“n” de número (cuento o corta historia en algo más de 9 concisos capítulos)

Edward Ara
 

 

Entre números y letras transcurre toda una vida.

Entre números y letras transcurren todas las vidas.

Entre guarismos y fonemas se pintan todas las ciencias,

todo el saber descubierto

y todo aquel por investigar.

Entre dígitos y sílabas, como entre átomos y moléculas,

se construye un universo

que es simplemente el Universo mismo.

Entre cifras y palabras te cazan y acorralan, pero también te liberan y trasciendes.

Entre números y letras escribo tu nombre y recuerdo tu identidad.

 

 

Entre dos y 2 muchas son las opciones del lazo o bucle entre macro y MICRO, cuando la mayoría es: cerraba comillas era el título del cuento en cuatro y pico cortas historias noveladas que leía mi estimado. Del humo subían pesadas volutas de cartón, que como cajas te aprietan, la cierran y se embalan.

Trataba como de algo así de, pensábase, que por otro lado no terminaba completo de entenderse. Además, por esdrújula, su acento repite en el hecho mismo de su nombre, para no dejar de ser prosódico y completar el trío delimitado en el diptongo.

Pero no dejes que te acorralen en el engaño, lo de hoy son ¡números! Tocaban guarismos, que ya no son esdrújulos, y lo cierto es que le curioseaba la impresionante simetría del número doce. Doce tiene cuatro letras, como si fueran cuatro canciones diferentes. Algo así como para comer chicle con los oídos.

Además, tiene dos sílabas. La primera es hija de música, nenúfar letra de hadas que siempre llevan la contraria, aunque siga siendo la primera de una escala que se pierde de; a lo lejos. Segunda es tercera en el a, b, c, diario. Pero, por si fuera poco y evitando la cacofonía, la primera vuelve a ser C en notación anglosajona.

Cavilar es su pasión, sin saber que lo incita, y por eso seguía divagando cuando ya se le había olvidado el doce, quedado en el traspié de un tiempo que no volverá y un algo que nunca olvida. Se trata de unos personajes, que de manera coetánea, persisten desde siempre acompañados hasta el infinito. Número eres o ser, que en cada caso cuatro letras has de tener.

Comienza en el uno: ¿por qué la esperanza no nacía aún?, porque de la nada no se enteraba. No padecía necesidades, o si las tenía no le embargaban. Su vida era solitaria pero rica en variedad interior, pues en realidad oscilaba entre cuarenta y nueve centésimas y uno más con ellas.

Así, continuaba comenzando su aventura del cavilar aquella noche específica, mente, como cualquier otra de su realidad.

Trece, en cambio, es el temido, no sé si por brujo o por ser primo. Lo de impar siempre lo cualifica, al calificar de un acento que no ha podido marcar. Tampoco se ha podido desmarcar, de la pava que lo quiere caracterizar por un camino tortuoso y así poderlo disimular.

No, no le gusta o no le convence, hoy quiere…

Doce se representa por el primero seguido del segundo, a no sé cuantos minutos, de la escala natural. No existen negativos en su cruel mundo de cristal. Sumados da el tercero que es cuando se incluye la discordia de saber si otro punto puede un plano formar. Si doce es entonces dividido por ese tercero, vuelve a ser y tener el tercio aquel, que de un círculo hizo cuatro y conocer así a un cuarto de no sé qué, que puede ser, es, todo a su vez.

Que interesante. Ves de donde sale ese un cuarto. Ese es el que ha llamado al cinco. En realidad, al cinco veces cinco que es el cuadrado veinticinco. Cuadrado sí, te lo acepto, pero siempre impar por lo de la confrontación o simplemente, más grave aún, la contradicción.

Y es que un cuarto es nada más ni nada menos que algo perfecto y exacto. Es rigurosamente preciso, veinticinco centésimas. Tan perfectas y bellas que el doble es la mitad y cuatro la unidad. No importa si, en cambio, son doscientas cincuenta milésimas o dos mil quinientas diez milésimas. Siempre se cumplirá el compromiso de la proporción, guardada en lo profundo de su constitución. No sucede así con su mitad que, aun siendo perfecta, el exacto aparece en su parte decimal.

