como la papiroflexia propala bosques y entrega el fuego a la universidad

así se construyen túneles de cuatro carriles en el tiempo para ir y volver

y terminar por ir sin volver y enmarcar el diploma de la agonía.

 

Hace días que se formó el planeta y ya gira en busca de sonido.

La quietud es una pretensión. El silencio un mito. Mis manos música

bajo lluvia de cuásar que deja obsoletas baraja y cartografía.

Ojalá la dentadura fuera orquesta y no tan solo restaurante prohibitivo.

Poco queda por cambiar. Poco quiere dejar de ser para no ser lo mismo.

Poco sé que no aprendiese cuando hablar era un menú y mi estómago una arenga.

 

 

33

 

Me asusta lo que viene porque no sabré si lo deseo sino cuando sea

demasiado tarde y tenga que olvidar colores que importaban encendidos.

Un poco de pintura blanca borra errores, pero deja atónito al recuerdo

e inútil al pincel capaz de restañar la herida que prefiere poda en vez de apéndice.

No somos importantes, nos lo hace lo que deseamos en la oscuridad,

el zafiro que robamos del museo que albergaba nuestra momia.

 

Lo que quiero sin querer tener es surtidor en que reposta mi alta identidad.

Todos los días son esporádicos y acuñan balas para el asedio contra mañana

que planifico desde el sótano en que ayer la munición quedó obsoleta.

Lo que no quiero teniendo llegará muy tarde a ser lejía para mi bañera.

Ningún ayer merece indulto sin hacer mejoras en el ático en que baila

una pareja de amantes que no conocieron el ritmo acorchado de todo el mañana.

 

Que quepa todo o quede fuera todo no depende de una sola tarde al sol.

El recuerdo no es alivio sino posibilidad frustrada. Toda mi memoria

pudo ser el preludio de un toque de queda abolido por la libertad.

El tiempo es el pasado, el no venido vida, y el de ahora un barrendero

que trabaja en la ciudad bombardeada y victoriosa en sus escombros.

Me cabe todo en cajas, pero no las necesito sino para calcular lo que he ganado.

 

No pido nada que no quiera darme una tregua de azar para tanto que falta.

Lo que me viene lo busco entre cosas que nunca cupieron en grandes bolsillos.

Lo que me vino no permanece más que lo justo sobre los dedos que lo recuerdan.

Lo que vendrá es polución del deseo y saber que si dura es semilla al revés.

Podría renunciar y sí renunciaría si pudiera ver detrás del artilugio

que poco ordena y mucho destituye porque nadie escucha sangre propia en pulso ajeno.

 

 

37

 

¿Qué soy si no seré ni fui? No tengo miedo de mi propia carne

ni de que vaya a corromperse tarde ni de que fuera a contenerme pronto.

Todo tuvo consecuencia porque nada la tendrá después de la justicia

que llega a los huesos calientes y fríos de ayer y mañana y avanza

hoy porque viene de todo y dirige sus pasos a todo y así todavía

se queda sin llegar. Vivir es no saber marcharse, pero hacerlo.

 

Hay que hacerlo todo siempre como nunca si se quiere todo como nunca para siempre

y nada siempre se perdía y todo nunca bastará si no se desarregla el tiempo.

Lo que me falta sucede en el mismo momento que lo que me gusta perder

para saber que lo tuve y entonces es mío después de mañana y será

lo que encuentre sin tenerlo porque al no tenerlo encontraré lo que quería

que faltase por hacer en mi deseo de quedarme a solas con lo que comprendo.

 

Quise hacerlo todo, pero no era yo. Por eso no renunciaré a no fui

y habitaré el seré que soy haciendo solo lo posible ayer.

Quiero hacerlo todo, pero no soy otro cuando lucho contra casi

nada que será y por tanto no se acerca en serio ni se aleja en balde.

Querré dormir con prisa y despertar tan tarde que seré tan solo yo

quien quede sin quedarse y sin quien nada habría resistido por hacerse.

 

Lo encuentro todo ahora y alguien lo recordará pues otro lo desdijo.

Lo de ayer importa siempre hoy sin que mañana se pronuncie a voces

pero mañana será para hoy la ballena que abusa del plancton ayer

para dejar el océano seco hasta el límite y fértil de nuevo al principio.

Lo que se diga es pasado. Lo que se dijo es futuro. Hoy se diría si fuera

verdad que nunca falta, que no se desordena, que al fin empieza todo.

 

 

 

Pedro Larrea es un autor español. Sus libros de poesía incluyen: La orilla libre (2013), La tribu y la llama (2015) y Manuscrito del hechicero (2016), traducido al inglés como The Wizard’s Manuscript (2017). Colabora con diversas publicaciones literarias y, en su labor de traductor, próximamente publicará en España Book of Hours (Libro de horas) del poeta estadounidense Kevin Young. Es profesor de estudios hispánicos en Lynchburg College, Virginia.