Almudena Vidorreta
Sin dónde
Soy una mujer de memoria y de tierra,
cabizbaja y desafiante en turno alterno.
Los recuerdos se me crujen abatidos
y en la hojarasca
te me aplastas caracol
emitiendo tu música tierna.
De tu imagen de ceniza imprimo el viento
con el tránsito resuelto de quien sabe
que solo con piernas de barro,
con manos de estiércol solamente,
es posible arrumbar a los demonios,
emerger de la tristeza y florecer.
Herbario
Ella asintió,
fresca rosa entre las zarzas,
recuerdo brutal y seco
como ramas adheridas
a cualquier cuaderno botánico.
Con el paso de los años
se confunden las especies,
pero aun versos sin aroma
siempre hablarán de ti,
de aquel verdor tan tierno
de tu corteza entallada
y del rugido inexacto,
de su propia expresión herida,
verde pinchazo impostado
de mecánica imperfecta.
Que amor no finge en el campo
como finge en las ciudades.
Para una clínica de antaño
Así crecen las grietas,
como el barro en las esquinas
y en los muros, los desechos
—que cuanto más olvidadas
están las columnas,
mejor las manchan los pájaros—.
Barrotes de todos los tiempos,
metálicas arterias anudadas,
resisten la herida mortal
del abandono.
Pero las ciudades respiran
con sus muñones pétreos
y las heridas de guerra
casi siempre las cuentan los demás.
Cobre I
Una hebra recubierta de vida,
soldada por deseos de quedarte
y seguir abrazando a los que te lloran,
a los que dicen adiós a la bruja,
y que arde adentro de las venas principales de sus manos
como si fuera flexible y azul
y les llevara a acariciarte.
Hilo de cobre para anudármelo al cuello,
cobre
llegado el día preciso,
cobre
y acabar con este paripé de indiferencia,
el teatrillo de la despedida
y las plañideras que solo se acuerdan de una
cuando una ya no está.
Metros de cable con hilo de cobre
robado en la noche de tu muerte
mientras yo te arropaba,
recogía tus cosas,
y tapaba con las sábanas el pie que empezaba a estar frío
porque ya se sabe,
no te gusta que te vean con las uñas sin arreglar.
Nadie te cortó al fin el pelo, como tú querías,
y se burlaban como con vida robada
algunos de tus rizos de color cobre
apoyados sobre los hombros,
vengándose del intento de acabar con ellos.
Cobre, como un consuelo de tontos,
el premio del que no alcanza la meta
sino detrás de los otros,
como tú y yo,
como todos cuando dejan de estar.
“El incremento del precio del cobre
dispara los hurtos”, leí aquella noche,
y me conformé.
Cobre II
Se fue Teresa con el cabello largo,
casi rubio,
como si tuviera veinte años todavía.
Ya lo he contado mil veces
pero le tapé con la sábana los pies,
que aún no estaban fríos,
y los tenía limpios como nunca,
tanto
que me entraron ganas de arrodillarme
y pegar mi cara a la planta
con un hueco a la medida de mis mejillas.
Es el recuerdo más nítido que tengo
del día de tu muerte;
ese
y el cabello largo que no dejaste que te cortaran
cobre, rizado, muy cobre,
tanto
que parecías más viva que ayer,
con el rostro sereno,
y sentí toda la paz del mundo al verte muerta.
Almudena Vidorreta es una filóloga y autora española. Ha publicado los poemarios Algunos hombres insaciables (2009), Lengua de mapa (2010), Días animales (2013) y Nueva York sin querer (2017). Es doctora en literatura española del Siglo de Oro y doctora en literatura latinoamericana por el Graduate Center, CUNY. Trabaja como profesora en Haverford College.