Escucha, escucha, acuérdate que hoy son números aunque la esdrújula te tiente. Lo que pasa es que el catorce representa y evidencia todo aquello que creemos, por lo de las apariencias que engañan. Porque no me podrá negar, usted, que a primera vista no tiene nada de particular.

Muy equivocado, entonces tengo que decirte, que nada más alejado de la triste realidad. Claro, para empezar es par, cosa que no debiera dificultar. Además, ese cuatro, luego del tres tercero o del primer par dos, y que ni decir del primer solo uno, pues al pobre, entre tanto hechizo, le cuesta brillar.

Sin embargo, te diré que sumados reaparece, o aparece por vez, el cinco. Toda otra raza de ces de cincos y ceros de exactas, sin residuos, cuando repiten al final. Pero su mitad es magia prima de verdad, es lo mejor de él. Es el siete.

Siete, ¿qué tendrá el siete?, que en tres y cuatro se descompone, siendo el segundo el doble de su misma mitad que es su par y su dúo. Extraño personaje de verdad. Escogido por la cábala por más de una k. Nace otra nueva serie, esta vez de más extraños personajes, primos, sí, queridos entre ellos.

Su cuadrado es cuarenta y nueve, casi la mitad, pero no te engañes, cuanto le falta elegancia para asumir y compararse con ella, el cinco de cincuenta. Sin embargo esconde otra…, cuando sumado vuelve a ser trece de maléfico ignorante, asustadizo aprendiz, que al sumarse otra vez retorna al cuatro del deslucido inicial; para cerrar, así, este otro ciclo del arte de relevar.

 

***

 

Vistiose de vista y de vestido sin una tos con que acurrucarse. Dio la vuelta absorto mientras el sorbo desde una taza de recalentado café, por su esófago desciende. Va, camina y enrumba, de la calle su ruta; de la esquina un chispazo de recuerdo ya olvidado. Asciende por la cuesta, de una bajada traspuesta, dependiendo de directivas y cardinales señales, para decidir qué convención adopta. Pisa, huella y camina de acera, brocal y calzada, de semáforo en señal, impone el ritmo esperar, lejanos augurios dirigen su sino, de elemental alcance nacional.

Trabajaba por fuera, pero en su morada casa u hogar, ganadeaban rebaños insectos de temidas hormigas. Las proteínas, en realidad, ya alcanzaban precios prohibitivos, pero se compensaba con las fuentes alternativas adaptadas a las consecuencias reiteradas de la sequía. Su religión nunca le permitió el consumo de perros, por carnívoro mamífero, y tal vez por ello, ya no existían. Era otra de las muchas varias especies extintas del planeta global, otras, en cambio, se referían solo al ámbito continental.

 

 

***

 

No sé a ciencia cierta, qué planificada casualidad del destino puso en sus ojos, hojas de profundos escritos que sacudieron las más recónditas fibras del inmaterial ser interior.

Asombrado, veía entre folios, como personas catalogadas de sabios, que de la ciencia rayan en lo divino, poseedores de licencias para elucubrar y constancias documentadas de razonados resultados, planteábanse enunciados, conjeturas, enigmas y paradojas de incertidumbres e hipótesis, que en forma de algoritmos cíclicos, perpetuos, incansables e inalcanzables se asemejaban, sin osar a comparar, con sus incipientes por tímidas trasnochadas asociaciones de numéricos periplos.

A los textos y números se agregaron dibujos, gráficas y mapas.

Y fue así, y gracias a ello, que todo un nuevo infinito de posibilidades, eclosionó ante la absorta mirada de circunvalaciones prístinas, prestas a iniciarse en la incesante tarea de la búsqueda numérica de una auténtica verdad, escrita en letras, pero derivada de los secretos tras las cifras; como cifrados mensajes, enviados por alguien, más allá del aquí, siempre y ahora.

No podía dejar de releer aquel párrafo:

 

la aritmética cualitativa, también denominada “sagrada” o “circular”, en contraposición a la aritmética tradicional que es cuantitativa, profana y lineal, es un caso particular de la llamada “aritmética del reloj” o “aritmética modular”, inventada por Gauss en 1801 en su libro Disquisitiones Aritmeticae.

