Tres relatos

Lourdes Vázquez

 

 

Susan Walker Morse: Lost At Sea

 

Siglo y medio después hay que repeler y admirar el desorden de la vegetación, el movimiento particular de lianas y ramas secas. Los matojos típicos de la zona. Un profundo olor a tierra seca anuncia que está próximo el claro. El riesgo mueve esta historia. ¡Oh diosa Niké! Cúbreme con la magnitud de tu túnica.

Alas para mi espalda también le pido. Unas pocas guajanas en hilera se asoman al fondo y las papayas del jardín continúan floreciendo a pesar del suelo que se desbarranca. Las vigas y techos del caserón forman un laberinto sin arrojo y ya carcomido por la polilla y el hongo. Es nuestra ruina radiante en medio del todo. Unos escombros que todavía evocan el minuet engalanado por nuestras mujeres con sus abanicos de varillas de nácar y encajes abiertos, junto a los aromas de los caballeros en traje.

Conjuro esta escritura para adentrarme en ella. (¿En mí?) Los candelabros continúan intactos sobre una mesa que se deshace y los pocos platos y ditas que quedan se nutren de un hongo verde con tufillo a ron. Un mazo seco de ruda guinda de un pedazo de madera de la mano de un cascarón de tortuga. Me da miedo sentir sed, pero secretamente sé que pido por agua.

¡Agua por favor! Una mancha al fondo adivina una cochera. La estructura es apenas un montón de madera descompuesta. Entre el paisaje y mis alas existe un epistolario, tinta verde sobre papel leche el velo divisorio en mitad de una mesa y la ruina de un barco de vapor varado entre dos islas. Entre el paisaje y mis alas las barracas de los esclavos son solo mancha y olvido. Alguna voz se escucha en la lejanía y una poderosa fragancia va tomando el ambiente. Vestida de gala la silueta se desliza por la escalera atragantada de enredaderas, con toda la parsimonia del que se sabe poderoso. Junto a la exquisita ornamentación de las losetas, solo la brisa del mar aletea las pocas hojas de un guayabo. Esta tierra es como una amapola rabiosa. Se abre en mil pétalos y te va engullendo sin que nadie lo perciba. Mis alas se deshacen, pero esto al fin y al cabo era de esperarse. ¡Oh diosa Niké necesito de tu fortaleza!

La claridad ardorosa del día te ayuda a abolir la torpeza del que vive en tierra extraña, incapaz de entender el significado de lo Oriundo-Nacido-Creado en ese lugar. Como yo, por ejemplo. Por su perfume transita un vapor de ultramar, aquel con sus empaques de correo correspondientes. Sus coordenadas precisas. Dice la leyenda que los marinos, acostumbrados a presenciar el espectáculo de los firmamentos en vaivén continuo, se van entreteniendo con la caza de cíclopes marinos. Es el momento en que los piececitos redondos de Susan aprovechan el momento. Un impulso, un ruido como de desprendimiento de tierra se enmascara con el ruido de la maquinaria de frente al mar. Es la hora de la desaparición, porque el abandono de su cuerpo ya había sido. De su apatía por la vida hay constancia.

A menudo me adentro en esa flora para identificar su presencia, su aire, el perfume del Ylang Ylang recién nacido. Afinado estos ojos y estos oídos me sumerjo en esa(su) naturaleza, con toda la irracionalidad intacta, más con todo lo evidente de la mano. Solo necesito de ti —mi musa. Eres el vértigo de mi reflexión. La razón de este relato. Me dejo ir de tu lado. Me inserto en tus alas para guarecerme de lo demás. Por ti escribo sobre ella. Sobre ti. Sobre mí misma.

 

 

Dallas

 

En busca de un clima cálido y mejor salud me topo con la peineta corroída de una iglesia. Me topo con un sol eludido. Me topo con la desagradable impureza de motel de segunda, mucho peor que la escena de los cadáveres en Lampedusa.

Enferma y llegada de los trópicos para curarse de décadas de maltrato, también indaga por el final de la historia; pero todo es duda, lo que ocasiona más preguntas y muchas más dudas.

La que iba en ese descapotable, la que se lanzó a salvar del viento los pedacitos de cráneo de su marido, hasta el último momento se imaginó que existía una alquimia que pegaría sus piecitas; mas todo se volvió oscuro y lento, como una película mal construida.

Nunca había visitado Dallas, así que solo me imaginaba un mapa plano de carreteras paralelas a un río y un par de rascacielos tapizados con cristales antibalas perennemente brillando a la luz de la luna. Y así es. Uno que otro grafiti entre caminitos traseros denuncian prejuicios o desgracias: algún plomo suelto, alguna espada mal puesta. Un colibrí esmeralda llega para libar el zumo triste que produce una tremenda dureza en la garganta y más seguido un ardor que se desparrama desde el piquito hasta los pechos.

Hemos llegado a la mitad del tiempo, aquel después del tiempo. Cuando se trata de un asesinato, la muerte se reduce a una abstracción, parte de un film noir. Es el gran teatro de espionaje. Su cavidad no tiene límite, lo que hace que el agua tiemble y el pájaro zumbador reviente cuando revolotea por su fachada.

 

 

¿Quién?

 

Tomo mi café de la mañana fijando la vista en Biscayne Bay usualmente tranquila a esta hora del día. En un mapa de un siglo antiquísimo ya estaba escrito su nombre: Caio de Biscainhos; un ecosistema rico en vida marina. Un pozo largo y ancho de aguas mutables, acomodables pobladas de delfines y manatíes. Aguas que se disuelven y se combinan gracias a los elementos de las estrellas.

Las horas avanzan, la brisa marina y el oleaje se intensifican. El olor a salitre cubre la atmósfera. Me entretengo en la distancia con la luz de un rayo afirmando la posible lluvia y en segundos las nubes ya oscuras y pesadas se unen con el horizonte y la plataforma de la mar. La anchura de la bahía y la fauna marina me van conduciendo a la mitología del pasado. Distingo los mástiles de la goleta, su capitán y el resto de la tripulación.

 

Toda sabiduría

es similar

al asunto del vidriado.

Daguerrotipo observando y

aprisionando lucernas.

 

A medida que se acerca la embarcación se escuchan los ruidos típicos de las maderas heridas, y lonas al aire, enfrentando al viento de los mil demonios. Ocurre que me adentro a una delicada pradera interrumpida por riachuelos y protegida por la selva, en donde podía cabalgar abrazada a tu espalda. Tú con tus botas dieciochescas. Palpo la anchura de tu cuerpo y huelo ese sudor inconfundible. Mi cabello al aire y el rostro despejado de preocupaciones, en equilibrio perfecto y completamente feliz de frente al sol. Es así como trato de recobrar el sentido de las cosas. Extranjera yo delante de esta frontera pródiga. Extranjero tú que insistes en dormir en techo inestable sin lavatorio propio, sin espejo. ¿Quién eres? ¿Quién?

 

Lourdes Vázquez. Escritora puertorriqueña de amplia trayectoria. Entre su extensa obra se encuentran Bestiary: Selected Poems 1986-1997 (Mención de Honor del Paz Prize for Poetry, 2004), Adagio con fugas y ciertos afectos: mis mejores cuentos (2013) y Un enigma esas muñecas (Mención de Honor del Paz Prize for Poetry, 2015). Una selección de su poesía ha sido publicada en italiano: Appunti dalla Terra Frammentata (2012), así como su crónica The Tango Files. Adagio con fugas y ciertos afectos (2016). Compiló la antología Cuando narradoras latinoamericanas narran en Estados Unidos (2009). Reside en Miami.