Miguel Ángel Latouche
Ajedrez
Me muevo lentamente entre los escaques.
El Rey enroca. La Dama se despliega,
las piezas se preparan para la batalla.
El movimiento es preciso, la estrategia penetrante, la jugada sutil,
el ataque artero.
El tablero es circular y lo abarca todo.
El juego es infinito y se pierde en las noches profundas
de los sueños.
Herrumbe y cal sobre la tierra.
El reloj marca la hora pendular
de las crucifixiones.
Los ejércitos truenan
y nadie está libre de pecados.
Árboles
Me refugio en la sombra de estos árboles,
como si se tratase de las páginas desplegadas
de un libro marcado por la eternidad.
Las palabras se mueven entre las ramas,
juegan a combinarse entre el follaje,
se conjugan hasta encontrar significado.
Escribo un diario en las cortezas.
Me busco en las raíces.
Idus de marzo
La primavera apenas ha asomado un ojo,
los primeros brotes regresan del exilio.
El sol se escurre entre un terciopelo de nubes
despertando a los hados del destino.
El reloj sigue un curso previamente establecido.
La palabra no puede taladrar la roca.
El Rubicón no basta para lavar las heridas
que nos deja el tiempo.
El vaticinio es certero,
la nota precisa,
el lance fiero.
La gloria no basta para evitar los abismos
que esperan a quienes no se cuidan
de los Idus de Marzo.
Estampa
Una libélula se posa sobre la imagen
de una muralla medieval reflejada
sobre el curso estático de un río.
Es una postal que viaja a lo largo del tiempo,
una flecha certera
lanzada desde los torreones.
No hay defensa en contra del paso
sigiloso de los siglos inescrutables.
Nuestra estancia es breve y nuestras huellas sutiles.
La imagen, sin embargo, permanece.
Primavera
El murmullo de las margaritas
interrumpe el ruido de las fábricas.
El día entra por mi ventana
con vigor huracanado.
Los ruiseñores regresan de su exilio,
sus voces se entretejen armónicas
como las cuentas de un Rosario
entre tus manos fervorosas.
Las mariposas despliegan sus alas fieras.
Ya se escucha, a lo lejos,
el rumor de los bosques.
Notre Dame 2018
Hoy no cantan tus campanas en la ciudad
luminosa.
Luego de muchos años tus gárgolas
alzaron vuelo arrastrando el alma
de los justos.
Rugiste en un estallido inesperado.
Los ángeles desolados vinieron
a tu encuentro.
Tu historia está contenida entre las piedras,
El jorobado es una sombra reflejada entre las llamas.
Ananké, junto a sus hijas,
recorre tu sombra silenciosa.
…
Te conocí en una tarde fiera,
Entre los vapores del Sena
y las Iris en flor.
Te adoré al pie de tus muros inexpugnables.
Soñé al amparo de tus rosetones multicolores.
Recé bajo tus cúpulas incesantes
y colosales.
Tu presencia trasciende la ceniza.
Redes
Descansan las redes
Amuralladas de silencios.
El mar no acaricia sus vacíos.
Los pasos han quedado inmóviles,
Las huellas son parte de la ventisca.
Las manos no preparan la carnada.
Hoy amaneció un poco más tarde,
un poco más lento.
Las sombras retozan sobre el agua
y todo queda sugerido.
Sirena
Te miro desde un punto ciego,
Tu canto ya no me atemoriza.
¡Ya he sobrevivido a otros naufragios!
La noche
La noche ampara el vuelo de los amantes.
Pájaros que anidan detrás de una pared
anónima:
Como si la luna fuese ciega,
como si los sabuesos no siguieran sus rastros,
como si las horas se hubiesen hecho huecas,
… como si el mundo hubiese dejado de existir.
(Manheim 2019)
Miguel Angel Latouche es un autor venezolano. Ha colaborado con publicaciones tales como Tal Cual, Efecto Cocuyo y El Imparcial.es. Sus poemas han sido publicados, entre otros, en Letralia y Efecto Antabus. Doctor en Ciencias Políticas, ha sido Director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Actualmente vive en Alemania, donde es investigador invitado en la Universidad de Rostock bajo los auspicios de la Phillip Schwarz Initiative.