 

Y más adelante:

 

En general, un número “n” en aritmética modular es el resto de dividir dicho número entre el módulo “m” (resto de n/m). Por ejemplo, si el módulo es 12, el número 15 es 15-12=3; el número 33 es 33-12*2=9, etc.

 

¡Utilizaban el doce en un ejemplo, el quince y su diferencia que era el tres! Definitivamente aquello superaba toda posible e imposible expectativa, por más descabellada e inaccesible que pudiese plantearse. Allí estaban sus cifras, compañeras de solas y oscuras madrugadas:

En el caso de la aritmética cualitativa, el reloj (o módulo) tiene “nueve” horas, y el cero se representa como 9.

 

El nueve también parecía importante. Más que el doce, tal como había concluido recientemente, seguro por su mayor sencillez, todo lo cual lo debía acercar, o al menos aproximar, a la oculta trastocada Verdad.

¡Oh! qué rico y vasto paraíso se habría ahora frente a horas otrora de hastío. No podía esperar a empezar a leer y pensar, imaginar y corroborar, toda aquella entonación que, de ensoñación algebraica, trascendiera la aritmética por esdrújula matemática.

Los innumerables misterios de numeraciones y series, operaciones y raíces se mostraban y desbocaban, como gigantescos rebaños que de bravíos animales enfurecidos rompían sus atados y cercados, para desparramar su existencia por paisajes y campos en derrotero derredor.

Grandes tribus de números y familias, definitivamente, empezó a entrever por intuir. Por un lado el solitario 1. En otro colocaría a la parentela del 2, 4 ,8. Uno muy particular de 5 y 7. Y al final otro donde quedarían el inquietante 3, 6, 9.

El uno que como agua, solvente universal, es divisor de cuanto número existe, dando como resultado la misma impertinente cantidad que osaba interrumpir su plácida, por neutra, existencia; tal vez pudiera incluirlo por impar en la misma familia de 5, 7 y así conformar tres grandes semillas con tres guarismos en cada una de ellas.

Nueve, en su renovada lógica deductiva, había destronado a su doce predecesor, ambos de tríada semilla, pero de dispar raíz. Nueve de ennea griega o nona latina. De la más joven de las tres Parcas, quienes presiden el destino de los hombres. Nona, la que hila las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento del nacimiento y, por ello, diosa del embarazo considerada, también, para luego en ítala abuelita concluir.

Pero aún hay más, Nona determina la esperanza de vida de la persona, el día de la purificación, cuando se elige el nombre del recién nacido, que se debe producir en el noveno luego de su nacimiento, en caso del varón, o en el octavo para las hembras.

Qué peculiar asociación del varón impar en el tres a la dos, mientras las cálidas hembras, pares de por sí, están en dos a la tres; todo ello confirmando la propiedad característica de inversas criaturas de complementaria existencia.

En el antiguo calendario romano, las nonas se referían al primer cuarto de luna, correspondiéndose con el quinto día de los meses: 1, 2, 4, 6, 8, 9, 11 y 12, que suman ocho, o con el séptimo día de los meses restantes: 3, 5, 7 y 10, que suman siete, siendo también nona la novena hora después de la salida del sol.

Bueno, estaba decidido y encantado, de plácido hechizo, que también por gozo y disfrute, de descubrir, probar y afianzar la tal existencia de las tres tríadas de tribus o familias, y que por ello hasta un nombre o apellido distinguido, deberían tener. Distinguir o diferenciar era lo que a la alcurnia había embriagado y por eso el adjetivo se había robado. No elucubres más allá de los números, reclama su conciencia. Concéntrate y verás que “Genuino”, “Enigmático” y “Mágico” son las palabras que buscas, de gentilicia hermandad, que a las familias puede nombrar, al bautizarlas de un linaje particular, que por adjetivo, además, las circunscribe al cualificar.

Genuinos, Dos, Cuatro, Ocho, ahora en mayúsculas debo escribir, son los claros, sinceros, pares no engañosos, pares de verdad, que no retuercen su apariencia y siempre transparentes, sobre lo traslúcido, mostrar el resultado.

Tres, Seis y Nueve, tal como su apellido sugiere, llaman a curiosear por el misterio que los rodea, no sé si de terrenal trascendencia o de celestial sublime encanto transmutado, que hasta de otra dimensión su origen se pueda considerar.

Por último, por ser este el orden asumido de presentación y sin otra oculta intención, aparecen los Mágicos, tal vez de fama más asignada u otorgada que ganada en justa lid, de leyendas y creencias, de ocultas y oscuras sectas.

Pues para empezar, un ejercicio de suma elemental vamos a realizar. Tal como en la escuela los números te mandaban a escribir, del uno hasta el cien y más allá, para luego recomenzar de dos, en dos, de tres, en tres, hasta todos completar y aprender; haremos el ejercicio para los nueve primeros, según la siguiente sucesión: 1*n, 2*n, 3*n, …, 27*n; para n entre 1 y 9.

Escogemos llegar hasta 27 por sumar nueve, porque es tres veces nueve y porque consideramos sea suficiente para poder visualizar, si aparece en sus raíces, alguna secuencia que interpretar. También esos resultados de secretas series vamos a dibujar sobre el reloj de nueve horas, círculo revelador de formas misteriosas escondidas entre secuencias que de números disfrazadas, no siempre claras, se pueden constatar.

Y es así que relataré los resultados, que de asombro ha llenado con creces estas horas de soledad, trascendiendo de los meros nueve dígitos iniciales, hacia el infinito y más allá.

Lo primero que concluyo, es que existen en efecto estas tres familias, aunque dos de ellas estén emparentadas por las secuencia repetidas de los simples nueve números primarios, y aunque en órdenes diferentes, siempre presentes todos. No así ocurre con los Enigmáticos, donde solo aparecen ellos mismos, en cortas secuencias, llegando incluso a ser uno solo de ellos, el ¡Nueve!

Pero no acaba allí el asombro. No, por el contrario este crece al dibujar las series sobre el reloj. Dos genera una extraña e hipnótica figura, que de un cuadrado engañoso por pentágono, no es ninguno de ellos al rotar sobre sí mismo, en sentido horario, y una estrella de nueve puntas cortas formar, sobre ese indefinido polígono central, que sigue pareciendo dos pentágonos rotados incluidos en un cuadrado, de perpetuo marear. La secuencia que lo forma es 2, 4, 6, 8, 1, 3, 5, 7, 9; son las raíces de los nueve primeros múltiplos, que de allí en adelante se repetirán, con los cuatro pares iniciando y los cinco impares al final.

Pero la verdadera estrella, con sus nueve puntiagudas puntas, aparece alucinante cuando la serie de los múltiplos de Cuatro son los que representamos. En este caso la serie es 4, 8, 3, 7, 2, 6, 1, 5, 9, que se repite por siempre y forma la figura también recorriendo el círculo en el sentido horario.

Ocho, luego de las anteriores, confieso que es menos espectacular pues forma simplemente el nonágono o eneágono inscrito en el círculo. Lo curioso es que, en este caso, el recorrido tiene el sentido inverso al ser la serie: 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

Mientras contemplo maravillado estas tres figuras, junto a los números que las generan, me preparo para dibujar ahora a Cinco. Y ¡sorpresa! aparece la misma perfilada estrella de Cuatro, pero formada al recorrer el círculo en sentido inverso, anti horario, al ser la serie: 5, 1, 6, 2, 7, 3, 8, 4, 9.

Procedo a realizar con premura la correspondiente a Siete, y otra vez ¡sorpresa! es la misma hipnótica figura de Dos, formada al recorrer el círculo también en sentido contrario y siendo la serie: 9, 7, 5, 3, 1, 8, 6, 4, 2.

Quedo pensando sin fijar la vista en nada concreto cuando me doy cuenta que Ocho es simplemente la serie normal del 1 al 9, en sentido inverso. Sin terminar de comprender lo que asoma ante mis ojos, comienzo a dibujar los restantes, los Enigmáticos, cuyas series, para Tres y Seis solo la tríada de ellos contiene, en sentido horario para el primero menor y a la inversa para el segundo mayor, formando así un triángulo equilátero; mientras Nueve un único punto inamovible lo representa en las alturas del reloj.

Y es ahora cuando comprendo, sin terminar de entender el recóndito causal, que las figuras por pares se corresponden con ambos sentidos encontrados, cuando la suma de sus números es el ¡nueve! Sí, es así. Por eso 2 y 7, o 4 y 5, o 1 y 8, o 3 y 6 forman pares de series similares e inversas, que las mismas figuras generan, aunque en sentido contrario se recorran; y solo el solo nueve, como un punto regente, permanece en alto dirigiendo el concierto.

Además, la propiedad se extiende a todos los números, pues por más grandes que estos sean, solo de los nueve mismos se componen y su raíz dictará la figura a generar. De manera que 11, de 11 en 11, volverá a formar la figura de Dos, junto a 16, de 16 en 16, que será su inversa por equivaler a Siete; o 22, de 22 en 22, generará a Cuatro, junto a 23, de 23 en 23, que generará a Cinco. Y más allá podrás comprobar que, por ejemplo, la serie que se inicia en 2.347.891 y aumenta de 2.347.891 en 2.347.891 generará la estrella de Siete.

La duda que se me genera ahora es si debería trastocar a Uno y Ocho de sus respectivas familias, para que ellas se rijan por la homogeneidad del sentido del giro. Aunque no creo. No. Es sabido y aceptado que en toda familia siempre existen diferencias entre los miembros o componentes, sin embargo, por sobre ellas pesa algo más poderoso que las une, y no es motivo de considerarse como otra filogenia.

Mientras aceptaba plácidamente que definitivamente ello era así, pudo al fin descansar cuando ya casi lo alcanzaba el reiniciar de un nuevo día.

Resumen de lo expuesto hasta aquí, con relación a las tres familias: Genuinos, Enigmáticos y Mágicos.

***

 

Nada nuevo había en el planeta; nada nuevo ocurría en él. De hecho, cada vez había menos de menos y ocurrían más de esos mismos menos, que cada vez se hacían más.

Menos mal, que al menos sus hormigas se hacían cada vez más y eso le aseguraba cierto bienestar. Se acercaba la época en que nuevas reinas surgirían desde las profundidades de aquel hormiguero, suerte de nido y jaula, contenedor en cautiverio de hordas insectas; y antes de que eso ocurriera debía tener preparados los envases donde transportarlas para la venta y tal vez otro nido completo, donde él mismo poder iniciar otra cría.

Le gustaba ver, en realidad imaginarse, cómo en el seno de aquella sociedad, se iban sumando hormigas, una tras otra, restándose algunas de vez en cuando, pero al final multiplicándose de manera neta; tal que entonces debía dividirlas para así asegurarles el futuro a todas.

Aquella tarea, sin darse cuenta, implicaba y envolvía las cuatro operaciones básicas, aunque para él las trascendentales en aquel ámbito eran: cultivar, limpiar, alimentar y muy de vez en cuando, a escondidas, suplirles algo de agua o regar.

 

***

 

Siempre había entendido que “inconmensurable” era todo aquello, muy difícil o imposible de medir o valorar, y siempre lo asociaba con el recuerdo de la maestra, de muy larga falda y cuello estrictamente abotonado, repitiendo el mismo extranjero ejemplo, mientras se le escurrían los lentes: “las joyas de la corona son de un valor inconmensurable”. La siguiente palabra que venía en aquel pasaje mental de recuerdos pueriles, era “irracional” y entendía también, que era algo absurdo, que no obedecía a la razón, o que simplemente carecía de ella, y entonces se ilustraba con los animales de la granja, aunque los del bosque también aplicaran junto a todos los demás, incluyendo uno que otro humano colega.

¡Ah! pero cuando estos gramaticales conceptos se mezclan con n, no sé qué extraño poder surge que todo significado se trastoca, y entonces por “irracional” debes entender algo así como inconmensurable, al referirse a aquellos números de los cuales nunca terminaremos de conocer su exacto valor, pues sin ser periódicos, su parte decimal sigue indeterminada, indefinidamente; pudiendo aproximarnos más y más, sin nunca alcanzarlo lograr. Tal es el caso del número neperiano e, pi de circular movimiento, o la raíz cuadrada de dos, tres y cinco, por mostrar más de un ejemplo. “Inconmensurable”, por su parte, sigue siendo un adjetivo, que en este caso se aplica a todo par de números, cuando ambos distintos de cero, al dividirse, su resultado arroja un tal irracional.

No estaba del todo mal para empezar y así esquivar y olvidarse de un nueve que sigue sin terminar de entender, sin poder develar si quiera un algo de tan vasto y encerrado poder. Pero por la división, o gracias a ella, había llegado a la figura del Ángel que por periódica, en este caso pura, al dividir por siete, la irracionalidad esquiva, y a pesar de repetirse como mínimo hasta el infinito, su valor está perfectamente definido.

Del círculo y los polígonos tal vez pudiera elucubrar, durante esta nueva noche que apenas despunta, y lograr trazar nuevas figuras que vuelvan a asombrar, por formas y valores de oculta significación. El polígono en un círculo inscrito, cuando nueve vértices debe tener, nueve lados los acompañan, y así conforma el reloj ya usado de módulo enigmático. Eneágono del griego se nombra o Nonágono si romano. Cuando regular, cada ángulo interno vale 140°, pero la suma de ellos es 1.260°, cuya raíz es nueve.

Más esto no es casualidad. Si recordamos el triángulo, sus ángulos internos suman ciento ochenta grados, y en el cuadrado, trapecio o rectángulo, sus cuatro internos suman trescientos sesenta; verás que en ambos casos, la raíz repite el nueve. Y si recurrimos a la fórmula aquella que dice: “la suma de los ángulos internos de un polígono es igual al número de lados menos dos multiplicado por ciento ochenta”, además de comprobar los valores para el triángulo y el cuadrado, podremos calcular el de cualquier otro y ver así lo que quería mostrar para tratar de entender por qué la raíz de la suma de los ángulos internos de los polígonos, en todos los casos, siempre repite en el nueve

 

***

 

Las hormigas, en los nidos, habían desarrollado ciertas particularidades. De hecho, no todas, por ejemplo, eran del mismo color, como cuando formaban nidos de manera espontánea y natural. Las distintas castas y la especialización del trabajo eran fácilmente distinguibles; ya que, además de sus diferencias tradicionales de forma y tamaño, ahora se unía el color. Así, había una gama de individuos que degradaban desde un negro de tenazas tradicional hasta el amarillo mielado, pasando por el conocido rojo bachaco culón, predecesor del potencial alimentario de estas especies. También esta evolución, más que mutación, se debía a los cruces que se habían propiciado, luego de las imponentes guerras por la supervivencia derivadas de los regímenes de sequía.

La hache de “humanidad”, derivada de la serie periódica arrancada de lo más recóndito e íntimo del Ángel lo llenaba de esperanza e ilusión de entrever, esta vez sí, una senda clara que seguir por entre las entramadas retamas del laberinto, que se erguía ante él, más que desafiante, burlón; y acercarse algo a los secretos de los Enigmáticos, especialmente del Nueve regente.

En los “n” decimales que podían coexistir entre dos enteros consecutivos, se situaban los exactos, que siendo minoría, brillaban por su sinceridad; eran parientes cocientes de Genuinos o mágicos quintos: 3, 6 o 9. Fue brutalmente interrumpido. La luz calcinó los nidos y redujo a cenizas todos los papeles. En sus ojos se dilataron las pupilas, por encima del rayo enceguecedor, para tratar de ver, en aquel último instante, el secreto oculto tras el trío tres, de tres más tres seis y, sobre todo, de tres por tres nueve; pero su corazón no resistió.

Entre dos y 2 muchas son las opciones del lazo o bucle entre macro y MICRO, cuando la mayoría es: dos puntos, cerraba comillas, punto, punto y aparte. Era el fin de la historia.

 

 

 

Edward Ara. Nacido en Inglaterra, de raíces españolas, vive en Venezuela. Su vida transcurre u oscila, entre la forestería y el secuestro de carbono. Escribe historias cortas, fotografía estructuras industriales y urbanas como escenarios del paisaje, y construye pequeños objetos de matiz futurista partiendo de tecnológica y admirada basura de obligado reciclar.